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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Ciencia Ficción

John Carter de Marte (15 page)

BOOK: John Carter de Marte
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Afortunadamente para mí y para Dejah Thoris y Vaja, se trataba de la habitación correcta. Las dos jóvenes estaban allí, pero 110 solas. Un hombre sujetaba a Dejah Thoris entre sus brazos, sus labios buscando los de ella. Vaja lo golpeaba fútilmente en la espalda y Dejah Thoris forcejeaba por apartar su rostro del de él.

Cogí al hombre por el cuello y lo lancé a través de la habitación, luego señalé a la ventana y a la nave y empujé a las chicas para que lo abordaran lo más rápido posible. No necesitaron una segunda invitación; mientras ellas cruzaban la sala hacía la ventana, el hombre se alzó y se enfrentó a mí. Era Multis Par. Me reconoció y empalideció; luego sacó su espada y simultáneamente comenzó a gritar llamando a la guardia.

Viendo que estaba desarmado vino hacia mí. No podía volverme y correr hacia la ventana; no habría corrido mucho antes de que me hubiera alcanzado; así que decidí otra cosa mejor. Cargué contra él. Este acto aparentemente suicida le confundió, pues le hizo dudar, pero cuando estaba cerca de él, embistió. Detuve su ataque con mi antebrazo, aproveché para aproximarme más y mis dedos aferraron su garganta. Como un loco, soltó la espada y agarró mis dedos para liberarse. Podría haber utilizado la espada para atravesarme el corazón, pero tuve que correr ese riesgo.

Podría habar acabado con él en ese momento si la puerta de la habitación 110 se hubiera abierto de golpe para dar paso a una docena de guerreros morgor. ¡Me quedé asombrado! ¡Después de todo lo que habíamos hecho, íbamos a acabar así! No, todos no. Grité a U Dan:

—¡Cierra la puerta y marchaos! ¡Es una orden!

U Dan vaciló. Dejah Thoris estaba a un lado con una mano extendida hacia mí y una indescriptible expresión de angustia en su cara. Dio un paso adelante como si quisiese abandonar la nave. U Dan la detuvo rápidamente y luego el aparato se alejó lentamente. La puerta se cerró y de nuevo la nave se hizo invisible.

Todo esto ocurrió en unos pocos segundos, mientras yo seguía apretando la garganta de Multis Par. Su respiración entrecortada y sus ojos desorbitados me indicaban que en un momento más moriría; luego los morgors cayeron sobre mí y me apartaron de mi presa.

Mis captores me sujetaron firmemente y no sin razón pues noqueé a tres de ellos antes de que me redujeran. ¡Si hubiera tenido una espada!

¡Cuánto habría dado por tener una! Pero estaba reducido y me golpeaban mientras me arrastraban por la torre. Sonreí, pues era feliz; Dejah Thoris había podido escapar de las garras de los hombres esqueleto y estaba, al menos temporalmente, a salvo. Era una buena causa de regocijo.

Fui introducido en una pequeña y tenebrosa celda en la torre; me maniataron y encadenaron a un muro. Una pesada puerta se cerró ruidosamente cuando mis captores salieron. Oí una llave chasquear en la maciza cerradura.

VII

PHO LAR

En confinamiento solitario, sin la más mínima luz, uno se entrega por entero a sus propios pensamientos para mitigar el aplastante aburrimiento… un aburrimiento que, en algunos casos, ha llevado a la locura a aquellos que poseen una fuerza de voluntad débil y nervios delicados. Pero mis pensamientos eran agradables; veía a Dejah Thoris a salvo camino de un país amigo a bordo de una nave invisible, aquella con la que había llevado a cabo su rescate, y sabía que tres de aquellos que la acompañaban eran amigos, y que uno de ellos, U Dan, estaba dispuesto a dar su vida si fuera necesario para protegerla. En cuanto a Vorion, no podía saber qué actitud tomaría. Mi propia situación no me preocupaba. Admito que parecía un tanto desesperada, pero me ya había encontrado en circunstancias parecidas y me las había arreglado para sobrevivir y escapar. Estaba vivo, y mientras tuviera vida no abandonaría la esperanza. Soy un optimista nato, cosa que, creo, me proporciona la actitud mental adecuada para enfrentarme a los reveses de la vida.

Afortunadamente, no estuve mucho tiempo en la oscura celda. Había dormido un poco, no sé cuánto, y estaba bastante hambriento cuando un destacamento de guerreros llegó a buscarme, hambriento y sediento, pues no me habían dado alimento ni agua desde que fui encerrado.

No me llevaron al Bandolian esta vez, sino aunó de sus oficiales, un feo esqueleto que continuamente abría y cerraba las mandíbulas con un sonido desagradable. La criatura era la mismísima Muerte reencarnada. Por el modo de preguntarme inferí que era el fiscal mayor. Me miró en silencio desde sus aparentemente huecas órbitas durante un interminable minuto antes de hablar; luego me señaló.

—¡Cosa —dijo—, por mucho menos de lo que has hecho te espera la muerte… muerte tras la tortura!

—No necesitas gritarme —le dije—, no soy sordo.

Esto le irritó y golpeó su escritorio.

—Por tu imprudencia y falta de respeto seremos aún más crueles contigo.

—No puedo sentir respeto a algo que no me respeta —le dije—. Respeto sólo a los que merecen mi respeto. Evidentemente, no puedo respetar a un saco de huesos mal educado.

Ni yo mismo sabía por qué lo enfurecía deliberadamente. Quizá sea una debilidad mía para con mis enemigos estúpidos; sé que se trata de una insensatez y que puedes llegar a correr un importante riesgo, pero he aprendido que en muchas ocasiones desconcertar al enemigo conlleva cierta ventaja. En aquel momento, aquello supuso un éxito en parte: la criatura estaba furiosa y durante algún tiempo se quedó muda, luego sacó su espada y se puso en pie. Mi situación no tenía nada de envidiable. Estaba desarmado y la criatura se me enfrentaba con una rabia incontrolable. Sumado a todo esto, había tres o cuatro morgors más en la sala. Dos de ellos me sujetaban por los brazos… uno a cada lado. Estaba tan indefenso como una oveja en el matadero. Pero antes de que mí posible ejecutor cruzara el escritorio para golpearme con su espada, otro morgor entró en la sala.

El recién llegado miró la escena y gritó.

—i Alto, Gorgum!

La cosa que se precipitaba sobre mí dudó un momento y luego bajó su espada.

—La criatura se merece la muerte —dijo Gorgum irritado—. Me desafió e insultó… ¡a mí, a un oficial del Gran Bandolian!

—La venganza pertenece al Bandolian —le dijo el otro—, y tiene otros planes para este gusano insolente. ¿Qué le has preguntado?

—Estaba tan ocupado gritándome que no ha tenido apenas tiempo de interrogarme —le dije.

—¡Silencio, ser inferior! —gritó de nuevo—. Entiendo muy bien —le dijo a Gorgum—, que tu paciencia haya sido rota, paro hay que respetar los deseos del Gran Bandolian. Procede con el interrogatorio.

Gorgum devolvió su espada a la funda y regresó a su escritorio.

—¿Cuál es tu nombre? —me preguntó.

—John Carter, Príncipe de Helium —respondí.

Un escriba a un lado de Gorgum lo anotó en un grueso libro. Supuse que allí se anotaban todas las preguntas y la respuestas, pues así hizo durante todo el interrogatorio.

—¿Cómo habéis escapado, tu y los otros conspiradores, de la celda donde estabais confinados? —preguntó Gorgum.

—A través de la puerta —repliqué.

—Eso es imposible. La puerta estaba cerrada antes y después de vuestra fuga.

—¿Si sabes tanto por qué me interrogas?

Las mandíbulas de Gorgum sonaron más violentamente que nunca.

—¿Ves Horur —dijo agriamente, volviéndose hacia al otro oficial— la insolencia de esta criatura?

—¡Responde a la pregunta del noble Gorgum! —gritó Horur—. ¿Cómo pasasteis a través de la puerta cerrada?

—No estaba cerrada.

—¡Estaba cerrada! —gritó Gorgum.

Me encogí de hombros.

—¿De qué sirve esto? —le pregunté—. Llevo un montón de tiempo respondiendo preguntas de alguien que sabe más que yo sobre el asunto, no obstante no haber estado allí.

—Oiré entonces, de tus propias palabras, cómo escapaste de la celda —dijo Horur con tono de voz irritado.

—Abrimos la cerradura.

—¡Eso es imposible! —bramó Gorgum.

—Entonces aún estaríamos en la celda —le dije—. Quizá sería mejor que fueras y miraras.

—Así no llegaremos a ningún lado —gruñó Horur.

—… y rápidamente.

—Yo interrogaré al prisionero —dijo Horur—. Te concedo que dices lo cierto respecto a la fuga.

—Muy agudo por tu parte.

Ignoró el comentario.

—No puedo apreciar la importancia de este detalle. Lo que realmente me interesa saber es dónde están tus cómplices y las dos hembras prisioneras. Multis Par dice que escaparon en una nave… probablemente una de las que robaron del aeródromo.

—No sé dónde están.

—¿No sabes tampoco a dónde planeaban ir?

—Si lo supiera, tampoco lo diría.

—Te ordeno que me respondas, bajo pena de muerte.

Me reí de la criatura.

—Vuestra intención es matarme de todas maneras, así que vuestras amenazas no me impresionan.

Horur controlaba su temperamento mejor que Gorgum pero pude ver que esto no le dejaba indiferente.

—Podrías conservar tu vida si fueras más cooperante —me dijo—. El Gran Bandolian así lo espera de ti. Dinos dónde planean ir tus cómplices, promete tu ayuda al Gran Bandolian para su conquista de Helium y tu vida será respetada.

—No —respondí.

—¡Espera! —urgió Horur—. El Bandolian puede hacer más. Tras su conquista de Helium os permitirá a tu compañera y a ti volver a vuestro país y te nombrará alto oficial del nuevo gobierno que pretende establecer allí. Si rehúsas serás destruido; tu compañera será cazada y te prometo que encontrada. Su destino será peor que la muerte. Harás mejor en considerarlo.

—No necesito pensarlo. Puedo darte ahora una respuesta definitiva a tus dos preguntas… mi irrevocable respuesta es: Nunca.

Si Horur hubiera tenido labios, sin duda se los habría mordido. Me miró durante un largo minuto, y luego me dijo:

—¡Loco! —después se volvió hacia Gorgum—. Dadle un lugar junto a lo que están reservados para las próximas clases —luego salió de la sala.

Poco después me llevaron a un edificio localizado a cierta distancia de donde habíamos estado encarcelados anteriormente y me encerraron en una gran celda con otros veinte prisioneros, todos ellos savators.

—¿Qué haces aquí? —me preguntó uno de los compañeros de celda, cuando mi escolta me dejó y cerró la puerta—. ¡Un hombre con la piel roja! No eres un savator. ¿Quién eres compañero?

No me gustaron sus miradas ni el tono de voz. No quería tener problemas con la gente con la que estaba encerrado y quizá destinado a morir; así que me alejé unos pasos del que había hablado y me senté en un banco al otro lado de la celda, que era bastante grande. Pero el muy estúpido me siguió y se paró frente a mí en actitud bravucona.

—Te he preguntado que quién eres —dijo provocativo—, y cuando Pho Lar pregunta algo, quiere una respuesta rápida. Soy el que manda aquí —miró a su alrededor, a los otros—. ¿No es cierto?

Se produjeron algunos gruñidos afirmativos. Pude ver entonces que este tipo no era precisamente popular. Era un hombre de considerable musculatura y la recepción que le había dado a un recién llegado testificaba el hecho de que era un matón. Era evidente que había atemorizado a los otros.

—Me parece que buscas problemas, LoPhar —le dije—, pero no yo. No quiero tener ninguno.

—Mi nombre es Pho Lar, muchacho.

—¿Qué más da? Serías igualmente un necio.

Los demás prisioneros sintieron una repentina curiosidad por la conversación. Algunos sonrieron burlonamente.

—Veo que tendré que colocarte en tu lugar —me dijo Pho Lar, avanzando hacia mí lleno de ira.

—No quiero problemas contigo —le dije—. Ya es malo estar prisionero, como para andar teniendo desavenencias con los compañeros de celda.

—Evidentemente eres un cobarde —me dijo Pho Lar—. Si te arrodillas y me pides perdón, no te haré daño.

No tuve más remedio que reírme ante esto, lo que puso al tipo furioso; se acercó hacia mí. Vi que era el típico matón de feria… un cobarde en el fondo. Sin embargo, no llegó a atacarme. Para salvar las apariencia, volvió a amenazarme.

—No me hagas enfadar —me dijo—. Cuando estoy enfadado no controlo mi propia fuerza. Podría matarte.

—Quizá esto pueda enfurecerte —le abofeteé la cara con la mano abierta.

Le di tan fuerte que cayó al suelo. Podía haberle dado más fuerte. Era un golpe más moral que físico. La sangre se agolpó en su rostro azul hasta volverlo púrpura. Si quería continuar en su posición de jefe, tal y como se había descrito a sí mismo, debía acabar conmigo. Los otro prisioneros se acercaron y nos rodearon. Miraban alternativamente hacia mí y hacia Lar con ávida anticipación.

Pho Lar tenía que reaccionar de alguna manera ante aquella bofetada. Se precipitó sobre mí y me golpeó torpemente. Mientras esquivaba sus golpes, advertí que era un hombre muy fuerte pero carente de cualquier técnica de lucha y de experiencia. Determiné darle una lección que no pudiera olvidar. Podía haberle noqueado a los pocos segundos de comenzar nuestra pelea, pero preferí jugar con él. Me contenté con darle otra bofetada. Me respondió con un directo que esquivé, luego le abofeteé de nuevo,., un poco más fuerte esta vez.

—¡Buen golpe! —exclamó uno de los prisioneros.

—¡A por él, hombre rojo! —gritó otro.

—¡Mátale! —gritó un tercero.

Pho Lar intentó un gancho, pero lo cogí de la muñeca, retorciéndosela y haciéndole saltar sobre mi espalda. Golpeó pesadamente contra el suelo de grava. Se quedó allí durante un momento, y al ponerse en pie lo golpeé en la cabeza y lo volví a tirar. Esta vez tardó más en alzarse; así que lo levanté y lo golpeé en la barbilla. Estaba derrotado. Pasé sobre él y fui a sentarme.

Los prisioneros se agolparon a mi alrededor. Podía ver que habían estado esperando esta afortunada escena desde hacía mucho tiempo.

—Pho Lar llevaba mucho tiempo buscando un escarmiento —me dijo uno.

—¿Quién eres? ¿De dónde vienes?

—Mi nombre es John Carter. Soy de Garobus.

—He oído hablar de ti —dijo uno—. Creo que todos hemos oído de ti. Los morgors están furiosos porque les engañaste fácilmente. Supongo que sabrás que morirás con nosotros. Mi nombre es Han Du.

Extendió una mano hacia mí. Era la primera vez que había visto este gesto amistoso desde que dejé la Tierra. Los marcianos posan un brazo en tu espalda. Le di la mano.

—Encantado de conocerte Han Du —le dije—. Si hay otros como Pho Lar es muy probable que necesite un amigo.

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