La bruja de Portobello (20 page)

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Authors: Paulo Coelho

BOOK: La bruja de Portobello
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Era simplemente algo absurdo, y queríamos saber adónde iba a parar.

Athena, sin mostrar ninguna emoción se agachó para coger su bolso. En ese momento, oímos una voz e la platea:

¡Qué maravilla!

Heron había venido con ella. Y el director le temía, porque conocía a los críticos de teatro del periódico en el que trabajaba, y tenía excelentes relaciones en los medios.

—¡Habéis dejado de ser individuos para ser ideas! Qué pena que estéis tan ocupados, pero no te preocupes, Athena, encontraremos otro grupo en el que yo pueda ver cómo termina tu conferencia. Tengo mis contactos.

Yo aún me acordaba de la luz viajando por todo mi cuerpo y concentrándose en mi ombligo. ¿Quién era aquella mujer? ¿Habrían experimentado mis compañeros lo mismo?

Un momento —dijo el director, viendo la cara de sorpresa de todos los que estaban allí—. A lo mejor podemos retrasar los ensayos de hoy y…

No podéis. Porque yo tengo que volver al periódico ahora para escribir sobre esta mujer. Seguid haciendo lo que siempre habáis hecho: acabado de descubrir una excelente historia.

Si Athena estaba confundida en medio de la discusión de los dos hombres, no lo demostró. Bajó del escenario y acompañó a Heron. Nosotros nos volvimos hacia el director, preguntándole por qué había reaccionado así.

Con todos mis respetos por Andrea, creo que nuestra conversación sobre el sexo en el restaurante fue mucho más enriquecedora que todas estas tonterías que acabamos de hacer. ¿Os habéis dado cuenta de cómo se quedaban en silencio? ¡No tenía ni la menor idea de cómo seguir!

Pero yo he sentido algo extraño —dijo uno de los actores mayores—. En el momento en el que dijo “centro”, me pareció que toda mi fuerza se concentraba en mi ombligo. Nunca había experimentado algo así.

¿Estás …seguro? —era una actriz que, por el tono de sus palabras, había sentido lo mismo.

Esa mujer parece una bruja –dijo el director, interrumpiendo la conversación—. Volvamos al trabajo.

Empezamos con estiramientos, calentamiento, meditación, todo según el manual. Luego, algunas improvisaciones, y después nos pusimos a leer el nuevo texto. Poco a poco, la presencia de Athena parecía ir disolviéndose todo volvía a ser lo que era: un teatro, un ritual creado por los griegos hacía miles de años, en el que solíamos fingir que éramos gente diferente.

Pero no era más que una representación. Athena era diferente, y yo estaba dispuesta a volver a verla, sobre todo después de lo que el director había dicho de ella.

Heron Ryan, periodista

in que lo supiese, yo había seguido los mismos pasos que ella les había sugerido a los actores, obedeciendo a todo lo que había mandado, con la única diferencia de que mantenía los ojos abiertos para seguir lo que ocurría en el escenario. En el momento en que había dicho “gesto de centro”, yo puse la mano en mi ombligo y, para mi sorpresa, vi que todos, incluso el director, habían hecho lo mismo. ¿Qué era aquello?

Aquella tarde tenía que escribir un artículo aburridísimo sobre la visita de un jefe de Estado a Inglaterra, una verdadera prueba de paciencia. En el intervalo de las llamadas, para distraerme, decidí preguntarles a mis colegas de redacción qué gesto harían si les pidiera que designasen el “centro”. La mayor parte bromearon, haciendo comentarios sobre partidos políticos. Uno señaló hacia el “centro” del planeta. Otro puso la mano en el corazón. Nadie, absolutamente nadie, entendía el ombligo como el centro de la nada.

Finalmente, una de las personas con las que pude hablar aquella tarde me contó algo interesante. Al volver a casa, Andrea ya se había duchado, había puesto la mesa y me esperaba para cenar. Abrió una botella de vino carísimo, llenó dos copas y me ofreció una.

Entonces, ¿cómo fue la cena de anoche?

¿Durante cuánto tiempo puede vivir un hombre con una mentira? No quería perder a la mujer que tenía frente a mí, que me hacía compañía en las horas difíciles, que siempre estaba a mi lado cuando me sentía incapaz de darle un sentido a mi vida.

Yo la amaba, pero, en la locura de mundo en el que estaba sumergido sin saberlo, mi corazón estaba distante, intentando adaptarse a algo que tal vez conociera, pero que no podía aceptar: ser lo suficientemente grande para dos personas.

Como yo nunca me arriesgaría a dejar lo seguro por la duda, intenté minimizar lo que había pasado en el restaurante. Sobre todo porque no había pasado absolutamente nada, aparte de los intercambios de versos de un poeta que había sufrido mucho por amor.

Athena es una persona difícil de llevar.

Andrea se rió.

Y justamente por eso debe ser muy interesante para los hombres; despierta ese instinto de protección que tenéis vosotros y que cada vez usáis menos.

Mejor cambiar de asunto. Siempre he tenido la seguridad de que las mujeres tienen una capacidad sobrenatural para saber lo que pasa en el alma de un hombre. Son todas hechiceras.

He estado haciendo algunas averiguaciones sobre lo que sucedió hoy en el teatro. Tú no lo sabes, pero yo tenía los ojos abiertos durante los ejercicios.

Tú siempre tienes los ojos abiertos; creo que forma parte de tu profesión. Y vas a hablarme de los momentos en los que todos nos comportamos de la misma manera. Hablamos mucho de eso en el bar, después de salir de los ensayos.

Un historiador me dijo que, en el templo de Grecia en el que se profetizaba el futuros
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, había una piedra de mármol, precisamente llamada “ombligo”.

Los relatos de la época cuentan que allí estaba el centro del planeta. Fui a los archivos del periódico para hacer algunas averiguaciones : en Petra, en Jordania, hay otro “ombligo cónico”, que no sólo simboliza el centro del planeta, sino de todo el universo.

Tanto el de Delfos como el de Petra intentan mostrar el eje por el que transita la energía del mundo, marcando de manera visible algo que sólo se manifiesta en el plano, digamos,” invisible”. Jerusalén también es llamada ombligo del mundo, como una isla en el océano Pacífico, y otro sitio que he olvidado, porque nunca he asociado una cosa con otra.

¡El baile!

¿Qué dices?

Nada.

Sé a que te refieres: las danzas orientales del vientre, las más antiguas de las que se tiene noticia y en las que todo gira en torno al ombligo. Quisiste evitar el asunto, porque te conté que en Transilvania había visto bailar a Athena. Ella estaba vestida, aunque…

…aunque el movimiento empezase en el ombligo, para después extenderse por el resto del cuerpo.

Tenía razón.

Mejor cambiar de asunto de nuevo, hablar sobre teatro, sobre las cosas aburridas del periodismo, beber un poco, acabar en la cama haciendo el amor mientras se pone a llover allá fuera. Me di cuenta de que, en el momento del orgasmo, el cuerpo de Andrea giraba en torno al ombligo: ya lo había visto cientos de veces, pero nunca le había prestado atención.

Antoine Locadour, historiador.

eron empezó a gastar una fortuna en llamadas a Francia, pidiéndome que le consiguiera todo el material posible hasta aquel fin de semana, insistiendo en esa historia del ombligo, que me parecía la cosa menos interesante y menos romántica del mundo. Pero, en fin, los ingleses no acostumbran a ver lo mismo que los franceses, y en vez de hacer preguntas, intenté investigar lo que la ciencia decía al respecto.

Después me di cuenta de que los acontecimientos históricos no eran suficientes: podía localizar un monumento aquí, un dolmen allá, pero lo curioso es que las culturas antiguas parecían concordar en torno al mismo tema y usar la misma palabra para definir los lugares que consideraban sagrados. Nunca le había prestado atención a eso, y el asunto empezó a interesarme. Cuando vi el exceso de coincidencias, fui en busca de algo complementario: el comportamiento humano y sus creencias.

La primera explicación, más lógica, en seguida fue descartada: nos alimentamos a través del cordón umbilical, es el centro de la vida. Después un psicólogo me dijo que esta teoría no tenía sentido alguno: la idea central del hombre siempre es ”cortar” el cordón, y a partir de ahí, el cerebro o el corazón se convierten en símbolos más importantes.

Cuando nos interesa un asunto, todo a nuestro alrededor parece referirse a ello (los místicos lo llaman “señales”, los escépticos “coincidencia” y los psicólogos “foco concentrado”, aunque yo aún tenga que definir cómo deben referirse al tema los historiadores). Una noche, mi hija adolescente apareció en casa con un piercing en el ombligo.

—¿Por qué lo has hecho?

— Porque me ha dado la gana.

Explicación absolutamente natural y verdadera, incluso para un historiador que tiene que encontrar un motivo para todo.

Cuando entré en su habitación, vi un póster de su cantante favorita: tenía el vientre descubierto, y el ombligo; también aquella foto de la pared parecía ser el centro del mundo.

Llamé a Heron y le pregunté por qué estaba interesado. Me contó por primera vez lo que había ocurrido en el teatro, cómo las personas habían reaccionado de manera espontánea, pero inesperada, a un orden. Imposible sacarle más información a mi hija, de modo que decidí consultar con especialistas.

Nadie parecía prestarle mucha atención al asunto, hasta que conocí a François Shepka, un psicólogo indio
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que estaba empezando a revolucionar las terapias utilizadas actualmente: según él, esta historia de volver a la infancia para resolver los traumas nunca había llevado al ser humano a ningún lugar ( muchos problemas que ya habían sido superados por la vida acaban volviendo, y la gente adulta volvía a culpar a sus padres por los fracasos y las derrotas). Shepka estaba en plena guerra con las sociedades psicoanalíticas francesas, y una conversación sobre temas absurdos —como el ombligo— pareció relajarlo.

Se entusiasmó con el tema, pero no lo abordó inmediatamente. Dijo que para uno de los más respetados psicoanalistas de la historia, el suizo Carl Gustav Jung, todos bebemos de la misma fuente. Se llama “alma del mundo”; aunque siempre intentemos ser individuos independiente, una parte de nuestra memoria es la misma. Todos buscan el ideal de la belleza, de la danza, de la divinidad, de la música.

La sociedad, sin embargo, se encarga de definir cómo se van a manifestar estos ideas en el plano real. Así, por ejemplo, hoy en día el ideal de belleza es ser delgada, mientras que hace miles de años las imágenes de las diosas eran gordas. Lo mismo sucede con la felicidad :hay una serie de reglas que, si no las sigues, tu subconsciente no aceptará la idea de que es feliz.

Jung solía clasificar el progreso individual en cuatro etapas: la primera era la Persona, máscara que usamos todos los días, fingiendo lo que somos. Creemos que el mundo depende de nosotros, que somos excelentes padres y que nuestros hijos no nos comprenden, que los jefes son injustos, que el sueño del ser humano es no trabajar nunca y pasarse la vida entera viajando.

Mucha gente se da cuenta de que hay un error en esta historia, pero como no quieren cambiar nada, acaban por apartar rápidamente el asunto de sus cabezas. Unas pocas intentan entender cuál es el error, y acaban encontrando la Sombra.

La Sombra es nuestro lado negro, que nos dice cómo debemos reaccionar y comportarnos. Cuando intentamos librarnos de la Persona, encendemos una luz dentro de nosotros, y vemos las telas de araña, la cobardía, la mezquindad. La Sombra está ahí para impedir nuestro progreso, y generalmente lo consigue, volvemos inmediatamente a ser quienes éramos antes de dudar.

Sin embargo, algunos sobreviven a este combate con sus telas de araña, diciendo: “Sí, tengo una serie de defectos, pero soy digno y quiero seguir adelante”.

En ese momento, Jung no está definiendo nada religioso; habla de un regreso a esa Alma del Mundo, fuente de conocimiento.

Los instintos empiezan a agudizarse, las emociones son radicales, las señales de vida son más importantes que la lógica, la percepción de la realidad ya no es tan rígida. Empezamos a enfrentarnos a cosas a las que no estamos acostumbrados, reaccionamos de manera inesperada para nosotros mismos.

Y descubrimos que, si somos capaces de canalizar todo ese chorro de energía continua, lo organizaremos en un centro muy sólido, que Jung llama el Viejo Sabio para los hombres o la Gran Madre para las mujeres.

Permitir esta manifestación es algo peligroso. Generalmente, el que llega ahí tiene tendencia a considerarse santo, domador de espíritus, profeta. Hace falta mucha madurez para entrar en contacto con la energía del Viejo Sabio o de la Gran Madre.

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