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Authors: John Scalzi

La colonia perdida (36 page)

BOOK: La colonia perdida
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Trujillo suspiró.

—Comprende mi preocupación —dijo—. Hemos sido el centro de los planes de todo el mundo, y ninguno de esos planes salieron ni remotamente como deberían haberlo hecho.

—Incluyendo los tuyos —le recordé.

—Incluyendo los míos —reconoció Trujillo—. No sé qué estás planeando, pero dada la tasa de fracasos por aquí, me preocupa el efecto colateral que pueda tener en Roanoke. Cuido de mi colonia. De nuestra colonia. Nuestro hogar.

—Nuestra colonia —coincidí—. Pero ya no es mi hogar.

—Aun así.

—Vas a tener que confiar en mí, Man —dije—. He trabajado duro para mantener a Roanoke a salvo. No voy a dejar de hacerlo ahora.

Savitri salió de la bodega de la lanzadera y se acercó a nosotros, PDA en mano.

—Carga completada —me dijo—. Jane dice que cuando quieras.

—¿Te has despedido de todo el mundo? —le pregunté.

—Sí —respondió Savitri, y alzó la muñeca, donde llevaba un brazalete—. De Beata. Dice que era de su abuela.

—Te va a echar de menos.

—Lo sé. Y yo la voy a echar de menos a ella. Es mi amiga. Todos vamos a echarnos de menos. Por eso se llama «despedida».

—Podrías quedarte —le dijo Trujillo a Savitri—. No hay ningún motivo para que tengas que irte con este idiota. Incluso te aumentaré el sueldo un veinte por ciento.

—Oooh, un aumento —dijo Savitri—. Es tentador. Pero llevo mucho tiempo con este idiota. Me gusta. Me gusta más su familia, claro, pero a quién no.

—Muy amable —dije yo.

Savitri sonrió.

—Por lo menos, me divierte. Nunca sé qué va a pasar a continuación, pero sé que quiero descubrirlo. Lo siento.

—Muy bien, te subo el sueldo un treinta por ciento —dijo Trujillo.

—Adjudicado —dijo Savitri.

—¿Qué? —exclamé yo.

—Es broma, idiota.

—Recuérdame que te congele la paga —dije.

—¿Cómo vas a pagarme ahora, por cierto? —preguntó Savitri.

—Mira —dije yo—. Algo que reclama tu atención. Allí. Lejos de aquí.

—Hmmm —dijo Savitri. Se acercó a darle un abrazo a Trujillo, y luego me señaló con un pulgar—. Si las cosas no salen bien con este tipo, puede que vuelva a recuperar mi antiguo trabajo.

—Es tuyo —dijo Trujillo.

—Excelente. Porque si he aprendido algo en el último año es que hay que tener un plan de emergencia —le dio a Trujillo otro rápido abrazo—. Voy a por Zoë —me dijo—. En cuanto subas a la lanzadera, estamos listos.

—Gracias, Savitri —dije—. Sólo tardaré un minuto. Hasta ahora.

Me dio un apretón en el hombro y se marchó.

—¿Te has despedido de todos los que querías? —preguntó Trujillo.

—Lo estoy haciendo ahora.

Minutos más tarde la lanzadera estaba ya en el cielo, dirigiéndose a la
Estrella Tranquila.
Zoë lloraba en silencio, echando de menos a sus amigos. Jane, sentada a su lado, la abrazó. Yo miré a través de las portillas cómo dejaba otro mundo atrás.

—¿Cómo te sientes? —me preguntó Jane.

—Triste —respondí—. Quería que éste fuera mi mundo. Nuestro mundo. Nuestro hogar. Pero no lo fue. No lo es.

—Lo siento —dijo Jane.

—No lo sientas —dije, y me volví hacia ella—. Me alegro de que viniéramos. Sólo estoy triste porque no fue para quedarnos.

Me volví hacia la portilla. El cielo de Roanoke se volvía negro a mi alrededor.

* * *

—Así que ésta es su nave —me dijo el general Rybicki, contemplando la cubierta de observación a la que acababa de ser conducido. Yo lo estaba esperando allí.

—Lo es —contesté—. Por ahora. Podríamos decir que la hemos alquilado. Creo que originalmente era arrisiana, lo cual resulta un poco irónico. También explica los techos bajos.

—¿Entonces debo dirigirme a usted como capitán Perry? —preguntó Rybicki—. Eso es un paso atrás respecto a su anterior rango.

—Lo cierto es que la capitana es Jane. Yo soy su superior nominalmente, pero ella está a cargo de la nave. Creo que eso me convierte en comodoro. Lo cual es un paso adelante.

—Comodoro Perry
[4]
—dijo Rybicki—. Suena bien. Aunque me temo que no es muy original.

—Supongo que no —contesté. Alcé la PDA que tenía en la mano—. Jane me llamó cuando venía usted para acá. Me dice que le han sugerido que intente matarme.

—Cristo —dijo Rybicki—. Me gustaría saber cómo hace esas cosas.

—Espero que no piense llevarlo a cabo. No es que no pueda. Sigue perteneciendo a las FDC. Es lo bastante rápido y fuerte para romperme el cuello antes de que nadie pueda detenerlo. Pero no lograría salir luego de esta sala. Y no quiero que muera.

—Se lo agradezco —dijo Rybicki secamente—. No. No he venido a matarlo. He venido a intentar comprenderlo.

—Me alegra oírlo.

—Puede empezar explicándome por qué me ha mandado llamar —dijo Rybicki—. La Unión Colonial tiene todo tipo de diplomáticos. Si el Cónclave va a empezar a parlamentar con la UC, debería hablar con ellos. Así que me pregunto por qué ha pedido que sea yo.

—Porque pensaba que le debía una explicación.

—¿Por qué?

—Por esto —dije, haciendo un gesto—. Porque estoy aquí y no en Roanoke. Ni en ningún lugar de la Unión Colonial.

—Supuse que era porque no quería ser juzgado por traición —dijo Rybicki.

—Eso también. Pero no es lo importante. ¿Cómo van las cosas en la Unión Colonial?

—No esperará en serio que le diga nada aquí.

—Me refiero en general.

—Va todo bien —dijo Rybicki—. Los ataques del Cónclave han cesado. Roanoke ha sido asegurada y la segunda oleada de colonos desembarcará allí dentro de un mes.

—Eso es antes de lo previsto.

—Hemos decidido actuar con rapidez. También reforzaremos masivamente sus defensas.

—Bien —dije—. Una lástima que no pudieran hacerlo antes de que nos atacaran.

—Finjamos que no hemos hablado ya de eso.

—¿Cómo se tomó la Unión Colonial nuestra victoria, por cierto? —pregunté.

—Naturalmente, está muy satisfecha.

—Oficialmente, al menos.

—Ya conoce a la Unión Colonial —dijo Rybicki—. La historia oficial es la única historia.

—Lo sé. Y ése es el motivo de todo esto.

—No le entiendo.

—Justo antes de nuestra batalla con Eser en Roanoke, me dijo usted algo. Me dijo que la Unión Colonial más que nadie actuaba velando por los intereses de la humanidad.

—Lo recuerdo.

—Tenía usted razón —dije—. De todos los gobiernos o especies o razas inteligentes, la Unión Colonial es la única que nos cuida. A los humanos. Pero tengo mis dudas de que la Unión Colonial esté haciendo bien ese trabajo. Mire cómo nos trató en Roanoke. Nos engañó respecto al propósito de la colonia. Nos engañó respecto a las intenciones del Cónclave. Nos hizo cómplices en un acto de guerra que podría haber destruido a toda la UC. Y luego estuvo dispuesta a sacrificarnos por el bien de la humanidad. Pero nadie del resto de la humanidad llegó a conocer la historia completa, ¿verdad que no? La Unión Colonial controla las comunicaciones. Controla la información. Ahora que Roanoke ha sobrevivido, la Unión Colonial nunca contará nada. Nadie fuera de la estructura de poder de la UC sabe siquiera que el Cónclave existe.
Todavía.

—La Unión Colonial creyó necesario hacerlo así —dijo Rybicki.

—Lo sé. Y
siempre
han creído necesario hacerlo así. Usted es de la Tierra, general. Recuerda lo poco que sabíamos de cómo son las cosas aquí. Lo poco que sabíamos de la Unión Colonial. Nos enrolamos en un ejército del que no sabíamos nada, cuyos objetivos desconocíamos, porque no queríamos morir viejos y solos allá en casa. Sabíamos de algún modo que volverían a hacernos jóvenes, y eso fue suficiente. Nos trajeron aquí. Y así es como funciona la Unión Colonial. Dicen lo suficiente para conseguir un objetivo. Pero nada más.

—No siempre estoy de acuerdo con los métodos de la Unión Colonial —dijo Roanoke—. Sabe que disentí con el plan de la Unión Colonial de dejar sola a Roanoke. Pero no estoy seguro de entenderlo. Habría sido desastroso que el Cónclave hubiera conocido nuestros planes para Roanoke. El Cónclave quiere mantener a la humanidad contenida en una caja, Perry. Sigue queriéndolo. Si no luchamos, el resto del universo se llenará sin nosotros. La humanidad morirá.

—Está confundiendo la humanidad con la Unión Colonial —dije—. El Cónclave quiere contener a la Unión Colonial, porque la Unión Colonial se niega a unirse a él. Pero la Unión Colonial no es la humanidad.

—Es una distinción sin diferencia.

—Cierto —dije. Señalé el ventanal curvo de la cubierta de observación—. ¿Ha visto las otras naves al llegar?

—Sí —contestó Rybicki—. No las conté, pero supongo que hay cuatrocientas doce.

—Casi. Cuatrocientas trece, incluyendo ésta. Que, por cierto, se llama
Roanoke.

—Maravilloso —dijo Rybicki—. La flota que ataque nuestro próximo mundo colonial tendrá un regusto irónico.

—¿La Unión Colonial sigue planeando colonizar, entonces?

—No voy a hacer comentarios sobre eso.

—Cuando el Cónclave y la Unión Colonial se enfrenten de nuevo, si es que llegan a hacerlo, esta nave no formará parte de ningún bando —dije—. Es una nave mercante. Igual que todas las demás naves de esta flota. Cada una de ellas transporta productos de la raza a la que pertenece. Ha costado lo suyo, debe saberlo. Han hecho falta un par de meses antes de que cada raza se apuntara. El general Gau tuvo que retorcer unos cuantos brazos, o lo que fuera. Es más fácil conseguir que algunas razas contribuyan con naves de guerra que una flota de carga llena de productos.

—Si una flota de naves de guerra no convence a la Unión Colonial de que se una al Cónclave, dudo mucho que vaya a conseguirlo una flota de naves mercantes —dijo Rybicki.

—Creo que en eso tiene razón —contesté, y alcé mi PDA—. Jane, ya puedes saltar.

—¿Qué? ¿Qué demonios está haciendo?

—Ya se lo he dicho. Le estoy dando explicaciones.

La
Roanoke
había estado flotando en el espacio, a una distancia prudente de cualquier pozo de gravedad que pudiera interferir con su impulsor de salto. Ahora Jane dio la orden de conectarlo. Abrimos un agujero a través del espacio-tiempo y aparecimos en otro lugar.

Desde la cubierta de observación, la diferencia no era grande: estábamos contemplando un campo de estrellas y, de pronto, estábamos contemplando otro. Hasta que empezamos a ver las pautas.

—Mire —dije, señalando—. Orión. Tauro. Perseo. Casiopea.

—¡Oh, Dios mío! —susurró Rybicki.

La
Roanoke
giró sobre su eje, y las estrellas se desvanecieron, sustituidas por el inmenso brillo de un planeta, azul y verde y blanco.

—Bienvenido a casa, general —dije.

—La Tierra —dijo Rybicki, y todo lo que pretendiera decir después de eso se evaporó ante su necesidad de contemplar el mundo que había dejado atrás.

—Estaba equivocado, general —dije.

Rybicki tardó un segundo en salir de su ensimismamiento.

—¿Qué? ¿Equivocado en qué?

—Coventry. Lo he buscado. Los británicos sabían que iba a producirse un ataque. Tenía usted razón en eso. Pero no sabían dónde iba a ser. Los británicos no sacrificaron Coventry. Y la Unión Colonial no debería haber estado dispuesta a sacrificar Roanoke.

—¿Por qué estamos aquí?

—Usted lo ha dicho, general. La Unión Colonial nunca se unirá al Cónclave. Pero tal vez la Tierra lo haga.

—¿Va entregar la Tierra al Cónclave? —dijo Rybicki.

—No. Vamos a hacerle una propuesta. Vamos a ofrecerle regalos de cada mundo del Cónclave. Y luego yo voy a ofrecerle mi regalo.

—¿Su regalo?

—La verdad —dije—. Toda la verdad. Sobre la Unión Colonial y sobre el Cónclave y sobre lo que pasa cuando dejamos nuestro mundo natal y salimos al universo. La Unión Colonial es libre de dirigir sus mundos como quiera, general. Pero este mundo decidirá por su cuenta. La humanidad y la Unión Colonial no van a seguir siendo intercambiables. No después de hoy.

Rybicki me miró.

—No tiene usted autoridad para hacer eso —dijo—. Para tomar esta decisión por toda esa gente.

—Puede que no tenga la autoridad —contesté—. Pero tengo el derecho.

—No sabe lo que está haciendo.

—Creo que sí. Estoy cambiando el mundo.

En la ventana otra nave saltó a la vista. Alcé mi PDA: en la pantalla había una sencilla representación de la Tierra. Alrededor del círculo brillante aparecieron puntitos, de uno en uno, de dos en dos, en grupos y en constelaciones. Y cuando todos llegaron, empezaron a emitir, todos ellos, un mensaje de bienvenida, en tantos idiomas humanos como podían recibirlos, y un flujo de datos, sin codificar, informó a la Tierra de décadas de historia y tecnología. La verdad, casi como yo podría contarla. Mi regalo al mundo que había sido mi hogar, y que esperaba que volviera a serlo.

16

No lo reconocí al principio. En parte por el sitio donde nos encontrábamos. Ya era bastante raro que yo estuviera en las escalinatas de la Cámara de Representantes norteamericana; verlo allí era completamente inesperado. En parte también era porque parecía bastante más viejo de lo que lo recordaba. Y en parte porque no era verde.

—General Szilard —dije—. Vaya sorpresa.

—Es lo que pretendía.

—Se le ve diferente.

—Sí, bueno —contestó Szilard—. Ahora que la Unión Colonial tiene que tratar con los gobiernos humanos aquí en la Tierra, una de las cosas que hemos descubierto es que los políticos no nos toman muy en serio si tenemos nuestro aspecto habitual.

—No es fácil ser verde.

—La verdad es que no. Así que decidí ser más mayor y más sonrosado. Parece funcionar.

—Supongo que no les habrá dicho que no tiene todavía edad para conducir —dije.

—No veo la necesidad de confundirlos más de lo que ya están —dijo Szilard—. ¿Tiene un minuto? Querría hablar de algunas cosas.

—He terminado de declarar por hoy. Tengo tiempo.

Szilard miró a mi alrededor, exagerando el gesto.

—¿Dónde está su nube de periodistas?

—Oh,
eso —
dije—. El general Gau declara hoy ante el Comité de Inteligencia del Senado. Yo sólo lo hacía ante un subcomité agrícola. Había una única cámara de acceso público y nada más. Hace meses que nadie se molesta en seguirme. Los alienígenas son más interesantes.

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