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Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La espada oscura (36 page)

BOOK: La espada oscura
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El momento de los remordimientos y las vacilaciones ya había pasado para Madine. La decisión había sido tomada. No tenía ninguna duda, fueran cuales fuesen las consecuencias. La Nueva República seguía estando acosada por un gran número de amenazas, y Madine no podría descansar hasta que el gobierno que había elegido no corriese peligro.

Y temía que eso significara que nunca podría descansar.

El movimiento del puntito verde en el diagrama de Nar Shaddaa hizo que volviera a la realidad. Trandia se había erguido delante de la pantalla.

—El objetivo se marcha, señor —dijo—. Estamos siguiendo su trayectoria.

—Así que va hacia allí —dijo Madine, y entrelazó los dedos con nerviosa expectación. Después hizo una profunda inspiración de aire antes de entrar en acción—. Bien, estamos listos para la persecución. Trandia, quiero que estés en mi equipo..., y también quiero a Korenn —añadió, pensando en el entusiasmo y el indudable talento de aquel muchacho de cabellos rubio pajizos, que parecía mucho más joven de lo que sugerían su experiencia y capacidades—. Vamos a prepararnos. Ackbar nos ha proporcionado tres alas—A del modelo que se emplea para las misiones de exploración. Iremos detrás de Durga y averiguaremos qué anda tramando.

»Pero —dijo, y extendió un dedo— también emplearemos transmisores de emergencia porque tal vez andemos escasos de tiempo. Sea cual sea el sitio en el que está escondida esa arma secreta, debemos aprovechar la oportunidad de sabotearla en el caso de que llegue a presentarse. No podemos permitir que los hutts acaben de construir su Estrella de la Muerte particular.

Madine estaba inmóvil en el hangar de lanzamiento y admiraba los esbeltos y eficientes contornos de los tres alas—A. Trandia fue hacia él, moviéndose con esa gracia flexible y ágil que le había convencido de que sería una buena agente de operaciones clandestinas. La joven se había puesto un mono de vuelo, y su trenza estaba oculta debajo del cuello de la prenda. Trandia sostenía un casco en el hueco del brazo.

—Listos para partir en cuanto dé la orden, señor —dijo.

—¿Sabemos ya cuál es nuestro destino? —preguntó Madine. ,

Los labios de Trandia se curvaron en una débil sonrisa.

—El cinturón de asteroides de Hoth, señor —dijo— Ahí es donde Durga ha ido a esconderse.

Madine enarcó las cejas.

—Interesante... Esos asteroides nos obligarán a hacer unas cuantas maniobras bastante complicadas. —Volvió la vista hacia Korenn y Trandia—. ¿Son buenos pilotos?

—Excelentes, señor —respondieron al unísono. —Bien —dijo Madine—. Entonces, vamos allá.

HOTH
Capítulo 33

Las criaturas de los hielos atacaron en una masa de pelaje blanco, garras extendidas y chorros de sangre que volaban por los aires.

—¡Vigila tu espalda, Calista! —gritó Luke, asestando un mandoble mientras un monstruo cubierto de pelos blancos se lanzaba sobre ella.

La espada de luz de Luke abrió un siseante surco ennegrecido a través de la caja torácica del wampa y la criatura cayó al suelo, dejando escapar bilis caliente en un largo gorgoteo.

Calista atacó, decapitando a otra criatura en el mismo instante en que saltaba sobre Luke con la boca llena de colmillos abierta y preparada para desgarrar su carne.

—Vigilaré mi espalda si tú vigilas la tuya —replicó, alzando una ceja en un enarcamiento de desafío.

Burrk, el ex soldado de las tropas de asalto, siguió disparando hasta que hubo descargado su segunda pistola desintegradora. Su rostro estaba oscurecido por una sombría desesperación, pero también contenía una terca e insensata decisión. Luke comprendió que Burrk continuaría luchando hasta que los wampas acabaran con él.

—¡Eh, Jedi! —gritó Burrk—. Tenemos que volver a la base. ¿Podéis abrirnos un camino con vuestras espadas de luz?

Luke y Calista asintieron con una rápida inclinación de cabeza. Las gruesas puertas blindadas que se alzaban debajo del saliente de hielo eran su único refugio. Luke se sintió invadido por una repentina oleada de alivio cuando recordó que las habían dejado entreabiertas para poder entrar lo más deprisa posible.

Uno de los cathars, Nodon, disparó las últimas briznas de energía de la carga de su rifle desintegrador en el mismo instante en que un wampa enorme se alzaba delante de él, con sus musculosos brazos colgando hasta las rodillas y las garras curvadas extendiéndose una docena de centímetros más allá. Nodon chilló y dejó escapar un extraño y primigenio sonido felino, y después dirigió el rifle desintegrador hacia el monstruo de las nieves como si fuese una lanza roma para golpear debajo del esternón al monstruo que intentaba atacarle. La criatura soltó un rugido de dolor, y uno de sus terribles brazos salió disparado hacia adelante para derribar a Nodon. El cathar se desplomó encima de la nieve, con el hombro desgarrado en una secuencia de tajos paralelos de los que brotaron surtidores rojos.

El hermano del cathar emitió un siseo de furia y se apresuró a ir en su ayuda. Nonak saltó sobre la espalda del wampa que atacaba a su hermano y empezó a usar sus propias zarpas mientras desgarraba el cuello del wampa con sus afilados colmillos. El monstruo se olvidó del cathar herido y aulló, manoteando frenéticamente para arrancar al temible felino alienígena de su espalda. Nodon, herido, se fue alejando lentamente a cuatro patas, intentando levantarse mientras su sangre iba manchando la nieve.

El coloso de un solo brazo rugió una orden incomprensible desde el promontorio rocoso encima del que estaba dirigiendo la batalla. Otros wampas se volvieron hacia Nonak, que seguía luchando con el wampa que había herido a su hermano. Los wampas se fueron aproximando, un grupo de bestias temibles que habían elegido el mismo objetivo.

E hicieron pedazos a Nonak.

—¡Seguidme! —gritó Drom Guldi, sin que en su voz hubiera ni la más pequeña sombra de terror y ni siquiera de tensión.

Sinidic, su ayudante, se acurrucó bajo la protección del rifle que empuñaba su musculoso jefe, una flamante arma de caza de alta potencia. A Drom Guldi todavía le quedaban varias cargas de energía y las fue disparando con lenta precisión: no lanzó ninguna rociada de chorros desintegradores esparcidos al azar, sino que empleó disparos de precisión quirúrgica que mataban o herían a una criatura de los hielos cada vez que Drom Guldi presionaba el botón de disparo.

El barón—administrador fue avanzando hacia las puertas de la base, sin apresurarse y asegurándose de que los demás le iban siguiendo. Nodon se levantó y gimió al ver los restos ensangrentados de su hermano. Burrk agarró al cathar por el pelaje del cuello y tiró de Nodon hasta obligarle a dar la vuelta.

—¡Vamos! —gritó.

Luke y Calista flanquearon a Drom Guldi mientras luchaban para volver a la Base Eco. Cada uno mató a otra criatura con su espada de luz. Las puertas de la base parecían estar a una distancia inconmensurable, pero Luke y Calista siguieron avanzando.

Drom Guldi eliminó a tres wampas más que se interponían entre ellos y las puertas blindadas. Reanudaron su avance, pero Sinidic, el ayudante del barón—administrador, parecía paralizado y avanzaba con paso torpe y tambaleante, como si continuara moviéndose únicamente porque su jefe le decía que lo hiciera. Sinidic tropezó con el cuerpo humeante de una criatura de los hielos. Drom Guldi agarró a su ayudante por el cuello de la chaqueta sin dejar de avanzar y lo levantó de un tirón, volviendo a ponerle en pie igual que si pesara tan poco como un trapo. El barón—administrador llegó a las puertas blindadas y empujó a Sinidic hacia la oscuridad que aguardaba al otro lado del umbral.

Burrk ayudó a Nodon a entrar en la Base Eco, empujando al cathar herido por delante de él aunque resultaba obvio que el felino quería volver a lanzarse sobre los monstruos, dominado por un frenesí de salvajismo animal que lo impulsaba a morir mientras los hacía pedazos.

Luke y Calista esperaron en el frío delante de la puerta, haciendo retroceder al último wampa.

—¡Entrad de una vez, Jedi! —gritó Burrk—. ¡Ahora!

Luke y Calista saltaron hacia la oscuridad que los aguardaba. Burrk dejó caer la mano sobre los controles de la puerta, y los pesados paneles metálicos se cerraron con un golpe seco. Los wampas avanzaron en el último instante y trataron de sujetar las puertas de duracero con sus garras, pero ni siquiera aquellas criaturas podían vencer la potencia de los implacables pistones del mecanismo de cierre.

Luke, Calista y los cuatro supervivientes se quedaron inmóviles durante unos momentos bajo la débil claridad de los escasos paneles luminosos que todavía funcionaban, y después se fueron apoyando en las duras paredes de nieve y resbalaron por ellas hasta quedar sentados en el suelo a medida que sentían los efectos de la repentina pérdida de adrenalina, y cómo su desaparición dejaba únicamente agotamiento en su lugar. Todos temblaron en silencio durante unos segundos, a salvo por fin detrás de la seguridad temporal que ofrecían los muros.

Y entonces oyeron arañazos, aullidos ahogados y un repetido golpear procedente del exterior. Burrk volvió sus ojos inyectados en sangre hacia las puertas cerradas. Sinidic, visiblemente aterrorizado, alzó la cabeza y miró a Drom Guldi en busca de protección y consuelo.

—Pueden llamar, pero no pueden entrar —dijo Drom Guldi.

Calista se levantó y fue hasta el revuelto montón de suministros, donde encontró viejos uniformes rebeldes que pudo desgarrar y convertir en vendas para atender las heridas de Nodon. Pero las capacidades curativas del cathar ya habían detenido el flujo de sangre. Mientras permanecía sentado en silencio, con los ojos entrecerrados clavados en el desnudo muro blanco de nieve dura como la piedra, las garras felinas de Nodon entraban y salían repetidamente de sus vainas mientras el alienígena intentaba controlar la ira que hervía en su interior.

Los monstruos siguieron golpeando las puertas blindadas en un estúpido intento de encontrar una manera de entrar, aunque la base era impenetrable. La noche estaba descendiendo sobre Hoth, y la temperatura pronto caería en picado. Todas las criaturas vivas deberían buscar refugio hasta que el débil calor de la luz solar volviera una vez más..., pero los wampas no iban a ceder. Habían conseguido acorralar a sus presas.

El rostro de Drom Guldi, bronceado y tan hermoso como una escultura, había adquirido una expresión meditabunda.

—Pensad en todas esas pieles de primera categoría que se han quedado ahí fuera... —murmuró meneando la cabeza—. Qué desperdicio.

Un ruidoso tañido metálico reverberó a través de los gruesos paneles de las puertas. Los wampas habían cogido un trozo de roca, pero podían pasarse años golpeando inútilmente sin lograr abrirse paso a través del duracero.

Una agotada resignación se había adueñado de las flacas facciones de Burrk.

—Ahora habría sido el momento ideal para utilizar esos cañones de perímetro —dijo, lanzando una mirada bastante significativa a Luke y Calista.

—Alejémonos de las puertas —dijo Luke—. Si continuamos oyendo esos golpes, sólo conseguiremos ponernos todavía más nerviosos de lo que ya estamos.

Fueron con paso lento y vacilante hasta la sala sumida en la penumbra en la que Burrk había contado su aterradora historia. El ex soldado de las tropas de asalto llevó a cabo un rápido inventario.

—Mis pistolas desintegradoras se han quedado sin carga —dijo en cuanto hubo terminado—. El rifle de Nodon también está descargado. ¿Qué nivel de energía le queda. Drom Guldi?

El cazador inspeccionó su arma.

—Diez disparos —dijo, como si fuera imposible que pudieran necesitar disparar más veces.

—Y tenemos sus dos espadas de luz —dijo Burrk, mirando a Luke y Calista.

Luke frunció los labios.

—Si dispusiéramos del tiempo suficiente, podríamos encontrar alguna manera de recargar los desintegradores. Tiene que haber alguna forma de montar una conexión improvisada con una fuente de luz o una unidad térmica para introducir la energía en los acumuladores de carga de los desintegradores.

Burrk se encogió de hombros.

—Si cuenta con el tiempo, los recursos y la inspiración...

Luke empezó a hurgar entre las pilas de equipo abandonado. Burrk se puso en cuclillas y utilizó un enfoque más primitivo: fue extrayendo cañerías y varas metálicas, y después usó adhesivo instantáneo para adherirles cuchillos hechos a partir de trozos de metal. El ex soldado de las tropas de asalto fabricó cuatro toscas lanzas. Aquellas armas no servirían de nada contra un ataque en masa de las criaturas de los hielos, pero Burrk no tenía ninguna intención de darse por vencido.

Drom Guldi se dedicó a limpiar su rifle desintegrador y le sacó brillo. Sinidic estaba apáticamente sentado junto a él y se retorcía nerviosamente las manos. El barón—administrador asestó un codazo a su ayudante.

—Necesitamos algo que nos levante un poco la moral —dijo—. A ver si consigues encontrar algunas raciones, Sinidic... Quizá algo caliente para beber y comer. No hay gran cosa, pero tenemos que conservar las fuerzas.

—¿Yo? —preguntó Sinidic, parpadeando estúpidamente.

—Estás sentado ahí como si te hubieras quedado paralizado... Necesitas hacer algo. Has de mantenerte ocupado. En una situación como ésta, es lo principal.

Sinidic se levantó, tragó saliva y asintió. Su piel grisácea adquirió un poco de color. Miró a Drom Guldi buscando una confirmación de sus órdenes, y después fue trotando hacia un almacén para obedecer la voluntad de su dueño y señor.

Luke y Calista estaban sentados el uno al lado del otro, y se abrazaban en un intento de obtener algo de calor y consuelo humano.

—Bueno, no son exactamente las vacaciones que había planeado... —dijo Luke.

Calista apoyó la cabeza en la suya.

—Recuérdame que no debo permitir que vuelvas a convencerme nunca más con tus discursos.

Burrk se puso en pie, cogió una de sus nuevas lanzas y la arrojó al otro lado de la sala. La afilada punta se hundió en la pared de nieve y la lanza quedó colgando de ella, subiendo y bajando en una veloz oscilación.

—Creo que servirá —dijo.

Un estridente chillido surgió repentinamente del oscuro almacén, seguido por un sonido de desgarramiento líquido y un gorgoteo ahogado. Los cinco supervivientes que se habían quedado en la sala se levantaron de un salto, Drom Guldi el primero. Apenas habían dado unos cuantos pasos por el corredor de muros de hielo cuando un wampa cubierto de sangre salió del almacén, con las garras goteando sangre y su blanco pelaje empapado por las manchas de una carnicería recién cometida.

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