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Authors: Ángeles Goyanes

Tags: #Terror, Fantastico

La concubina del diablo (25 page)

BOOK: La concubina del diablo
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»—¿Embaucado? —le respondía Cannat con la voz falsamente afectada—. Me limito a dar un aliciente a sus monótonos días, a sacarlos de la desidia de su existencia. Necesitan algo en qué creer, alguien a quien entregarse en cuerpo y alma, que les ahorre el trabajo de pensar y que gobierne sus vidas. Y yo, muy gustosamente, me ofrezco a ello. ¡A ellos les encanta que lo haga! ¿Qué crees que sería de ellos, criaturas incapaces, sin la guía y el consuelo de mi presencia? ¡Y todavía me recriminas! ¡Vaya! ¡Pero si me convierto en su bufón sólo por darles placer!

»—¡Cínico! —se reía Shallem.

»—Pero ¿de qué estáis hablando? ¿A qué os referís? —intervenía yo, perpleja ante su diálogo.

»Cannat me dirigía una mirada conmovida, como habría hecho con una hermana pequeña de entendimiento aún poco desarrollado e incapaz de captar el significado de las conversaciones de los mayores.

»—No te preocupes —me consolaba—. Yo te lo explicaré todo. Pero en otro momento. Cuando este adorable incordio no esté presente para interrumpirnos.

»Un día, Cannat apareció con la última edición del que era el libro más leído en aquellos tiempos, un auténtico éxito de la época:
Maleus Maleficarum
o
Martillo de las Brujas
, era su título. Una obra escrita por dos dominicos, que sistematizaba las anteriores aportaciones de los manuales inquisitoriales sobre lo que debía saberse en materia de brujas y la forma de combatirlas.

»Para el pensamiento culto, el poder de las brujas, a quienes designaba con el nombre latino de
maleficae,
procedía del demonio. La bruja se había entregado a su poder. Se había convertido en su sierva mediante el “pacto satánico”, expresado en una señal que “el príncipe de las tinieblas” había marcado con una uña en el cuerpo de su nueva vasalla. En este sentido, la brujería era el peor de los pecados, puesto que implicaba la deliberada apostasía de la verdadera fe.

»Durante generaciones, los inquisidores y las autoridades civiles persiguieron a los sospechosos de brujería aplicando estos criterios.

»Aquel escrito arrancaba de Shallem carcajadas irreprimibles, y no digamos de Cannat, quien, poco a poco, y pacientemente, mientras Shallem se distraía con él o con otros parecidos, me fue explicando la verdad sobre todas las cosas.

»Yo miraba a Shallem, que, de vez en cuando, levantaba la vista indudablemente fastidiado, intentando dilucidar el porqué de su empeño en mantenerme en la más absoluta ignorancia, de su obstinación por protegerme de lo que, decía, “no debe ser recordado por los mortales durante su estancia en la Tierra”. Recordado, y no aprendido, porque, según él, todos esos conocimientos forman parte de nuestro propio ser, y su memoria vuelve instantáneamente a nosotros tan pronto como abandonamos nuestros cuerpos, para perderse, nuevamente, en el preciso momento de nuestro renacimiento terrenal. ¿Acaso fue Dios quien dispuso este precepto sobre la ignorancia de los mortales? Y, aún en ese caso, ¿qué obligaba a Shallem a respetarlo? Él, que silenciosa y constantemente le desafiaba, vanagloriándose de su independencia, de su rebeldía. ¿Qué le inducía?, si es que realmente había un motivo digno de ser tenido en cuenta, y no era, meramente, el producto de un capricho, el deseo de mantener el misterio entre nosotros.

»Nunca llegué a dar una respuesta totalmente satisfactoria a estas preguntas.

»Incluso me aventuré a inquirir sobre ellas a Cannat, pero, si sabía o no el porqué, daba lo mismo. Se limitaba a encogerse de hombros con una expresión de indiferencia. Porque Cannat sólo me contaba lo que quería y cuando quería, en la medida en que le apeteciera.

»El
Maleus Maleficarum
consiguió divertir a Shallem durante toda una tarde. Tarde que, Cannat, encantado por el éxito de su elección, empleó en explicarme, susurrante, misterioso y reverente, como un antiguo patriarca hebreo, el secreto de sus orígenes.

»—Y El Señor creó a Sus Hijos llenos de su misma Gloria y Majestuosidad —narraba—, y Ellos eran su única compañía en el Reino Celestial.

»"Y luego dijo El Señor: “Crearé ahora un hermoso universo para que Mis Hijos gocen en él”. Y así lo hizo.

»"Y, he aquí, que de entre todos los planetas recién creados, los Hijos de Dios quedaron fascinados por la belleza de uno de ellos, un diminuto paraíso en un lugar cualquiera de la Creación. Y todos los Hijos lo escogieron como su hogar.

»"Y mientras Él continuaba su Obra, Sus Hijos disfrutaban las delicias del vergel del universo.

»"Pero, en él, la vida no se detuvo, sino que nuevas especies de árboles y de flores surgieron para deleite de los ángeles; y, en las aguas salobres del mar, aquella vida adquirió movimiento.

»"Y los ángeles fueron felices al ver que podían compartir su pensil con las nuevas criaturas que lo alegraban y que, dotadas de voluntad colonizadora, reptaban tierra adentro, trepaban por los árboles, y compartían con ellos la aurora y el crepúsculo.

»"Sin embargo, la vida crecía desordenadamente, carente de una guía divina, y los ángeles estuvieron a punto de advertir a su Padre; pero viendo que las especies se sucedían unas a otras, desapareciendo siempre inexorablemente, decidieron no molestarle, pues la vida de los nuevos seres no era, a los ojos de los Hijos de Dios, más larga que el resplandor de una chispa de fuego a los ojos de los mortales.

»"Hasta que, un día, los Hijos de Dios no tuvieron más remedio que informarle de los peligros que asolaban su pequeño paraíso.

»"—Padre —le dijeron—, cuando más hermosa estaba nuestra Tierra, se ha desarrollado en ella una especie dañina y desmandada cuyas manos arrasan cuanto sus ojos son capaces de distinguir. No gozan de tu aliento divino, Padre, y sus mentes están trastornadas, pues disfrutan con sus crímenes como ninguna otra criatura bajo la bóveda del firmamento, y hacen sus víctimas entre cuanto corre, nada, vuela o, simplemente, respira sobre la Tierra. Te pedimos pues, Padre, que nos libres de ellos, o, de lo contrario, no tardarán en destruir nuestro planeta y a cuantos seres vivos habitan en él; y, algún día, traspasarán sus fronteras, poniendo en peligro, también, la vida allende él.

»"El Señor escuchó, compungido, la petición de Sus Hijos.

»"No puedo destruir a esas criaturas —les contestó—, pero tampoco exponer a los habitantes de los planetas que circundan el vuestro a su ira incontrolada. Salid, pues, de él, y lo enviaré al confín del universo, allá donde jamás podrán conocer otra vida que la que surja en su propio seno. Dejad que su vida se extinga de forma natural. Regresad a mi lado y gozad del resto de maravillas de Mi Obra, y de las que crearé para vosotros.

»"Los ángeles ascendieron al lado de su Padre, apenados por tener que abandonar su paraíso y a los seres vivos que tanto querían, pero ansiosos por alejarse del lado del hombre. Pero, un grupo de ellos, permaneció, sin embargo, en la Tierra, rehusando abandonar lo que amaban.

»"—Padre —le dijeron—, ¿por qué hemos de ser nosotros, Tus Hijos Bienamados, quienes suframos el castigo, mientras los indeseados reciben como premio el paraíso que nos pertenece? ¿Es que ahora los amas a ellos más que a nosotros? ¡Destrúyelos, Padre! Porque nosotros jamás abandonaremos la Tierra que nos entregaste.

»"—Está bien —les contestó el Padre—. Continuad en ella mientras lo deseéis. Pero tened siempre presente mi único mandato: jamás destruyáis la vida sobre la Tierra, porque en toda ella alienta mi esencia.

»"Una vez dicho esto, envió Dios la Tierra a los confines del universo, como había prometido, rodeándola de planetas eternamente estériles.

"Y cuando el ángel que más había amado al Padre, aquel a quien Él había dotado con mayor profusión de los espléndidos dones divinos, presintió la ruina del paraíso que amaba, fue el primero en descargar su odio contra el culpable: el hombre, el mismo que le había robado el favor del Altísimo.

»"Cuando el ángel mató, la ira de Dios se cernió sobre Sus Hijos en forma de condena: la de permanecer eternamente exiliados sobre la Tierra; la de no volver a disfrutar, jamás, la Gloria junto al Supremo.

»"Y, viendo Dios que el hombre era criatura inteligente, decidió dotarle de su propio espíritu.

»"Concibió un mundo en el cual hombres y ángeles pudiesen cohabitar sin que aquellos pudiesen dañar a éstos ni éstos percibir la presencia de aquellos.

»"Pero el poder que había imbuido Dios a Sus Hijos era enorme, y muchos de ellos conseguían entrar fácilmente en el mundo de los humanos, mezclándose con ellos.

»"Y los Hijos de Dios se prendaron de las hijas de los hombres y se unieron carnalmente a ellas, y tuvieron descendencia. Todos, excepto Eonar, pues a ninguna mujer encontraba digna de sí.

»Esto fue lo que me contó. Y en aquellos minutos descubrí de Shallem más de lo que había conseguido sonsacarle durante todo el tiempo que llevaba viviendo con él.

»Salí de la oscuridad en la que Shallem había querido mantenerme a salvo con respecto a sus orígenes, respecto a su existencia anterior a nuestro encuentro, que se obcecaba en simular que no había existido.

»Al estar a mi lado, por mi bien, se empeñaba en aparentar que era humano. Y parecía feliz simulando ser mortal; fingiendo que su cuerpo era de carne y que podía sufrir el dolor; pretendiendo que tenía hambre y que necesitaba comer; bostezando por la noche, como si el sueño pudiese llamarle. Pero sólo había un tormento que él pudiese sufrir: el dolor espiritual. De ahí, tal vez, que fuese padecido por él con mayor intensidad que ninguna otra criatura lo padecía. A veces parecía que lo apreciaba, que se aferraba a él como si le purificase de todos sus pecados, como si pensara que, cuanto mayor fuera éste, más posibilidades tendría de llamar la atención de su Padre, de conseguir que se apiadase de él. Y tras cada lid contra sus propios fantasmas, contra Dios, contra el hombre, o contra el inaceptable destino, Shallem acababa agotado y fortalecido, y más bello en su interior y, aún más sensible que nunca lo hubiera sido.

»Cuando estábamos juntos, de verdad lo creíamos, que él era un hombre y yo una mujer. Que no había nada, oculto y extraordinario, detrás de aquella evidencia. Pero, luego, cualquier nimiedad hacía estallar la chispa, siempre latente, de su odio hacia la humanidad. Pues Shallem, mi Shallem, mi tierna criatura, estaba tan atada a sus orígenes como cualquiera de nosotros lo estamos, y su vida, tan sujeta a su condición como lo está la de cualquier ser.

»Pero ahora sabía la verdad. Cannat me la había mostrado sin tapujos, sin disfraces de ningún tipo. Ahora conocía el motivo que impulsaba a Shallem a aborrecer al género humano.

»Cannat miró amorosamente a Shallem, que parecía sumergido en la lectura.

»Luego se volvió a mí, sonriendo con un placer malévolo que me hizo estremecer.

»Asintió.

»“Sí”, me decían sus ojos, “Los dos. Juntos. Siempre juntos. Desde el principio de los tiempos. Matando, seduciendo, luchando. Dos demonios de la peor calaña. ¿Qué diablos te habías creído tú? ¿Qué Shallem era un ángel de bondad? ¿Qué jamás había puesto su mano sobre un hombre o una mujer? ¿Qué había nacido el día que te conoció?”.

»Y Shallem, que, entre risotada y risotada provocada por el
Maleus Maleficarum,
había prestado atención, algunos instantes, al monólogo de Cannat, no desmintió una palabra.

»Quizá, pensaba yo, simplemente, consideraba que eran mentiras inofensivas las que me estaba contando, y que, por tanto, no merecía la pena perder el hilo de su lectura para llamarle la atención.

»Pero lo cierto es que parecía inquieto y que sus miradas a hurtadillas se habían impregnado de una profundidad significativa.

»—¿Es cierto lo que me ha contado, Shallem? —Le pregunté, intencionadamente al percibir esos detalles, nada más terminar Cannat su narración.

»—No lo sé. No estaba escuchando —me mintió, fingiendo indiferencia.

»—¡Oh, yo te lo explicaré! —le dije.

»Sabía que, de ser ciertas mis sospechas, aquello constituiría para él una amenaza. Su simple reacción me permitiría conocer la verdad. Y así fue.

»Dejó el libro sobre la mesita, con gesto fingidamente animado y, simulando deseo, exclamó:

»—Otro día me lo contarás. Juliette. ¡Vayamos ahora a pasear por la colina! ¡Necesito aire fresco y desentumecer los músculos! Y tú también. Estás muy pálida.

»Cannat se rió.

»—Necesitas aire fresco, desentumecer los músculos… ¡Qué expresiones humanas, Shallem! ¡En verdad has perdido la conciencia de tu identidad!

—Espere un momento —interrumpió el confesor en un visible estado de nervios—. ¿Me está diciendo que lo sabe todo, que, realmente, Cannat le reveló la verdad sobre todas las cosas? Sobre el sentido de la vida, el destino de las almas, la existencia de Dios… ¿Todo?

—Así es. Pero no se emocione, padre. No es el asunto que nos atañe. Además, ¿cómo puedo estar segura de nada? Shallem me aseguraba que Cannat me mentía. Una cosa puedo asegurarle, que jamás he conocido otra presencia divina sobre la Tierra que no fuera la de ellos.

—Pero Dios existe —insistió el padre DiCaprio—, ellos hablan de su Padre, de un Creador del universo.

—Es cierto. Pero ¿es Dios, o un dios? —insinuó la mujer.

—¿Qué intenta decirme? —El sacerdote iba a explotar. Estaba seguro de ello.

—Que el universo es infinitamente grande y sus grandezas ni empiezan ni acaban en nuestra limitada idea de Dios.

—¿La idea de Dios limitada?

—Así es. Dios es Alfa y Omega, según el hombre, el principio y el fin de todas las cosas. Pero ¿qué ocurre cuando ninguna cosa es finita, sino que todas se reciclan constante e indefinidamente?

—Pero todas las cosas tienen un principio, incluso aunque carezcan de fin. Los mismos ángeles lo tuvieron.

—Es cierto. Pero ¿todas, todas las cosas?

—Todas.

—Y, ¿cuál es el principio de Dios, según usted?

—Él es Dios.

—Buena respuesta. ¿Significa eso que no tiene principio?

—Sí.

—Es muy cómodo contestar así, aunque no se deduzca de ninguna evidencia. Pero usted sabe que no es posible. ¿Y si Dios sólo fuera uno más entre muchos de un universo superior; un universo diferente al nuestro, y tan gigantesco que nuestra pequeña concentración de galaxias no fuese mayor a su lado que cualquier estructura molecular de este planeta? Y nuestro pequeño universo, podría estar inmerso en él sin que nosotros lo supiéramos; lo mismo que una bacteria sobre mi piel es incapaz de ver más allá del minúsculo espacio al que se adhiere. ¿Sabe el virus que fluye a través de la sangre que ésta pertenece a un ser que también está vivo, a un animal que piensa y se desplaza?

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