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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La hechicera de Darshiva (9 page)

BOOK: La hechicera de Darshiva
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—Nada importante —respondió él avergonzado—. Dile a Durnik y a los demás que se desvíen hacia el oeste. Hay un grupo de soldados acampados a escasos metros del camino.

Poco antes del alba del día siguiente, la brisa de la noche trajo consigo olor a tocino frito. Garion se abrió paso entre la alta hierba, pero, antes de que pudiera descubrir quién cocinaba, se encontró con su abuelo.

—¿Quién está ahí? —le preguntó en el lenguaje de los lobos.

—Unos doscientos soldados —respondió Belgarath—, y una manada de mulas de carga.

—Están obstruyendo el camino, ¿no es cierto?

—No creo que eso sea problema. He oído una conversación entre dos de ellos y parece que trabajan para Seda.

—¿Seda tiene su propio ejército? —preguntó Garion, incrédulo.

—Eso parece. Ojalá ese ladronzuelo no me ocultara información. —Garion sintió que la mente de su abuelo intentaba comunicarse con la de la hechicera. «Pol, dile a Durnik que envíe a Seda aquí.» Luego se volvió hacia Garion—. Volvamos al camino. Quiero tener una pequeña charla con el orgullo nacional de Drasnia.

Corrieron otra vez hacia el camino, donde recuperaron su forma natural e interceptaron a Seda. Garion notó que Belgarath hacía enormes esfuerzos para controlarse.

—Muy cerca de aquí hay una multitud de soldados vestidos con túnicas azules —dijo con serenidad—. ¿Por casualidad sabes quiénes son?

—¿Qué diablos hacen aquí? —preguntó Seda con una mueca de perplejidad—. Se supone que deben mantenerse lejos de cualquier zona conflictiva.

—Tal vez no te hayan entendido bien —dijo Belgarath con sarcasmo.

—Es una orden permanente. Tendré que hablar sobre esto con el capitán.

—¿Tienes un ejército privado? —le preguntó Garion al hombrecillo.

—Yo no lo llamaría así. Yarblek y yo hemos contratado algunos mercenarios para controlar nuestras mercancías. Eso es todo.

—¿No resulta terriblemente caro?

—No tanto como perder las caravanas. La delincuencia en los caminos es la mayor industria nacional de Karanda. Vayamos a hablar con ellos.

—¿Por qué no? —dijo Belgarath con voz seca y hostil.

—No deberías tomarte las cosas tan a pecho, viejo amigo —sugirió Seda.

—No te extralimites, Seda. He estado corriendo sobre la hierba húmeda durante cinco noches. Tengo abrojos en el pelaje y una maraña en el rabo que me llevará una semana desenredar y resulta que hemos tenido una escolta armada a un paso de distancia todo el tiempo.

—No sabía que estaban aquí, Belgarath —protestó Seda—. Deberían estar en otro sitio.

Belgarath se alejó maldiciendo entre dientes.

Cuando Seda llegó al campamento, flanqueado por Garion y Belgarath, los arrieros comenzaban a cargar las mulas. Un hombre recio con la cara llena de cicatrices de viruela y gruesas muñecas se acercó a saludar.

—Alteza —dijo—, no sabíamos que estabas en esta región de Mallorea.

—Viajo mucho —respondió Seda—. ¿Podemos unirnos a vosotros, capitán Rakos?

—Por supuesto, Alteza.

—El resto del grupo llegará dentro de un momento —señaló Seda—. ¿Qué tenemos para desayunar esta mañana?

—Tocino, huevos fritos, chuletas, pan caliente y jamón..., lo de siempre, Alteza.

—¿No hay gachas?

—Puedo ordenarle al cocinero que las prepare en un momento, Alteza —respondió el capitán Rakos.

—No, gracias, capitán —dijo Seda—. Creo que podré sobrevivir sin ellas, al menos por un día.

—¿Su Alteza desea inspeccionar las tropas?

—Supongo que todo el mundo esperará que lo haga, ¿no es cierto? —preguntó Seda con una mueca de disgusto.

—Es bueno para la moral, Alteza —le aseguró Rakos—. Una tropa sin inspecciones acaba sintiéndose abandonada.

—Tienes mucha razón, capitán —asintió Seda mientras desmontaba—. Tú reúnelos y yo les levantaré la moral.

El capitán se volvió y gritó una orden.

—Disculpadme —les dijo Seda a Belgarath y a Garion—, pero la autoridad exige ciertos sacrificios.

Se alisó el pelo con la palma de la mano y acomodó sus ropas con cuidado. Luego siguió al capitán Rakos hacia las filas de soldados. Con actitud solemne inspeccionó las tropas y señaló con minuciosidad los botones perdidos, las caras sin afeitar y las botas mal lustradas. Polgara y los demás llegaron cuando inspeccionaba la última fila y Belgarath los puso al tanto de la situación.

Por fin Seda regresó con expresión satisfecha.

—¿Era necesario que montaras ese número? —le preguntó Velvet.

—Todos lo esperaban —dijo él encogiéndose de hombros. Luego miró con orgullo a sus hombres—. Tienen buen aspecto, ¿verdad? No tendré el ejército más grande de Mallorea, pero sí el más experto. ¿Por qué no desayunamos con ellos?

—Ya he comido raciones de soldados en otras ocasiones —respondió Beldin—, y prefiero ir a cazar otra paloma.

—No te apresures a sacar conclusiones, Beldin —le aconsejó el hombrecillo—. La alimentación deficiente es la principal causa de insatisfacción en un ejército, de modo que Yarblek y yo hemos tenido la precaución de contratar a los mejores cocineros y proporcionarles los mejores alimentos posibles. Zakath puede dar a sus hombres comida desecada, pero yo nunca lo haré con los míos.

El capitán Rakos desayunó con ellos. Por lo visto, era un soldado de campaña y estaba poco familiarizado con el uso de los cubiertos.

—¿Adonde se dirige la caravana? —preguntó Seda.

—A Jarot, Alteza.

—¿Y qué transportamos?

—Alubias.

—¿Alubias? —preguntó Seda, perplejo.

—Cumplimos tus órdenes, Alteza —respondió Rakos—. Poco antes de que se desatara la epidemia en Mal Zeth, tu agente nos avisó que querías acaparar el mercado de alubias. Los almacenes de Maga Renn están atestados, de modo que en los últimos tiempos las transportamos a Jarot.

—¿Por qué haría yo una cosa así? —dijo Seda mientras se rascaba la cabeza con aire pensativo.

—Zakath se proponía traer su ejército de vuelta de Cthol Murgos —le recordó Garion— e iba a organizar una campaña en Karanda. Tú decidiste comprar todas las alubias de Mallorea para estafar al Departamento de Aprovisionamiento Militar.

—Estafar es una palabra muy fea, Garion —protestó Seda. Luego hizo una mueca de preocupación—. Pensé que había dado una contraorden —añadió.

—No que yo sepa, Alteza —dijo Rakos—. Llevamos toneladas de alubias a Maga Renn procedentes de Delchin y del sur de Ganesia.

—¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar a Jarot? —preguntó con voz lastimera—. Tengo que detener esta locura.

—Varios días —respondió Rakos.

—Y las alubias seguirán acumulándose durante todo ese tiempo.

—Es probable, Alteza.

Seda respondió con un gruñido.

Atravesaron el resto del territorio de Rengel sin que se presentaran nuevos incidentes. Los hábiles soldados de Seda parecían tener una sólida reputación en la zona, pues las inexpertas tropas de las distintas facciones se hacían a un lado para dejarles paso. Seda cabalgaba al frente de las fuerzas como un mariscal de campo, mirando a su alrededor con arrogancia.

—¿Vas a permitirle que siga comportándose de ese modo? —le preguntó Ce'Nedra a Velvet un par de días después.

—Por supuesto que no —respondió Velvet—, pero le dejaré disfrutar del juego por unos días. Ya tendrá tiempo de enfrentarse con la realidad más adelante.

—Eres terrible —rió Ce'Nedra.

—Por supuesto, ¿pero acaso tú no hiciste lo mismo con nuestro héroe? —preguntó Velvet con una sugestiva mirada a Garion.

—Liselle —dijo Polgara con firmeza—, has vuelto a sacar a la luz tus secretos.

—Lo siento, Polgara —respondió Velvet, arrepentida.

La senda de Zandramas pronto se unió a la del Sardion, que el Orbe señalaba con una oscura luz roja, y ambas se dirigían al otro extremo de Rengel, hacia el río Kallahar y la frontera de Celanta. Los dos caminos parecían conducir también a Jarot.

—¿Por qué se irá hacia el mar? —le preguntó Garion a Belgarath, lleno de preocupación.

—¿Quién sabe? —se limitó a responder el anciano—. Ella ha leído Los Oráculos de Ashaba y yo no. Es probable que sepa adonde va, mientras yo lo único que hago es seguirla con torpeza.

—Pero ¿qué pasaría si...?

—Por favor, no empieces con las hipótesis, Garion —respondió el hechicero—. Ya tengo suficientes problemas.

Cruzaron el río Kallahar a bordo de una serie de transbordadores que pertenecían a Seda y pronto llegaron al puerto de Jarot, situado en Celanta. Cuando se adentraron en las calles adoquinadas de la ciudad, una verdadera multitud salió a recibirlos. Seda cabalgaba al frente de la columna y respondía con elegancia a las ovaciones.

—¿Me he perdido algo? —preguntó Durnik.

—Su pueblo lo ama —explicó Eriond.

—¿Su pueblo?

—¿Quién es el dueño de un hombre, Durnik? —preguntó el joven rubio con tristeza—. ¿Aquel que lo gobierna o aquel que le procura dinero?

Las oficinas de Seda en Jarot eran opulentas, incluso ostentosas. Gruesas alfombras malloreanas cubrían el suelo, las paredes estaban revestidas con paneles de exóticas maderas pulidas y oficiales vestidos con lujosos uniformes deambulaban de un sitio a otro.

—Es necesario guardar las apariencias —explicó el hombrecillo al entrar como si intentara disculparse—. Los nativos son muy impresionables.

—Por supuesto —dijo Belgarath con frialdad.

—No pensarás que...

—Dejémoslo así, Seda.

—Es que resulta muy divertido, Belgarath —sonrió Seda.

Entonces Belgarath hizo algo que Garion nunca habría esperado de él. Alzó las manos en un gesto suplicante y dijo con expresión lastimera:

—¿Por qué me pasa esto a mí? —Beldin no pudo contener la risa—. ¿Tienes algo que decir? —preguntó Belgarath enfadado.

—Nada —respondió Beldin.

El agente de Seda en Jarot era un melcene con ojos saltones llamado Kasvor. Kasvor caminaba como si sostuviera el peso del mundo sobre los hombros y suspiraba a menudo. Entró en la oficina con pasos cansados. Seda estaba sentado, como en un trono, detrás de un enorme escritorio y los demás se habían arrellanado en los cómodos sillones alineados contra las paredes.

—Príncipe Kheldar —dijo Kasvor con una reverencia.

—Ah, Kasvor —dijo Seda.

—He preparado las habitaciones que me has pedido —suspiró Kasvor—. La posada se llama El León y está a dos manzanas de aquí. He reservado toda la planta superior.

—¿Aquella posada donde nos alojamos en Camaar no se llamaba también El León? —murmuró Durnik al oído de Garion—. Me refiero al sitio donde Brendig nos arrestó.

—Supongo que habrá al menos una posada llamada El León en todas las ciudades del mundo —respondió Garion.

—Capital, Kasvor, capital —decía Seda mientras tanto. Kasvor esbozó una pequeña sonrisa—. ¿Qué tal van los negocios? —preguntó Seda.

—Tenemos buenos beneficios, Alteza.

—¿Cómo de buenos?

—Del cuarenta y cinco por ciento aproximadamente.

—No está mal, pero necesito hablarte de otra cosa. Debemos dejar de comprar alubias.

—Me temo que es tarde para eso, Alteza. Ya somos propietarios de hasta la última alubia de Mallorea. —Seda gimió y ocultó la cara entre las manos—. Pero la cotización ha subido diez puntos.

—¿De verdad? —preguntó Seda, atónito y con los ojos brillantes—. ¿Cómo es posible?

—Se rumorea que el Departamento de Aprovisionamiento Militar ha demostrado interés por nuestras alubias. Ahora todo el mundo intenta comprar, pero nosotros las tenemos todas.

—¿Has dicho diez puntos?

—Sí, Alteza.

—Vende —dijo Seda y Kasvor lo miró azorado—. Compramos toda la cosecha porque esperábamos una campaña militar en Karanda —explicó—, pero no habrá tal campaña.

—¿Estás seguro, Alteza?

—Tengo acceso a ciertas fuentes de información. Cuando la gente se entere, el mercado de alubias se hundirá como una roca en el agua, y no nos conviene quedarnos con varios millones de toneladas de alubias en las manos, ¿verdad? ¿Ha habido alguna oferta?

—El consorcio melcene se ha mostrado interesado, Alteza. Están dispuestos a ofrecer dos puntos más que la cotización de mercado.

—Negocia con ellos, Kasvor, y véndeles por tres puntos más. No quiero tener que comerme todas esas alubias.

—Sí, Alteza.

Belgarath carraspeó, entonces Seda miró al anciano y asintió con un gesto.

—Acabamos de cruzar Voresebo y Rengel —dijo—. La situación allí es un tanto caótica.

—Eso he oído, Alteza —respondió Kasvor.

—¿Hay conflictos en algún otro lugar de la región? Tenemos cosas importantes que hacer en esta zona y no queremos vernos implicados en una guerra.

—Darshiva está alborotada —dijo Kasvor encogiéndose de hombros—, pero eso no es nuevo, pues ha estado igual durante los últimos doce años. Yo me tomé la libertad de sacar a toda nuestra gente de ese principado. De todos modos, allí no queda nada de valor. —Miró al techo con una expresión de falsa devoción—. Quieran los dioses que a Zandramas le salga un grano en la nariz —rogó.

—Amén —añadió Seda con fervor—. ¿Hay algún otro sitio que debamos evitar?

—He oído que el norte de Gandahar está algo revuelto —respondió Kasvor—, pero eso no nos afecta, porque nosotros no comerciamos con elefantes.

—Es la mejor decisión que hemos tomado —le dijo Seda a Belgarath—. ¿Tienes idea de lo que come un elefante?

—También me han informado que hay disturbios en Peldane, Alteza —señaló Kasvor—. Zandramas está extendiendo su nefasta influencia en todas las direcciones.

—¿La has visto alguna vez? —preguntó Seda.

Kasvor negó con la cabeza.

—Nunca ha llegado hasta aquí. Creo que intenta consolidar su posición antes de hacerlo. El emperador no sentirá demasiado la pérdida de Darshiva, Rengel y Voresebo. Por otra parte, Peldane y Gandahar son una fuente permanente de conflictos. Sin embargo, Celanta, y sobre todo Melcena, son algo muy distinto.

—Es verdad —asintió Seda.

—Pero he oído algunos comentarios desconcertantes, Alteza —dijo Kasvor con expresión preocupada—. En la costa se rumorea que hace pocos días Naradas, el ayudante de Zandramas, alquiló un barco para ir a Melcena.

—¿Naradas?

—Es probable que no lo hayas visto nunca, pero podrías distinguirlo en medio de una multitud, pues tiene los ojos totalmente blancos. —Kasvor se estremeció—. Es un individuo espeluznante. Se dice que ha estado con Zandramas desde el principio y, según tengo entendido, es su brazo derecho. También he oído otros rumores, pero creo que no debería repetirlos delante de las damas —añadió mientras miraba con expresión culpable a Polgara, Ce'Nedra y Velvet.

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