Ambos rastros eran falsos. La auxiliar de la oficina había dejado el trabajo y no se molestó en comunicarlo. La encontramos en Byatsialic, al este de Besźel. Se sentía mortificada por habernos causado molestias.
—Nunca presento el preaviso —no paraba de repetir—. No cuando son jefes así. Y esto nunca había pasado, nada como esto.
A Corwi no le costó ningún trabajo encontrar a Rosyn «La Morritos». Estaba trabajando en su zona habitual.
—No se parece en nada a Fulana, jefe.
Corwi me enseñó una foto para la que Rosyn había posado con gusto. No podíamos rastrear la fuente de esa información espuria, entregada con una seguridad tan convincente, ni imaginar quién podría haber confundido a las dos mujeres. Llegó otra información que mandé investigar. Vi que me habían dejado algunos mensajes y algunos silencios en el teléfono del trabajo.
Llovía. En el quiosco que había frente a mi puerta principal la tinta del cartel de Fulana empezaba a difuminarse y emborronarse. Alguien había pegado un cartel anunciando una fiesta de tecno balcánico de forma que cubría la mitad de su cara. El nombre del club emergía de sus labios y mentón. Le quité las chinchetas al nuevo cartel. No lo tiré, solo lo moví de forma que Fulana fuera visible de nuevo, con los ojos cerrados junto a él. DJ Radic y el Tigre Kru. Tecno duro. No vi ningún otro cartel de Fulana, aunque Corwi me aseguraba que sí estaban, ahí, en la ciudad.
Los rastros de Khurusch estaban por toda la furgoneta, por supuesto, pero con la excepción de esos pocos pelos, Fulana estaba limpia. Como si todos esos jugadores en rehabilitación hubiesen mentido, de todas formas. Intentamos conseguir los nombres de los contactos a los que les había prestado la furgoneta. Mencionó unos pocos, pero insistió en que se la había robado un extraño. El lunes después de que encontraran el cuerpo recibí una llamada.
—Borlú.
Dije mi nombre de nuevo después de una larga pausa, y me lo repitieron como respuesta.
—Inspector Borlú.
—¿En qué puedo ayudarlo?
—No lo sé. Esperaba que me hubiese ayudado ya hace unos días. He estado intentando ponerme en contacto con usted. Más bien soy yo quien puede ayudarlo.
El hombre hablaba con acento extranjero.
—¿Qué? Perdón, necesito que hable más alto. Se oye muy mal.
Había interferencias de estática y la voz del hombre sonaba como si fuera una grabación. No conseguía distinguir si el retraso era culpa de la línea o si él se estaba tomando su tiempo en responderme cada vez que yo decía algo. Hablaba un buen besź, aunque extraño, salpicado de arcaísmos. Dije:
—¿Quién es? ¿Qué quiere?
—Tengo información para usted.
—¿Ha hablado con nuestra línea de información?
—No puedo. —Estaba llamando desde el extranjero. La retroalimentación de los obsoletos intercambios de Besźel era inconfundible—. Ese es el problema.
—¿Cómo ha conseguido mi teléfono?
—Borlú, cállese. —Volví a desear que tuviéramos teléfonos con registro de llamadas. Me senté—. Google. Su nombre sale en los periódicos. Está a cargo de la investigación sobre la chica. No resulta difícil que los asistentes te pasen la llamada. ¿Quiere que lo ayude o no?
Miré a mi alrededor, pero no había nadie conmigo.
—¿Desde dónde llama?
—Vamos, Borlú. Ya sabe desde dónde estoy llamando.
Iba tomando notas. Ese acento me sonaba.
Estaba llamando desde Ul Qoma.
—Ya sabe desde dónde llamo y precisamente por eso haga el favor de no molestarse en preguntar mi nombre.
—No está haciendo nada ilegal por hablar conmigo.
—No sabe lo que voy a decirle. ¡No sabe lo que voy a decirle! Es… —Se quedó callado de repente y le escuché mascullar algo con la mano sobre el auricular—. Mire, Borlú, no sé cuál es su posición al respecto de algo así, pero yo creo que es una locura que lo esté llamando desde otro país.
—Yo no estoy metido en política. Escuche, si prefiere… —Empecé la segunda frase en ilitano, el idioma de Ul Qoma.
—Así está bien —me interrumpió en su anticuado besź con las conjugaciones del ilitano—. Es el mismo maldito idioma de todos modos. —Eso lo anoté—. Ahora cállese. ¿Quiere oír la información?
—Por supuesto.
Me había puesto de pie, estaba tratando de establecer la conexión, buscando un modo de rastrear la llamada. Mi línea no estaba equipada y llevaría horas localizarla a través de BesźTel, incluso si pudiera contactar con ellos al mismo tiempo que mantenía a aquel hombre al teléfono.
—La mujer que… Está muerta. ¿Verdad? Lo está. Yo la conocía.
—Siento el…
No dije eso hasta que él no estuvo callado durante varios segundos.
—La conocía… Nos conocimos hace tiempo. Quiero ayudarlo, Borlú, pero no porque usted sea poli. Por el amor del cielo. No reconozco su autoridad. Pero si Marya fue… si la asesinaron, entonces puede que algunas personas que me importan no estén a salvo. Incluida la persona que más me importa: yo mismo. Y ella merece… Y ya: no sé más.
»Se llamaba Marya. Se presentó con ese nombre. La conocí aquí. Aquí, en Ul Qoma. Le estoy contando lo que puedo, pero nunca supe muchas cosas. No era asunto mío. Ella era extranjera. La conocí gracias a la política. Se la tomaba en serio, era comprometida, ¿sabe? Solo que no con lo que yo creí en un principio. Sabía mucho, no perdía el tiempo.
—Oiga —dije.
—Es todo lo que puede decirle. Vivía aquí.
—Ella estaba en Besźel.
—Venga. —El hombre estaba enfadado—. Venga. No oficialmente. No podía. Incluso si lo estaba, vivía aquí. Échele un vistazo a las células, los radicales. Alguien sabrá quién era. Iba a todas partes. Todos los bajos fondos. De los dos lados, tiene que haberlo hecho. Quería ir a todas partes porque necesitaba saberlo todo. Y lo consiguió. Eso es todo.
—¿Cómo descubrió que la habían matado?
Escuché el siseo de su respiración.
—Borlú, si de verdad me está preguntando eso en serio yo estoy perdiendo el tiempo y usted es estúpido. Reconocí su fotografía, Borlú. ¿Cree que le estaría ayudando si no pensara que tengo que hacerlo? ¿Si no creyera que esto es importante? ¿Cómo cree que lo descubrí? ¡Vi el puto cartel!
Colgó el teléfono. Yo mantuve el auricular pegado a la oreja durante un momento como si él fuera a volver.
Vi el cartel
. Cuando bajé la vista hacia mi cuaderno había escrito, además de los detalles que me había proporcionado, «mierda/mierda/mierda».
No me quedé en la oficina mucho más tiempo. «¿Estás bien, Tyador?», me preguntó Gadlem. «Pareces…». Estoy seguro de que lo parecía. En un puesto callejero me tomé un café negro
aj Tyrko
(al estilo turco), pero fue un error. Me sentí mucho más inquieto.
Fue bastante difícil, aunque no era de extrañar en un día como aquel, respetar las fronteras, ver y desver solo lo que debía mientras volvía a casa. Estaba acorralado por gente que no estaba en mi ciudad, caminando despacio a través de zonas abarrotadas, pero no abarrotadas en Besźel. Me centré en las piedras que de verdad estaban a mi alrededor (catedrales, bares, los ornamentos de ladrillos de lo que había sido una escuela), con las que había crecido. Ignoré el resto, o lo intenté.
Esa noche marqué el número de Sariska, la historiadora. Un poco de sexo habría estado bien, pero a veces le gustaba discutir sobre los casos en los que estaba trabajando, y la mujer era lista. Marqué su número dos veces y dos veces colgué antes de que pudiera responder. No iba a meterla en esto. Una infracción de la cláusula de confidencialidad de las investigaciones en curso disfrazada de hipótesis era una cosa. Convertirla en cómplice de una brecha, otra.
No dejé de pensar en ese «mierda/mierda/mierda». Al final volví a casa con dos botellas de vino y me dispuse (amortiguando su caída en mi estómago con una cena rápida a base de aceitunas, queso y salchichas) a terminarlas. Escribí más notas inútiles, algunas de forma esquemáticamente arcana, como si así pudiera imaginar una salida, pero la situación (la adivinanza) estaba clara. A lo mejor yo era la víctima de un bulo trabajoso e inútil, pero no parecía probable. Lo más seguro era que el hombre que había llamado me hubiera dicho la verdad.
En cuyo caso me había dado una pista importante, una información cercana a Marya-Fulana. Me había dicho adónde ir y a quién perseguir para descubrir algo más. Lo que resultaba ser mi trabajo. Pero si se supiera que estaba investigando esa información, ninguna condena se sostendría. Y lo que era más serio, esa investigación sería mucho peor que ilegal, no solo ilegal según las leyes de Besźel: habría incurrido en una brecha.
Mi informante no tendría que haber visto los carteles. No estaban en su país. No tendría que habérmelo dicho. Me convirtió en cómplice. La información era un alérgeno en Besźel: el mero hecho de que estuviera en mi cabeza era una especie de trauma. Ahora era cómplice. Ya estaba hecho. (Quizá porque estaba borracho, no se me ocurrió entonces que no habría sido necesario que me dijera cómo había conseguido la información y que debía de tener razones para habérmelo contado).
No fue mi caso, pero ¿quién no se sentiría tentado de quemar o de hacer trizas las notas de esa conversación? Por supuesto que no fue mi caso, pero aun así… Estuve sentado en la cocina de mi casa hasta tarde, con las notas extendidas sobre la mesa delante de mí y escribiendo ociosamente «mierda/mierda» en diagonal de vez en cuando. Puse música:
Little Miss Train
, una colaboración, un dueto de Van Morrison con Coirsa Yakov, la Umm Kalsoum besźelí, como la llamaban, en una gira de 1987. Bebí más y puse la fotografía de la posible autora de una brecha Marya-Fulana Desconocida de Tal junto a las notas.
Nadie la conocía. Quizá, que Dios nos asista, quizá ella nunca había estado verdaderamente en Besźel, aunque Pocost era una zona íntegra. Podían haberla arrastrado hasta allí. Que los chicos encontraran el cuerpo, toda la investigación, podía ser también una brecha. No debía ir más lejos con eso. Quizá debería apartarme de la investigación y dejar que se descompusiera. Fue un momento de escapismo fingir que podía hacerlo. Al final haría mi trabajo, aunque eso supusiera romper algún código, un protocolo existencial mucho más básico que el que me pagaban por cumplir.
Cuando éramos niños solíamos jugar a la Brecha. Nunca fue un juego del que disfrutara mucho, pero a mí también me llegaba el turno de arrastrarme sobre líneas pintadas a tiza y dejar que mis amigos me persiguieran, y de perseguirlos yo a ellos cuando me tocaba. Eso, además de coger ramitas y guijarros del suelo y asegurar que eran la veta madre mágica de Besźel, y un híbrido entre el corre que te pillo y el escondite al que llamábamos «la caza del exiliado interior» eran nuestros juegos más frecuentes.
No existe ninguna teología tan desesperada que sea imposible de encontrar en alguna parte. Hay una secta en Besźel que rinde culto a la Brecha. Resulta escandaloso, aunque no tanto si se tienen en cuenta los poderes involucrados. No hay ninguna ley en contra de la organización, aunque la naturaleza de su religión pone a todos nerviosos. Han sido el objeto de varios obscenos programas de televisión.
A las tres de la mañana estaba borracho y muy despierto, contemplando las calles de Besźel (y más: el entramado). Podía oír a los perros ladrar y uno o dos gritos de algunos lobos callejeros esqueléticos y llenos de gusanos. Los papeles (ambas caras del razonamiento, como si aún fuera eso, un razonamiento) extendidos por toda la mesa. El rostro de Marya-Fulana tenía marcas del vaso de vino, como las tenían también los «mierda/mierda/mierda» de notas ilegales.
No es raro en mí que me cueste dormir. Sariska y Biszaya estaban acostumbradas a levantarse somnolientas del dormitorio para ir al baño y encontrarme leyendo en la mesa de la cocina, mascando tanto chicle que me iban a salir llagas por la glucosa (pero no quería empezar a fumar otra vez). O contemplando el paisaje nocturno de la ciudad y (era inevitable, pues la luz la iluminaba) de la otra ciudad.
Sariska se rió de mí una vez: «Mírate», me dijo, no sin cariño. «Ahí sentado, como un búho. Una maldita gárgola melancólica. Vaya mamón sensiblero. No te viene ninguna idea porque es de noche. Porque algunos edificios tienen las luces encendidas». Ahora no estaba ahí para pincharme y yo necesitaba cualquier idea que pudiera venirme, por falsa que fuera, así que seguí mirando.
Los aviones volaban por encima de las nubes. Las agujas de las catedrales estaban iluminadas por los rascacielos. Al otro lado de la frontera, una arquitectura de formas curvas y de medialuna. Traté de encender el ordenador para buscar algunas cosas pero la única conexión que tenía era de acceso telefónico y resultaba tan frustrante que desistí.
—Los detalles después.
Eso pensé, y hasta creo que lo dije en voz alta. Escribí algunas notas más. Finalmente marqué el número directo de la mesa de Corwi.
—Lizbyet, se me ha ocurrido algo. —Mi reacción inmediata, como siempre que mentía, fue decir muchas cosas y muy rápido. Traté de hablar como si nada, pero ella no era estúpida—. Es tarde. Te estoy dejando este mensaje porque es probable que mañana no me pase por allí. No estamos consiguiendo nada con la investigación a pie de calle, así que parece obvio que no es lo que pensábamos… Alguien la habría reconocido. Hemos enviado su foto a todos los distritos así que, si es una chica de la calle, a lo mejor tenemos suerte. Pero mientras tanto me gustaría probar un par de líneas de investigación distintas mientras lo otro sigue adelante.
»Estoy pensando, mira, ella no está en su zona, es una situación extraña, no conseguimos ningún contacto. He estado hablando con un tipo que conozco de la Unidad Disidente y me ha contado lo secretista que es la gente a la que está vigilando. Todos nazis, rojos, unionistas y tal. Sea como sea, me ha hecho pensar en qué tipo de gente oculta su identidad y mientras tengamos tiempo me gustaría investigar eso un poco. Lo que estoy pensando es… Espera, estoy echando un vistazo a mis notas… Vale, podemos empezar con los unionistas.
»Habla con la Brigada de los Chiflados. Mira a ver qué puedes sacar por direcciones, secciones… No sé mucho de eso. Pregunta por la oficina de Shenvoi. Dile que estás trabajando para mí. Acércate a los que puedas, enséñales las fotos, mira a ver si alguien la reconoce. No hace falta que te diga que te van a mirar raro, no van a querer tenerte cerca. Pero mira a ver qué puedes hacer. Ponte en contacto conmigo, me puedes localizar en el móvil. Como te he dicho, no estaré en la oficina. Vale. Hablamos mañana. Bueno, adiós.