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Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock

Tags: #Historia

Historia del Antiguo Egipto (62 page)

BOOK: Historia del Antiguo Egipto
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La excavación de los complejos funerarios de Raneferef, Nyuserra, Djekara, Unas (todos de la V Dinastía), Teti, Pepi I y Pepi II (todos de la VI Dinastía) en Sakkara y Abusir ha proporcionado un amplio número de estatuas de cautivos extranjeros, que quizá estuvieran alineadas en los laterales de las calzadas que comunicaban el templo del valle con el templo mortuorio. En fechas ligeramente posteriores, las representaciones de enemigos cautivos se utilizaron en rituales de maldición, como es el caso de las cinco figuras de alabastro de comienzos de la XII Dinastía (actualmente en el Museo de El Cairo), inscritas con textos de execración hieráticos que cuentan con listas de nombres de príncipes nubios acompañados de insultos.

A lo largo de toda la época faraónica y grecorromana, la imagen de un prisionero atado fue un tema popular en la decoración de templos y palacios. La inclusión de cautivos atados en la decoración de los accesorios y muebles de los palacios reales servía para reforzar la idea de que el faraón había terminado con todos los enemigos y, probablemente, también simbolizaba los elementos «incontrolados» que los dioses requerían al rey que dominara. Por este motivo, en algunos templos grecorromanos aparecen filas de dioses cazando con redes pájaros, animales salvajes y enemigos.

El pájaro
rekhyt
(un tipo de avefría o chorlito con una cresta característica) se utilizaba a menudo como símbolo de los cautivos enemigos o de los pueblos sometidos; probablemente, porque sus alas hacia atrás se parecen al jeroglífico de un enemigo cautivo. La primera representación de este pájaro aparece en el registro superior de un relieve de la Cabeza de Maza de Escorpión, de finales del Predinástico (c. 3100 a.C.), que contiene una fila de avefrías colgadas del cuello mediante cuerdas atadas a los estandartes que representan las antiguas provincias del Bajo Egipto. En este contexto, el
rekhyt
parece representar a los pueblos conquistados del norte de Egipto durante el crucial período en el cual el país se transformó en un Estado unificado. No obstante, en la III Dinastía (2686-2613 a.C.) una fila de avefrías aparece representada en su forma tradicional junto a los Nueve Arcos, todos ellos aplastados bajo los pies de una estatua de piedra de Djoser procedente de su Pirámide Escalonada de Sakkara. A partir de este momento, el significado simbólico del pájaro no dejó de ser ambiguo (al menos para los ojos del observador moderno), pues según el contexto puede considerarse que se refiere a los enemigos de Egipto o a los leales súbditos del faraón.

¿Dónde comienza el mundo exterior?

Las tradicionales fronteras físicas de Egipto —los Desiertos Oriental y Occidental, el Sinaí, la costa mediterránea y las cataratas del Nilo al sur de Asuán— fueron suficientes para proteger la independencia del país durante miles de años. Sin embargo, el aspecto quizá más intrigante de la geografía del Antiguo Egipto —sobre todo en cuanto a su actitud hacia África y Asia— es la cuestión de la lenta transformación que sufrió el concepto de dónde comenzaba el mundo exterior. ¿Hasta qué punto, por ejemplo, las zonas situadas fuera del valle del Nilo, pero dentro de las fronteras del Egipto moderno, sobre todo el Desierto Oiental y la península del Sinaí, eran consideradas territorio «no egipcio»?

Los egipcios utilizaban dos palabras para referirse a frontera:
djer
(un límite eterno y universal) y
tash
(una frontera geográfica real, que puede ser marcada por las personas o los dioses). Esta última era esencialmente móvil y, en teoría, todos los faraones tenían la responsabilidad de «ampliar las fronteras» de Egipto, puesto que sus nombres y títulos regios implicaban una zona de dominio político potencialmente ilimitada. La mayor extensión de las fronteras físicas se consiguió durante el reinado de Tutmosis III, en la XVIII Dinastía, cuando se erigió una estela triunfal en el río Eufrates en Asia y otra en Kurgus (entre la quinta y la sexta catarata) en Nubia.

A comienzos del Dinástico Temprano y del Reino Antiguo, la frontera con la Baja Nubia se encontraba tradicionalmente en Asuán, cuyo nombre moderno deriva de la palabra del antiguo egipcio
swenet
(«comercio»), un claro indicio de las posibilidades comerciales que le ofrecía su emplazamiento. La primera catarata, a poca distancia hacia el sur, representaba un importante obstáculo para los barcos del Nilo, por lo tanto, todos los productos tenían que transportarse por la orilla. Esta ruta terrestre al este del Nilo se protegió mediante un inmenso muro de adobe de casi 7,5 kilómetros de longitud, probablemente construido en gran parte durante la XII Dinastía.

No obstante, en la XII Dinastía la frontera con Nubia se encontraba mucho más al sur, en la garganta de Semna, la parte más estrecha del valle del Nilo. Fue aquí, en esta posición estratégica, donde los faraones de la XII Dinastía construyeron cuatro fortalezas de adobe: Semna, Kumma, Semna Sur y Uronarti. Varias «estelas de frontera» erigidas por Senusret III en las fortalezas de Semna y Uronarti describen el completo control de los egipcios sobre la región, incluidas la normas que regulaban las posibilidades de los nubios de comerciar en el valle del Nilo (véase el capítulo 5).

Desde al menos el comienzo de la XII Dinastía, la frontera con Palestina en el delta oriental también estuvo defendida por una serie de fortalezas, conocidas como los «muros del gobernante» (
inebu hekd
). Parece que fue aproximadamente por estas mismas fechas cuando se construyó una fortaleza en Wadi Natrun para proteger el delta occidental de los «libios». Esta política se mantuvo durante todo el Reino Medio, construyéndose más fortalezas durante el Reino Nuevo, entre ellas las de Tell Abu Safa.Tell el Farama, Tell el Heir y Tell el Maskhuta (en la zona oriental) y El Alamein y Zawiyet Umm el Rakham (en la zona occidental).

Pruebas materiales de los primeros contactos con Asia y Nubia

Las pruebas sobre las relaciones comerciales y diplomáticas entre el emergente Estado egipcio, las culturas adyacentes y los Estados vecinos sobreviven a menudo en forma de productos y materias primas exóticas, así como de los recipientes en los que se transportaron. Si bien Egipto era claramente autosuficiente en una amplia diversidad de rocas, plantas y animales, seguía habiendo muchos materiales valiosos que no se podían obtener en el valle del Nilo. La turquesa sólo se podía conseguir en el Sinaí; la plata probablemente en Anatolia o el norte del Mediterráneo, vía Levante; el cobre en Nubia, el Sinaí y el Desierto Oriental; y el oro en el Desierto Oriental y Nubia; mientras que maderas preciosas como el cedro, el junípero y el ébano, así como productos como el incienso y la mirra, se importaban desde el oeste de Asia y el África tropical.

Uno de los productos más apreciados y que más viajaba era el lapislázuli, una piedra azul oscuro veteada con pirita y calcita, conocida por los egipcios como
khesbed
. Se utilizaba para joyas, amuletos y figuritas desde al menos Nagada II (c. 3500-3200 a.C.), pero la principal fuente antigua parece haber estado localizada en Badakhshan, en el noreste de Afganistán (a unos 4.000 kilómetros de Egipto), donde hasta el momento se han identificado cuatro minas antiguas: Sar-i-Sang, Chilmak, Shaga-Darra-i-Robat-i-Paskaran y Stromby. Badakhshan se encuentra en el centro de una amplia red comercial, a través de la cual el lapislázuli se exportaba a lo largo de grandes distancias hasta las primeras civilizaciones del oeste de Asia y el norte de África, sin duda pasando de camino por las manos de muchos intermediarios.

Algunos de los datos arqueológicos más importantes respecto a los más antiguos contactos egipcios con el mundo exterior proceden de los recipientes de cerámica, en los cuales se transportaban muchos bienes (por lo general comida, bebida o cosméticos) desde y hacia el valle del Nilo. El grupo de unos cuatrocientos recipientes cerámicos de estilo palestino encontrados en una de las cámaras de la Tumba U-j, en el Cementerio U (Nagada III) de Abydos (véase el capítulo 4), demuestra que el dueño de esta tumba, miembro de la élite —quizá incluso uno de los primeros soberanos egipcios—, era capaz de ejercer una considerable influencia comercial para conseguir estos bienes funerarios (probablemente jarras de vino). Muy pocos de estos recipientes tienen paralelos en la cerámica procedente de yacimientos contemporáneos de Palestina, de modo que debe de tratarse de tipos fabricados exclusivamente para la exportación. Esta misma tumba albergaba recipientes egipcios de asas onduladas, cuya forma deriva de recipientes palestinos, así como un fragmento de un asa de marfil tallado que parece presentar filas de cautivos asiáticos y de mujeres llevando recipientes de cerámica.

La cerámica encontrada en los asentamientos urbanos de la propia Palestina sugiere que en esta región puede haber existido una floreciente red comercial egipcia desde una fecha tan temprana como la primera fase del Bronce Medio. Se ha sugerido que la expansión de la cultura Nagada hacia la región del delta a finales del Predinástico puede haber sido resultado del deseo de los soberanos del Alto Egipto de conseguir contactos comerciales directos con Palestina, para no tener que adquirir los bienes a través de los intermediarios de Maadi y otros asentamientos del Bajo Egipto. Al menos desde la I Dinastía, el recién unificado Estado egipcio se había expandido más allá del delta, hasta alcanzar el sur de Palestina, con una floreciente ruta comercial que pasaba junto a varios cientos de campamentos y estaciones de paso a lo largo del extremo septentrional de la península del Sinaí (véase el capítulo 4).Varias de las tumbas reales del Dinástico Temprano en Abydos contaban con fragmentos de recipientes palestinos, lo que demuestra que los soberanos de Egipto incluían bienes importados asiáticos en su ajuar funerario.

Aproximadamente en la misma época que los egipcios establecieron los primeros lazos comerciales con los habitantes de la Palestina del Bronce Medio, hacían lo propio con la gente de Nubia (sobre todo para conseguir acceso a los productos exóticos del África tropical, así como a los recursos minerales de la propia Nubia). Los restos arqueológicos de este pueblo, al cual George Reisner llamó «Grupo A», se han conservado en toda Nubia, desde en torno a 3500 a.C. hasta 2800 a.C. Los ajuares funerarios incluyen a menudo recipientes de piedra, amuletos y artefactos de cobre importados de Egipto, lo cual no sólo ayuda a fechar las tumbas, sino que también demuestra que el Grupo A mantenía contactos comerciales regulares con los egipcios del Predinástico y del Dinástico Temprano. Bruce Williams ha expresado la controvertida sugerencia de que fueron en realidad las primeras jefaturas del Grupo A las responsables de la aparición del Estado egipcio, lo cual ha refutado la mayor parte de los especialistas (véase el capítulo 4).

La riqueza y cantidad de objetos importados parece incrementarse en las tumbas más tardías del Grupo A, lo que sugiere un crecimiento sostenido de los contactos entre ambas culturas. Resulta evidente que yacimientos como Klior Daoud (donde no hay restos de asentamiento, aunque sí cientos de silos con recipientes cerámicos de la cultura Nagada que contuvieron en su momento cerveza, vino, aceite y quizá queso) eran puestos comerciales en los cuales tenía lugar el intercambio de bienes entre los egipcios de finales del Predinástico, el Grupo A y los nómadas del Desierto Oriental. A juzgar por algunas de las ricas tumbas de los cementerios de Sayaia y Qustul, que atesoran bienes de prestigio importados de Egipto, la élite del Grupo A obtenía grandes beneficios de su papel como intermediaria en la ruta comercial africana. No obstante, un grabado rupestre en la Baja Nubia, en Gebel Sheikh Suleiman (en la actualidad expuesto en el Museo de Jartún), parece recoger una campaña de la I Dinastía en un punto tan meridional como la segunda catarata, lo que sugiere que en esta época los contactos con el Grupo A se volvieron algo más militares.

Durante la I Dinastía parece haberse producido en la Baja Nubia un severo proceso de empobrecimiento, probablemente como resultado de la depredación producida por la explotación económica egipcia de la zona. Se ha sugerido que pudo existir una regresión forzada hacia el pastoreo (quizá debida en parte a los cambios medioambientales) o incluso que la población nubia local abandonó temporalmente la región, quizá trasladándose hacia el sur para regresar después como el llamado Grupo C (antaño considerado como bastante alejado del Grupo A, pero que ahora parecen tener varios rasgos culturales en común).

Las gentes del Grupo C son aproximadamente sincrónicas con el período de la historia egipcia que va desde mediados de la VI Dinastía hasta comienzos de la XVIII Dinastía (c. 2300-1500 a.C.). Entre sus principales características arqueológicas figuran la cerámica de borde negro realizada a mano, con decoración incisa rellena de pigmento blanco, así como objetos importados de Egipto. Su modo de vida parece haber estado dominado por la cría de ganado, mientras que su sistema social es probable que fuera esencialmente tribal (hasta que comenzaron a integrarse en la sociedad egipcia). A principios de la XII Dinastía los egipcios se apoderaron de su territorio de la Baja Nubia, quizá en parte para impedirles que establecieran contacto con la más sofisticada cultura Kerma, que había aparecido en la Alta Nubia (véase el capítulo 8).

El reino de Punt

Los contactos egipcios con África se ampliaron de forma gradual hasta llegar más allá de la Baja y la Alta Nubia, alcanzando la región del este de África que describen como Punt. Allí se enviaron expediciones comerciales desde al menos la V Dinastía (2494 a.C.) para conseguir productos como oro, resinas aromáticas, maderas oscuras, ébano, marfil, esclavos y animales salvajes (por ejemplo monos y babuinos cinocéfalos). En el Reino Nuevo este tipo de expediciones se representaban en templos y tumbas, donde se muestra a los habitantes del Punt como gentes de tez rojiza oscura y rasgos delicados; en las pinturas más antiguas aparecen representados con el cabello largo, pero a partir de finales de la XVIII Dinastía adoptaron un peinado más corto. La última información segura de una expedición al Punt data de Ramsés III, soberano de la XX Dinastía.

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