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Authors: John Scalzi

La colonia perdida (35 page)

BOOK: La colonia perdida
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—Está desarmado —dijo, y me pasó el aparato traductor que al parecer le había quitado—. Toma. Habla tú con él.

Cogí el aparato y me agaché.

—Hola —dije.

—Van a morir todos —dijo Eser—. Tengo una nave ahí arriba. Tiene más soldados. Bajarán y les darán caza a todos. Y luego mi nave arrasará esta colonia hasta convertirla en polvo.

—No me diga.

—Sí.

—Veo que tendré que ser yo quien se lo aclare, entonces —dije—. Su nave ya no está allí.

—Miente.

—No, de verdad —dije—. La cosa es que cuando destruyeron nuestro satélite con su nave, eso implicó que el satélite no pudiera enviar una señal a la sonda de salto que teníamos ahí fuera. Esa sonda estaba programada para saltar sólo si no percibía una señal. Donde fue, había algunos misiles de salto a la espera. Esos misiles saltaron al espacio de Roanoke, encontraron su nave y la destruyeron.

—¿De dónde salieron los misiles? —exigió Eser.

—Es difícil de decir. Los misiles eran de fabricación nouri. Y ya conoce a los nouri. Venden a cualquiera.

Eser permaneció allí sentado, rumiando.

—No le creo —dijo por fin.

Me volví hacia Jane.

—No me cree.

Jane me entregó algo.

—Es su comunicador —dijo.

Se lo pasé.

—Llame a su nave.

Varios minutos y varios chirridos muy furiosos más tarde, Eser arrojó su comunicador al suelo.

—¿Por qué no me han matado? —preguntó—. Han matado a todos los demás.

—Le dijeron que si se marchaban, todos sus soldados vivirían.

—Me lo dijo su
secretaria.

—La verdad es que ni siquiera es ya mi secretaria.

—Responda a mi pregunta —dijo Eser.

—Para nosotros tiene más valor vivo que muerto —contesté—. Hay alguien muy interesado en mantenerlo con vida. Y creemos que entregárselo en este estado nos resultaría útil.

—El general Gau —dijo Eser.

—Eso es. No sé qué ha planeado Gau para usted, pero después de un intento de asesinato y una jugada para apoderarse del Cónclave, no creo que sea nada agradable.

—Tal vez nosotros… —empezó a decir Eser.

—Finjamos que no vamos a tener esa conversación —dije—. No pase de planear matar a todo el mundo en el planeta a hacer un trato conmigo.

—El general Gau lo hizo —dijo Eser.

—Muy bien —dije—. La diferencia es que no creo que pensara usted respetar a ninguno de mis colonos, mientras que Gau se tomó la molestia de asegurar que podían ser salvados. Eso cuenta. Bien. Lo que va a pasar ahora es que le voy a entregar este aparatito traductor a mi esposa aquí presente, y ella le dirá lo que tiene que hacer. Va a escucharla, porque si no lo hace, no lo matará, pero probablemente deseará que lo haga. ¿Entiende?

—Entiendo.

—Bien —dije, y me levanté para entregarle el traductor a Jane—. Mételo en esa bodega que usamos como cárcel.

—Ya lo había decidido.

—¿Todavía tenemos la sonda preparada para enviarle un mensaje al general Gau? —pregunté.

—Sí. La enviaré en cuanto enchirone a Eser. ¿Qué queremos decirle a la Unión Colonial?

—No tengo ni la menor idea. Supongo que cuando no reciban ninguna sonda de salto en un par de días se darán cuenta de que ha pasado algo. Y luego les fastidiará que todavía sigamos aquí. Me muero de ganas de que llegue el momento de decirles que se jodan.

—Eso no es un plan serio —dijo Jane.

—Lo sé, pero es lo que tengo en este momento. Por lo demás, joooder. Lo conseguimos.

—Lo conseguimos porque nuestro enemigo era arrogante e incompetente.

—Lo conseguimos porque te teníamos a ti —dije yo—. Tú lo planeaste. Tú lo llevaste a la práctica. Tú lo hiciste funcionar. Y por mucho que odio decírtelo, que seas una soldado de las Fuerzas Especiales plenamente operativa marcó la diferencia.

—Lo sé —dijo Jane—. Pero no estoy preparada para admitirlo todavía.

A lo lejos oímos llorar a alguien.

—Parece Beata —dijo Jane. Eché a correr hacia el lugar de donde venía el llanto, dejando a Jane con Eser. La encontré unos doscientos metros más adelante, agachada junto a alguien.

Era Kranjic. Dos balas arrisianas lo habían alcanzado, en la clavícula y en el pecho. La sangre empapaba el suelo.

—Estúpido hijo de puta —dijo Beata, sosteniendo la cabeza de Kranjic—. Siempre tenías que perseguir una historia.

Se inclinó para besarle la frente y cerrarle los ojos.

15

—Sabe que no puede quedarse en Roanoke —dijo el general Gau.

Yo sonreí y lo miré. Nos encontrábamos en la diminuta sala de reuniones de su nave insignia, la
Estrella Tranquila.

—¿Por qué demonios no? —dije.

Gau vaciló un momento; la expresión era nueva para él.

—Porque sobrevivió usted —dijo por fin—. Porque su colonia sobrevivió, sin duda para sorpresa e irritación de la Unión Colonial. Porque le dio usted al enemigo información vital para su supervivencia y porque aceptó de él información vital para la suya. Porque me permitió venir aquí a recoger a Nerbros Eser. Porque ahora está a bordo de esta nave, hablando conmigo.

—Soy un traidor —dije.

—No he dicho eso.

—No puede decirlo. Está vivo gracias a mí.

—Ciertamente —dijo Gau—. Pero no me refería a eso. No es usted un traidor porque ha guardado lealtad a su colonia, hacia su gente. Nunca los traicionó.

—Gracias —respondí—. Aunque no creo que a la Unión Colonial le guste mucho ese argumento.

—No —dijo Gau—. Probablemente no le guste. Lo cual hace que insista en lo que le decía al principio.

—¿Qué va a hacer con Eser? —pregunté.

—Mi plan es llevarlo a juicio.

—Podría lanzarlo por una escotilla.

—Eso me produciría gran satisfacción personal —dijo Gau—. Pero no creo que fuera bueno para el Cónclave.

—Pero por lo que me cuenta Zoë, ha empezado usted a exigir que le hagan juramentos personales de lealtad —dije—. De eso a tener derecho a lanzar al espacio a aquellos que le molesten sólo hay un paso.

—Pues más motivo aún para celebrar el juicio, ¿no le parece? —dijo Gau—. Preferiría no tener ningún juramento de lealtad. Pero al parecer la gente sólo acepta de sus líderes cierto grado de humildad, sobre todo cuando a sus líderes les han volado sus flotas bajo los pies.

—No me eche a mí la culpa —dije.

—No lo hago. Si se la echo a la Unión Colonial ya es otra cuestión.

—¿Qué piensa hacer con la Unión Colonial ahora?

—Lo mismo que pensaba hacer originalmente. Contenerla.

—No atacarla —dije.

—No —respondió Gau—. Todas las rebeliones internas del Cónclave han sido sofocadas. Eser no es el único que se enfrenta a un juicio. Pero creo que ahora quedará claro para la Unión Colonial que no es fácil erradicar al Cónclave. Espero que no intenten salir de nuevo de la caja.

—No ha aprendido mucho sobre los humanos.

—Al contrario —dijo Gau—. Si cree que simplemente voy a volver a mi antiguo plan, es un necio. No tengo planeado atacar a la Unión Colonial, pero también voy a asegurarme de que no tenga ninguna oportunidad de atacarnos ni a mí ni al Cónclave por segunda vez.

—¿Cómo?

—No esperará que se lo diga.

—Me pareció que merecía la pena preguntarlo.

—Ya veo.

—¿Y cuáles son sus planes con Roanoke? —pregunté.

—Ya le dije que no planeo atacarla.

—Sí que lo dijo. Naturalmente, entonces no tenía ninguna flota.

—¿Duda de mí? —dijo Gau.

—No. Le temo.

—Ojalá no fuera así.

—Pienso lo mismo. Convénzame.

—Roanoke está a salvo de nuevos ataques del Cónclave —dijo Gau—. El Cónclave la reconoce como una colonia humana legítima. La última colonia —dio un golpe sobre la mesa de la sala de conferencias para recalcarlo—, pero colonia legítima al fin y al cabo. Usted y yo podemos firmar un tratado, si quiere.

—No creo que la Unión Colonial lo encontrara vinculante.

—Probablemente no. Sin embargo, enviaré una declaración oficial a su gobierno, con la advertencia de que la prohibición del Cónclave para colonizar es inflexible más allá de este caso. De manera no oficial, transmitiré la noticia a las razas no afiliadas. El Cónclave se sentiría enormemente disgustado si una de ellas intentara hacerse con el planeta. No pueden hacerlo por la prohibición, en cualquier caso. Pero no viene mal recordarlo.

—Gracias, general.

—No hay de qué. No obstante, me alegro de que no todos los líderes de los mundos sean tan problemáticos como usted.

—Yo soy el agradable —dije—. Es mi esposa la que tiene mal carácter.

—Eso he comprendido por Eser y las grabaciones de la batalla. Espero que no le ofenda que solicitara hablar solo con usted.

—Descuide. Soy yo quien se supone que tiene que ser bueno con la gente. Aunque Zoë está decepcionada por no poder verle. Le causó una gran impresión.

—Y ella a mí —dijo Gau—. Tiene usted una familia notable.

—Estoy de acuerdo. Me alegra que me toleren.

—Técnicamente, su esposa y su hija podrían ser acusadas también de traición. Tendrán que abandonar Roanoke también.

—No deja usted de mencionar el tema. Yo intento no pensar en ello.

—No creo que sea aconsejable.

—Pues claro que no lo es. Eso no significa que no quiera hacerlo.

—¿Adónde irán? —preguntó Gau.

—No tengo ni la menor idea —contesté—. No podemos ir a ninguna parte de la Unión Colonial, a menos que queramos pasarnos la vida en una celda familiar. Los obin nos aceptarían por Zoë, pero siempre existiría la presión para extraditarnos.

—Hay otra opción —dijo Gau—. Les he ofrecido unirse al Cónclave antes. La oferta sigue en pie. Usted y su familia podrían vivir entre nosotros.

—Es usted muy amable. No creo que pudiera hacerlo. Sería lo mismo que vivir entre los obin. No estoy preparado para aislarme del resto de la humanidad.

—No se está tan mal —dijo Gau, y capté un atisbo de sarcasmo en su voz.

—En su caso tal vez. Pero yo echaría de menos a mi especie.

—La idea que hay tras el Cónclave es que muchas razas puedan vivir juntas —dijo Gau—. ¿Me está diciendo que no podría hacerlo?

—Podría hacerlo. Pero tres humanos no serían suficientes.

—El Cónclave todavía admitiría gustosamente a la Unión Colonial —dijo Gau—. O a cualquiera de los mundos coloniales individuales. O incluso sólo a Roanoke.

—No creo que esa idea tenga mucho gancho en Roanoke. Ni en la Unión Colonial. Por lo que respecta a las colonias individuales, creo que siguen oficialmente a oscuras en lo referido al Cónclave.

—Sí, la mordaza informativa de la Unión Colonial —dijo Gau—. He de decirle que he pensado seriamente en lanzar satélites a los mundos de la Unión Colonial y bombardearlos con datos sobre el Cónclave hasta que derriben los satélites. No sería eficaz. Pero al menos entonces el Cónclave se haría oír.

Pensé en eso un momento.

—No —dije—. Un bombardeo de datos no funcionaría.

—¿Entonces qué sugiere usted?

—Todavía no estoy seguro —dije. Miré directamente a Gau—. General, ¿puedo proponerle una cosa?

—¿Cuál?

—Algo grande —dije—. Algo caro.

—Eso no es una respuesta.

—Tendrá que valer por ahora —dije.

—Me encantará escuchar su propuesta. Pero «algo grande, algo caro» es demasiado vago para que pueda aprobarlo.

—Muy sensato.

—¿Por qué no puede decirme qué es? —preguntó Gau.

—Tengo que hablar con Jane primero.

—Sea lo que sea, administrador Perry, si se trata de algo que implique mi ayuda, entonces se verá inmerso de manera permanente en territorios de traición —dijo Gau—. Al menos a los ojos de la Unión Colonial.

—Como usted mismo ha dicho, general, todo depende de a qué deba uno lealtad.

* * *

—Me han ordenado que te detenga —dijo Manfred Trujillo.

—¿De veras? —dije. Los dos nos encontrábamos delante de la lanzadera que yo estaba a punto de tomar.

—Las órdenes llegaron hace un par de horas. Junto con el nuevo satélite de comunicaciones que la UC acaba de darnos. A la UC no le hace ninguna gracia que haya una nave del Cónclave en nuestro cielo, por cierto.

—¿Así que vas a detenerme?

—Me encantaría, pero parece que no puedo encontrarte a ti ni a tu familia por ninguna parte —dijo Trujillo—. Sospecho que ya habéis abandonado el planeta. Haremos una búsqueda por toda la colonia, por supuesto. Pero yo no estaría muy seguro de que fuéramos a encontraros.

—Sí que soy sibilino.

—Siempre lo he dicho.

—Podrías meterte en problemas —dije—. Lo último que necesita esta colonia es otro líder convocado a una investigación.

—Como líder de tu colonia, puedo decirte oficialmente que te metas en tus propios asuntos —dijo Trujillo.

—Así que tu ascenso ha sido aprobado formalmente.

—Si no lo fuera, ¿cómo podría arrestarte?

—Buen argumento —dije—. Enhorabuena. Siempre quisiste dirigir la colonia. Ahora ya lo tienes.

—No es así como planeaba conseguir el puesto.

—Lamento que nos hayamos cruzado en tu camino, Manfred.

—Yo no —dijo Manfred—. Si yo hubiera dirigido la colonia, ahora todos estaríamos muertos. Tú, Jane y Zoë salvasteis esta colonia. Me alegro de haber esperado en cola.

—Gracias.

—Quiero que sepas que me ha costado mucho esfuerzo decir eso —dijo Trujillo. Yo me eché a reír, y me volví hacia Zoë, que se despedía entre lágrimas de Gretchen y otros amigos.

—Zoë va a echar de menos a Gretchen —dije.

—Gretchen va a echar de menos a Zoë —dijo Trujillo—. Casi he estado a punto de pedirte que se quedara Zoë. Por Gretchen y por nosotros.

Trujillo señaló con la cabeza a Hickory y Dickory, que estaban aparte, empapándose de las emociones de la despedida de Zoë y sus amigos.

—Dijiste que habéis llegado a un acuerdo con el Cónclave, pero no me importaría tener a los obin apoyándonos.

—Roanoke no tendrá ningún problema —le aseguré.

—Espero que tengas razón. Estaría bien ser otra colonia más. Hemos sido el centro de atención demasiado tiempo.

—Creo que podré desviar la atención de vosotros.

—Ojalá me dijeras qué habéis planeado.

—Como ya no soy el líder de tu colonia, no puedo decirte oficialmente que te ocupes de tus asuntos —dije—. Pero hazte a la idea.

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