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Authors: Jussi Adler-Olsen

Tags: #Intriga, suspense

La casa del alfabeto (73 page)

BOOK: La casa del alfabeto
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—Déjalo ya, Laureen.

—¡Ya sabes lo que pienso de él! ¿Realmente tienes que hacerlo? ¿No quieres, al menos, que Petra y yo os acompañemos? ¡Si no ha dicho esta boca es mía en todo el día! ¡Es un hombre muy raro! —insistió, poniendo énfasis en todas y cada una de las palabras.

—Petra me ha contado que no ha salido de casa desde la semana pasada, cuando visitaron al médico en Londres.

—De todos modos, pienso que no deberías hacerlo, Bryan. Hazlo por mí —pidió Laureen con una mirada suplicante—. ¿Acaso no te diste cuenta de la mirada que te dirigió?

El viento se había calmado. La brisa del este llenaba sus fosas nasales con aire marino. La tierra todavía estaba helada y resultaba difícil andar por las zonas del acantilado en las que apenas había vegetación.

Caminaban separados apenas por un paso, en silencio y cohibidos, Bryan miró varias veces a James, intentando llegar a él con una sonrisa.

—Petra me ha enseñado los dibujos, James —dijo con voz queda.

De pronto, los graznidos de los pájaros se elevaron en el aire atrayendo sus miradas mar adentro. Bryan formuló varias veces para sus adentros lo que quería decir y finalmente lo soltó:

—No son auténticos, ¿lo sabes?

James no le contestó, pero asintió con la cabeza sin mostrar interés.

Cuando llegaron al borde del acantilado, las frías olas golpeaban con fuerza contra la roca. Bryan se subió el cuello de la gabardina y miró a su amigo.

—¡No creo que esté muy lejos el lugar donde subimos en globo, James! ¿Te acuerdas? —No hubo respuesta. Bryan tampoco había contado con ello—. ¡Entonces éramos felices! ¡Aunque estuvo a punto de acabar en tragedia!

El cigarrillo que entonces encendió Bryan era el primero del día. El suave tabaco le hizo bien. El sendero que llevaba al pueblo estaba desierto. El mar era una orgía de colores fríos.

James soltó varios gruñidos. Se ciñó el abrigo alrededor del cuerpo.

—¿Quieres que volvamos a casa. James? No parece que estés disfrutando del paseo, ¿no es cierto?

La única respuesta que Bryan recibió fue otro gruñido. James apretó el paso.

Se detuvo en un lugar que ya había visitado en otras ocasiones, no cabía duda. Muchos años atrás. James se había colocado al borde del acantilado, mirando hacia el abismo. Entonces se volvió.

—No —dijo de pronto y examinó el terreno a sus pies—. No acabo de acordarme del todo. ¡Sólo de algunas partes!

Bryan inhaló. El humo se mezcló con sus palabras.

—¿De qué, James? ¿De nuestra travesía en globo?

—¡Sólo alcanzo a recordar que me dejaste colgando de la roca!

Un fugaz esclarecimiento volvió a desaparecer del rostro de James.

—¡Conseguí subirte. James! ¿Acaso no lo recuerdas? Fue un accidente de lo más corriente, totalmente fortuito. ¡Si sólo éramos un par de muchachos alocados!

James empezó a carraspear. Bryan lo miró. Ora parecía relajado, ora tensaba todos los músculos, metódicamente. Su semblante cambiaba incesantemente. No debía de ser fácil para Petra.

—¡Recuerdo cosas, y no las recuerdo! —dijo deteniéndose en medio de un carraspeo—. Todavía no conoces la historia de los simuladores, ¿verdad? —Se interrumpió de pronto a sí mismo.

—Supongo que no toda. Sólo sé lo que me ha contado Laureen. ¡Lo que Petra le contó a ella!

James dio un par de pasos por el borde del acantilado. Mientras, Bryan lo seguía con la mirada. La risa murió en la misma exhalación en la que nació.

—Esa historia es el elemento más importante de mi vida.

—James clavó la mirada en la nada y sacudió la cabeza dejando que la melancolía volviera a apoderarse de él—. ¡Y ni siquiera es mi propia historia! No resulta agradable pensar en ello, lo comprendes, ¿verdad? —Bryan echó un vistazo por encima del hombro. La distancia que lo separaba del borde del acantilado era de apenas un metro. James se colocó delante de él y lo miró a los ojos por primera vez. La luz hizo que su color cambiara sin cesar. Eran grises, y eran azules. Y eran indefinibles—. ¡Petra me ha contado que te hiciste médico, Bryan! —dijo de pronto.

—¡Si, así es!

—¡Y que has ganado mucho dinero!

—Sí, eso también es cierto, James. Poseo una empresa farmacéutica.

—¿Y tus hermanos están bien?

—Sí, están bien.

—Hay una gran diferencia entre nosotros dos, ¿no te parece, Bryan?

Cuando Bryan lo miró a los ojos, los colores del mar se reflejaron en ellos.

—No lo sé. James. ¡Supongo que sí!

En el preciso instante en que James lo miró, Bryan se arrepintió de su falsedad.

—¿Crees que no lo sé? —James lo dijo tranquilamente y dio un paso más adelante. Sus rostros estaban uno enfrente del otro. El aliento de James era dulzón—. Creo que sabré vivir con mi vida malograda —dijo, apretando los labios—, Pero hay muchas cosas que me cuesta entender.

—¿Como por ejemplo, James?

—¿Como por ejemplo? —James no sonreía—. ¡A ti, por ejemplo! jY el síndrome de abstinencia por las pastillas, claro está! Que la gente me hable. ¡Que esperen que les conteste! Que soy Gerhart y Erich y James a la vez.

—Sí.

Los tendones en e! cuello de James se tensaron. Alzó lentamente las manos hacia el torso de Bryan.

—¡Pero eso no es lo peor!

Bryan dio un paso atrás. Al inclinarse ligeramente hacia adelante, su equilibrio mejoró ostensiblemente. Respiró hondo.

—Lo peor es —prosiguió James agarrando a Bryan del brazo suavemente—, ¡... lo peor es que no regresaras a por mí!

—¡No sabía dónde buscarte, James! ¡Es así! Lo intenté, pero habías desaparecido.

James cerró los dedos alrededor del brazo de Bryan. Su mirada se perdió. Entonces se concentró y soltó las palabras en un susurro que los graznidos de los pájaros casi absorbieron por completo.

—¡Lo peor de todo, sin embargo, es la conciencia de no haber hecho nada por remediar la situación!

Una convulsión que nació y murió en una décima de segundo en el rostro de James succionó a Bryan hasta las profundidades de un pasado en el que un muchacho pecoso de mejillas hundidas, ojos vivarachos y piel dorada intentaba insultarlo desesperadamente para que hiciera algo, mientras la lona del globo se desgarraba sobre su cabeza. «Confía en mí —le había dicho entonces, antes de que ocurriera—. Todo irá bien, ya verás.» Era esa misma convulsión que ahora volvía a recorrer el rostro de James. Una convulsión suplicante, dirigida con desprecio hacia sí mismo.

—¡Pero si no podías, James! —susurró Bryan—. ¡Estabas enfermo!

—¡No lo estaba! —su exclamación fue inusitadamente brusca. Todo su rostro se contrajo. Los ojos expresaban desesperación. El calor emanaba de su cuello—. ¡Tal vez al principio, sí! ¡Y tal vez también enfermé al final! Pero tardé muchos años. ¡Unos años condenadamente largos! Los únicos momentos de sosiego que tuve me los proporcionaron las pastillas. Era una calma terrible: yo era James, y era Gerhart, y era Erich, pero enfermo no estaba. —Agarró el brazo de Bryan con más fuerza—. Al menos la mayor parte del tiempo —acabó diciendo.

Los dos viejos amigos se miraron a los ojos. La ira, la inseguridad y la pena brillaban en los ojos de James. Bryan notó entonces cómo su peso se propagaba hasta las manos cerradas. James intentó hasta dos veces concebir la siguiente frase con la boca abierta hasta que finalmente consiguió pronunciarla:

—¡Y ahora tú me preguntas si recuerdo el globo! ¡Y seguirás preguntándome sobre eso y aquello! ¡Cosas que tú y otros conocéis y que tan sólo una parte insignificante de mí recuerda vagamente! ¡Es como si con esas preguntas intentarais obligarme a darles la espalda a aquellos años que pasé esperando!

—¿Por qué crees eso? ¿Por qué íbamos a desear algo así? —preguntó Bryan mirando al hombre tembloroso con insistencia, mientras alzaba los brazos lentamente y agarraba los brazos de éste con fuerza.

James cerró los ojos. Al cabo de un rato, alzó las cejas. Todavía daban muestras de su excitación, aunque el rostro en sí se había relajado. Se rió secamente.

—¡Al fin y al cabo, siempre hay algo que me vuelve en retales! —James apretó los brazos contra el cuerpo. Bryan se vio absorbido por su propio punto de gravedad—. Durante los últimos días he vuelto a ver las patrullas de perros que nos perseguían. Hacía años que no me pasaba. Las veo intentando atraparnos, Bryan. Cada vez están más cerca. ¡Y entonces veo los dos trenes que se cruzan en el valle! Uno en dirección oeste y el otro en dirección este. ¡Nuestra salvación, pensamos entonces!

Bryan asintió con la cabeza e intentó revolverse con todas sus fuerzas.

—¡Y entonces pienso que tal vez no deberíamos haber saltado!

—No debes pensar en eso. James. ¡No tiene sentido!

James se apoyó contra Bryan y posó la barbilla en su hombro. A sus espaldas, la roca estaba ya prácticamente envuelta por la neblina. A sus pies, las olas chocaban contra la roca llevadas por el viento del este. Bryan oyó su llamada.

Una ave marina salió revoloteando del abismo y abandonó la formación a regañadientes. En aquel mismo instante, James aflojó las manos. Su cuerpo temblaba, como antes de la tormenta.

Al oír la repentina risa de James, Bryan echó la pierna izquierda un poco hacia atrás en un reflejo febril. La tierra helada lo hizo resbalar. La punta del zapato rastreó el borde del acantilado. James parecía estar muy lejos. Su mirada se volvió distante y la risa cesó tan repentinamente como había surgido. El repentino cambio de humor resultaba a la vez demente y lógico.

La succión que ejerció el abismo decreció. La atracción de las olas menguó. Con tanta delicadeza como en un paso de vals, Bryan cargó el peso sobre la pierna derecha y rodeó a James, que apenas registró el movimiento. Como si se tratara de una neblina perezosa, la tensión se desvaneció.

James dejó caer los hombros y soltó a Bryan.

El rostro que tenía delante tenía una expresión calmosa.

—¡Estuvo bien que subiéramos a ese tren. James! —dijo—. ¡No debes pensar otra cosa! —Bryan ladeó la cabeza intentando atrapar la mirada de James—. ¡Y estuvo bien que cogiéramos el tren que cogimos, y no el otro! —añadió dulcemente.

Luego alzó la mirada al cielo y dejó que la brisa le revolviera el pelo. Inspiró profundamente. El contorno de sus ojos expresaba armonía.

—¿Y sabes por qué, James? —Bryan miró largamente a su amigo. Cuando de pronto el viento se calmó. James abrió los ojos y miró a Bryan. Simplemente esperó. El rostro no expresaba curiosidad alguna—. ¡Porque si hubiéramos cogido el tren en dirección este, tendría que haberte buscado en Siberia, James!

James miró a Bryan un rato aún y luego volvió la cabeza hacia el otro lado. Por el baile rítmico de los ojos por el cielo abierto se habría dicho que James estaba contando las nubes, una por una, en su huida desordenada y turbulenta.

Entonces sonrió cansinamente y dio la espalda al viento mientras echaba la cabeza hacia atrás, dejando que los últimos rayos de luz del día cubrieran su rostro.

Después de que James lo hubo abandonado, Bryan se quedó inmóvil siguiéndolo con la mirada en su camino de vuelta a la casa, paso a paso en la pálida refracción del sol poniente. La silueta no se volvió ni una sola vez.

El chasquido final de la puerta le llegó una eternidad más tarde, a la vez apagado e infernal. Bryan cerró los ojos y respiró hondo; le faltaba el aire.

Las convulsiones le vinieron en oleadas.

Cuando finalmente bajó los hombros y abrió los ojos. Laureen apareció delante de él. Lo miró como nunca antes. Le pareció que lo atravesaba con la mirada. Mientras se cogía del cuello de la gabardina de Bryan intentó sonreír.

—Creo que los dibujos son falsos, Bryan —anunció poco después y se llevó la mano al pelo para sentir el efecto del viento—. Le aconsejé a Petra que los hiciera examinar.

—¡Lo suponía!

Bryan prestó oídos a los gritos. Las gaviotas tenían hambre.

—No sé si lo hará. James le ha dicho que ya los venderá. Le ha dicho que hay que darle tiempo al tiempo, y que él ya se encargará de ellos.

Las palabras le llegaron en nudos disueltos. Se diluyeron creando otros significados.

—¿Que él ya se encargará? —Bryan respiraba sosegadamente—. ¡En cierto modo, eso me suena!

Laureen lo cogió del brazo. Con la otra mano intentó alisarse el pelo revuelto por el viento.

—No te encuentras bien, ¿verdad, Bryan? —le preguntó con cautela.

Bryan se encogió de hombros. Las ráfagas de viento transportaron algunas gotitas extraviadas de espuma de mar al borde del acantilado. Laureen se equivocaba. Sin embargo, el estado de ánimo que se estaba apoderando de él le resultaba extraño.

—¿Te sientes traicionado, Bryan? —preguntó ella suavemente.

Bryan se metió la mano en el bolsillo. El paquete de cigarrillos apareció debajo del manojo de llaves. Se quedó con el cigarrillo sin encender en la boca un rato aún; se cimbreaba al viento. La construcción invertida y curiosa de la pregunta le fascinó. Él no había sabido formularla de manera tan sencilla. Desde que James le había dado la espalda, hacía tan sólo un momento, había quedado en suspenso una pregunta como aquélla.

—¿Si me siento traicionado? —Bryan se mordió la mejilla por dentro cuando ésta empezó a temblarle—. ¿Cómo es ese sentimiento? ¡No lo sé! Pero me he sentido engañado. ¡Todo el tiempo! Conozco ese sentimiento.

El eco de promesas rotas desfilaron por su mente amenazando la buena educación, la falsedad de las normas de comportamiento adquiridas en el internado, los conceptos de honor de la vida adulta, todos los recuerdos reconfortantes sobre la solidaridad y el recuerdo reciente de la espalda de James, que se irguió delante de él desapareciendo de camino hacia la casa.

Bryan se debatió largo rato en aquella lucha, y finalmente la ganó con dulzura.

—Estaba pensando, ¿por qué han tenido que pasar treinta años hasta que alguien formulara esa pregunta con tanta claridad, Laureen? —dijo quedamente.

Ella se quedó inmóvil.

El sol apareció sobre su cabeza como una aura, mientras el mar oscurecía.

—¡Sin embargo, si me lo hubieras preguntado antes, no habría sabido qué responder!

—¿Y ahora?

—¿Ahora? —Bryan se ciñó el cuello de la gabardina—. ¡Ahora soy libre!

Bryan se quedó un momento en aquella postura. Entonces levantó el brazo hacia un lado y encontró el hombro de Laureen. La apretó contra su cuerpo y la sostuvo así cariñosamente hasta que notó que ella se relajaba.

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