—Es el archiduque Otrath, señor —respondió el criado con pomposo orgullo—, un miembro de la familia imperial.
—¿Ah sí?
—Es primo tercero de Su Majestad Imperial Kal Zakath.
—¿De veras? ¡Qué asombroso! Lamento no haber podido conocerlo. La próxima vez que vea a Su Majestad, le contaré que he estado aquí.
—¿Conocéis a Su Majestad?
—Oh, sí. Somos viejos amigos.
—¿Puedo preguntar vuestro nombre, honorable señor?
—Oh, lamento no haberme presentado. He sido un estúpido. Soy el príncipe Kheldar de Drasnia.
—¿El verdadero príncipe Kheldar?
—No creo que haya otro —rió Seda—. Suelo bastarme solo para meterme en problemas.
—Su Excelencia sentirá mucho no haberos visto, Alteza.
—Estaré varias semanas en Melcena —dijo Seda—, y tal vez pueda pasar a verlo en otra ocasión. ¿Cuándo esperas su regreso?
—Es difícil asegurarlo, Alteza. Se marchó hace tres días con unas personas procedentes del continente. —El criado de cabello cano hizo una pausa para reflexionar—. Si no os importa aguardar un momento, príncipe Kheldar, puedo avisar de vuestra presencia a la esposa de Su Excelencia. Ella disfruta con la compañía y aquí llegan pocos visitantes. ¿Queréis entrar? Enseguida le haré saber que estáis aquí.
Garion y sus amigos desmontaron y siguieron al criado hacia el amplio portal. Por fin éste hizo una reverencia y se perdió en un pasillo decorado con tapices.
—Eres muy sutil, Kheldar —murmuró Velvet con admiración.
—Por algo me llaman Seda —dijo mientras se lustraba el anillo contra su chaqueta gris perla.
El alto criado regresó con una expresión apesadumbrada.
—Me temo que Su Excelencia no se encuentra bien, Alteza —se disculpó.
—Lo lamento mucho —dijo Seda con legítimo pesar—. Quizás en otra ocasión.
—Oh, no. Alteza. Su Excelencia insiste en veros, pero os ruego que la disculpéis si parece un tanto... desorientada. —Seda alzó una ceja—. Es la soledad, Alteza —explicó el avergonzado criado en tono confidencial—. Su Excelencia no es muy feliz en este sitio bucólico y recurre a ciertos paliativos para soportar su exilio.
—¿Paliativos?
—¿Puedo contar con la discreción de Su Alteza?
—Desde luego.
—De vez en cuando, Su Excelencia bebe un poco de vino y por lo visto ésta es una de tales ocasiones. Me temo que ha bebido algo más de lo conveniente.
—¿A esta hora de la mañana?
—Su Excelencia no da demasiada importancia a los horarios. ¿Tenéis la bondad de seguirme, por favor?
Mientras seguían al criado por un largo pasillo, Seda se giró hacia los demás y murmuró por encima del hombro:
—Limitaos a sonreír y no demostréis sorpresa por lo que veáis.
—¿No es maravilloso cuando comienza a tramar enredos? —le dijo Velvet a Ce'Nedra con admiración.
La archiduquesa era una mujer de entre treinta y cinco y cuarenta años, con una hermosa cabellera negra y ojos muy grandes. Tenía los labios fruncidos en una mueca de disgusto y su vestido granate parecía a punto de estallar sobre su figura rolliza. Era evidente que la archiduquesa estaba absolutamente borracha. Había dejado su vaso y bebía directamente de la jarra.
—Príncipe Kheldar —hipó mientras intentaba hacer una reverencia. Sadi la cogió del brazo para evitar la inminente caída—. Lo siento—balbuceó—. Eres muy amable.
—Es un honor, Excelencia —dijo el eunuco con cortesía.
—¿Eres realmente calvo? —preguntó ella y parpadeó varias veces—, ¿o es sólo un capricho?
—Es una cuestión cultural, Excelencia —respondió él con una reverencia.
—¡Qué desilusión! —dijo ella mientras le acariciaba la calva. Luego bebió otro sorbo de la jarra—. ¿Puedo ofreceros algo de beber? —preguntó con alegría.
Casi todos rechazaron la invitación con silenciosos gestos. Sin embargo, Beldin se adelantó con una mano extendida.
—¿Por qué no? —dijo el grotesco hombrecillo—. Echemos un trago de ese brebaje, nena —añadió con la voz de Feldegast.
Belgarath miró al techo con expresión de desconsuelo, pero la archiduquesa soltó una carcajada y le entregó la jarra de vino.
Beldin la vació sin detenerse a respirar.
—Muy bueno —dijo con un eructo mientras arrojaba la jarra a un rincón—, pero prefiero la cerveza, señora mía. A esta hora de la mañana, el vino sienta mal al estómago.
—Si quieres cerveza, la tendrás —le aseguró ella rebosante de alegría—. Nos sentaremos y beberemos hasta perder la conciencia. —Se dejó caer sobre un sofá y al hacerlo dejó al descubierto gran parte de sus encantos—. Trae cerveza —le dijo al avergonzado sirviente—, mucha, mucha cerveza.
—Como Su Excelencia ordene —respondió el alto criado mientras se retiraba con paso solemne.
—Es un buen tipo —balbuceó la archiduquesa—, pero a veces resulta un poco pomposo. Se niega a beber conmigo —añadió con los ojos llenos de lágrimas—. Nadie quiere beber conmigo —protestó con los brazos extendidos hacia Beldin en actitud suplicante. El hechicero la abrazó—. Tú me comprendes, amigo, ¿verdad? —sollozó y escondió su cara en el hombro del jorobado.
—Por supuesto —asintió él palmeándole la espalda—. Tranquila, tranquila, mi pequeñina, todo se arreglará muy pronto.
La dama recuperó la compostura, inspiró ruidosamente y buscó un pañuelo entre sus ropas.
—No me gusta comportarme de este modo, Alteza —se disculpó mientras intentaba fijar la mirada en Seda—, pero me aburro mucho en este lugar. Otrath es tan sociable como una ostra y me ha encerrado aquí con la única compañía del mar y los chillidos de las gaviotas. ¡Echo tanto de menos las fiestas, los banquetes y las tertulias de Melcena! ¿Qué puedo hacer aquí sola?
—Es muy cruel, querida —asintió Beldin. Cogió el pequeño barril de cerveza que trajo el criado, lo colocó entre sus rodillas y hundió la parte superior con su deforme puño—. ¿Quieres un trago, cariño? —le preguntó a la duquesa y extendió el barril con cortesía.
—Si intentara beber de ahí, me ahogaría —respondió ella con una risita tonta.
—Tienes razón —dijo él—. Eh, tú, tráele una taza o un vaso a esta pobre chica —le ordenó a Belgarath.
El hechicero dirigió una mirada fulminante a su deforme hermano y cogió un vaso de plata de un aparador cercano.
Beldin sumergió el vaso en el barril, le limpió los bordes con una manga y se lo ofreció a su anfitriona.
—Por tu salud, cariño —dijo y bebió directamente del barril.
—¡Eres tan amable! —hipó ella y, tras beber la mitad del vaso de un solo trago, se manchó la boca y el vestido con espuma.
—Lamentamos no poder ver a Su Excelencia —dijo Seda desconcertado por la forma brusca y familiar con que Beldin se dirigía a una mujer noble, aunque estuviera borracha.
—No te has perdido nada, Alteza. —La duquesa se tapó la boca con actitud respetuosa y eructó—. Mi marido es un sapo gordo y verde, tan divertido como una rata muerta. Dedica todo su tiempo a calcular su vinculación al trono imperial. Kal Zakath no tiene herederos, de modo que los primos del emperador se desean mutuamente la muerte o hacen alianzas entre sí. ¿Has estado en Mal Zeth, Alteza? Es un sitio francamente horrible. La verdad es que con la corona imperial o sin ella prefiero vivir en el infierno. —Vació su vaso y se lo entregó en silencio a Beldin. Luego miró alrededor con los ojos brillantes y vidriosos—. Pero mi querido príncipe Kheldar, aún no me has presentado a tus amigos.
—¡Qué imperdonable olvido, Excelencia! —exclamó él golpeándose la frente. Luego se incorporó con actitud solemne—. Excelencia, tengo el honor de presentarte a Su Excelencia la duquesa de Erat —dijo y extendió la mano para señalar a Polgara, quien se levantó e hizo una reverencia.
—Excelencia —murmuró
—Excelencia —respondió la archiduquesa mientras intentaba incorporarse sin éxito.
—Tranquila, tranquila —dijo Beldin y le apoyó la mano en el hombro para obligarla a permanecer en su sitio—. Es temprano y somos amigos, no hay necesidad de pasar por estas aburridas formalidades.
—Me gusta mucho —dijo la dama noble mientras señalaba a Beldin con una mano y se servía más cerveza con la otra—. ¿Puedo quedármelo?
—Lo siento, Excelencia —respondió Belgarath—, pero podríamos necesitarlo en el futuro.
—¡Qué cara tan seria! —observó ella tras girarse hacia el anciano hechicero, y luego esbozó una sonrisa descarada—. Apuesto a que yo podría hacerte reír.
—Su Alteza, princesa Ce'Nedra de la casa Borune —se apresuró a continuar Seda— y la margravina Liselle de Drasnia. El joven de la espada es conocido como el Señor del Mar Occidental..., un título extraño, lo reconozco, pero su pueblo también es muy extraño.
Garion saludó a la mareada archiduquesa con una respetuosa reverencia.
—Tienes una espada muy grande, mi señor —dijo ella.
—Es herencia de familia, Excelencia —respondió él—. Me veo obligado a llevarla.
—Los demás no tienen títulos dignos de destacar —continuó Seda—. Son socios comerciales y, cuando se trata de dinero, no nos fijamos en los títulos.
—¿Tú tienes algún título? —le preguntó la dama a Beldin.
—Varios, cariño —respondió él con naturalidad—, pero no los reconocerías, pues pertenecen a países desaparecidos hace mucho tiempo —añadió mientras alzaba el barril para seguir bebiendo.
—¡Eres un hombrecillo fascinante! —dijo ella con voz ardiente.
—Es mi encanto, cariño —respondió él con un suspiro de resignación—. Este encanto mío siempre ha sido una maldición. A menudo debo esconderme para evitar que las doncellas se arrojen sobre mí con descontrolada pasión.
—Un día de éstos podríamos tener una conversación al respecto —sugirió ella.
Era evidente que Seda estaba desconcertado.
—Eh... —dijo sin convicción—, como te decía, lamentamos no haber podido ver al archiduque.
—No puedo imaginar por qué, Alteza —dijo la dama con brusquedad—. Mi esposo es un verdadero asno y ni siquiera se baña con regularidad. Tiene grandes aspiraciones con respecto al trono imperial, pero pocas posibilidades de ascender a él. —Le entregó la jarra a Beldin—. ¿Me sirves otra, cariño?
—Creo que vamos a necesitar más, querida —sugirió él tras mirar el contenido del barril.
—Tengo la bodega llena —suspiró ella con alegría—. Si te apetece, podemos beber durante días.
Belgarath y Beldin intercambiaron una larga mirada.
—Olvídalo —dijo Belgarath.
—Pero...
—Decías que tu marido aspira a ocupar el trono del imperio, Excelencia —dijo Seda.
—¿Podéis imaginaros a ese idiota como emperador de Mallorea? —preguntó ella con desprecio—. Ni siquiera sabe calzarse los zapatos en el pie correcto. Por suerte, ocupa uno de los últimos puestos en la línea sucesoria.
De repente, Garion recordó algo.
—¿Conoces a alguien que haya alentado esas aspiraciones? —preguntó.
—Yo no, desde luego —aseguró ella. Luego miró con ojos vidriosos hacia la pared—, pero ahora que lo mencionas, alguien lo hizo, un tipo con los ojos blancos que vino a verlo hace unos años. ¿Alguna vez habéis visto a un individuo así? Produce escalofríos. Bueno, él se encerró a hablar con mi esposo en su estudio. ¡Estudio! —exclamó con una mueca de desprecio—. No creo que el idiota de mi marido sepa leer y apenas es capaz de mantener una conversación conmigo, pero llama «estudio» a esa habitación. ¿No os parece absurdo? Todo eso sucedió en una época en que aún me interesaba por los asuntos de ese zoquete, así que mandé hacer un agujero en la pared para ver y oír lo que tramaba el muy tonto. —El labio inferior de la duquesa comenzó a temblar—. Poco después, lo sorprendí allí con la doncella de la planta superior. —Extendió los brazos con expresión trágica, salpicando a Beldin con cerveza—. ¡Fui traicionada en mi propia casa!
—¿De qué hablaron? —preguntó Garion con delicadeza—. Me refiero a tu marido y el hombre de ojos blancos, claro está.
—El de los ojos blancos le dijo a mi esposo que alguien llamado Zandramas podría garantizar su sucesión al trono de Mal Zeth. A propósito, ese nombre me resulta familiar. ¿Alguno de vosotros lo había oído antes? —preguntó mientras intentaba enfocar la vista en sus invitados.
—No, que yo recuerde —mintió Seda—. ¿Has vuelto a ver al hombre de los ojos blancos?
La archiduquesa intentaba sacar las últimas gotas de cerveza del barril.
—¿Qué? —preguntó.
—Si has vuelto a ver al hombre de los ojos blancos —dijo Belgarath con impaciencia.
—Por supuesto. —La dama se reclinó sobre el respaldo del sofá y acabó con avidez la cerveza que quedaba en la jarra—. Estuvo aquí hace pocos días. Vino con una mujer vestida de negro y un niño pequeño. —Eructó con delicadeza—. ¿Podrías llamar a esa campana, por favor, amigo? —le pidió a Beldin—. Ya hemos acabado este barril y todavía tengo sed.
—Yo me ocuparé de eso de inmediato, cariño —dijo el jorobado mientras jalaba con fuerza la cuerda de la campana.
—Me gusta tanto estar rodeada de amigos... —murmuró la archiduquesa con voz soñolienta.
Luego su cabeza cayó hacia un lado y la dama comenzó a roncar.
—Despiértala, Pol —ordenó Belgarath.
—Sí, padre.
Garion sintió una vibración muy suave, y la archiduquesa abrió los ojos de inmediato.
—¿Dónde estaba? —preguntó.
—Hablabas de la última visita del tipo de los ojos blancos, Excelencia —le recordó Seda.
—Ah, sí. Vino al atardecer con esa bruja vestida de negro.
—¿Bruja? —preguntó Seda.
—Tiene que ser una bruja, pues tomaba muchas precauciones para no mostrar la cara. El pequeño, sin embargo, era adorable. Tenía un montón de rizos de color rubio rojizo y los ojos más azules que he visto en mi vida. Le di un poco de leche, porque tenía hambre. Bueno, la cuestión es que Ojos Blancos y esa bruja se montaron en sus caballos y se marcharon con mi marido. El sapo, o sea mi esposo, dijo que estaría fuera por un tiempo... También sugirió que debía enviar a buscar a una modista para que me hiciera un vestido digno de una coronación imperial. Al menos eso creo, pues no lo recuerdo bien.
—¿Qué ocurrió con el pequeño? —preguntó Ce'Nedra con voz muy tensa.
—¿Quién sabe? —respondió la archiduquesa encogiéndose de hombros—. Según creo, lo llevaron con ellos. —Suspiró—. Tengo tanto sueño... —murmuró.
—¿Tu marido hizo algún comentario sobre el sitio adonde se dirigían? —preguntó.