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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

La Forja (10 page)

BOOK: La Forja
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La vida diaria de Merilon prácticamente se había detenido, mientras todo el mundo se preparaba para la más grandiosa celebración de que se tuviera noticia en la historia de la ciudad. El aire rebosaba con los sones de las músicas que se ensayaban en patios y jardines, con el murmullo de las poesías que los actores ensayaban en los teatros, con los gritos de los vendedores que voceaban sus mercancías y con las misteriosas capas de humo que ocultaban el trabajo de los artistas hasta que pudiera ser desvelado llegado el gran momento.

Pero sin importar lo ocupados que estuvieran, los ojos de cada habitante de Merilon miraban constantemente hacia las alturas, contemplando el Palacio Real, que relucía serenamente bajo el ardiente sol. El Palacio se convertiría en un arco iris perfecto de sedas de colores cuando tuviera lugar el gran acontecimiento, cuando naciera el Heredero de la Corona.

Cuando se produjera el alumbramiento, se declararía fiesta nacional y la ciudad de Merilon bailaría, cantaría, reluciría, se divertiría tumultuosamente, comería y bebería hasta caer en un estado de dicha suprema.

En el interior de la Catedral reinaba la tranquilidad, el frescor y la penumbra mientras el sol se hundía por detrás de las montañas y la noche cubría Merilon con sus alas aterciopeladas. Durante un instante, la única luz visible fue la de un lucero de la tarde que brillaba sobre la punta de una de las agujas, pero se desvaneció casi al instante cuando el resto de la ciudad estalló en una llamarada de luz y de color. Tan sólo la Catedral permaneció serenamente oscura; y, lo que era bastante extraño, pensó Saryon, mirando hacia arriba a través del transparente techo de cristal, tampoco se veía luz en el Palacio Real.

Aunque quizá no fuera tan extraño que el castillo permaneciera a oscuras. Saryon recordó que su madre había mencionado que se esperaba que la Emperatriz tuviera un parto difícil, ya que su salud era delicada y frágil en el mejor de los casos. Indudablemente, pues, las actividades cotidianas de la alegre y fastuosa vida palaciega se habían visto restringidas.

La mirada de Saryon regresó a la ciudad, que era más bella de lo que nunca hubiera imaginado, y, momentáneamente, se arrepintió de no haber ido con Dulchase y los otros para visitarla. Sin embargo, después de pensárselo bien, se sintió satisfecho de estar donde estaba, rodeado por una agradable oscuridad y escuchando la dulce música de los novicios que ensayaban un
Te Deum
de acción de gracias. Mientras se encaminaba al pabellón de invitados de la Abadía, decidió que saldría a la noche siguiente.

Sin embargo, ni Saryon ni ninguno de los otros residentes de la Catedral salieron a la noche siguiente. Acababan de cenar cuando el Patriarca Vanya fue requerido a Palacio con urgencia, junto con varios
Sharak-Li
, los catalistas que trabajaban con los Hacedores. El Patriarca salió inmediatamente con una expresión fría y severa en su rostro redondo.

Nadie durmió en la Catedral aquella noche. Todos, desde el más joven de los novicios hasta el Cardinal del Reino, permanecieron despiertos para ofrecer sus plegarias a Almin. Sobre sus cabezas, el Palacio Real aparecía con todas sus luces encendidas, contrastando su resplandor con la fría luz de las estrellas. Al amanecer aún no había noticias. Cuando la luz de las estrellas empezó a desvanecerse para dar paso al sol naciente, a los catalistas se les permitió abandonar los rezos para atender a sus obligaciones, aunque el Cardinal les exhortó a seguir rezando constantemente a Almin con el corazón.

Saryon, quien no tenía obligaciones que cumplir puesto que era un visitante, pasó la mayor parte de su tiempo vagando por los inmensos salones de la Catedral, contemplando las maravillas de la ciudad que le rodeaba a través de los muros de cristal, con incansable curiosidad. Observó a la gente que pasaba flotando, con las finas túnicas arremolinándose alrededor de sus cuerpos mientras iban a sus asuntos diarios. Observó los carruajes y sus maravillosos corceles; sonriendo incluso ante las payasadas de los estudiantes de la Universidad que, sabiendo de la inminencia de unas vacaciones, se sentían animadísimos.

«¿Podría yo vivir aquí? —se preguntó—. ¿Podría abandonar mi tranquila vida de estudio y penetrar en este mundo de diversiones y esplendor? Hace un mes hubiera dicho que no. Me sentía satisfecho. Pero no ahora. No podría volver a entrar en la Biblioteca Interior, no sin ver aquella cámara sellada con las runas encima de la puerta. No, esto es mucho mejor —decidió—. El Patriarca tenía razón; he permitido que mis estudios me absorbieran demasiado. He olvidado que existe el mundo. Ahora debo volver a ser parte de él y dejar que él forme parte de mí. Asistiré a las fiestas. Me daré a conocer. Haré todo lo posible para que me inviten a permanecer como catalista en una casa de la nobleza.»

Satisfecho por aquel cambio de situación, lo único que inquietaba a Saryon era su total desconocimiento de los deberes de un Catalista Residente en Merilon, y decidió discutir aquella cuestión con el Diácono Dulchase a la primera oportunidad.

No obstante, aquella oportunidad tardó en llegar. Durante la Hora Máxima, los dos Cardinales fueron llamados a Palacio y partieron con expresión preocupada, mientras a los demás catalistas se los reunía de nuevo para orar. Para entonces, el rumor ya estaba en la calle, y pronto todos los habitantes de Merilon estuvieron enterados de que la Emperatriz estaba de parto, y de que las cosas no iban demasiado bien. La música cesó. El júbilo dio paso a la tristeza, y la gente se congregó bajo los brillantes arcos de oro o plata, hablando en voz muy baja y dirigiendo con cara seria la mirada hacia el Palacio. Ni siquiera el Dragón de Seda mostró aquel día sus brillantes colores, sino que, por el contrario, permaneció agazapado en las sombras, al tiempo que los magos encargados de controlar el clima, los
Sif-Hanar
, ocultaban el violento resplandor del sol bajo un manto de nubes color gris perla, que sosegaba la vista y predisponía a la oración y a la meditación.

Cayó la noche. Las luces del Palacio brillaban con siniestra intensidad, mientras los catalistas, llamados de nuevo a la oración después de la cena, se reunían en la enorme Catedral. Arrodillado sobre el suelo de mármol, Saryon luchaba por mantener la cabeza erguida, vencido por el sueño; finalmente, levantando los ojos para observar a través del techo de cristal, procuró concentrarse en aquellas luces para mantenerse despierto.

Entonces, poco antes del amanecer, las campanas del Palacio Real empezaron a repicar triunfantes. La esfera mágica que rodeaba la ciudad estalló en deslumbrantes banderas de fuego y seda, y la gente de Merilon empezó a danzar en las calles cuando llegó la noticia desde Palacio de que la Emperatriz había dado a luz un niño y de que ambos se encontraban bien. Saryon se levantó del duro suelo, agradecido, y se unió a los demás catalistas que en el patio de la Catedral contemplaban el espectáculo aunque sin unirse al regocijo general. Todavía no.

Aunque las Pruebas de la Vida no eran más que una formalidad, los catalistas no celebrarían el nacimiento del niño hasta que se hubiera demostrado que estaba Vivo.

Sin embargo, no eran las Pruebas las que ocupaban la mente de Saryon mientras él y el Diácono Dulchase descendían las escaleras de mármol que conducían a uno de los niveles subterráneos de la Catedral, diez días después del nacimiento del niño.

—De modo que, ¿cuáles son exactamente las obligaciones de un Padre en una casa de la nobleza? —preguntó Saryon.

Dulchase empezó a contestarle pero, justo en aquel momento, llegaron a un pasillo desconocido que se bifurcaba en tres direcciones. Los dos Diáconos se detuvieron, mirando a su alrededor con incertidumbre. Finalmente, Dulchase llamó a una novicia que pasaba.

—Perdóname, Hermana —le dijo—, pero estamos buscando la habitación donde se le efectuarán las Pruebas al Heredero de la Corona. ¿Podrías indicarnos qué dirección tomar?

—Será un honor para mí acompañaros, Diáconos de El Manantial —murmuró la novicia, una encantadora joven, quien, al posar los ojos en la alta figura de Saryon, le sonrió tímidamente mientras les mostraba el camino, mirando de reojo de cuando en cuando en dirección al joven Diácono.

Consciente de ello, y consciente también de la sonrisa divertida de Dulchase, Saryon se ruborizó y repitió su anterior pregunta.

—Catalista Residente —reflexionó Dulchase—. Así que eso es lo que el viejo Vanya tiene pensado para ti. No pensaba que pudiera interesarte ese tipo de vida —añadió mirando de soslayo al joven Diácono—. Creía que únicamente te importaban las matemáticas.

El rubor de Saryon se intensificó, y musitó unas palabras confusas sobre que el Patriarca había decidido que necesitaba ampliar horizontes, sacar partido a su potencial, y aquel tipo de cosas.

Dulchase enarcó una ceja mientras descendían por una nueva escalera, pero, aunque evidentemente sospechaba que había algo más de lo que era visible a simple vista, se abstuvo de hacerle más preguntas al joven, con gran alivio para Saryon.

—Te aviso, Hermano —le dijo con voz solemne—. Los deberes de un catalista en una casa noble son extremadamente agotadores. Veamos, cómo te lo podría explicar sin alarmarte. Los sirvientes te despertarán más o menos a media mañana con el desayuno, que te servirán en bandeja de oro...

—¿Y qué pasa con la Ceremonia del Alba? —lo interrumpió Saryon, mirando a Dulchase indeciso, sospechando que se le hacía objeto de una broma.

Los labios de Dulchase se curvaron en una sonrisa burlona, una expresión habitual en aquel Diácono de más edad, quien, a causa de su afilada lengua y comportamiento irreverente, probablemente permanecería como Diácono todo lo que le quedase de vida. Había formado parte del séquito de Vanya únicamente porque conocía a todo el mundo y estaba enterado de todo lo que ocurría en Merilon.

—¿El Alba? ¡Tonterías! El alba llega a Merilon en el momento en que uno abre los ojos. Alborotas toda la casa si te levantas con el sol. Ahora que lo pienso, al sol tampoco se le permite salir al amanecer; los
Sif-Hanar
se ocupan de ello. Bien, ¿por dónde iba? ¡Ah!, sí, la primera ocupación del día es facilitar a la servidumbre Vida suficiente para toda la jornada. Luego, después de descansar un poco para recuperarse de tan agotadora tarea, en la que has empleado cinco minutos enteros, puede que el Señor o la Señora de la casa te soliciten el mismo servicio, en el caso de que tengan que realizar alguna actividad importante, como dar de comer a los pavos reales o cambiar el color de los ojos de
milady
para que hagan juego con el de su vestido. Después, si tienen niños, tienes que enseñarles el catecismo a los pequeños sinvergüenzas y darles Vida para que retocen por la casa, haciendo las delicias de sus padres al destrozar el mobiliario. Cuando hayas acabado con todo eso ya puedes descansar hasta entrada la tarde, que es cuando deberás acompañar a
milord
y a
milady
al Palacio Real, permaneciendo junto a ellos para ayudar a
milord
en la creación de sus ilusiones habituales que hacen bostezar al Emperador, o conceder Vida a
milady
para que pueda ganar al Destino del Cisne o al tarot.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Saryon, con inquietud.

Mirándolo a la cara, Dulchase se echó a reír y recibió una mirada de reproche de la severa novicia.

—Mi querido Saryon, ¡qué ingenuo eres! Es posible que el Viejo Vanya tenga razón. Realmente necesitas salir al mundo. Claro que exagero, pero sólo un poquito. De todos modos, es una vida ideal, especialmente en lo que se refiere a ti.

—¿Lo es?

—Desde luego. Tienes toda la magia al alcance de la mano; puedes pasarte las tardes en la Biblioteca de la Universidad de Merilon, que, incidentalmente, posee una de las mejores colecciones del mundo sobre la magia perdida, guardando incluso algunos volúmenes que no se encuentran en El Manantial. Cruzas el puente de plata y ya estás allí. ¿Que quieres llevar a cabo algunos estudios en los Gremios o darles a conocer tu última ecuación para reducir el tiempo necesario en conjurar un diván que se está desvaneciendo? Simplemente te montas en el coche de
milord
y haces que te lleven a Las Tres Hermanas. A lo mejor te apetece ver por ti mismo cómo van las cosechas del Señor; pues el Corredor te traslada a toda velocidad a los campos de labranza, donde puedes observar cómo brotan las pequeñas semillas, o lo que sea que esos pobres desgraciados de los Catalistas Campesinos hagan. Tendrás la vida solucionada. Incluso podrías casarte.

Aquello había estado destinado de manera tan evidente a la joven novicia, que la muchacha sacudió la cabeza con desaprobación, aunque sin poder evitar lanzarle otra mirada al joven Saryon.

—Creo que podría gustarme —dijo Saryon, tras unos momentos de reflexión—, desde un punto de vista académico, desde luego —añadió precipitadamente.

—Claro está —replicó Dulchase, con cierta guasa—. Y, digo yo, querida —dirigiéndose a la novicia—, no nos estarás llevando por un camino equivocado, ¿verdad? ¿O acaso nos estás conduciendo a un lugar apartado de la Catedral para robarnos?

—¡Diácono! —murmuró la novicia, ruborizándose hasta la raíz de sus rizados cabellos—. Es... es al final del pasillo, la primera puerta a la derecha.

Volviéndose, y posando por última vez sus líquidos ojos sobre Saryon, la muchacha sé alejó, casi corriendo, por el pasillo.

—¿Era necesario? —murmuró Saryon, irritado, siguiendo a la novicia con la mirada.

—¡Oh!, anímate, muchacho —repuso Dulchase resueltamente, frotándose las manos—. Anímate. Esta noche verás la clase de vida que ofrece Merilon. ¡Al fin! ¡Podremos escapar de esta vieja y mohosa tumba! Le haremos las Pruebas a ese pequeño idiota, informaremos al mundo de que tiene un Príncipe Vivo, y nos habrá llegado la hora de mezclarnos con la belleza y la riqueza. Ya sabes lo que tienes que hacer, ¿no?

—¿En las Pruebas? —preguntó Saryon, pensando por un momento en que Dulchase podía estarse refiriendo a la belleza y a la riqueza—. Espero que sí —respondió suspirando—, me he leído el ritual hasta poderlo decir del revés. Tú ya has hecho esto antes, ¿no es así?

—Cientos de veces, muchacho, cientos. Tú eres el encargado de sostener al niño, ¿verdad? Lo más importante es que te acuerdes de sostenerlo con su pequeño... mmmm... ya sabes... en dirección a ti, apartado del Patriarca. De ese modo, si el pequeño bastardo se orina, lo hará sobre ti y no sobre Su Divinidad.

BOOK: La Forja
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