Read Historia del Antiguo Egipto Online
Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock
Tags: #Historia
No obstante, la descripción de las guerras de Ankhtifi deja bien claro que para entonces el rey no era mencionado, ni siquiera nominalmente, como autoridad que pudiera controlar la distribución de poder entre los gobernantes locales. Es importante darse cuenta de que esta situación implica un cambio radical de mentalidad. En el cerrado sistema político del Reino Antiguo, el rey era la única fuente de autoridad legítima. Todas las acciones de los funcionarios se basaban en sus órdenes y era él quien juzgaba y recompensaba sus méritos. Sin embargo, cuando el poder de la realeza se desvaneció, se creó una situación más abierta. Ahora los gobernantes locales podían actuar según sus propios objetivos, apoyarse en sus propias bases de poder y defender su posición en competencia con otros, además de conseguir una nueva conciencia de sus propios logros, lo que es un rasgo destacado de las inscripciones de Ankhtifi.
En los muros de la tumba de Ankhtifi, el rey (uno de los soberanos heracleopolitanos de la IX-X Dinastías) sólo aparece mencionado una vez, en una corta filacteria en una de las pinturas de la tumba: «Que Horus pueda garantizar una (buena) crecida del Nilo a su hijo Neferkara». Resulta muy significativo que se haga mención al rey en su sagrado papel como mediador entre la sociedad humana y las fuerzas de la naturaleza. Su papel político, sin embargo, había sido absorbido por otras autoridades:
El dios Horus me concedió este nomo de Edfu por vida, prosperidad y salud para restablecerlo. […] De hecho, Horus deseaba restablecerlo y por lo tanto me lo concedió para que lo restableciera. Encontré la heredad del (administrador) Khuu como una heredad pantanosa desatendida por su cuidador, con conflictos civiles y dirigida por un desdichado. Ahora he hecho que un hombre abrace (incluso) a los que mataron a su padre o hermano para restablecer este nomo de Edfu.
En los textos de Ankhtifi no es el rey, sino Horus, el dios de Edfu, quien aparece como autoridad suprema que guía la acción política. Este concepto no es único de las inscripciones del Primer Período Intermedio. Incluso la reunificación de Egipto durante el reinado de Mentuhotep II (2055-2004 a.C.) aparece descrita en términos similares, como resultado de la intervención de Montu, el gran dios del nomo tebano: «Un buen comienzo tuvo lugar cuando Montu le entregó ambas tierras al rey Nebhepetra (Mentuhotep II)» (en la estela de Abydos de un supervisor del tesoro, Meru, de época de Mentuhotep II).
Esta ideología descansaba sobre cimientos sólidos, puesto que los gobernantes locales actuaban por lo general como «supervisores de sacerdotes», lo cual les aseguraba un papel de privilegio en el culto a los dioses. El propio Ankhtifi aparece representado en una escena de su tumba supervisando una de las grandes fiestas del dios local, Hemen, y la primera mención al templo de Amón en Karnak la encontramos en la estela de un «supervisor de sacerdotes» tebano, que afirma haberse ocupado de él durante los años de hambruna.
Desde las fechas más tempranas, los templos provinciales eran tanto centros administrativos como centros de la lealtad personal de la población local y parece probable que el sacerdocio adscrito a ellos formara el núcleo de una primitiva élite provincial. En cierto modo, los cultos provinciales pueden entenderse como representaciones simbólicas de la identidad colectiva. Por lo tanto, durante el Primer Período Intermedio, el dios y la ciudad a menudo aparecen juntos en frases referidas al arraigo social. La gente dice: «Soy uno amado por su ciudad y alabado por su dios», mientras que las maldiciones dirigidas contra los transgresores los amenazan así: «Su dios local lo despreciará a él y sus conciudadanos (en ocasiones "grupo familiar") lo despreciarán». Al integrar su autoridad personal con la ejercida por los cultos locales, los potentados provinciales consiguieron relacionar su poder con uno de los cimientos morales de la sociedad local.
La fascinante cuestión de las inscripciones de Ankhtifi no debe eclipsar, pese a todo, sus méritos literarios. Se trata de una composición de inusual brillantez, plena de expresiones originales y sorprendentes. Cualidades semejantes podemos encontrar en la decoración pintada de la tumba y, de hecho, en general en el arte del Alto Egipto durante el Primer Período Intermedio. Los pintores del Alto Egipto en esta época habían dejado de ajustarse a las convenciones cortesanas del Reino Antiguo. Su estilo es angular, extraño en ocasiones, pero descaradamente expresivo. Al haberse liberado de unos modelos desfasados, crearon toda una serie de escenas nuevas: filas de soldados y cazadores, mercenarios en plena batalla y fiestas religiosas. También introdujeron nuevas imágenes de las ocupaciones diarias, como el hilado y el tejido; además de modernizar escenas antiguas con los últimos cambios culturales y tecnológicos. Lejos de ser un período de declive cultural, estos turbulentos años fueron testigo del aumento de una extraordinaria creatividad, que adaptó y desarrolló los medios existentes de expresión literaria y pictórica para adecuarlos a todo un nuevo grupo de experiencias sociales.
Este proceso de cambio también indica que la élite del Primer Período Intermedio sintió la necesidad de comunicar los cambios sociales producidos; cuando el gobierno dejó de poder confiar en la mera imposición del poder, la base del mismo tuvo que hacerse explícita. Por lo tanto, el texto de Ankhtifi puede leerse como un discurso relativo a la necesidad del gobierno y a los beneficios de una autoridad fuerte. También es sorprendente lo mucho que estos ideales —a los cuales Ankhtifi tan persuasivamente recurre— se relacionan con el sustrato de la organización social local y las tradiciones provinciales.
Durante el Reino Antiguo, Tebas, la capital del cuarto nomo del Alto Egipto, había sido una ciudad provincial de tercera categoría. Sin embargo, gracias a las estelas funerarias encontradas en el amplio cementerio de El Tarif (situado justo enfrente del templo de Karnak, pero en la orilla occidental) a principios del Período Heracleopolitano conocemos a una serie de supervisores de sacerdotes a cargo de los asuntos locales. Esta serie de funcionarios fue sucedida por un nomarca llamado Intef, que combinó (igual que había hecho Ankhtifi) el puesto de «gran señor del nomo tebano» con el de «supervisor de sacerdotes». No obstante, además de éstos reclamó los títulos de «confidente del rey en la estrecha puerta del sur [es decir, Elefantina]» y «gran señor del Alto Egipto». Dado que en el cementerio de Dendera (la capital del sexto nomo del Alto Egipto) se encontró una inscripción referida a este Intef, parece evidente que podemos asumir que su autoridad era reconocida mucho más allá de los límites de su provincia natal.
Con toda probabilidad, este nomarca Intef es el mismo «Intef el Grande, nacido de Iku» que aparece mencionado en inscripciones contemporáneas y al cual incluso uno de los primeros soberanos del Reino Medio, Senusret I (1956-1911 a.C.), dedicó una estatua en el templo de Karnak. Además, este hombre es descrito como el «conde Intef», antepasado de la XI Dinastía tebana, en la lista real inscrita en los muros de la «capilla de los antepasados» de Tutmosis III en Karnak. Sin embargo, sólo su sucesor inmediato, Mentuhotep I, fue designado como rey en la tradición posterior; si bien el nombre de Horus que se le asigna, Tepy-a (literalmente «el Antepasado»), revela claramente que se trata de una ficción postuma. Faltan fuentes epigráficas contemporáneas para Mentuhotep I y su hijo, Sehertawy Intef I (2125-2112 a.C.), pero la tumba de este último sigue siendo el punto más visible de la necrópolis de El Tarif, y es el único monumento superviviente del poder y la grandeza de los primeros reyes tebanos.
Durante el Primer Período Intermedio en la necrópolis de El Tarif se desarrolló un tipo especial de tumba, aparentemente como adaptación a la topografía local. Para las tumbas de los particulares, de menores dimensiones, se excavó un amplio patio en los estratos de grava y marga de la terraza inferior del desierto. En el extremo posterior del patio, un pórtico de macizos pilares cuadrados formaba la fachada de la tumba, al tiempo que fue el origen del nombre moderno de este tipo arquitectónico, tumba
saff
(
saff
es la palabra árabe para «fila»). Un corto y estrecho corredor en el centro de la fachada conduce a la capilla de la tumba, que también contiene el pozo funerario que conduce hasta la misma.
El rey Intef I eligió construirse una tumba
saff
de dimensiones colosales. El patio de Saff Dawaba, como se conoce hoy día, fue excavado en el terreno como un inmenso rectángulo de 300 metros de largo y 54 de anchura; del mismo se extrajeron cuatrocientos mil metros cúbicos de grava y roca blanda, que fueron apilados formando dos montones largos y bajos junto a los laterales del patio. Desgraciadamente, la parte frontal del patio (donde se habría construido algún tipo de capilla de entrada) se ha perdido, pero la parte posterior del mismo, con la amplia fachada con una fila doble de pilares tallados en la roca y tres capillas (una para el propio rey y las otras dos probablemente para sus esposas), todavía está relativamente bien conservada. Como toda la superficie de los muros ha saltado, no se sabe si en algún momento estuvieron pintados. No obstante, Saff Dawaba es una impresionante obra de arquitectura que revela algunos de los principios básicos de la recién instituida realeza. Por encima de todo no se aprecia el menor intento de emular la arquitectura funeraria del Reino Antiguo. Más bien, los reyes tebanos crearon un tipo de tumba regia explícitamente tebana a partir de la tradición local. Además, al contrario que muchos soberanos del Reino Antiguo, no buscaron un lugar exclusivo. Las tumbas reales continuaron estando situadas en el cementerio principal de Tebas, justo frente a la ciudad y sus templos, al otro lado del río. El lugar de enterramiento del rey no estaba rodeado sólo por las tumbas de un estrecho círculo de cortesanos, sino por el cementerio de la población local, a lo cual hay que añadirle las pequeñas tumbas-capilla situadas en los laterales del patio, destinadas al enterramiento de algunos de sus seguidores. El mensaje transmitido por esta arquitectura, por lo tanto, se centraba no sólo en la elevada posición del rey, sino también en el hecho de que estos soberanos estaban enraizados en Tebas y la sociedad local.
Los sucesores inmediatos de Intef I (Wahankh Intef II y Nakht-Nebtepnefer Intef III) se construyeron tumbas
saff
muy similares en la necrópolis de El Tarif, paralelas a Saff Dawaba. Cuando Mentuhotep II se trasladó a Deir el Bahari, quizá lo hizo sólo obligado porque en El Tarif se había ocupado todo el terreno adecuado para la arquitectura monumental.
Como Mentuhotep I e Intef I, los dos primeros reyes de la XI Dinastía, reinaron sólo quince años, los cincuenta años del hermano y sucesor de Intef I, Wahankh Intef II, destacan como la fase más decisiva en el desarrollo de la nueva monarquía. De este reinado se conserva una gran cantidad de restos arqueológicos, epigráficos y artísticos, lo que nos proporciona datos cruciales sobre la naturaleza de la realeza tebana.
Intef II reivindicó el título tradicional de la monarquía dual (
nesu-bit
), así como el de «hijo de Ra», que se refiere al dogma de la ascendencia divina. No obstante, no asumió el protocolo regio al completo con sus cinco «grandes nombres», la llamada titulatura quíntuple (véase el capítulo 1 para una discusión sobre estos apelativos). De hecho, sólo añadió el «nombre de Horus» Wahankh («duradero de vida») a su «nombre de nacimiento», Intef, y no tiene «nombre de coronación» (el cual tradicionalmente incluiría el nombre del dios sol Ra). Por desgracia, sólo se han conservado unas pocas representaciones del rey, de modo que resulta imposible saber si utilizó el conjunto completo de coronas y otros símbolos reales, si bien la documentación actual sugiere que es improbable. Los primitivos reyes tebanos eran muy conscientes del carácter hmitado de su gobierno.
Fiel a sus orígenes sociales entre los magnates provinciales, Intef II creó una estela biográfica que se erguía delante de la capilla de entrada a su tumba
saff
en El Tarif. Este monumento, que contiene una representación del rey acompañado por sus perros favoritos, resume de forma retrospectiva los logros de su reinado y las afirmaciones realizadas en el texto quedan confirmadas ampliamente por las inscripciones de sus seguidores.
Como ya hemos mencionado, existen buenos motivos para creer que el último nomarca tebano sin carácter de rey controlaba una gran parte del sur del Alto Egipto. No obstante, Intef II lanzó una ofensiva decisiva hacia el norte. Capturó el nomo de Abydos, que desde el Reino Antiguo había sido el principal centro administrativo del Alto Egipto, y luego continuó su ataque todavía más al norte, al territorio del décimo nomo meridional. Se trataba de una política de abierta hostilidad contra los reyes heracleopolitanos y durante varias décadas hubo guerra de forma intermitente en la franja de tierra que separa Abydos de Asyut.
Conocemos a algunos de los hombres que sirvieron durante el reinado de Intef II. El militar tebano Djary, por ejemplo, luchó contra el ejército heracleopolitano en el nomo de Abydos y luego penetró en el nomo décimo; Hetepy, de Elkab, se encargó de la administración de los tres nomos más meridionales del rey;yTjetjy, tesorero de Intef, cuya magnífica estela se encuentra actualmente en la colección del Museo Británico. Si bien las inscripciones biográficas de estos hombres estaban destinadas sobre todo a alabar los logros de sus dueños, no cabe la más mínima duda respecto al hombre que ostentaba toda la autoridad:
Así dice Hetepy: «Era uno amado por mi señor y alabado por el señor de esta tierra y su majestad realmente hizo feliz a este sirviente [es decir, Hetepy]». De hecho, su majestad dijo: «¡No hay nadie quien […] dé (mis) buenas órdenes, sino Hetepy!» y este sirviente lo hizo extremadamente bien y su majestad alabó a este sirviente por ello.Y sus nobles dijeron: «¡Que este rostro los alabe!».
Resulta extremadamente significativo que ya no hubiera nomarcas en el territorio controlado por los soberanos tebanos y que a ninguno de los funcionarios que realizó misiones importantes para estos reyes se les concediera la posibilidad de establecerse como gobernante local mediando entre los intereses de su territorio y las exigencias del rey. El Estado recién fundado no se organizó como una red de magnates semiindependientes apenas en contacto, como sucedió hacia el final del Reino Antiguo, sino como un sistema poderoso basado en unos estrechos lazos de lealtad personal y control estricto.