Read La bruja de Portobello Online
Authors: Paulo Coelho
¿Alguien más quiere preguntar algo?
Levantaron otra mano; era el director.
¿Él me ama?
Entonces era verdad. La historia de la madre de aquella chica había provocado un torbellino de emociones en la sala.
Tu pregunta es equivocada. Lo que necesitas saber es si estás en condiciones de darle el amor que él necesita. Y lo que venga o no venga será igual de gratificante. Saberse capaz de amar ya es bastante.
“Si no es él, será otro. Porque has descubierto una fuente, la dejaste correr y ella inundará tu mundo. No intentes mantener una distancia segura para ver lo que pasa; tampoco intentes estar seguro antes de dar el paso. Lo que des, recibirás, aunque a veces venga del lugar de donde menos te lo esperas.
Aquellas palabras también valían para mí. Y Athena —o quien fuera— se volvió hacia Andrea.
¡Tú!
Se me heló la sangre.
Tienes que estar preparada para perder el universo que has creado.
¿Qué es el “universo”?
Es lo que crees que ya tienes. Has hecho prisionero tu mundo, pero sabes que tienes que liberarlo. Sé que entiendes lo que estoy diciendo, aunque no deseases oírlo.
Comprendo.
Estaba seguro de que estaban hablando de mí. ¿Sería todo aquello una representación de Athena?
Se acabó —dijo—. Tráeme al niño.
Viorel no quería ir, estaba asustado con la transformación de su madre; pero Andrea lo cogió cariñosamente de la mano y lo llevó hasta ella.
Athena —o Santa Sofía, o Sherine, no importa quién estuviera allí— hizo lo mismo que había hecho conmigo, tocando con firmeza la nuca del niño.
No te asustes con las cosas que ves, hijo mío. No intentes apartarlas, porque se van a ir en cualquier caso; aprovecha la compañía de los ángeles mientras puedas. En este momento tienes miedo, pero no tienes tanto miedo como deberías, porque sabes que somos muchos en esta sala. Dejaste de reír y de bailar cuando viste que abrazaba a tu madre, y le pedía que me dejase hablar a través de su boca. Que sepas que ella me dio permiso, o yo no lo habría hecho. Siempre me he aparecido en forma de luz, y sigo siendo esa luz, pero hoy he decidido hablar.
El niño la abrazó.
Podéis salir. Dejadme a solas con él.
Uno a uno, fuimos saliendo del apartamento, dejándola con el niño. En el taxi que nos llevaba a casa, intenté hablar con Andrea, pero ella me pidió que, si teníamos que hablar de algo, no debíamos referirnos a lo que acababa de ocurrir.
Me quedé callado. Mi alma se llenó de tristeza: perder a Andrea era muy difícil. Por otro lado, sentí una paz inmensa; los acontecimientos habían provocado los cambios, y yo no tenía que sentarme delante de esa mujer a la que tanto amaba y decirle que también estaba enamorado de otra.
En ese caso, escogí quedarme callado. Llegué a casa, puse la tele, Andrea fue a ducharse. Cerré los ojos, y cuando los abrí, al sala estaba inundada de luz; ya era de día, había dormido casi diez horas seguidas. A mi lado había una nota, en la que Andrea decía que no quería despertarme, que había ido directamente al teatro, pero que había dejado el café preparado. La nota era romántica, adornada con la marca del pintalabios y un pequeño corazón.
Ella no estaba dispuesta ni por asomo a “soltar su universo”.
Iba a luchar. Y mi vida se iba a convertir en una pesadilla.
Aquella tarde, ella llamó, y su voz no dejaba entrever ninguna emoción especial. Me contó que el actor había ido al médico, lo habían explorado, y habían descubierto que su próstata estaba anormalmente inflamada. El paso siguiente fue un análisis de sangre, con el que detectaron un aumento significativo de un tipo de proteína llamada PSA. Le extrajeron muestras de tejidos para una biopsia, pero, por el cuadro clínico, las posibilidades de que tuviera un tumor maligno eran grandes.
—El médico le dijo: tiene suerte, aunque la situación se presente peliaguda, todavía es posible operar, y hay un 99 por ciento de posibilidades de que se cure.
ué Santa Sofía, ni qué nada! Era ella misma, Athena, pero tocando la parte más profunda del río que corre por su alma, entrando en contacto con la Madre.
Todo lo que hizo fue ver lo que estaba ocurriendo en otra realidad. La madre de la chica, al estar muerta, vive en un lugar sin tiempo, pero nosotros, los seres humanos, siempre estaremos limitados a conocer el presente. No es poco, dicho sea de paso: descubrir una enfermedad incubada antes de que se agrave, tocar centros nerviosos y desbloquear energías, eso está a nuestro alcance.
Claro que muchos murieron en la hoguera, otros se exiliaron y muchos acabaron escondiendo y suprimiendo la centella de la Gran Madre en nuestra alma. Yo nunca induje a Athena a entrar en contacto con el Poder. Lo decidió ella misma, porque la Madre ya le había hecho varias señales: era una luz mientras bailaba, se convirtió en letras mientras aprendía caligrafía, apareció en una hoguera o en un espejo. Lo que me discípula no sabía era cómo convivir con Ella, hasta que hizo algo que provocó toda esa sucesión de acontecimientos.
Athena, que siempre les decía a todos que tenían que ser diferentes, que siempre era una persona igual que el resto de los mortales. Tenía un ritmo, una velocidad de crucero. ¿Era más curiosa? Tal vez. ¿Había conseguido superar sus problemas de creerse una víctima? Seguro. ¿Sentía necesidad de compartir con los demás, fueran empleados de banca o actores, aquello que iba aprendiendo? En algún caos, la respuesta es sí; en otros, yo intenté estimularla, porque no estamos destinados a la soledad y nos conocemos cuando nos vemos en la mirada de los demás.
Pero mi interferencia termina ahí.
Porque la Madre quería manifestarse aquella noche, posiblemente le susurró algo al oído: “Ve en contra de todo lo que has aprendido hasta ahora; tú que eres una maestra del ritmo, deja que pase por tu cuerpo, pero no lo obedezcas”. Fue por eso por lo que Athena sugirió el ejercicio: su subconsciente ya estaba preparado para convivir con la Madre, pero ella vibraba siempre en la misma sintonía, y con eso no permitía que los elementos externos pudieran manifestarse.
Conmigo ocurría lo mismo; la mejor manera de meditar, de entrar en contacto con la luz, era haciendo calceta, algo que mi madre me había enseñado cuando era niña. Sabía contar los puntos, mover las agujas, hacer cosas bonitas a través de la repetición y de la armonía. Un día, mi protector me pidió que tejiese ¡de una manera completamente irracional!, algo muy violento para mí, que había aprendido el trabajo con cariño, paciencia y dedicación. Aun así, insistió para que hiciese un pésimo trabajo.
Durante dos horas pensé que aquello era ridículo, absurdo, me dolía la cabeza, pero no podía dejar que las agujas guiasen mis manos. Todo el mundo es capaz de hacer algo mal, ¿por qué me pedía eso? Porque conocía mi obsesión por la geometría y las cosas perfectas.
Y de repente, ocurrió; detuve las agujas, sentí un vacío inmenso, que se llenó con una presencia cálida, cariñosa, compañera. A mí alrededor, todo era diferente, tenía ganas de decir cosas que jamás me habría atrevido en mi estado normal. Pero no perdí la conciencia: sabía que era yo misma, aunque – aceptemos la paradoja – no era la persona con la que estaba acostumbrada a convivir.
Así que puedo “ver” lo que ocurrió, aunque no estuviera allí; el alma de Athena siguiendo los sonidos de la música, y su cuerpo yendo en dirección contraria. Después de algún tiempo, el alma se desligó del cuerpo, se abrió un espacio, y la Madre finalmente pudo entrar.
Mejor dicho: una centella de la Madre apareció allí. Vieja, pero con apariencia de joven. Sabia, pero no omnipotente. Especial, pero sin arrogancia. La percepción cambió, y empezó a ver las mimas cosas que cuando era niña, los universos paralelos que pueblan este mundo. En este momento podemos ver no sólo el cuerpo físico, sino las emociones de la gente. Dicen que los gatos tienen el mismo poder, y yo lo creo.
Entre el mundo físico y el espiritual hay una especie de manto que varía de color, intensidad, luz, y que los místicos llaman “aura”. A partir de ahí, todo es fácil: el aura cuenta lo que está pasando. Si yo estuviese presente, ella vería un color violeta con algunas manchas amarillas alrededor de mi cuerpo. Eso significa que todavía me queda un largo camino por delante y que mi misión en la tierra todavía no está cumplida.
Mezclada con las auras humanas, aparecen formas transparentes, que la gente suele llamar “fantasmas”. Fue el caso de la madre de la chica, el único caso, por cierto, en el que el destino debía ser cambiado. Estoy casi segura de que, incluso antes de preguntar, sabía que su madre estaba a su lado, y la única sorpresa fue la historia del bolso.
Antes de esa danza sin seguir el ritmo, todos se sentían intimidados. ¿Por qué? Porque todos estamos acostumbrados a hacer las cosas “como hay que hacerlas”. A nadie le gusta dar pasos equivocados, sobre todo cuando somos conscientes de ello.
Incluso Athena: no debió de resultarle fácil sugerir algo que iba en contra de todo lo que amaba.
Me alegra que, en aquel momento, la Madre ganara la batalla. Que un hombre se haya salvado del cáncer, que otro aceptase su sexualidad y que un tercero haya dejado de tomar pastillas para dormir. Todo porque Athena rompió el ritmo, frenando el coche, que iba a muchísima velocidad, y desordenándolo todo.
Volviendo a mi calceta: utilicé este procedimiento durante algún tiempo, hasta que conseguí provocar esta presencia sin ningún artificio, ya que la conocía, y me estaba acostumbrando a ella. Con Athena sucedió lo mismo; una vez que sabemos dónde están las Puertas de la Percepción, es facilísimo abrirlas y cerrarlas, siempre que nos acostumbremos a nuestro comportamiento “extraño”.
Y se puede añadir: mi calceta se hizo más rápida y mejor, de la misma manera que Athena empezó a bailar con mucha más alma y ritmo después de atreverse a romper las barreras.
a historia se extendió como el fuego; el lunes siguiente, día de descanso en el teatro, la casa de Athena estaba llena. Todos nosotros habíamos llevado amigos. Ella repitió lo mismo, nos obligó a bailar sin ritmo, como si necesitase la energía colectiva para llegar al encuentro de Santa Sofía. El niño estaba presente otra vez, y yo me dediqué a observarlo. Cuando se sentó en el sofá, se paró la música y empezó el trance.
Y empezaron las consultas. Como era de esperar, las tres primeras preguntas estaban relacionadas con el amor: si fulano va a seguir conmigo, si mengano me ama, si me están engañando.
Athena no decía nada. La cuarta persona que quedó sin respuesta decidió reclamar:
¿Entonces me están engañando?
Soy Santa Sofía, la sabiduría universal. He venido a crear el mundo sin compañía de nadie, excepto del Amor. Yo soy el principio de todo, y antes de mí estaba el caos.
“Así que si alguno de vosotros quiere controlar las fuerzas que dominaron el caos, no le preguntéis a Santa Sofía. Para mí, el amor lo llena todo. No puede ser desead, porque es un fin en sí mismo. No puede engañar, porque no está relacionado con la posesión. No puede estar encarcelado, porque es como un río, y se desbordará. El que intente encarcelar el amor tiene que cortar la fuente que lo alimenta, y en ese caso, el agua que ha conseguido juntar acabará estancada y podrida.
Los ojos de Sofía recorrieron el grupo —la mayoría estaban allí por primera vez—, y empezó a señalar las cosas que veía: amenazas de enfermedad, problemas en el trabajo, problemas de relación entre padres e hijos, sexualidad, potenciales que existían pero que no estaban siendo explotados. Recuerdo que se dirigió a una mujer de aproximadamente treinta años:
Tu padre te dijo cómo debían ser las cosas y cómo debería comportarse una mujer. Siempre has vivido luchando en contra de tus sueños, y el “querer” nunca se ha manifestado. Lo sustituías siempre por el “deber” o “esperar”, o “necesitar”. Pero eres una cantante excelente. Un año de experiencia y habrá una gran diferencia en tu trabajo.
Tengo un hijo y un marido.
Athena también tiene un hijo. Tu marido al principio se va a enfadar, pero acabará aceptándolo. Y no hay que ser Santa Sofía para saber eso.
Tal vez ya sea demasiado mayor.
Te estás negando a aceptar lo que eres. Ése ya no es mi problema; he dicho lo que tenía que decir.
Poco a poco, todas las personas que estaban en aquella pequeña sala sin poder sentarse porque no había sitio, sudando a mares a pesar de que todavía estábamos al final del invierno, sintiéndose ridículas por haber ido a un evento de esas características, fueron llamadas para recibir los consejos de Santa Sofía.