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Authors: Alberto Garzon Espinosa Juan Torres Lopez

La crisis financiera guia para entenderla y explicarla (10 page)

BOOK: La crisis financiera guia para entenderla y explicarla
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La respuesta a esta última cuestión es clara y para ejemplarizarla podemos referirnos al caso particular de Estados Unidos.

En primer lugar, los recursos saldrán de un mayor endeudamiento exterior de la economía estadounidense. Para ello tendrá que lograr colocar en el exterior bonos y otros títulos de deuda, lo que entre otras cosas va a ir cambiando irremediablemente el mapa político y la distribución de poder en el mundo. China, India y otros países irán haciéndose más fuertes, mientras que la economía de Estados Unidos se va a ir debilitando y haciéndose más dependiente.

En segundo lugar, los recursos procederán de la impresión de más dólares. Esto es algo que ya viene sucediendo de forma premeditada aunque no se suele hablar mucho de ello. En diciembre de 2005, la Reserva Federal acordó que a partir de marzo de 2006 ya no se iba a publicar la cifra que los economistas llamamos M3 (la cantidad de dólares que circulan en forma de billetes, monedas y depósitos a la vista). No hace falta ser un lince para percatarse de lo que había detrás de esa decisión: un crecimiento vertiginoso de la cantidad de dólares en circulación. Estimaciones no oficiales señalan que M3 pasó de representar algo más del 7% del PIB de Estados Unidos en junio de 2006 al 18% en febrero de 2008 (desde entonces comenzó a desplomarse vertiginosamente hasta el nivel más bajo alcanzado desde 1959, pero como consecuencia de la retirada de liquidez bancaria que produjo la crisis). Según estimaba un directivo del Fondo Monetario Internacional solo en los tres últimos meses de 2008, la Reserva Federal ordenó imprimir 600.000 millones de dólares nuevos.
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Para que esta fuente de obtención de recursos sea viable, Estados Unidos tendrá que recurrir a su poder imperial para colocar en el mundo una moneda cada vez más depreciada y menos valiosa. La consecuencia más que previsible no es muy agradable: incrementará su presencia militar y tratará de provocar focos de inestabilidad que justifiquen su presencia para asentar así su poder como primera potencia mundial.

Finalmente, los recursos provendrán también de los propios ciudadanos, directamente en forma de impuestos o indirectamente como renuncia a gastos públicos que representan ingresos indirectos (como la sanidad o la educación) o diferidos (como las pensiones).

Me atrevo así a predecir que dentro de poco comenzaremos a oír el discurso contrario al que hasta ahora hemos venido escuchando. Ahora nos volverán a decir que los impuestos son buenos, que hay que contribuir entre todos a lograr estabilidad económica y que todos hemos de arrimar el hombre. Ya han empezado de hecho con la desvergonzada cantinela de que para salir de esta crisis hay que moderar los salarios.

De esas fuentes saldrá el dinero para que los ricos que han provocado la crisis con su codicia criminal salgan de ella sin despeinarse ni un pelo.

La reunión de Washington

Los dirigentes de los países más poderosos se reunieron en Washington y en unas pocas horas aprobaron un documento vago y de generalizaciones en el que se daban algunos golpes de pecho y en el que fundamentalmente acordaron dos cosas: que iban a tomar medidas en los mercados financieros y que los gobiernos tenían barra libre para gastar lo que fuese necesario porque la crisis de la economía real se hacía ya muy grave.

Pero en esa reunión no estaban los países más afectados por la crisis alimentaria, que es una consecuencia directa y gravísima de la crisis financiera original, así como tampoco están los países que durante tanto tiempo se han visto obligados a adoptar medidas de liberalización de los mercados financieros a instancias de las instituciones internacionales y de los países desarrollados. No estaban porque su voz, crítica por necesidad a la luz de los resultados de los modelos económicos impuestos, resultaría demasiado molesta.

Sí estaban, en cambio, los países que desde la década de los ochenta habían desregulado sistemáticamente el mercado financiero, posibilitando así la aparición de complejos instrumentos financieros que han estado en el origen inmediato de esta grave crisis. Los mismos países cuyos gobiernos y líderes de opinión habían construido un discurso ideológico que ha servido de coartada para acrecentar hasta niveles extraordinarios las riquezas de los banqueros y de los más pudientes, mientras se ha ignorado absolutamente la precaria situación del resto de personas y países.

Eran los mismos que han creado bancos centrales independientes, dotados de un inmenso poder y sin que su legitimidad emane directamente del pueblo, y cuya única preocupación ha descansado en la estabilidad financiera, mientras que en ningún momento han movido ficha para mejorar el nivel de vida de las personas. Son estos bancos centrales los que han sido incapaces de actuar para evitar la crisis y que, además, han fallado estrepitosamente en sus objetivos oficiales.

Son los mismos que con más entusiasmo han promovido la desaparición de los obstáculos al movimiento del capital, y que no han impedido la existencia de los paraísos fiscales, cuyo rol en esta crisis ha resultado especialmente decisivo.

Y son los mismos que en los momentos de crisis no han dudado en acudir en ayuda de los grandes entramados financieros, nacionalizando unas pérdidas que eran la consecuencia lógica de unas desmesuradas ganancias pasadas que, en cambio, acabaron en manos privadas.

La reunión de los dirigentes mundiales era necesaria para tomar medidas, pero era completamente indeseable que se llevara a cabo a partir de una convocatoria unilateral que casa muy mal con la intención del documento de adoptar en el futuro medidas basadas en el multilaterialismo.

El documento aprobado en la reunión hablaba de la crisis pero no abordaba con nitidez ni rigor de sus causas, no hace mención explícita de sus responsables, confunde cuando no vincula la recesión de la economía real con la especulación financiera, con la avaricia de los bancos, con la complicidad de las autoridades reguladoras, de muchos gobiernos.

En él se habla de reformar los mercados y las relaciones financieras pero no da indicaciones concretas sobre la naturaleza y el alcance de la regulación y se mantiene en pie el entramado institucional que ha consentido y facilitado el desarrollo de la crisis.

No crea o menciona la creación de instrumentos que acaben o incluso que desincentiven las operaciones letales para la economía que se han venido realizando en el sistema financiero. Más bien se limita a señalar que lo que se debe hacer es regularlas para aliviar sus efectos sobre la economía real.

Es verdad que menciona la necesidad de establecer un nuevo marco para la actividad bancaria, pero no concreta ni da pautas claras sobre las que deban actuar los reguladores. Reconoce que la regulación financiera es un problema de ámbito global pero sigue dejando en manos de los reguladores nacionales la responsabilidad principal de ponerla en marcha.

En definitiva, siendo la reforma del sistema financiera el primer gran objetivo de la cumbre, el documento se limita a establecer principios generales que luego podrán ser interpretados de muchas formas. Y, por tanto, susceptibles de ser llevados a la práctica con alcances muy diferentes.

El documento habla de los efectos perniciosos de la crisis sobre la economía real y apunta la posibilidad de llevar a cabo actuaciones pero en el marco de una concepción de las intervenciones fiscales muy conservadora que, si se siguen al pie de la letra, las limitarán al corto plazo y a tener cuantías limitadas en función de la potencia de cada economía.

Por el contrario, ni se menciona la necesidad de acometer planes de largo alcance a escala global para salvar la demanda y para que de esa forma puedan afrontarse las necesidades insatisfechas de millones de personas.

El documento se limita a considerar como objetivos de la acción gubernamental la reforma financiera (que en los términos en que se plantea será insuficiente y limitada) y el crecimiento económico, sin entrar tampoco a considerar que éste último objetivo no es en sí mismo deseable, porque para que lo sea debe estar vinculado a la mejor calidad de vida, a la justicia, a la eficiencia energética, o a la sostenibilidad medioambiental, y a nada de ello se hace referencia.

Es significativo, aunque no sorprendente, que el documento no mencione ni una sola vez la palabra especulación, pero ni siquiera las consecuencias nefastas de la plena libertad de movimientos de capital que incluso el Banco Mundial tuvo que reconocer en su momento. Ni hace referencia a que el papel de los estados se muestra cada vez más necesario para corregir los fallos del mercado, claro que ni siquiera se alude a que éste pueda tenerlos. En consecuencia, y salvo a corto plazo como medida de choque, el documento renuncia a instrumentos que no sean los intrínsecos al mercado para salir de la crisis y para evitar que vuelvan a darse otras en lo sucesivo
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Sin saber qué hacer, los gobiernos solo esperan que escampe

Después de la reunión de Washington los gobiernos siguieron sin saber cómo actuar, qué medidas llevar a cabo. La cumbre y el documento de conclusiones solo sirvieron como una especie de autorización implícita que los gobiernos se dan entre ellos para que cada uno trate de abordar la situación como mejor pueda a través del único y mejor remedio conocido para hacer frente a estas situaciones, la expansión del gasto, pero que hasta ahora todos habían demonizado.

Eso ha permitido que los países adopten medidas de expansión presupuestaria sin ser castigados por ello y saltándose a la torera todos los principios que antes habían mantenido como sacrosantos para justificar la reducción del gasto social. Pero el problema seguirá siendo el mismo de antes de la reunión: si no se adoptan medidas urgentes sobre la actividad bancaria, de regulación más estricta de los mercados financieros y sobre la economía real, la dimensión financiera de la crisis seguirá aumentando y empeorando y la recesión de la economía real irá en aumento y se extenderá irremisiblemente.

Es verdad que la cumbre puso una parte de los problemas sobre la mesa y que a partir de ahora habrá que abordarlos ya sin remedio. Pero solo eso, porque la perspectiva desde la que señalaron que quieren hacerlo y el horizonte al que se proponen llegar es francamente limitado y frustrante.

De hecho, unos meses después, de las medidas financieras nada se sabe. Aprobaron planes de gasto para tratar de que el paro y las quiebras de empresas no sigan aumentando pero la mejor prueba de que solo con eso no se solucionan los problemas que ha creado la banca internacional y los especuladores es que siguen aumentando
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Parte III : El futuro, las alternativas
¿Servirán de algo las medidas de los gobiernos?

Una cosa está clara: mientras no se curen las causas del cáncer éste seguirá avanzando. Ahora ya han caído muchos bancos y es muy posible que sigan cayendo muchos más, e incluso después de ellos los fondos de inversión y de pensiones...

Los planes de gasto compensarán la pérdida de empleos pero su coste (que recaerá sobre los más débiles y sobre las generacio-nes futuras) será inmenso si no se cierra pronto la sangría.

Y, mientras tanto, los bancos siguen sin abrir el grifo de la financiación. Los gobiernos hacen como que se molestan con ellos pero aquí paz y después gloria. Es más, para dorarle la píldora le hacen rebajas fiscales vergonzosas e inmorales a los banqueros y grandes propietarios, como acaba de suceder en España.

No se podrá salir de la crisis si no es con otro tipo de medidas.

¿Qué hacer entonces?

Para hacer frente a la crisis hay que tomar medidas urgentes y directas para evitar la sangría que está provocando la falta de financiación.

El problema es que no se trata solo de intervenir los bancos para enjugar sus pérdidas y luego devolverlos limpios de polvo y paja a sus propietarios.

Quien se fue al casino y perdió el dinero debe perder sus privilegios y también hacer frente a los daños sociales que ha causado. ¿Cómo es posible que no se estén teniendo en cuenta los efectos externos, y no ya los directos, que ha creado la irresponsabilidad bancaria?

Lo que ahora se pone de evidencia es el coste grandísimo de haber renunciado a la banca pública. Hay que reivindicarla.

Pero la crisis también enseña que no basta con que haya bancos o mecanismos públicos de intervención. Lo público no es en sí mismo lo adecuado. Lo que hay que lograr es que el espacio público, y en este caso el imprescindible espacio financiero público, responda a una lógica diferente a la del privado. Las cajas de ahorros españolas son públicas y en su inmensa mayoría no han hecho sino clonar la experiencia y la lógica bancaria privada. No es eso lo que se necesita.

Una nueva lógica financiera internacional

En nuestra opinión si de verdad se quisiera atajar la crisis y los efectos demoledores que como estamos viendo produce la especulación generalizada incluso a muy corto plazo habría que establecer una nueva lógica financiera al servicio del capital productivo, que evite la especulación y que esté bajo el directo control de la sociedad a través de mecanismos transparentes y democráticos.

En segundo lugar, habría que aumentar urgentemente la cuantía de los planes de gasto. Pero tampoco valdrá cualquier tipo de gasto. Es necesario que se trate de recursos orientados a transformar el modelo de crecimiento fortaleciendo para ello, particularmente, la innovación social la formación, la sostenibilidad y la igualdad. Los fondos, además, deben estar a disposición preferente de las empresas que creen empleo y procurar que no sea inversión despilfarrada (como la que están proponiendo en España algunos ayuntamientos en el plan del gobierno).Y para financiarlos, deben establecerse impuestos extraordinarios en todos los países sobre las grandes fortunas, sobre los movimientos especulativos y los beneficios extraordinarios.

Pero en cualquier caso, la crisis no podrá resolverse con medidas a escala nacional.

Es evidente que la crisis ha afectado a las bases esenciales de la economía capitalista y justamente por eso para salir de ella y evitar que vuelva a darse en el futuro incluso con más fuerza y destrucción de verdad es imprescindible modificar las bases del sistema económico y financiero actual.

Desgraciadamente, es muy fácil hacer proclamas radicales y decir que lo que hace falta es sustituir el capitalismo por el socialismo o cualquier otro escenario social diferente en donde prevalezca la justicia y la eficacia económica.

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