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Authors: Arturo Pérez-Reverte

Tags: #Aventuras, Intriga

La carta esférica (30 page)

BOOK: La carta esférica
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Después que ella dijo todo eso, Coy se detuvo y fue cuando blasfemó por tercera vez. Una grosera blasfemia de marino, rotunda y seca, que recurría al nombre de Dios en vano.

—Y eres una jodida embustera —añadió.

Se lo quedó mirando fijamente, con mucha atención. Parecía sopesar una a una aquellas cinco palabras. Los ojos eran otra vez duros, no como la frágil piedra que acababa de describir con plena sangre fría, sino como la piedra oscura, afilada como un puñal, que vela entre las rompientes. Después ella miró hacia un lado, al extremo del pantalán, donde el mástil del
Carpanta
se alzaba entre los otros, con la vela mayor cuidadosamente aferrada en la botavara. Cuando volvieron a Coy, sus ojos eran distintos. La brisa le agitaba el pelo sobre la cara moteada.

—El bergantín transportaba esmeraldas, seleccionadas en las minas que los jesuitas controlaban en los yacimientos colombianos de Muzo y Coscuez… Fueron embarcadas en Cartagena de Indias para La Habana, y después llevadas a bordo con todo secreto.

Coy bajó la vista hacia sus pies, luego al suelo de tablas del pantalán, y dio unos pasos al azar antes de quedarse quieto de nuevo. Miraba el mar. Las proas de los barcos anclados en la bahía borneaban lentamente hacia la brisa del Atlántico. Movió la cabeza a uno y otro lado, como negando algo. Estaba tan asombrado que seguía resistiéndose a admitir su propia estupidez.

—La esmeralda —proseguía ella tiene dos puntos débiles: su fragilidad, que la hace vulnerable altallado, y el jardín: zonas opacas, puntos de carbón sin cristalizar que a veces aparecen en su interior, afeando la piedra… Eso significa, por ejemplo, que una pieza de un quilate vale más que una de dos quilates si la primera tiene mejores atributos.

Ahora hablaba con suavidad, casi con dulzura. Igual que quien explica algo complicado a un muchacho torpe. Un avión militar despegó de la cercana pista del aeropuerto, atronando el aire con sus motores. El ruido cubrió unos instantes las palabras de Tánger.

—… Para la talla en facetas que hacen después los joyeros especializados. Y de ese modo, una esmeralda de veinte quilates, desprovista de jardines, es una de las más valiosas y buscadas que existen —hizo una pausa, y añadió—: Puede valer un cuarto de millón de dólares.

Coy todavía contemplaba el mar, sobre el que el avión tomaba lentamente altura. Al otro lado del arco de la bahía humeaban las chimeneas de la refinería de Algeciras.

—El
Dei Gloria
—dijo Tánger— transportaba doscientas esmeraldas perfectas, de veinte a treinta quilates cada una.

Hizo una nueva pausa. Se movía, colocándose frente a él. Ahora lo miraba muy de cerca.

—Esmeraldas sin tallar —insistió—. Grandes como nueces.

Coy habría podido jurar que esta vez su voz temblaba ligeramente. Grandes como nueces. Fue sólo una impresión pasajera, pues cuando prestó atención la vio tan dueña de sí como siempre. Seguía indiferente a los reproches, sin necesidad de pronunciar una sola palabra de descargo. Era su juego y eran sus reglas. Así fue siempre, desde el principio, y ella sabía que Coy lo sabía. Te mentiré y te traicionaré. En aquella isla de los caballeros y los escuderos, nadie había prometido que el juego fuese limpio.

—Ese cargamento —precisó ella— valía el rescate de un monarca… O, para ser más exactos, el rescate de los jesuitas españoles. El padre Escobar quería comprar al duque de Aranda. Talvez también al gabinete de la Pesquisa Secreta… Quizás al mismo rey.

Casi a su pesar, Coy sentía que la curiosidad iba ocupando el lugar de su furia. La pregunta surgió antes incluso de que pensara en formularla.

—¿Están allá abajo, en el fondo?

—Pueden estar.

—¿Cómo lo sabes?

—No lo sé. Tenemos que bajar hasta el bergantín para averiguarlo.

Tenemos
. Aquel plural sonaba como bálsamo en una herida, y Coy era consciente de ello.

—Te lo iba a contar cuando estuviéramos allí… ¿No lo comprendes?

—No. No lo comprendo.

—Escucha. Tú conoces los riesgos. Con toda esa gente detrás, yo no sabía qué podía ocurrir contigo… Ni siquiera ahora losé. No puedes reprocharme eso.

—Nino Palermo lo sabe. Todo cristo parece saberlo.

—Exageras.

—Exagero una mierda. Soy el último en enterarme, como los maridos.

Palermo piensa que hay esmeraldas, pero ignora cuántas. Tampoco sabe cómo son ni por qué estaban en el bergantín. Sólo ha oído campanas.

—Pues a mí me parece muy bien informado.

—Oye. He pasado años con ese barco en la cabeza, incluso antes de confirmar su existencia. Ni Palermo ni nadie sabe sobre el
Dei Gloria
lo que yo sé… ¿Quieres que te cuente mi historia?

No quiero que me cuentes otra sarta de mentiras, tuvo Coy a flor de labios. Pero calló, porque realmente quería escuchar. Necesitaba más piezas, nuevas notas que dibujasen con más precisión la melodía extraña que ella trazaba en el silencio. Y de ese modo, inmóvil en el pantalán y con la brisa de levante que soplaba a su espalda y seguía agitando el cabello de la mujer, se dispuso a escuchar la historia de Tánger Soto.

Había una carta, dijo ella. Una simple carta, un folio amarillento escrito por ambas caras. Fue enviada por un jesuita a otro, y luego, olvidada por todos, quedó revuelta con un montón de papeles requisados cuando la disolución dela Compañía de Jesús. La carta estaba escrita en clave e iba con su transcripción, realizada por mano anónima, posiblemente la de un funcionario encargado de indagar en los documentos incautados a la Compañía. Y junto a muchas otras de temas diversos y con similares transcripciones, había dormido un sueño de dos siglos en el fondo de un archivo catalogado como
Clero
/
Jesuitas
/
Varios n. o 356
. Ella lo encontró por casualidad, cuando investigaba en el Archivo Histórico Nacional preparando un trabajo universitario sobre la Machinada de Guipúzcoa en 1766. La carta iba firmada por el padre Nicolás Escobar, nombre que en aquel momento no significaba nada para ella, y se dirigía a otro jesuita, el padre Isidro López:

Reverendo Padre:

Desarmados de nuestros auxilios, calumniados ante el Rey y el Santo Padre, y objeto del odio de las fanáticas personas que de sobra conoce Vuestra Paternidad, muy cerca estamos de la bien trazada Catástrofe que con tanto sigilo se industria. Los Eclesiásticos mismos que son adversos a la Compañía no se recatan de ser corredores y proxenetas de las calumnias que circulan impunemente. De ese modo vamos quedando reducidos a nuestras propias fuerzas por quienes todo lo creen lícito para alcanzar sus fines y secuestran la voluntad, no sólo de Nuestro Soberano, que nos es suspicaz por malos avisos, sino también de nuestros antiguos amigos.

Todo presagia, Reverendo Padre, un golpe contra nuestra Orden al modo nefasto en que se realizó el crimen en Francia y en el Portugal del impío Pombal. Por conducto seguro y directísimo el abate G. nos ha confirmado la nómina conocida por V.P. sobre los individuos que preparan la maniobra y de qué modo se artificia su especie. Pero en ese vasto negocio, disfrazado de Averiguación Secreta, queda un resquicio de esperanza. Os escribo la presente, que os llegará por el conducto seguro que nos es habitual, a fin de alentaros a resistir mientras realizamos la empresa que tal vez disponga en nuestra justicia la voluntad de los más poderosos.

Previa consulta con nuestros superiores, y en atención al designio que V. P. ya conoce, me dispongo a viajar en la esperanza de que, Ad Maiorem Dei Gloriam (con ese nombre y ese amparo me dispongo a embarcar), el viento sople en las buenas direcciones. Doscientos argumentos a modo de llamas de fuego verde sin tallar, perfectas y grandes como nueces (iris del Diablo, los llama el buen abate), esperan en Cartagena de Indias bajo custodia del padre José Luis Tolosa, que es joven seguro y muy de fiar. Yo estaré en La Habana, con la ayuda de Dios, para finales de mes; y del mismo modo espero regresar a Nuestro Puerto lo antes posible, con tanto sigilo y tan directamente como los privilegios de la Compañía nos permitan, evitando peligrosas escalas intermedias. Nuestro dilecto don P. P. ha prometido al abate esperar, y pese a todo y a sus nuevas disposiciones y ambición, todavía podemos considerarlo individuo favorable; pues mucho es lo que tiene por beneficio en este negocio.

Añadiré a V.P. la feliz nueva de que ayer he sabido por nuestro querido abate que algunos amigos próximos al círculo de la llorada Reina Madre siguen siéndonos tan propicios como también lo son el digno V. y también H.; aunque de este último no podamos nunca fiar del todo por su naturaleza intrigante. En cuanto al abate, sigue en el favor de las personas reales y moviendo en nuestro beneficio los hilos del negocio, y nos cuenta que don P.P. se mantiene muy receptivo a lo que nos ocupa. Hasta mi regreso, por tanto, no queda sino Tacere et Fideri. Y que la Divina Providencia disponga.

Añadiré a V.P. la feliz nueva de que ayer he sabido por nuestro querido abate que algunos amigos próximos al círculo de la llorada Reina Madre siguen siéndonos tan propicios como también lo son el digno V. y también H.; aunque de este último no podamos nunca fiar del todo por su naturaleza intrigante. En cuanto al abate, sigue en el favor de las personas reales y moviendo en nuestro beneficio los hilos del negocio, y nos cuenta que don P.P. se mantiene muy receptivo a lo que nos ocupa. Hasta mi regreso, por tanto, no queda sino Tacere et Fideri. Y que la Divina Providencia disponga.

Reciba Vuestra Paternidad el más respetuoso saludo de su hermano en Cristo

Nicolás Escobar Marchamalo, S.J.

En el puerto de Valencia, a primero de noviembre, A.D. de 1776

Con el tiempo, Tánger había identificado a todos los personajes citados en la carta. La reina madre Isabel Farnesio, muy favorable a la Compañía de Jesús, había muerto medio año antes. El destinatario de la carta era el padre Isidro López: el más influyente de los jesuitas españoles, que gozó de excelente posición en la corte de Carlos III y fallecería en Bolonia dieciocho años después de extinguida la Compañía, sin haber podido volver del destierro. En cuanto a las iniciales, éstas no planteaban dificultad para alguien acostumbrado a manejar libros de Historia:
P. P.
era Pedro Pablo Abarca, conde de Aranda. Tras la inicial
H.
se ocultaba apenas el nombre de Lorenzo Hermoso, un indiano de Caracas afincado en España, intrigante y conspirador, que estuvo implicado en el motín de Esquilache, y que tras la caída de los jesuitas terminó preso y luego desterrado, después que el fiscal pidiese para él tormento
tanquam in cadavere
. La persona designada como
V.
era Luis Velázquez de Velasco, marqués de Valdeflores, literato e íntimo dela Compañía, que habría de pagar esa amistad con diez años de cárcel en los presidios de Alicante y Alhucemas. Y la inicial
G.
aludía al abate Gándara, conocido en la corte de Carlos III como el principal apoyo de los jesuitas cerca del rey, a quien acompañaba como escopetero en sus partidas de caza. El nombre real era Miguel de la Gándara, y su desdichado personaje podría haber inspirado
El Conde de Montecristo
o
La Máscara de Hierro
: apresado poco antes de la caída de la Orden, vivió en prisión los dieciocho años que le quedaban de vida, y murió en la cárcel de Pamplona sin que nadie estableciera con claridad los motivos de su condena.

El personaje del abate Gándara había fascinado a Tánger, hasta el punto de que terminó haciendo sobre él su tesis de licenciatura. Eso la llevó a investigar todos los papeles sobre sus procesos y prisión, conservados en la sección Gracia y Justicia del archivo nacional de Simancas. Incluso estableció el nombre del barco jesuita que no se mencionaba más que veladamente en la carta:
Dei Gloria
. De ese modo pudo comprobar que la despedida del padre Nicolás Escobar al padre López, donde mencionaba a Gándara, fue escrita un día antes de la detención de éste, realizada el 2 de octubre de 1766: la misma fecha en que Escobar zarpaba para América a bordo del bergantín con el que desaparecería en el mar durante el viaje de regreso. La tesis de Tánger se llamó
El abate Gándara, conspirador y víctima
, y le valió una excelente calificación académica para su licenciatura en Historia. Abundaba en datos sobre la larga prisión, los interrogatorios y los procesos judiciales del abate, encerrado en Batres y luego en Pamplona, donde quedaría recluido hasta su muerte, sin que nadie lograra nunca aclarar las razones del ensañamiento que le dedicaron Aranda y los otros ministros de Carlos III; salvo su amistad con la Compañía de Jesús, cuyos miembros —entre ellos el destinatario de la famosa carta— fueron detenidos seis meses después de la prisión del abate, desterrados a Italia y extinguida la Orden. En cuanto al viaje a La Habana del padre Escobar, y aquellas doscientas llamas de fuego verde a las que crípticamente aludía, nunca se obtuvo respuesta de Gándara, pese a que algunos interrogatorios mencionaban el tema. El secreto del
Dei Gloria
murió con él.

Después, la vida siguió su curso y Tánger tuvo otras cosas en que ocuparse. Las oposiciones para el Museo Naval y el trabajo centraron su atención, y nuevos asuntos se cruzaron en su vida. Hasta que un día se presentó Nino Palermo. Husmeando en libros y catálogos, el cazador de tesoros había encontrado la referencia a un informe del departamento marítimo de Cartagena, fechado el 6 de febrero de 1767, sobre la pérdida del
Dei Gloria
en combate con un corsario. El índice se refería a documentos enviados al Museo Naval de Madrid; de modo que Palermo acudió allí en busca de información, y el azar puso a Tánger en su camino. Fue ella la encargada de escuchar las peticiones del gibraltareño. Éste había abordado el tema a la manera de su oficio, camuflado entre pistas falsas, sin darle aparente importancia. Pero de pronto, en plena conversación, ella oyó el nombre del
Dei Gloria
. Un bergantín perdido, dijo Palermo, en ruta de La Habana a Cádiz. Aquello reavivó los recuerdos de Tánger, creando conexiones precisas entre lo que hasta entonces eran cabos sueltos. Había ocultado su emoción, disimulando cuanto pudo. Después, tras quitarse de encima al cazador de naufragios con vagas promesas, comprobó que el documento por el que se interesaba había sido enviado tiempo atrás al archivo general de marina en el Viso del Marqués. Al día siguiente estaba allí; y en la sección de Corso y Presas encontró el nombre del barco:
Relación sobre la pérdida del bergantín Dei Gloria, a 4 de febrero de 1767, en combate con el jabeque corsario que se presume sea el llamado Serguí…
Ahí estaba todo cuanto oficialmente se conocía del naufragio, con la declaración del único superviviente. Era la respuesta al misterio, el desenlace de la aventura cuyo inicio ella había vislumbrado años atrás, en la carta del jesuita. Ahí estaba la razón de que el bergantín nunca llegara a puerto, y de que el abate Gándara fuese interrogado hasta su muerte en prisión. Ahí se aclaraba el destino de las doscientas llamas de fuego verde que debían haber convencido a los miembros del gabinete de la Pesquisa Secreta y tal vez al mismo rey de no aniquilar a los ignacianos.

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