—¡Su Majestad...! —exclamó Seda, pero luego se contuvo y soltó una carcajada—. ¿Cómo lo has descubierto, Vetter? —preguntó—. No te he presentado a nadie.
—Por favor, Alteza —respondió Vetter con tristeza—. No estoy en este puesto por estúpido, ¿verdad? Todavía mantengo algunos contactos con mis antiguos colegas de Mal Zeth, de modo que conozco a tus invitados y sé cuál es su misión. Preferiste no mencionar el asunto y yo respeté tu decisión, pero no me pagas para que esté ciego y sordo, ¿verdad?
—¿No crees que los melcenes son maravillosos? —le dijo Velvet a Sadi.
Pero Sadi ya hacía tiempo que miraba a Vetter con interés.
—Es probable que en el futuro logre resolver el pequeño malentendido que me ha apartado de mi reina —le dijo con delicadeza al agente de Seda—. En caso de que eso sucediera, podría informarte sobre las posibilidades de obtener un buen empleo en Sthiss Tor.
—¡Sadi! —exclamó Seda.
—Los negocios son los negocios —dijo Sadi con suavidad.
Vetter sonrió.
—Pensé que, mientras esperabas, no te importaría hojear estos documentos —le comentó a Seda entregándole los pergaminos que había traído consigo—. Algunos requieren tu firma.
—Supongo que tendré que hacerlo —suspiró Seda.
—De ese modo ahorraríamos tiempo, Alteza. A veces pasamos meses sin verte.
—Todo esto parece simple rutina —dijo Seda tras hojear los pergaminos—. ¿Hay algún incidente destacable?
—Están vigilando la casa, Alteza —informó Vetter—. Se trata de dos agentes secretos de Rolla, y supongo que intentarán seguiros cuando os vayáis.
—Me había olvidado de Rolla —dijo Seda con una mueca de preocupación—. ¿Se te ocurre alguna forma de deshacerte de él?
—Creo que puedo ocuparme de eso, Alteza.
—Pero intenta que no sea nada mortal —le advirtió Seda—. El rey de Riva, aquí presente, desaprueba ese tipo de accidentes —añadió dirigiendo una sonrisa a Garion.
—Creo que podremos resolver la situación sin derramamientos de sangre, Alteza.
—¿Crees que necesito saber algo más?
—El consorcio hará una oferta por nuestras alubias mañana por la mañana —respondió Vetter—. Comenzarán tres puntos por debajo de la cotización de mercado y acabarán subiendo a cinco por encima.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Seda, asombrado.
—He extorsionado a uno de sus miembros —respondió Vetter encogiéndose de hombros—. Le he prometido una comisión de un cuarto de punto por cada punto de oferta por encima del décimo. Tal vez haya sido demasiado generoso, pero podemos necesitarlo otra vez, y de este modo lo tendré en mis manos.
—Esa posibilidad vale un cuarto de punto, no cabe duda.
—Eso pensé, Alteza —dijo Vetter con una sonrisa—. ¡Ah!, otra cosa, príncipe Kheldar. Se nos ha presentado una buena oportunidad para invertir.
—¿Ah, sí?
—En realidad, se trata de una contribución caritativa.
—Ya he hecho contribuciones en la oficina —dijo Seda muy serio, pero luego su nariz se crispó de forma casi imperceptible—. Supongo que no me hará ningún daño oír lo que tengas que decirme.
—Hay un mugriento alquimista en la universidad, que jura solemnemente ser capaz de convertir el latón en oro.
—¡Vaya! —exclamó Seda con los ojos brillantes.
—Sin embargo —advirtió Vetter alzando una mano—, el costo resulta exagerado. No tiene sentido gastar dos piezas de oro para obtener una.
—No, desde luego.
—Pero el pequeñajo del pie deforme asegura que puede reducir los costos. Le ha ofrecido el proyecto a todos los hombres de negocios de Melcena. Necesita un patrocinador rico para cubrir los gastos de los experimentos.
—¿Has investigado sus posibilidades de éxito?
—Por supuesto. O es un embustero muy hábil o realmente puede hacerlo. Posee una extraña reputación, pues la gente dice que ha vivido centenares de años. Tiene mal genio y huele muy mal, supongo que debido a los productos químicos que emplea.
De repente, Belgarath abrió mucho los ojos.
—¿Cómo lo has llamado? —preguntó.
—No creo haber mencionado su nombre, venerable anciano —respondió Vetter—, pero se llama Senji.
—No me refiero a su nombre. Descríbelo.
—Es bajo y casi calvo. Lleva barba, aunque casi todos los pelos de su bigote parecen chamuscados. A veces comete errores en sus experimentos y se producen grandes explosiones. ¡Ah! He dicho que tiene un pie deforme. El izquierdo, según creo.
—¡Eso es! —exclamó Belgarath, chasqueando los dedos.
—No te hagas el misterioso, padre —dijo Polgara con gravedad.
—La profecía le dijo a Garion que alguien nos diría algo muy importante como por descuido. Es esto.
—No lo entiendo..
—En Ashaba, Cyradis nos ordenó que buscáramos al hombrecillo del pie deforme, porque él nos ayudaría.
—Hay muchas hombres con pies deformes en el mundo, padre.
—Lo sé, pero la profecía hizo todo lo posible para presentarnos a éste.
—¿Presentárnoslo?
—Tal vez no sea la palabra correcta, pero ya sabéis lo que quiero decir.
—Todo parece encajar, Polgara —dijo Beldin—. Si no recuerdo mal, cuando Cyradis mencionó al hombre del pie deforme, hablábamos de Los Oráculos de Ashaba. Dijo que Zandramas tenía una versión íntegra, Nahaz otra y el hombre del pie deforme, la tercera... o que al menos sabría dónde encontrarla.
—No tenemos pruebas demasiado convincentes —observó Durnik con expresión de duda.
—Pero sí tiempo suficiente para comprobarlo —respondió el anciano—. De todos modos, no podemos ir a ninguna parte hasta que descubramos el rastro de Zandramas. —Se volvió hacia Vetter—. ¿Dónde podemos encontrar a ese tal Senji?
—Está en la Facultad de Alquimia Aplicada de la universidad, venerable anciano.
—De acuerdo, iré a verlo con Garion. Los demás podéis ocuparos de los preparativos para partir.
—Abuelo —protestó Garion—, tengo que quedarme aquí. Quiero escuchar las noticias de Zandramas con mis propios oídos.
—Pol las oirá por ti. Es probable que te necesite para convencer al alquimista de que debe hablar. Trae el Orbe contigo, pero deja la espada aquí.
—¿Para qué necesitamos el Orbe?
—Tengo un presentimiento.
—Yo iré con vosotros —dijo Beldin mientras se incorporaba.
—No hay ninguna necesidad.
—Claro que la hay. Parece que te falla la memoria, Belgarath, y te olvidas de comunicarme las cosas. Si estoy allí cuando encuentres los Oráculos, te ahorrarás el tiempo y el esfuerzo necesarios para recordar los detalles.
La Universidad de Melcena era un amplio complejo arquitectónico situado en medio de un enorme parque. Los edificios eran antiguos e imponentes, y los árboles que jalonaban el cuidado jardín estaban curvados por efecto del tiempo. Allí se respiraba un aire de serenidad y confianza, propio de una institución dedicada a la vida intelectual. Mientras Garion cruzaba los verdes jardines junto a los dos hechiceros, sintió que lo embargaba una agradable sensación de calma, aunque no exenta de melancolía. Suspiró.
—¿Qué ocurre? —preguntó Belgarath.
—Oh, no lo sé, abuelo. A veces pienso que me habría gustado asistir a un sitio como éste. Debe de ser agradable estudiar algo sin otra razón que el deseo de aprender. Mis estudios han sido siempre apremiantes... Ya sabes, debía encontrar la respuesta a un problema de inmediato o el mundo llegaría a su fin.
—Las universidades están sobrevaloradas —dijo Beldin—. Muchos jóvenes asisten sólo para complacer a sus padres y luego dedican más tiempo a las juergas que a los estudios mientras distraen con sus ruidos a los estudiantes serios. Proponte estudiar solo y sacarás más provecho. —Miró a Belgarath—. ¿Tienes la más remota idea de dónde encontrar a ese tal Senji?
—Vetter dijo que es miembro de la Facultad de Alquimia Aplicada, así que supongo que ése es el lugar adecuado para empezar.
—¿Desde cuándo te manejas por la lógica, Belgarath? La segunda pregunta que me viene a la mente es dónde encontrar la Facultad de Alquimia Aplicada.
Belgarath detuvo a un erudito que paseaba por el jardín con un libro abierto en la mano.
—Perdona, sabio amigo —dijo con respeto—, ¿pero podrías indicarme dónde está la Facultad de Alquimia Aplicada?
—¿Mmm? —preguntó el erudito tras desviar la vista del libro.
—La Facultad de Alquimia Aplicada. ¿Podrías indicarme dónde está?
—Todas las facultades de ciencia están por allí —respondió el erudito con un gesto dirigido hacia el sur—, junto al Departamento de Teología.
—Gracias —dijo Belgarath—, eres muy amable.
—Es obligación de todo erudito proporcionar información y servir de guía —respondió el individuo con tono pomposo.
—Ah, sí —murmuró Belgarath—. A veces lo olvido.
Caminaron en la dirección que les había indicado el erudito.
—Si es tan claro con sus alumnos como lo ha sido con nosotros, los pobres saldrán de este lugar con una idea muy vaga del mundo —observó Beldin.
Los tres amigos recibieron instrucciones más precisas de otros paseantes y por fin llegaron a un edificio de aspecto tosco, construido en piedra gris y con los muros apuntalados. Subieron una escalinata y entraron a un portal que también estaba rodeado de gruesos contrafuertes.
—No entiendo el motivo de tanto apuntalamiento —confesó Garion.
Entonces, como en respuesta a su observación, se oyó una ensordecedora detonación desde el otro lado de una puerta situada en medio del pasillo. La puerta salió despedida hacia afuera con violencia y nubes de hediondo humo surgieron del interior de la habitación.
—Ah —dijo Garion—. Ya lo comprendo.
Un individuo con expresión de asombro y las ropas hechas jirones se tambaleaba entre el humo.
—Demasiado sulfuro —murmuraba una y otra vez—. Demasiado sulfuro.
—Perdona —dijo Belgarath—. ¿Por casualidad sabes dónde podemos encontrar al alquimista Senji?
—Demasiado sulfuro —repitió el científico mientras miraba a Belgarath con aire ausente.
—Senji... —insistió el anciano—. ¿Sabes dónde podemos encontrarlo?
—¿Qué? —preguntó por fin el individuo harapiento con una mueca de preocupación.
—Déjame a mí —dijo Beldin—. ¿Podrías decirnos dónde encontrar a Senji? —gritó a voz en cuello—. Tiene un pie deforme.
—Oh —respondió el hombre mientras sacudía la cabeza para aclarar su mente confusa—. Su laboratorio está en la planta superior, en el otro extremo.
—Gracias —gritó Beldin.
—Demasiado sulfuro, ése es el problema. He puesto demasiado sulfuro
—¿Por qué le has gritado? —preguntó Belgarath con curiosidad mientras caminaban hacia el fondo del pasillo.
—Fui testigo de varias explosiones —dijo el jorobado, encogiéndose de hombros—, y en todos los casos quedé sordo durante una semana o dos.
—Ah.
Subieron dos tramos de escaleras hasta llegar a la planta superior. Pasaron junto a una puerta que parecía haber estallado poco tiempo antes y Belgarath asomó la cabeza por la abertura.
—¿Dónde podemos encontrar a Senji? —gritó y se oyó un murmullo como respuesta.
—La última puerta a la izquierda —dijo el anciano y guió a los demás en esa dirección.
—La alquimia parece una ocupación peligrosa —señaló Garion.
—Y también bastante estúpida —gruñó Beldin—. Si están tan interesados en obtener oro, ¿por qué no cavan en las minas para encontrarlo?
—No creo que esa idea se les haya cruzado nunca por la cabeza —dijo Belgarath mientras se detenía a llamar en la última puerta de la izquierda, una puerta que mostraba señales de haber sido reparada recientemente.
—Fuera de aquí —respondió una voz ronca.
—Necesitamos hablar contigo, Senji —dijo Belgarath con suavidad.
La voz ronca contestó con una retahíla de palabrotas.
Belgarath se puso serio, se concentró y pronunció una sola palabra. Entonces la puerta desapareció con un sonido estentóreo.
—Bueno, eso es algo que no vemos por aquí muy a menudo —dijo con naturalidad el mugriento hombrecillo sentado debajo de los restos de la puerta—. No puedo recordar la última vez que vi una puerta explotar hacia adentro —añadió mientras se quitaba astillas de madera de la barba.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Garion.
—Por supuesto, un poco sorprendido, eso es todo. Cuando has sufrido tantas explosiones como yo, acabas acostumbrándote a la idea. ¿Alguno de vosotros podría sacarme la puerta de encima? —Beldin se adelantó y retiró los restos de la puerta—. ¡Vaya que eres feo! —exclamó el hombrecillo sentado en el suelo.
—Tú tampoco eres guapo.
—No me preocupa.
—Ni a mí tampoco.
—Bien. ¿Has sido tú el que hizo estallar la puerta?
—Ha sido él —respondió Beldin señalando a Belgarath y luego ayudó al hombrecillo a incorporarse.
—¿Cómo lo has hecho? —le preguntó el mugriento hombrecillo a Belgarath—. No huelo ningún producto químico.
—Es un don —respondió Belgarath—. Supongo que tú eres Senji.
—Así es. Senji el del pie deforme, catedrático de la Facultad de Alquimia Aplicada. —Se golpeó la cabeza con el dorso de la mano—. Las explosiones me hacen zumbar los oídos —observó—. Eh, tú, mi feo amigo —le dijo a Beldin—. Hay un barril de cerveza en aquel rincón. Sírvete una jarra e invita a tus amigos.
—Creo que vamos a entendernos muy bien —respondió Beldin.
Senji cojeó hacia una mesa de piedra situada en el centro de la habitación. Su pierna izquierda era varios centímetros más corta que la derecha y su pie izquierdo tenía una grotesca deformación. El hombrecillo hojeó varios pergaminos.
—Bien —le dijo a Belgarath—, por lo menos tu explosión no esparció mis cálculos por toda la habitación. Ya que estáis aquí, podríais buscar un sitio donde sentaros —añadió mirando a sus tres visitantes. Beldin le trajo una jarra de cerveza. Luego volvió al barril y sirvió otras tres—. Ese sí que es un tipo feo —observó Senji mientras se incorporaba para sentarse encima de la mesa—. Sin embargo me gusta. Hace más de mil años que no conocía a nadie como él.
Garion y Belgarath intercambiaron una mirada recelosa.
—Es un tiempo muy largo —dijo Belgarath con cuidado.
—Sí —asintió Senji mientras bebía un sorbo de cerveza. Luego hizo una mueca—. Otra vez ha perdido el gas. ¡Eh, tú! —le dijo a Beldin—. Sobre el estante que está encima del barril hay un cuenco de cerámica. Sé bueno y echa un par de puñados de ese polvo en la cerveza. La reavivará. —Volvió a mirar a Belgarath—. ¿De qué querías hablarme? —preguntó—. ¿Qué es tan importante como para que vayas por ahí haciendo estallar puertas?