—¿Qué diablos era eso? —exclamé—, ¿Qué era? ¿Y por qué me atacó?
Han Du señaló hacia arriba. Miré. Sobre nuestras cabezas, al final de un grueso tronco, colgaba un repugnante capullo… una cosa horrible. En el centro tenía una gran boca armada con muchos dientes y sobre la boca sobresalían dos horribles ojos sin párpados.
—Había olvidado —me dijo Han Du— que tú no eres de Eurobus. Quizás no hay árboles como éste en tu mundo.
—Ciertamente no —le aseguré—. Algunos que comen insectos, como los atrapamoscas de Venus, pero no devoran hombres.
—Debes estar siempre alerta cuando entres en uno de estos bosques —me advirtió—. Estos árboles están vivos, y son como animales carnívoros. Tienen un sistema nervioso y un cerebro y la creencia general es que disponen de un lenguaje y hablan unos con otros.
Justo entonces sonó un tremendo grito sobre nosotros. Miré, esperando ver a alguna extraña bestia de Júpiter sobre mi cabeza, pero no se trataba más que del repugnante capullo devorahombre con los labios y ojos saltones. Han Du rió.
—Su sistema nervioso es muy primitivo —me dijo— y, por tanto, su reacción es muy lenta y tardía. Le ha hecho falta todo este tiempo para que el dolor de mi espada cortando llegara a su cerebro.
—La vida de un hombre no está segura en este bosque en ningún momento.
—Tienes que estar siempre en guardia —admitió Han Du—. Si has de dormir alguna vez en el bosque, haz una hoguera. Los capullos no aguantan el humo. Se cierran y no pueden atacarte, pero procura que tu fuego no se apague.
La vida vegetal de Júpiter, prácticamente desprovista de luz solar, ha crecido en una líneas completamente divergentes a las de la Tierra. Casi todas las plantas tienen algo de animal y muchas son carnívoras. Las más pequeñas devoran insectos, las grandes, sin embargo, son capaces de capturar animales de considerable tamaño, tal y como nos habían mostrado las antropófagas aquellas que Han Du me señaló. Atrapaban y devoraban siempre a los animales más grandes que existían sobre aquel extraño planeta. Establecimos guardias por parejas, encendimos hogueras y nos tumbamos para dormir. Uno de los hombres tenía un cronómetro que servía para informarle de cuándo tenía que relevarle el siguiente turno. En esta forma, todos hacíamos turnos de guardia y descansábamos. Cuando todos hubimos descansado, avivamos las hogueras y algunos hombres fueron a cortar ramas de los árboles vivientes que pelaron y asaron. Sabían a carne de ternera. Luego hablamos de nuestros planes para el futuro. Se decidió que nos dividiéramos en grupos de dos o tres y nos separáramos, de manera que algunos tuviéramos la oportunidad de escapar a la captura de nuevo, Decían que los morgors nos estarían dando caza durante mucho tiempo. Yo les sugerí que sería mejor que permaneciéramos juntos; seríamos diez invencibles brazos armados. Sin embargo, como los países de procedencia de mis compañeros estaban muy separados, y naturalmente cada uno pensaba en la posibilidad de volver a sus propias casas, era necesario que nos separáramos.
Era una suelte que el país de Kan Du estuviera en dirección a Zanor, al igual que el de de Pho Lar, así que los tres mejores del grupo nos alejamos juntos para buscar el lejano Zanor en un planeta de más de treinta y cuatro mil millones de kilómetros cuadrados de superficie. Aquello era algo que me costaba mucho asimilar, y así se lo dije a Han Du. Me dijo que lo acompañara a su país, donde sería bienvenido… si teníamos la buena fortuna de encontrarlo, pero yo le aseguré que jamás cesaría de buscar Zanor y a mi compañera.
HACIA ZANOR
No quisiera aburriros contándoos esta parte de mi odisea hasta que finalmente encontramos una de las ciudades del país de Han Du. Avanzamos lo más aprisa que fuimos capaces, ya que éramos conscientes de que los morgors nos estaban buscando en sus naves invisibles. Los bosques nos ofrecieron nuestra mejor protección, pero había llanuras despejadas que cruzar, ríos que atravesar nadando y montañas que escalar. En este mundo sin noche era difícil medir el tiempo; pero estimo que viajamos durante varios meses. Pho Lar se quedó largo tiempo con nosotros, pero finalmente torció en otra dirección hacia su propio país. Sentimos perderlo, pues había sido un espléndido compañero, así como a su espada. No encontramos hombres, pero tuvimos algunos encuentros con bestias… Criaturas de repulsivas y extravagantes apariencias voraces y violentas. Pronto eché en falta otra arma como medio de defensa; así que fabricamos lanzas de una especie de bambú que hayamos entre la vegetación. También nos las arreglamos para hacer arcos y flechas y usarlos. Con ellas pudimos cazar con más facilidad pájaros y pequeños animales para comer. En los bosques podíamos subsistir a base de las ramas del comedor de hombres.
Al fin, Han Du y yo vimos el océano.
—Estamos en casa —dijo—. Mi ciudad está cerca, junto al mar.
Yo era incapaz de verla.
Bajamos por las colinas y atravesamos una desnuda planicie. Han Du estaba a unos pocos metros a mi derecha cuando, de repente, choqué contra algo sólido,., sólido como un muro de ladrillos. ¡Pero frente a mí no había nada! La repentina colisión me derribó. Extendí los brazos y toqué lo que parecía una pared sólida atravesada en mi camino, aunque sólo veía el suelo extendiéndose frente a mí… aunque no desnudo; el suelo estaba salpicado aquí y allá por algunas plantas, unos sencillos tallos de cuarenta o cincuenta centímetros de alto con una sola flor en su extremo. Miré alrededor. ¡Han Du había desaparecido! ¡Se había desvanecido como una pompa de jabón! No había nada alrededor que le permitiera esconderse, o donde pudiera haber caído. Estaba sorprendido. Me rasqué la cabeza con perplejidad y volví a encaminarme hacia la playa… sólo para chocar una vez más contra un muro que no estaba allí.
Posé las manos en el muro invisible y lo seguí. Se curvaba mas allá. Paso a paso seguí mi investigación táctil. Poco después me encontraba en mi punto de partida. Parecía que estaba girando alrededor de una torre de aíre sólido. Cambié de dirección hacia la playa evitando el obstáculo que me había obstruido el camino. Tras unos doce pasos, choqué contra otro; me rendí… al menos temporalmente. Comencé a llamar a Han Du y al instante apareció a corta distancia de mí.
—¿Qué clase de juego es éste? —le pregunté—Tropiezo con un muro de aire sólido y cuando te busco, no estás en ninguna parte… Habías desaparecido.
Han Du se rió.
—Me olvidé que eres un forastero en este mundo —me dijo—. Hemos llegado a la ciudad en la que vivo. Fui directamente a mi casa para saludar a mi familia. Por eso no has podido verme.
Mientras hablaba, una mujer apareció tras él con un niño pequeño. Parecían materializarse en el tenue aire, ¿Había llegado a una tierra de espíritus incorpóreos que tenían el poder de materializarse? Me costaba creerlo, ya que no había nada de fantasmal ni de etéreo en Han Du.
—Esta es O Ala, mi compañera —me dijo Han Du—. O Ala este es John Carter, Príncipe de Helium. Gracias a él hemos podido escapar de los morgors.
O Ala extendió su mano hacia mí. Era una mano firme, de carne y hueso.
—Bienvenido, John Carter —me dijo—. Todo lo nuestro te pertenece.
Era un dulce gesto de hospitalidad, pero mientras miraba a mi alrededor no era capaz de ver nada.
—¿Dónde está la ciudad? —pregunté\1.
—Está cubierta exteriormente por la arena de la invisibilidad. Ven con nosotros —dijo O Ala.
La mujer me guió aparentemente a través de una esquina invisible; y luego vi aparecer ante mí un pórtico abierto en el tenue aire. A través del pórtico pude ver el interior de una sala.
—Adelante —me invitó O Ala. La seguí al interior de un acogedor apartamento circular.
Han Du nos siguió y cerró la puerta. El techo del apartamento era una cúpula de unos diez metros de alto en el centro. Estaba dividido en cuatro habitaciones por medio de biombos que podían desplazarse o pegarse contra el muro.
—Hay gran cantidad de arena de la invisibilidad en la playa —me explicó Han Du—. Es nuestra única protección contra los morgors. Cada casa de la ciudad está protegida de la misma manera, hay unas quinientas.
Así, entré en la ciudad de quinientas casas viendo tan sólo la línea de la playa frente al inquieto mar.
—¿Pero dónde está la gente? —le pregunté—. ¿Son también invisibles?
—Los que no están cerca cazando o pescando, están en sus casas —me explicó O Ala—. No salimos fuera si no es necesario; algunos morgors pasan sobre nosotros en sus naves invisibles y pueden vernos; así descubrirían nuestra ciudad.
—Si algunos de nosotros comprende que es inevitable que lo capturen —me explicó Han Du—, debe correr lo más lejos que pueda, pues si entra en una casa, los morgors podrían saber inmediatamente dónde está la ciudad. Es un sacrificio que cada uno de nosotros hace por la salvación de los otros… por eso corremos hasta ser capturados y los llevamos lejos, a no ser que elijamos luchar y morir.
—Dime —le dije a Han Du—. ¿Cómo sabes dónde está tu casa cuando no puedes ver ninguna de ellas?
—¿Viste la planta umpalla creciendo por toda la ciudad? —me preguntó.
—Vi algunas plantas, pero no a la ciudad.
Ambos rieron de nuevo.
—Estamos tan acostumbrados a todo esto que nada se nos hace entraño —dijo O Ala—, pero puedo entender que todo esto debe resultar muy confuso para un forastero. Mira, cada planta marca la localización de una casa. Por experiencia, cada uno de nosotros sabe la localización exacta de cada casa en la ciudad en relación con cualquier otra vivienda.
Viví durante unos cinco o seis días de tiempo terrestre en la casa de Han Du y O Ala. Conocí a muchos de sus amigos, todos fueron muy amables conmigo y me ayudaron en todo lo que pudieron. Me hice con mapas de grandes áreas del planeta, zonas que según supe, eran desconocidas para los morgors. Lo de más valor para mí fue que Zanor aparecía en uno de los mapas que también mostraba un enorme océano entre la ciudad y el país donde yo creía que se encontraba Dejah Thoris. Ignorábamos, tanto yo como mis nuevos amigos, cómo cruzar ese océano a no ser siguiendo la desesperada idea de construir un bote y ponerme a merced de un mar caprichoso y desconocido y quizás plagado de peligrosos reptiles. Pero finalmente decidí que ésta era la única esperanza que tenía de reunirme con mi princesa.
Había un bosque cerca de la ciudad que se extendía varios kilómetros a lo largo de la costa donde esperaba encontrar árboles válidos para la construcción de mi nave. Mis amigos hicieron todo lo que pudieron por disuadirme; pero cuando vieron que estaba decidido a hacerlo me facilitaron herramientas y una docena de ellos se ofrecieron a ayudarme a construir mi barco.
Finalmente todo estuvo listo; y acompañado por mis ayudantes voluntarios, salí de la casa de Han Du y me dirigí hacia el bosque. Apenas habíamos salido cuando uno de mis compañeros gritó:
—¡Morgors! —De repente, todos escaparon en diferentes direcciones.
—¡Corre, John Carter! —gritó Han Du, pero no corrí.
A pocos metros de distancia vi la escotilla abierta en el costado de una nave invisible y cómo seis o siete morgors salían por ella. Dos corrieron hacia mí; los otros salieron en persecución de los savators y en ese instante un nuevo plan surgió en mi mente. La esperanza, casi extinta, cobraba vida de nuevo.
Desenfundé mi espada y salté hacia adelante para enfrentarme a los asaltantes morgors, agradeciendo a Dios que sólo fueran dos de ellos, pues de esta forma podría llevar a cabo mi plan más fácilmente. No hubo elegancia en mi ataque; fue rudo, brutal, asesino; pero mi conciencia no me detuvo mientras tras mi espada atravesaba el corazón del primer moi'gor y hacía frente al segundo.
Aquel tipo me dio un poco más de trabajo, pues había visto el destino de su compañero y me había reconocido. Aquello lo hizo doblemente cauto. Comenzó a gritar a los otros que estaban persiguiendo a los savators que volvieran y le ayudaran, advirtiéndoles que yo era el carnicero de los ejercicios de graduación. Por el rabillo del ojo vi que dos de ellos le habían oído y regresaban. ¡Tenía que darme prisa! El tipo permaneció a la defensiva para ganar tiempo mientras los otros se reunían con él. No estaba dispuesto a eso, así que lo acosé duramente, incluso abriendo mi guardia… un buen espadachín podría haberme matado fácilmente. Al fin acabé con él de un poderoso tajo que separó su cabeza del cuerpo y luego, con sólo una rápida mirada hacia atrás vi lo cerca que estaban los otros y salté hacia la compuerta abierta de la de otra manera invisible nave con los morgors a mis talones. Con la espada desnuda todavía en la mano, me precipité a bordo y cerré la compuerta tras de mí.
Luego me giré para enfrentarme a los tripulantes que hubieran podido quedar a bordo de guardia. Los muy estúpidos no habían dejado ninguno. Tenía la nave para mí solo, y mientras me sentaba frente a los controles oí a los morgors golpear la compuerta furiosamente pidiendo que la abriera. Me debían tomar por un estúpido a mí también. Un momento después, la nave se alzó en el aire y me encontré sobrevolando el territorio sobre el que había vivido una de las más extrañas aventuras de mi vida, atravesando un planeta desconocido a bordo de un aparato invisible. Y yo tenía mucho que aprender sobre navegación en Júpiter. Observando a Vorion pude aprender cómo poner en marcha y detener las naves morgor, cómo ganar o perder altura, y cómo cubrir la nave con la arena de la invisibilidad; pero los instrumentos del panel de control eran enteramente desconocidos para mí. Los jeroglíficos de los morgors eran ininteligibles. Tenía qua trabajar sobre ellos yo solo.
Abriendo todas las compuertas, tuve una visión clara del terreno. Pude ver el lugar del que había despegado y conocía la dirección de la línea de la costa. Han Du me lo había explicado todo; tenía que moverme de norte a sur a partir de este punto. El océano estaba al oeste. Localicé un instrumento que podía ser el compás de navegación; ahora tenía que servirme de mi paciencia para mantener el rumbo lo más ajustado posible. Consulté mi mapa y descubrí que Zanor estaba más o menos exactamente hacia el sureste, así que debía cruzar el vasto océano. Hacia allí apunté la proa de mi nave.
Estaba libre. Había escapado de los morgors sin sufrir daño alguno. En Zanor, Dejah Thoris estaba a salvo, entre amigos. No tenía duda alguna de que pronto estaría con ella. Habíamos vivido otra extraordinaria aventura. Pronto estaríamos reunidos. No dudaba lo más mínimo sobre mi habilidad para encontrar Zanor; quizá se deba a que estoy tan seguro de mí mismo que siempre parece que llevo a cabo lo aparentemente imposible.