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Authors: China Miéville

Tags: #Fantástico, #Policíaco

La ciudad y la ciudad (8 page)

BOOK: La ciudad y la ciudad
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El Frente de Solidaridad de Besźqoma no se había esmerado mucho con la decoración. Había dos habitaciones, dos y media si hacíamos un recuento generoso, llenas de armarios y de estanterías que estaban a rebosar de ficheros y de libros. Habían liberado espacio en la esquina de una pared como, esa era la impresión que daba, telón de fondo y una cámara web apuntaba hacia allí y hacia una silla vacía.

—Emisiones —dijo Drodin. Vio hacia dónde estaba mirando—. En línea. —Empezó a decirme una página web hasta que negué con la cabeza.

—Todos los demás salieron cuando entré yo —me dijo Corwi.

Drodin se sentó detrás de su escritorio en la habitación trasera. Había otras dos sillas ahí dentro. No nos ofreció asiento, pero nos sentamos de todas formas. Más libros revueltos, un ordenador sucio. En una pared había un mapa a gran escala de Besźel y de Ul Qoma. Para evitar que los acusaran, las líneas y los sombreados estaban ahí (de las zonas íntegras, álter, entramadas) pero, con una sutileza ostentosa, las diferencias estaban marcadas en escalas de grises. Nos quedamos sentados, intercambiándonos miradas durante un tiempo.

—Escuche —dijo Drodin—, ya sé que… Imagino que entiende que no estoy acostumbrado a… A ustedes no les gusto, y me parece bien, es comprensible. —Ni Corwi ni yo dijimos nada. Él se puso a jugar con algunas de las cosas que tenía sobre su escritorio—. Y yo no soy ningún soplón.

—Jesús, Drodin —dijo Corwi—, si es absolución lo que buscas vete a ver a un cura.

Pero él siguió hablando.

—Es que… Si todo esto tiene que ver con eso en lo que ella estaba metida, entonces va a pensar que tiene que ver con nosotros y aunque pudiera tener que ver no le voy a dar a nadie una excusa para que venga a por nosotros. ¿Entienden? ¿Entienden?

—Ya está bien —dijo Corwi—. Déjate de gilipolleces. —Miró en torno a la habitación—. Sé que te crees muy listo, pero en serio: ¿cuántos delitos menores crees que estoy viendo ahora mismo? El mapa, para empezar. Te crees que está muy bien hecho, pero no, a cualquier abogado patriótico le costaría menos y nada interpretarlo de forma en la que quedaras implicado. ¿Qué más tenemos? ¿Le has dado un repaso a tus libros? ¿Cuántos están en la lista de libros prohibidos? ¿Quieres que revise tus papeles? Este lugar lleva escrito, con letras de neón, «injurias a la soberanía de Besźel en segundo grado» por todas partes.

—Como los barrios de clubes de Ul Qoma —añadí—. En un neón de Ul Qoma. ¿Te gustaría eso, Drodin? ¿Lo prefieres a nuestra variedad local?

—Así que, aunque apreciemos su ayuda, señor Drodin, no nos engañemos sobre por qué estás haciendo esto.

—No lo entiende —murmuró entre dientes—. Tengo que proteger a mi gente. Ahí fuera hay movidas muy raras. Pasan movidas muy raras.

—Vale —dijo Corwi—. Lo que tú digas. ¿Qué nos tienes que contar, Drodin? —Sacó la fotografía de Fulana y se la puso delante—. Cuéntale a mi jefe lo que me habías empezado a contar a mí.

—Sí —dijo él—. Es ella.

Corwi y yo nos inclinamos hacia delante. Una sincronización perfecta.

—¿Cómo se llama? —pregunté yo.

—Como ella dijo que se llamaba, dijo que se llamaba Byela Mar. —Drodin se encogió de hombros—. Es lo que ella dijo. Ya, ¿qué quieren que les diga?

Resultó ser un obvio y elegante pseudónimo. Byela en besźelí es un nombre tanto masculino como femenino; Mar es cuando menos un apellido plausible. Sus fonemas juntos se aproximan a la locución
byé lai mar
, literalmente «solo cebo», una expresión de los pescadores que significa «nada que señalar».

—No es nada infrecuente. Muchos de nuestros contactos y miembros utilizan pseudónimos.


Noms
—dije—
d’unification
. —No tuve muy claro si lo había entendido—. Cuéntanos lo que sepas sobre Byela.

Byela, Fulana, Marya estaba acumulando nombres.

—Ella estuvo aquí hace, no sé, ¿tres años o así? ¿Algo menos? No la he vuelto a ver desde entonces. Se veía claramente que era extranjera.

—De Ul Qoma.

—No. Hablaba un ilitano decente pero no fluido. Hablaba en besź o en ilitano… o, bueno, en la raíz original. Nunca le oí hablar nada más… no quería decirme de dónde procedía. Por su acento diría que era americana o inglesa, quizá. No sé qué estaba haciendo. No… Resulta un poco maleducado preguntarle demasiado a gente como ella.

—Entonces, ¿qué?, ¿venía a las reuniones? ¿Las coordinaba? —Corwi se giró hacia mí y dijo sin bajar la voz—: Ni siquiera sé a qué se dedican estos cabrones, jefe. No tengo ni idea de qué preguntarles.

Drodin la miró, no más avinagrado de lo que había estado desde que llegamos.

—Apareció por aquí hace un par de años, como dije antes. Quería usar nuestra biblioteca. Tenemos panfletos y libros antiguos sobre… bueno, sobre las ciudades, un montón de material que no tienen en otros sitios.

—Tendríamos que echar un vistazo, jefe —comentó Corwi—. Para comprobar que no haya nada inapropiado.

—Hostia puta, estoy colaborando, ¿no? ¿Quieren pillarme con libros prohibidos? No hay nada que sea de clase uno, y los de clase dos que tenemos, la mayor parte se pueden encontrar en internet de todas formas, joder.

—Está bien, está bien —dije. Le indiqué que continuara.

—Así que vino y hablamos un montón. No pasó mucho tiempo aquí. Un par de semanas. No me pregunte qué hizo aparte de eso y movidas así porque no lo sé. Lo único que sé es que venía todos los días a deshoras y se ponía a mirar los libros o a hablar conmigo de nuestra historia, la historia de las ciudades, de lo que estaba pasando, de nuestras campañas, esas cosas.

—¿Qué campañas?

—De nuestros hermanos y hermanas en la cárcel. Aquí y en Ul Qoma. Solo por sus ideales. Amnistía Internacional está de nuestra parte en eso, ya lo saben. Hablamos con nuestros contactos. Campañas de información. Ayudar a nuevos inmigrantes. Manifestaciones.

En Besźel, las manifestaciones unionistas eran indisciplinadas, poco concurridas, peligrosas. Evidentemente los nacionalistas de la ciudad van a ellas para reventarlas, gritando traidores a los manifestantes y, en general, ni siquiera el más apolítico de los ciudadanos les tenía mucha simpatía. La situación era casi igual de mala en Ul Qoma, solo que allí ni siquiera les dejaban reunirse. Si bien es cierto que eso tenía que haber sido motivo de rabia, por lo general salvaba a los unionistas ulqomanos de las palizas.

—¿Qué aspecto tenía? ¿Vestía bien? ¿Cómo era?

—Sí, vestía bien. Elegante. Casi chic, ¿sabe? Llamaba la atención. —Se rió para sí—. Y era muy lista. Al principio me gustaba. Estaba muy emocionado. Al principio.

Hacía pausas para que le invitáramos a seguir, como si toda esta conversación no fuera iniciativa suya.

—¿Pero? —le pregunté—. ¿Qué pasó?

—Discutimos. La verdad es que solo discutí una vez con ella porque estaba jodiendo a mis compañeros, ¿sabe? Cada vez que entraba en la biblioteca, o abajo, o donde fuera, alguien estaba gritándole. Ella nunca les gritaba, sino que hablaba con calma y eso les ponía de los nervios, así que al final tuve que decirle que se fuera. Ella… ella era peligrosa. —Otro silencio. Corwi y yo nos miramos—. No exagero —dijo—. Ella los ha traído hasta aquí, ¿no? Ya digo que era peligrosa.

Cogió la fotografía y la examinó detenidamente. El rostro se le cubrió de compasión, rabia, desagrado, miedo. Miedo, desde luego. Se levantó, caminó en círculo alrededor de su mesa: aquello era ridículo, la habitación era demasiado pequeña, no tenía suficiente espacio para caminar, pero lo intentó.

—Miren, el problema era que… —Se acercó a la pequeña ventana para mirar a través de ella, nos dio la espalda. Su silueta se recortaba contra el horizonte, de Besźel o de Ul Qoma, o de ambas, no había manera de saberlo—. No paraba de preguntar cosas sobre los más grillados, los gilipollas, los clandestinos. Cuentos de viejas, rumores, leyendas urbanas, locuras. No le di más vueltas porque a todos nos llegan esas historias, y además ella era más lista que esos lunáticos, así que pensé que solo estaba tratando de sentirse cómoda, de saber cosas.

—¿No sentías curiosidad?

—Claro. Una extranjera joven, inteligente, misteriosa, intensa. —Él mismo se hizo quedar en ridículo por cómo dijo eso último. Asintió—. Siento curiosidad por la gente que viene aquí. Algunos me cuentan gilipolleces, otros no. Pero no sería el líder de esta demarcación si fuera por ahí sonsacando cosas a la gente. Hay una mujer aquí, mucho mayor que yo… Hace quince años que va y viene por este lugar. No sé cuál es su verdadero nombre, ni nada de ella. Vale, es un mal ejemplo porque estoy convencido de que es una de las suyas, una poli, pero ya entiende lo que digo. No hago preguntas.

—Entonces, ¿en qué estaba metida ella? Byela Mar. ¿Por qué la echaste?

—Verá, la cuestión es esta. Están en esto… —Dejé que Corwi se pusiera erguida y tensa como si fuera a interrumpirle, a pincharle para que fuera al grano, pero la toqué para indicarle que no, que esperara, que dejara que lo hiciera. No nos miraba a nosotros, sino a su provocativo mapa de las ciudades—. Estás metido en algo y sabes que estás evitando que… bueno, sabes que si te pasas de la raya te vas a meter en un lío tremendo. Como tener a los suyos por aquí, para empezar. O hacer la llamada de teléfono equivocada y enmarronar a nuestros hermanos, en Ul Qoma, con los polis allí. O, todavía peor. —Entonces sí que nos miró—. No podía quedarse. Iba a echarnos a la Brecha encima. O yo qué sé.

»Ella estaba metida en… No, no estaba metida en nada, estaba obsesionada. Con Orciny.

Ahora me miraba con atención, así que me limité a entrecerrar los ojos. Me sentí sorprendido, eso sí.

Corwi dejó claro que no sabía lo que era Orciny porque no se movió siquiera. Podría socavar su autoridad que yo se lo explicara, pero como vacilé, fue Drodin quien empezó a describirlo. Era un cuento de hadas. Eso fue lo que dijo.

—Orciny es la tercera ciudad, situada entre las otras dos. Está en los
dissensi
, las zonas disputadas, los lugares que Besźel cree que son de Ul Qoma y Ul Qoma de Besźel. Cuando la antigua comuna se dividió no se dividió en dos, sino en tres. Orciny es la ciudad secreta. La que mueve los hilos.

Si es que había habido una división. Aquel comienzo es una sombra en la historia, una incógnita: los archivos de todo un siglo desaparecen y se borran en las dos ciudades. Podía haber sucedido cualquier cosa. En aquel breve momento histórico tan opaco empezó el caos de nuestra historia material, una anarquía cronológica, de restos dispares que deleitaban y horrorizaban a los investigadores. Lo único que conocemos es a los nómadas de las estepas, pero después tenemos una caja negra de siglos de investigación urbana (se han hecho películas e historias y juegos basados en la especulación, que siempre ponían un poco nervioso al censor, desde el nacimiento al dúo) y luego vuelve la documentación y están Besźel y Ul Qoma. ¿Fue un cisma o una alianza?

Y como si eso no fuera un misterio suficiente, como si no bastaran dos países entramados, los bardos se inventaron un tercero, la supuesta existencia de Orciny. En los pisos superiores, en las casas señoriales de un estilo romano que merece ser ignorado, en las primeras viviendas hechas de adobe, entre los espacios intrincadamente unidos y desunidos, los lugares asignados en la separación o coagulación de las tribus, allí se cobijó la diminuta tercera ciudad de Orciny, escondida entre las más ostensibles ciudades estado. Una comunidad de señores feudales imaginarios, quizá desterrados, que salen en muchas historias envueltos en intrigas y cosas de ese tipo, y que reinaban con una mano artera y firme. Orciny era el lugar donde vivían los
illuminati
. Ese tipo de sitio.

Hace algunas décadas no habría hecho falta dar explicaciones: las historias de Orciny habían sido un clásico del repertorio infantil junto a
Las tribulaciones del rey Shavil y el monstruo marino que llegó al puerto
. Ahora Harry Potter y los Power Rangers son más populares y no son muchos los niños que conocen esas antiguas fábulas. Tampoco pasa nada.

—¿Estás diciendo…? ¿Qué estás diciendo? —le interrumpí—. ¿Estás diciendo que Byela era una folclorista? ¿Que estaba interesada en esas viejas historias? —Él se encogió de hombros. Evitaba mi mirada. Intenté que dijera qué es lo que quería dar a entender. Él se limitaba a encogerse de hombros—. ¿Por qué iba ella a hablar contigo de eso? —dije—. Es más, ¿por qué había venido aquí?

—No lo sé. Tenemos material sobre eso. Es algo que aparece, yo qué sé. También las hay en Ul Qoma, eso, las historias sobre Orciny. No solo guardamos documentos sobre, ya sabe, eso, solo eso que nos interesa. ¿Entiende? Conocemos nuestra historia, guardamos todo tipo de… —Su voz se fue volviendo más débil—. Me di cuenta de que no era en nosotros en quien estaba interesada, ¿entiende?

Como todos los disidentes, estos eran unos archivistas neuróticos. Tanto si estás de acuerdo como si no, tanto si te obsesiona como si te es indiferente su narración de la historia, no se les puede achacar que no la sostengan con investigación y notas a pie de página. Su biblioteca tenía que estar bien abastecida de un fondo defensivo compuesto de cualquier libro que hiciera mención al desdibujarse de las fronteras urbanas. Ella había venido (se veía claramente) para buscar información no sobre alguna protounidad sino sobre Orciny. Qué fastidio cuando ellos descubrieron que sus extrañas indagaciones no eran peculiaridades de la investigación sino la investigación misma. Fue cuando se dieron cuenta de que a ella no le importaba mucho su proyecto.

—Así que ella fue una pérdida de tiempo.

—No, hombre, fue un peligro, como he dicho antes. De verdad. Iba a causarnos problemas. Dijo que no iba a plantarse aquí de todas formas.

Se encogió levemente de hombros.

—¿Por qué era peligrosa? —Me incliné hacia él—. Drodin, ¿es que estaba cometiendo brechas?

—Jesús, yo creo que no. Y si lo hizo, a mí que me registren. —Levantó las manos—. Hostia puta, ¿sabe lo vigilados que estamos? —Sacudió una mano en dirección a la calle—. Tenemos a los suyos en una patrulla que pasa casi todo el tiempo por la zona. Y más aún, joder, ahí fuera nos está vigilando… ya sabe. La Brecha.

En ese momento todos nos quedamos en silencio. Todos nos sentíamos vigilados.

—¿La has visto?

—Claro que no. ¿Es que le parezco idiota? ¿Quién la «ve»? Pero sabemos que está ahí. Vigilante. Una excusa cualquiera y… fuera. ¿Sabe…? —Sacudió la cabeza y cuando volvió a mirarme lo hizo con rabia y quizá odio—. ¿Sabe a cuántos de mis amigos se han llevado? ¿Amigos a los que no he vuelto a ver? Tenemos más cuidado que nadie.

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