Read La colonia perdida Online

Authors: John Scalzi

La colonia perdida (37 page)

BOOK: La colonia perdida
4.93Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Cómo caen los poderosos.

—No me importa. Estuvo bien aparecer en las portadas de las revistas durante un tiempo, pero todo pasa de moda. ¿Quiere dar un paseo?

—Por supuesto.

Echamos a andar en dirección al Malí. De vez en cuando alguien me miraba: aunque ya no apareciera en las revistas, seguía siendo fácilmente reconocible. Sin embargo, los habitantes del DC estaban arrogantemente hartos de los políticos famosos, cosa que supongo que yo era ahora, a falta de un término mejor.

—Si no le importa que se lo pregunte, general, ¿por qué está aquí?

—Hoy estoy recopilando apoyos entre los senadores —dijo Szilard—. La moratoria de Estados Unidos sobre el reclutamiento de las FDC es un problema. Estados Unidos siempre ha proporcionado el grueso de nuestros reclutas. Por eso nunca supuso un problema que los otros países prohibieran a sus ciudadanos enrolarse: sus contribuciones eran secundarias. Pero sin los Estados Unidos no cumplimos nuestros objetivos de reclutamiento, sobre todo ahora que muchos otros países han impuesto también sus moratorias.

—Sé lo de las moratorias. Le pregunto por qué usted.

—Parece que soy bueno hablando el idioma de los políticos —dijo Szilard—. Al parecer, por aquí hay ciertas ventajas en ser levemente retardado social, y eso es terreno de las Fuerzas Especiales.

—¿Cree que conseguirá levantar la moratoria?

Szilard se encogió de hombros.

—Es complicado —dijo—. Todo es complicado porque la Unión Colonial ha mantenido a la Tierra a oscuras durante demasiado tiempo. Usted apareció y le explicó a todo el mundo lo que se habían estado perdiendo. Están furiosos. La cuestión es si su furia los llevará a aliarse con el Cónclave en vez de con otros humanos.

—¿Cuándo es la votación?

—Dentro de tres semanas.

—Será interesante.

—Tengo entendido que eso de vivir tiempos interesantes es como una maldición —dijo Szilard.

Caminamos en silencio durante unos minutos.

—Lo que voy a decirle ahora es sólo a nivel personal. Que quede claro.

—Muy bien —dije.

—Primero, quiero darle las gracias. No creí que fuera a visitar nunca la Tierra. Si no hubiera jodido por completo la forma de hacer las cosas de la Unión Colonial, nunca lo habría hecho. Así que gracias por eso.

Me resultó difícil ocultar mi diversión.

—No hay de qué.

—Segundo, tengo que pedirle disculpas.

—Tiene que disculparse ante Jane, general. Es a ella a quien alteró.

—La alteré a ella, pero los utilicé a ambos —dijo Szilard.

—Dijo que lo hizo para mantener viva a la humanidad. No me entusiasma ser utilizado por usted ni por nadie, pero al menos siento más simpatía por su objetivo.

—No fui del todo sincero. Sí, me preocupaba que la Unión Colonial causara la aniquilación de la raza humana. Tratar de impedirlo era mi objetivo principal. Pero también tenía otro objetivo. Un objetivo egoísta.

—¿Cuál es?

—Las Fuerzas Especiales son ciudadanos de segunda clase en la Unión Colonial —dijo Szilard—. Siempre lo hemos sido. Somos necesarios, pero no se confía en nosotros. Hacemos el difícil trabajo de mantener viva a la Unión Colonial… fuimos nosotros quienes destruimos la flota del Cónclave, pero nuestra recompensa es sólo más trabajo, más responsabilidad. Quería encontrar medio de que la Unión Colonial reconociera a mi gente, y lo importante que somos para la Unión. Y ese medio fue usted.

—¿Yo? Dijo que fuimos elegidos por Jane y Zoë, no por mí.

—Mentí. Todos tenían un papel que cumplir. El de Jane y Zoë era clave para mantener viva a la humanidad, sí. Pero su parte era clave para mi objetivo.

—No lo comprendo.

—Yo sabía que usted se
indignaría
por ser utilizado —dijo Szilard—. La teniente Sagan sin duda se enfadó por cómo ella y Roanoke fueron manipulados para los fines de la Unión Colonial. Pero su solución es tratar directamente con el problema inmediato. Fue entrenada para eso. Pensamiento directo. Su esposa es muchas cosas, Perry, pero no es sutil. Usted, por otro lado… usted le daría vueltas y más vueltas. Buscaría una solución a largo plazo, para castigar a aquellos que le utilizaron y asegurarse de que la humanidad no se enfrentara dos veces a la misma amenaza.

—Trayendo el Cónclave a la Tierra —dije—. Cortando el suministro de soldados de la Unión Colonial.

—Lo vimos como una posibilidad. Una posibilidad pequeña. Pero real. Y, como consecuencia, la Unión Colonial necesitaría recurrir a su fuente de poder militar. Nosotros.

—Siempre están los colonos —dije.

—Los colonos no han librado sus propias guerras desde hace casi dos siglos. Sería un desastre. Tarde o temprano, todo se reduce a las Fuerzas Especiales.

—Pero usted está aquí intentando obtener apoyos para acabar con la moratoria de reclutamiento —dije.

—La última vez que tuvimos una conversación le conté el motivo por el que dejé que mis soldados de las Fuerzas Especiales fueran usados para destruir la flota del Cónclave.

—Para que usted pudiera seguir controlando la situación.

Szilard hizo un gesto con las manos, como diciendo «y qué».

—Me cuesta trabajo creer que usted planeara esto —dije.

—No he planeado nada —dijo Szilard—. Dejé abierta la posibilidad de que pudiera ocurrir, y estuve preparado para actuar si así era. Desde luego, no esperaba que usted hiciera lo que acabó haciendo. Naves comerciales. Eso sí que es pensar de forma rara. Yo esperaba otra armada.

—Me siento feliz de sorprenderle.

—Estoy seguro. Y ahora déjeme devolverle el favor. Sé que la teniente Sagan no me ha perdonado todavía por alterarla.

—No le ha perdonado —reconocí—. Tardó mucho tiempo en acostumbrarse a ser humana, y usted se lo quitó.

—Entonces dígale lo siguiente: ella era un prototipo. Una versión de soldado de las Fuerzas Especiales diseñada enteramente a partir del genoma humano. Hubo que hacer un montón de experimentos para conseguir generar uno a partir del genoma. Ella fue la primera en tener un CerebroAmigo humano completamente integrado.

—¿Por qué lo probaron con ella? —pregunté.

—Porque sabía que lo necesitaría, y sabía que ella valoraba su humanidad —contestó Szilard—. Querían honrar a ambas cosas, y la tecnología estaba lista para ser probada. Dígale que lamento no haberle podido decir esto antes. Tenía mis motivos para no querer que la tecnología fuera de dominio público.

Miré a Szilard con atención.

—Está usted usando la misma tecnología, ¿verdad?

—Así es —respondió—. Por primera vez soy completamente humano. Tan humano como cualquiera. Y, con el tiempo, todos los miembros de las Fuerzas Especiales serán igual. Cuenta. Cuenta quiénes somos y en qué podemos convertirnos para la Unión Colonial y la humanidad. Que Jane lo sepa, Perry. Ella es la primera de nosotros. La más humana. Que lo sepa.

* * *

Tres semanas más tarde, llevé a Jane a conocer a Kathy.

Mi ciudad natal de Ohio estaba tal como la había dejado, casi dos décadas antes, sólo que un poco más gastada. Recorrimos el largo camino de acceso hasta mi antigua casa para encontrar a mi hijo Charlie, su familia y todas las personas con las que estaba emparentado incluso tangencialmente esperándonos. Había visto a Charlie dos veces desde mi regreso, en ambas ocasiones él había venido a Washington D.C. para verme. Superamos el shock de que yo pareciera décadas más joven que él, y él además superó el shock de que Jane se pareciera tanto a su madre. Para todos los demás, sin embargo, fue una situación embarazosa.

Lo habría seguido siendo si Zoë no hubiera intervenido para romper el hielo, empezando con Adam, el hijo de Charlie, a quien Zoë exigió que la llamara «tía Zoë», aunque era más joven que él. Poco a poco nuestro clan empezó a mostrarse más afectuoso hacia nosotros. Me informaron de todos los chismes de las dos últimas décadas. Le contaron a Jane historias de Kathy que nunca había oído antes. Zoë fue atendida por viejos parientes y absortos adolescentes por igual. Savitri le contó a Charlie anécdotas sobre mis días como defensor del pueblo.

Cuando el sol se hundía en el cielo, Jane y yo le dimos a Zoë un rápido beso y nos marchamos. Nos dirigimos al este por la carretera comarcal, caminando, hasta el cementerio de Harris Creek, y allí nos acercamos hasta una sencilla lápida que tenía el nombre de mi esposa.

—Katharine Rebecca Perry —leyó Jane, arrodillándose.

—Así es.

—Estás llorando —dijo Jane, sin mirar hacia atrás—. Lo noto en tu voz.

—Lo siento. Nunca había pensado que regresaría a este lugar.

Jane se volvió.

—No quería que esto te hiciera daño.

—No importa —dijo—. Se supone que tiene que doler. Y yo quería que la conocieras. Quería estar presente cuando lo hicieras.

—Todavía la amas —dijo Jane, mirando la lápida.

—Sí. Espero que no te importe.

—Soy parte de ella —dijo Jane—. Ella es parte de mí. Cuando la amas a ella, me amas a mí. No me importa que sigas amándola. Espero que lo hagas. Espero que lo hagas siempre.

Extendí la mano hacia ella; Jane la aceptó. Nos quedamos así, silenciosos ante la tumba de mi esposa, durante un largo rato.

—Mira las estrellas —dijo Jane por fin.

—Allí está la Osa Mayor —señalé.

Jane asintió.

—La veo.

Rodeé a Jane con mis brazos.

—Recuerdo cuando en Huckleberry dijiste que cuando por fin viste las constelaciones fue cuando supiste que estabas en casa.

—Recuerdo que lo dije.

—¿Sigue siendo cierto?

—Lo es —contestó Jane, y se volvió a mirarme—. Estoy en casa. Estamos en casa.

Besé a mi esposa.

—La Vía Láctea —dijo, alzando la cabeza, cuando interrumpimos nuestro beso.

—Sí —contesté, mirando hacia el cielo yo también—. Se puede ver muy bien desde aquí. Es uno de los motivos por los que me gustaba vivir en un pueblo pequeño. En las ciudades la luz lo ahoga todo. Pero aquí, lo puedes ver. Aunque imagino que con tus ojos será todo un espectáculo.

—Es precioso —dijo Jane.

—Eso me recuerda una cosa.

Y le conté lo que el general Szilard había dicho sobre que era la primera soldado completamente humana de las Fuerzas Especiales.

—Interesante —dijo ella.

—Así que eres completamente humana después de todo.

—Lo sé. Ya lo había descubierto.

—¿De veras? Me gustaría saber cómo.

—Estoy embarazada —dijo Jane, y sonrió.

NOTAS

[1]
Roanoke lleva el nombre de la histórica colonia inglesa perdida en la colonización de Estados Unidos. De ahí que los topónimos sean nombres de Virginia y de los colonizadores de la época.
(N. del T.)

[2]
El nombre de una popular cancioncilla infantil.
(N. del T.)

[3]
Dodgeball, en original. Se le conoce en español como «balón prisionero», «matar», «fusilado», etc. Consiste en eliminar a balonazos al jugador contrario que no esquiva la pelota.
(N. del T.)

[4]
Se refiere al Comodoro Perry, el oficial de la armada americana que inició en 1858 el comercio entre Estados Unidos y Japón.
(N. del T.)

AGRADECIMIENTOS

Con este libro llegamos al final de nuestros viajes con John Perry y Jane Sagan, me gusta pensar que continúan se camino, pero de momento lo hacen sin nosotros. Es posible que regrese algún día a este universo, para explorar otros rincones y para ver cómo ha cambiado tras los acontecimientos de este libro. Por el momento, sin embargo, me retiro a explorar otros espacios y personas. Espero que no les importe

Me gustaría darle las gracia a todos los que han hecho este viaje conmigo, tanto si éste ha sido su primer encuentro con este universo como si han leído los tres libros anteriores para llegar aquí. Una de las grandes alegrías de escribir esta serie ha sido comprobar la realimentación que ha generado y leer los correos de aquellos de ustedes que me han dado las gracias por escribir estos libros y me han animado para (y, en ocasiones, exigido) que mueva el culo y escriba el siguiente. Desde luego, sabe hacer que un escritor se sienta bien.

He tenido la inmensa fortuna de contar con Patrick Nielsen Hayden como editor de estos libros. El sentido práctico de la industria de la ciencia ficción de Patrick es parejo a sus aspiraciones para los libros que atiende: me he beneficiado de ambas cosas. Y, en concreto, este libro se beneficia de la paciencia de Patrick, ya que durante su redacción yo arranqué capítulos enteros y eliminé a ciertos personajes molestos que ninguno de ustedes llegará a conocer, lo que dilató el plazo establecido para terminar el libro. Patrick no se quejó (mucho). Agradezco profundamente esa fe. Muchas gracias también a Tom Doherty, cuyos ánimos que me ha dado durante toda la serie han significado muchísimo para mí.

Otros amigos de Tor a quienes debo más agradecimientos de los que puedo expresar son: Teresa Nielsen Hayden, Liz Gorinski, Irene Gallo, Dot Lin y los implacables encargados de marketing de Tor.

Mis amigos me ayudaron a conservar la cordura mientras domaba este libro. Entre ellos: Nick Sagan, con quien compartí las series de mis plazos de entrega mientras ambos terminábamos nuestros libros, y Justine Larbalestier. En ambos deberían buscar sus libros para ver qué se están perdiendo. Otros amigos que me ayudaron a mantener los pies en el suelo y se aseguraron de que tuviera suficiente contacto humano son: Scott Westerfeld, Doselle y Janine Young, Deven.

Desai, Anne K.G. Murphy y Karen Meisner. Hay mucha gente, sobre todo en la comunidad de escritores de ciencia ficción, a quien quisiera dar las gracias, pero nos pasaríamos aquí todo el día si lo hiciera, así que si pensáis que debo estaros agradecido (y hay muchos a quienes debería estarlo), por favor dad por sentado que me estoy refiriendo a vosotros aquí. También me gustaría mencionar a los lectores de mis blogs, Whaterver y By the Way, por su ánimos diarios para que haga mi trabajo, aunque eso signifique conectarme menos a los blogs.

Durante la redacción de
La Última Colonia
fui nominado y gane el premio John W. Campbell al mejor nuevo escritor de ciencia ficción. Fui nominado junto a Sarah Monette, Chris Roberson, Brandon Sanderson, K.J. Bishop y Steph Swainston, y tuve la fortuna de entablar amistar con Sarah, Chris y Brandon. La sugerencia de que soy mejor escritor que ninguno de ellos es una mentira halagadora, así que les animo a que le echen un vistazo a sus obras la próxima vez que vayan a una librería o compren un libro online. No se sentirán decepcionados.

BOOK: La colonia perdida
4.93Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Twinkie, Deconstructed by Steve Ettlinger
The Almost Archer Sisters by Lisa Gabriele
Kei's Gift by Ann Somerville
Brownie Points by Jennifer Coburn
Raging Star by Moira Young
Undead and Unpopular by MaryJanice Davidson
Bit the Jackpot by Erin McCarthy