La bruja de Portobello (29 page)

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Authors: Paulo Coelho

BOOK: La bruja de Portobello
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Sufrí muchos años porque mi hijo no escuchaba nada de lo que yo le decía. Me preocupaba por su seguridad, creía que no sabía escoger a sus amigos, que no tenía el menor respeto por las leyes, ni por las costumbres, ni por la religión, ni por los mayores”.

¿Tengo que contarte el resto?

No es necesario, lo entiendo. Pero me gustaría escucharlo de todos modos.

La Virgen terminó diciendo: “Pero mi hijo no me escuchó.

Y hoy estoy muy contenta por ello”.

Con todo el cariño, retiré su cabeza de mi hombro y me levanté.

Tenéis que comer.

Fui hasta la cocina, preparé una sopa de cebolla, un plato de tabulé, calenté el pan sin fermentar, puse la mesa y comimos juntos. Hablamos de cosas sin importancia, que en esos momentos nos unían y justificaban el amor de estar allí, tranquilos, aunque la tempestad estuviera arrancando árboles y sembrando la destrucción allá fuera. Claro, al final de la tarde mi hija y mi nieto salieron por aquella puerta, para enfrentarse de nuevo al viento, a las tormentas, a los rayos, pero eso era una elección suya.

Mamá, has dicho que harías cualquier cosa por mí, ¿verdad?

Claro que era verdad. Incluso dar mi vida, si fuera necesario.

¿No crees que yo también debería hacer algo por Viorel?

Creo que es el instinto. Pero además del instinto, ésa es la mayor manifestación de amor que tenemos.

Ella siguió comiendo.

Sabes que tienes un juicio pendiente con la justicia y que tu padre está listo para ayudarte, si quieres.

Claro que quiero. Es mi familia.

Lo pensé dos, tres veces, pero no me contuve:

¿Puedo darte un consejo? Sé que tienes amigos importantes.

Hablo del periodista ése. ¿Por qué no le pides que publique tu historia, que cuente tu versión de los hechos? La prensa le está dando mucha cobertura a ese reverendo, y la gente dándole razón.

entonces, además de aceptar lo que hago, ¿me quieres ayudar?

Sí, Sherine. Aunque no entienda, aunque a veces sufra como debió de sufrir la Virgen en su vida, aunque no seas Jesucristo y tengas un importante mensaje que transmitirle al mundo, yo estoy de tu lado y quiero verte victoriosa.

Heron Ryan, periodista.

thena entró cuando yo estaba intentando anotar frenéticamente lo que imaginaba que sería la entrevista ideal sobre los acontecimientos de Portobello y el renacer de una Diosa. Era un asunto delicado, delicadísimo.

Lo que yo veía en el almacén era una mujer que decía: “Vosotros podéis haced lo que la Gran Madre enseña, confiad en el amor y los milagros serán realizados”. Y la multitud asentía, pero eso no podía durar mucho, porque estábamos en una época en la que la esclavitud era la única manera de encontrar la felicidad.

El libre albedrío exige una responsabilidad inmensa, da trabajo, y provoca angustia y sufrimiento.

Necesito que escribas algo sobre mí —me pidió.

Le respondí que debíamos esperar un poco, el asunto podía morir a la semana siguiente, pero que había preparado algunas preguntas sobre la Energía Femenina.

De momento, las peleas y los escándalos sólo interesan al barrio y a los periódicos sensacionalistas: ningún periódico respetable ha publicado ni una sola línea. En Londres hay muchos conflictos como éste, y llamar la atención de la gran prensa no es aconsejable. Sería mejor estar dos o tres semanas sin reunir al grupo.

“Sin embargo, creo que el asunto de la Diosa, tratado con la seriedad que merece, puede hacer que mucha gente se haga una serie de preguntas importantes.

Durante una cena dijiste que me amabas. Y ahora, además de decir que no me quieres ayudar, ¿me pides que renuncie a las cosas en las que creo?

¿Cómo interpretar aquellas palabras? ¿Estaba aceptando finalmente lo que le había ofrecido aquella noche, lo que me acompañaba cada minuto de mi vida? El poeta libanés había dicho que era más importante dar que recibir; aunque fueran palabras sabias, yo formaba parte de aquello que llaman “humanidad”, con mis debilidades, mis momentos de indecisión, mi deseo de simplemente compartir la paz, ser esclavo de mis sentimientos, entregarme sin preguntar nada, incluso sin querer saber si este amor era correspondido. Permitirme amarla era suficiente, eso era todo; estoy seguro de que Santa Sofía estaría totalmente de acuerdo conmigo. Ya hacía casi dos años que Athena estaba en mi vida, y yo tenía miedo de que siguiese por su camino, que desapareciese en el horizonte, sin que yo hubiese sido capaz de acompañarla al menos en una parte de su viaje.

¿Estás hablando de amor?

Te estoy pidiendo ayuda.

¿Qué hacer? ¿Controlarme, mantener la sangre fría, no precipitar las cosas y acabar destruyéndolas? ¿O dar el paso que faltaba, abrazarla y protegerla de todos los peligros?

Quiero ayudarte —respondí, aunque mi cabeza insistiese en decir “no te preocupes por nada, creo que te amo”—. Te pido que confíes en mí; lo haría todo, absolutamente todo por ti. Incluso decir “no”, cuando creo que hay que decirlo, aun corriendo el riesgo de que no lo comprendas.

Le conté que el secretario de redacción del periódico me había propuesto una serie de reportajes sobre el despertar de la Diosa que incluía una entrevista con ella. Al principio me había parecido una excelente idea, pero ahora creía que era mejor esperar un poco.

O quieres seguir con tu misión, o quieres defenderte. Sé que eres consciente de que lo que haces es más importante que la manera en como lo ven los demás. ¿Estás de acuerdo?

Estoy pensando en mi hijo. Ahora tiene problemas en el colegio todos los días.

Ya pasarán. Dentro de una semana ya nadie hablará del tema. Entonces será el momento de reaccionar; no para defenderse de ataques idiotas, sino para exponer, con seguridad y sabiduría, la dimensión de tu trabajo.

“Y si tienes dudas de mis sentimientos y estás decidida a seguir, iré contigo a la próxima reunión. Veremos lo que pasa.

Y al lunes siguiente la acompañé; ya no era una persona más entre la multitud, podía ver las escenas de la misma manera que las veía ella.

Gente que se aglomeraba en el lugar; flores y aplausos, chicas que gritaban “sacerdotisa de la Diosa”, dos o tres señoras bien vestidas que imploraban una audiencia en privado por una enfermedad en la familia. La multitud empezó a empujarnos, abarrotando la entrada; jamás pensamos que sería necesario un plan de seguridad, y me asusté. La agarré del brazo, cogí a Viorel y entramos.

Dentro, en la sala que ya estaba llena, nos esperaba Andrea, muy enfadada:

¿Creo que hoy deberías decir que no haces milagros! —le gritó a Athena—. ¡ Te estás dejando llevar por la vanidad! ¿Por qué Santa Sofía no le dice a toda esta gente que se vaya?

Porque ella señala las enfermedades —respondió Athena en tono desafiantes—. Y cuanta más gente se beneficie, mejor.

Iba a seguir la conversación, pero la multitud aplaudía, y Athena subió al improvisado escenario. Puso en marcha el pequeño reproductor que traía de casa, dio instrucciones para que nadie siguiese el ritmo de la música, les pidió que bailasen y empezó el ritual. En un momento determinado, Viorel se fue hacia una esquina y se sentó: era el momento de que se manifestase Santa Sofía. Athena repitió lo que ya había visto tantas veces: paró abruptamente el sonido, puso la cabeza entre las manos y la gente se quedó en silencio obedeciendo una orden invisible.

El ritual se repitió sin ninguna variación: preguntas sobre amor eran las descartadas, pero aceptaba hablar sobre ansiedad, enfermedades, problemas personales. Desde la posición en la que estaba, podía ver que algunas personas tenían lágrimas en los ojos, otras parecían estar delante de una santa. Llegó el momento del sermón final, antes del ritual colectivo de la celebración de la Madre.

Como ya conocía los siguientes pasos, empecé a imaginar cuál sería la mejor manera de salir de allí con el mínimo tumulto posible. Deseé que Athena siguiese el consejo de Andrea y dijese a la gente que no buscasen milagros allí; caminé hacia Viorel para poder abandonar el local en cuanto su madre acabase de hablar.

Y fue entonces cuando oí la voz de Santa Sofía:

—Hoy, antes de terminar, vamos a hablar de dietas. Olvidad esa historia de hacer régimen.

¿Dietas? ¿Olvidad esa historia del régimen?

hemos sobrevivido todos estos milenios porque hemos sido capaces de comer. Y hoy en día eso parece haberse vuelto una maldición. ¡Por qué? ¿Qué nos hace intentar mantener, a los cuarenta años, el mismo cuerpo que cuando éramos jóvenes?¿Es posible parar esta dimensión del tiempo? Claro que no. ¿Y por qué tenemos que estar delgados?

Oí una especie de murmullo entre el público. Debían de estar esperando un mensaje más espiritual.

No tiene que ser así. Compramos libros, frecuentamos academias, gastamos una parte importantísima de nuestra concentración intentando detener el tiempo, cuando deberíamos celebrar el milagro de andar por este mundo. En vez de pensar cómo vivir mejor, nos obcecaos en nuestro peso.

“Olvidad eso; podéis leer todos los libros que queráis, hacer los ejercicios que deseéis dos alternativas: o dejar de vivir, o engordar.

“Comed con moderación, pero comed con placer: lo malo no es lo que entra, sino lo que sale de la boca del hombre. Recordad que durante milenios luchamos por no pasar hambre. ¿Quién ha inventado esa historia de que todo el mundo tiene que estar delgado durante toda su vida?

“Voy a responder: los vampiros del alma, aquellos que tienen tanto miedo del futuro que creen que es posible parar la rueda del tiempo. Santa Sofía os garantiza: no es posible. Usad la energía y el esfuerzo de una dieta para alimentaros con el pan espiritual. Entended que la Gran Madre da con abundancia y con sabiduría; respetadlo, y no engordaréis más de lo normal por el paso del tiempo.

“En vez de quemar artificialmente esas calorías, procurad transformarlas en la energía necesaria para la lucha por los sueños; nadie está delgado mucho tiempo sólo por hacer dieta.

El silencio era total. Athena dio inicio al ritual de clausura, todos celebraron la presencia de la Madre. Yo cogí a Viorel en brazos prometiéndome a mí mismo que la próxima vez llevaría conmigo a algunos amigos para improvisar un mínimo de seguridad.

Salimos oyendo los mismos gritos y aplausos de la entrada.

Un comerciante me agarró del brazo:

¡Eso es absurdo! ¡ Si rompen alguno de mis escaparate, los denuncio!

Athena ser reía y firmaba autógrafos, Viorel parecía contento.

Yo deseaba que ningún periodista estuviera allí aquella noche.

Cuando por fin conseguimos librarnos de la multitud, cogimos un taxi.

Les pregunté si les gustaría comer algo. Claro que sí, acababa de hablar sobre eso, dijo Athena.

Antoine Locadour, historiador.

n esta sucesión de errores conocido como “La bruja de Portobello”, lo que más me sorprende es la ingenuidad de Heron Ryan, un periodista con años de carrera y experiencia internacional.

Cuando hablamos, él estaba aterrorizado con los titulares de los periódicos sensacionalistas:

“¡El régimen de la Diosa!”, decía uno.

“ Adelgace mientras come, dice la Bruja de Portobello!”, estampaba otro en primera página.

Además de tocar algo tan sensible como la religión, esa tal Athena había ido más lejos : había hablado de dietas, un tema de interés nacional, más importante que la guerra, las huelgas o las catástrofes naturales. No todo el mundo cree en Dios, pero todo el mundo quiere adelgazar.

Los reporteros entrevistaban a los comerciantes locales, que afirman haber visto velas negras y rojas encendidas, y rituales con presencia de poca gente los días anteriores a las reuniones colectivas. Por lo demás, el tema no era más que sensacionalismo barato, pero Ryan debía de haber previsto que había una denuncia en curso en la justicia británica, y que el acusador no iba a dejar escapar ni una oportunidad para hacerles llegar a los jueces lo que consideraba que no era una simple calumnia, sino un atentado contra los valores que mantenían en pie la sociedad.

Esa misma semana, uno de los más prestigiosos periódicos ingleses publicaba en su columna de editoriales un texto del reverendo Back, ministro de la Congregación Evangélica de Kemsington, que decía en uno de sus párrafos:

Como buen cristiano, tengo el deber de poner la otra mejilla cuando me agraden injustamente o cuando me faltan al respeto.

Sin embargo, no podemos olvidar que, de la misma manera que Jesús puso la otra mejilla, también usó el látigo para azotar a aquellos que pretendían convertir la Casa de Dios en una guarida de ladrones. Es a eso a lo que estamos asistiendo en Portobello Road en este momento: personas sin escrúpulos que se hacen pasar por salvadores de almas, prometiendo falsas esperanzas y curas para todos los males, afirmando incluso que permanecerán delgadas y elegantes si siguen sus enseñanzas.

Así que no me queda otra alternativa más que acudir a la justicia para impedir que dicha situación se prolongue por mucho tiempo. Los seguidores de ese movimiento juran que son capaces de despertar dones nunca vistos, y niegan la existencia de un Dios Todopoderoso, intentando sustituirlo por divinidades paganas como Venus o Afrodita. Para ellos, todo está permitido, siempre que se haga con “amor”. Bien, ¿qué es el amor? ¿Una fuerza sin moral que justifica cualquier fin? ¿O un compromiso con los verdaderos valores de la sociedad, como la familia y las tradiciones?

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