John Carter de Marte (13 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: John Carter de Marte
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Nos condujeron a través de una gran sala en la que varios morgors estaban reunidos alrededor de una mesa en la que otra criatura estaba sentada. Todos los morgors me parecían iguales, pues aparentemente carecían de características especiales en sus rostros y cuerpos, pero pude reconocer a Haglion entre todos los que estaban de pie ante el escritorio. Era Haglion quien había comandado la nave que me había traído desde Marte.

U Dan y yo fuimos detenidos a cierta distancia del grupo y pudimos ver a otros dos marcianos rojos entrar en la sala; un hombre y una joven. La joven era realmente hermosa.

—¡Vaja! —exclamó U Dan. No necesité esta evidencia para saber quién era.

También estaba seguro de que el hombre era Multis Par, Principe de Zar. Aparecía nervioso y alicaído, aunque la arrogancia natural de aquel hombre estaba estampada sobre su figura.

A la exclamación de U Dan uno de los guardianes siseó:

—¡Silencio cosa!

La mirada de Vaja se tornó incrédula cuando reconoció a mi compañero y dio un impulsivo paso hacia él, pero un guerrero alargó su brazo y la retuvo. La débil sombra de una maliciosa sonrisa afloró a los finos labios de Multis Par.

El hombre sentado al escritorio dio una orden, y nos obligaron a formar una línea frente a él. No se diferenciaba en apariencia de los otros morgors ni llevaba ornamentos. Sus correajes y armas eran sencillas pero útiles. Estaban marcadas con un jeroglífico que difería de las otras marcas en los correajes de los otros morgors, y cada una de las marcas de los otros diferían entre sí. No supe qué significaban pero luego supe que cada jeroglífico indicaba el nombre, rango y título del que lo llevaba. El jeroglífico de este sujeto era el de Bandolian, Emperador de los Morgors.

Frente al Bandolian, sobre el escritorio, había un gran mapa que reconocí al instante como de Barsoom. Era evidente que el Bandolian y sus estado mayor habían estado estudiándolo. Cuando U Dan y yo nos detuvimos frente al escritorio con Vaja y Multis Par, el caudillo miró fijamente al Principe de Zor.

—¿Quién es aquél —preguntó— al que llaman Señor de la Guerra de Barsoom?

Multis Par me señaló y el Bandolian volvió sus fríos ojos hacia mí. Fue como si la Muerte me mirase y me marcara como de su propiedad.

—Tengo entendido que tu nombre es John Carter —me dijo.

Yo asentí con la cabeza.

—Aunque eres de una casta inferior, espero que estés imbuido de algún tipo de inteligencia. Es a esta inteligencia a la que le daré mis órdenes. Pretendo invadir y conquistar Barsoom (él lo llamó Garobus) y te ordeno que cooperes por completo en ayudarme a mí y a mi estado mayor con toda la información militar que poseas relativa a las principales fuerzas de Garobus, especialmente de aquellas que pertenecen a ese lugar conocido como Imperio de Helium. A cambio, te dejaré con vida.

Le miré por un momento, y luego me reí en su cara. La débil ilusión de un rubor pasó por su cara.

—¡Te atreves a reírte de mí! —gritó.

—Esa es mi respuesta a tu oferta —le dije.

Bandolian estaba furioso.

—¡Lleváoslo y destruidlo! —ordenó.

—¡Espera, Gran Bandolian! —intervino Multis Par—. Sus conocimientos son indispensables para ti y tengo un plan del que podrías sacar gran provecho.

—¿De qué se trata? —le preguntó el Bandolian.

—Tiene una compañera a la que adora. Retenía y él pagará cualquier precio por recuperarla sin que sufra daño alguno.

—No el precio que el morgor pide —le dije a Multis Par—, y si la raptan y la traen aquí, te garantizo tu muerte.

—Es suficiente —nos interrumpió el Bandolian—. Lleváoslos fuera de aquí.

—¿Podemos destruir al llamado John Carter? —le preguntó el oficial que mandaba el destacamento que nos habían traído hasta la sala de audiencias.

—Por ahora no —le respondió el Bandolian.

—Ha golpeado a un morgor —le dijo Haglion—. Era un oficial.

—También morirá por eso —replicó el caudillo.

—Eso supondría dos muertes… —le dije.

—¡Afuera con ellos! —gritó el Bandolian.

Cuando nos sacaban, Vaja y U Dan se miraron intensamente.

V

PODRÍA SER UN TRAIDOR

Zan Dar, el savator se sorprendió al vernos regresar a la celda de la que habíamos salido hacía tan poco tiempo.

—No esperaba volver a veros de nuevo —nos dijo—¿Qué ha sucedido?

Le expliqué brevemente lo que había ocurrido durante la audiencia, añadiendo:

—Me han devuelto a la celda a la espera de mi muerte.

—¿Y tú, U Dan?—le preguntó.

—Ignoro qué harán conmigo —le respondió U Dan—. El Bandolian no me prestó la más mínima atención.

—Tendrá algún motivo, puedes estar seguro. Es probable que piense romper tu voluntad dejándote ver a la joven que amas, en la creencia que eso influirá en John Carter para que acceda a sus demandas. John Carter vive sólo porque el Bandolian espera vencer su resistencia más adelante.

El tiempo pasaba lentamente en aquella celda bajo la ciudad morgor. No había forma de medir su paso. Además, tanto nos habría dado que hubiéramos estado en la superficie, ya que no hay noches en Júpiter. Es siempre de día. El Sol, a setecientos veinticuatro millones de kilómetros de distancia, derrama muy poca luz sobre el planeta, aun cuando está expuesto por completo a la luz de la estrella que constituye el centro de nuestro sistema solar; sin embargo, esta escasa luz se ve oscurecida por la densa capa de nubes que envuelve este remoto mundo. Incluso este pequeño filtro se ve neutralizado por las gigantescas antorchas volcánicas que cubren la totalidad del planeta con luz diurna. Aunque Júpiter rota sobre su eje en menos de diez horas, su superficie está iluminada por toda la eternidad.

U Dan y yo aprendimos muchas cosas relativas al planeta gracias a Zan Dar. Nos habló de las vastas áreas marinas que están en constante agitación como resultado de la continua traslación de las cuatro grandes lunas que rodean a Júpiter a cuarenta horas, ochenta y cinco horas, ciento setenta y dos horas, y cuatrocientas horas respectivamente mientras el planeta efectúa una rotación completa en nueve horas y cincuenta y cinco minutos. Nos contó sobre vastos continentes y enormes islas, y pudimos imaginárnoslas perfectamente, ya que un cálculo aproximado nos daba un área de veintitrés mil millones de kilómetros cuadrados para el planeta.

Como el eje de Júpiter es casi perpendicular al plano de su movimiento, poseyendo sólo una inclinación de unos tres grados, no debe poseer una gran variedad de estaciones, de manera que sobre su enorme superficie existe un clima, humedad y calor uniformes, iluminada y calentada perpetuamente por los innumerables volcanes que la cubren. Y aquí estaba yo, un aventurero que había explorado dos mundos, encerrado en un calabozo subterráneo bajo el más magnifico y misterioso planeta de nuestro sistema solar. Era para volverse loco…

Zan Dar nos habló del continente en el que estábamos. Era el más grande y constituía el hogar ancestral de los morgors. Desde él partían para conquistar el resto de su mundo. Los países conquistados, gobernados por lo que podía definirse como un Gobernador Militar Morgor, pagaban tributo en mercancías manufacturadas, comida y esclavos. Quedaban pequeñas zonas, consideradas de poco valor por los morgors, que todavía eran libres y disfrutaban de su propio gobierno. Una de estas áreas, nos dijo Zan Dar, era una remota isla llamada Zanor.

—Es una tierra de tremendas montañas y espesos bosques con árboles de gran altura y tamaño —nos contó—. Gracias a nuestras montañas y nuestros bosques es una tierra fácil de defender contra una flota enemiga.

Cuando nos dijo la altura de algunos de los elevados picos de Zanor, nos resultó difícil creerle: a una altura de treinta kilómetros sobre el nivel del mar se alzaba la majestuosa reina de las montañas de Zanor.

—Los morgors han enviado muchas expediciones contra nosotros —prosiguió Zan Dar—. Han puesto el pie en algún valle pequeño, y allí, rodeados de montañas que son como el hogar para nosotros y desconocidas para ellos, quedan a nuestra merced. Los hacemos prisioneros literalmente uno a uno, hasta que su número queda tan reducido que deben retirarse. También matan a muchos de los nuestros, y hacen prisioneros. Yo fui capturado en una de sus incursiones. Si tuvieran una gran cantidad de naves y hombres podrían conquistarnos; pero nuestra tierra no merece para ellos ese gran esfuerzo, y creo que prefieren mantenernos en esa situación y utilizarnos para las practicas en guerrillas de sus alumnos.

No sé cuánto tiempo llevábamos confinados cuando Multis Par apareció en la celda con un oficial y un pelotón de soldados. Se presentó para exhortarme a que cooperara con el Bandolian.

—La invasión y conquista de Barsoom es inevitable —me dijo—. Si ayudas al Bandolian, podrás mitigar el horror de una larga guerra para los habitantes de Barsoom. Así servirás mejor a nuestro mundo, que manteniéndote en esa estúpida e irrazonable postura.

—Pierdes tu tiempo —le dije.

—¡Pero nuestras propias vidas dependen de ti! —me gritó—Tu y U Dan, Vaja y yo. ¡Todos moriremos si te niegas! La paciencia del Bandolian casi se ha agotado.

Miré pensativo a U Dan.

—No podríamos morir por una causa mejor —intervino U Dan para mi sorpresa—. Yo moriría como penitencia por el trance en el que he puesto a John Carter.

—¡Sois dos locos! —exclamó Multis Par enfurecido.

—Al menos no seremos traidores —le recordé.

—Morirás, John Carter —gruñó—. Pero antes de morir verás a tu compañera en las garras del Bandolian. Han ido a buscarla. Bien, si cambiáis de idea, enviadme vuestro mensaje a través de los que os traen vuestra comida.

Salté hacia adelante y lo golpeé. Lo habría matado si los morgors 110 hubieran entrado rápidamente en la celda.

Así que habían enviado a buscar a Dejah Thoris… y yo estaba indefenso. La encontrarían. Sabía como la harían venir… asegurándole que sólo con su cooperación podría evitar mi muerte inmediata. Me pregunté si vencerían. ¿Podría yo, en última instancia, sacrificar la vida de mi amada princesa o la libertad de mi país de adopción? Francamente, 110 lo sabía; pero tenía el ejemplo de U Dan para guiarme. Él había sacrificado su patriotismo por el amor. ¿Qué haría yo?

El tiempo pasó en la oscura celda, donde 110 existía la noción del tiempo. Preparamos innumerables planes de huida, todos fútiles. Improvisamos juegos que mitigaron la monotonía de nuestra solitaria existencia. Sin embargo, U Dan y yo aprendíamos más cosas del gran planeta gracias a Zan Dar, y él conocía gracias a nosotros lo que había más allá de la eterna envoltura nubosa que ocultaba a los habitantes de Júpiter del Sol, los otros planetas, las estrellas, y sus propias lunas. Todo lo que Zan Dar sabía hasta el momento era lo que había podido escuchar aquí y allá de los morgors cuando hablaban de sus viajes interplanetarios. Los conocimientos de astronomía de los morgors sólo eran ligeramente inferiores a su interés por la materia, prácticamente nulo. Los morgors sólo tenían un interés en la vida: la guerra, la conquista y la matanza\1.

Al fin algo rompió la monotonía mortal de nuestras vidas: un nuevo prisionero fue introducido en nuestra celda. ¡Y era un morgor! La situación se tornó embarazosa. Si la situación hubiera sido a la inversa, y allí hubiera habido tres morgors y un terrestre, no cabía duda del tratamiento que hubiera recibido el último. Habría sido ignorado, maltratado y humillado. El morgor se esperaba este tratamiento. Se alejó hacia un rincón de la celda y esperó lo que tenía motivos para esperar.

U Dan, Zan Dar y yo discutimos la situación en susurros. Fue un momento terrible para el morgor. Los tres decidimos tratar a la criatura simplemente como a un compañero prisionero hasta que su propia conducta nos guiara. Zan Dar fue el primero en romper el hielo. De forma amistosa le preguntó qué mala fortuna le había puesto en esa situación.

—Maté a uno que tenía gran influencia en el palacio del Bandolian —replicó, y mientras hablaba se acercó a nosotros—. Por ello, moriré en los ejercicios de graduación de la próxima clase. Sin duda alguna, moriremos todos juntos —añadió con una risa hueca—. A no ser que escapemos.

—Entonces moriremos —dijo Zan Dar.

—Quizá —replicó el morgor.

—Nadie escapa de las prisiones morgor —dijo Zan Dar.

Yo me sentía interesado en una palabra: «quizá». Me pareció dicha con intención, así que tomé la determinación de hacer hablar a aquel esqueleto animado. No perdía nada y podía conducirnos a algo bueno. Le dije mi nombre y el de mis compañeros, luego le pregunté el suyo.

—Vorion —me respondió—. Pero no necesito que tú te presentes, John Carter. Nos hemos visto antes. ¿No me reconoces? —admití que no. Vorion rió—. Yo te abofeteé la cara y tú me golpeaste y me lanzaste a través de la nave. Fue un buen golpe. Durante un tiempo creyeron que había muerto\1.

—Oh, eres uno de mis instructores. Creo que te gustará saber que puedo morir a causa de aquel golpe.

—Quizá no —me dijo Vorion.

De nuevo aquel «quizá». ¿En qué estaría pensando?

Para nuestra sorpresa, Vorion demostró no ser un mal compañero. Sentía un gran rencor hacia el Bandolian y los poderes que le habían condenado a su encarcelamiento y muerte. Aprendí de él que la aparente veneración y lealtad que mostraba el pueblo por el Bandolian era un asunto de disciplina. En el fondo de su corazón, Vorion tenía a aquel ser por un monstruo de crueldad y tiranía.

—El miedo y las generaciones de condicionamiento son las que sostienen nuestra lealtad —dijo.

Después de permanecer con nosotros durante un tiempo, me dijo:

—Los tres os habéis portado correctamente conmigo. Podíais haber hecho mi vida aquí dentro una existencia miserable; y no podría recriminaros nada si lo hubierais hecho, pues debéis de odiarnos a los morgors.

—Estamos en el mismo barco —le dije—. No ganaríamos liada luchando entre nosotros. Si trabajamos juntos quizá… —utilicé su propio «quizá», Vorion asintió.

—Ya había pensado que podríamos trabajar juntos —me dijo.

—¿Con qué fin? —le pregunté.

—Escapar.

—¿Es posible?

—Quizá.

U Dan y Zan Dar estaban escuchando. Vorion se volvió hacia el último.

—Si somos capaces de escapar—le dijo—, vosotros tres tendréis un país a donde ir con la seguridad de encontrar asilo, mientras que yo sólo puedo esperar la muerte sobre el suelo de cualquier país de Eurobus. Si podéis prometerme la salvación en vuestro país… —se detuvo, evidentemente esperando la reacción de Zan Dar.

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