—No —respondió Durnik con voz fría y cortante—, con simple pericia.
—Me inclino ante tu pericia, Durnik —dijo Atesca con exagerada admiración—. No cabe duda de que podrías hacer flotar una roca con sólo proponértelo. —Hizo una pausa para mirar a Belgarath—. Supongo que te comportarás de forma civilizada, ¿verdad, venerable anciano?
—Estoy dispuesto a escucharte.
—Su Majestad tiene una imperiosa necesidad de hablar contigo y con sus compañeros, Belgarath —dijo Atesca—. Y creo que es mi deber advertiros que estáis conduciendo vuestra destartalada embarcación hacia un avispero. La gente sensata no visita Darshiva en momentos como éstos.
—Nunca pretendí pasar por sensato.
—Yo tampoco —admitió Atesca con una risita triste—. En estos momentos, estoy planeando una campaña militar para invadir esa región de locos. Ahora, damas y caballeros, ¿puedo ofreceros la hospitalidad de mi barco? —Hizo una pausa—. Me temo que si os negáis tendré que insistir —añadió con pesar—. Como comprenderéis, me limito a cumplir órdenes. Además, mientras aguardamos la llegada de su Majestad Imperial, podríamos intercambiar información.
—¿Zakath vendrá aquí? —preguntó Garion.
—Dudo que demore más de un día en llegar, Majestad —respondió Atesca—. Está impaciente por tener una larga charla contigo.
—¿Qué hacemos, abuelo? —preguntó Garion con el lenguaje de los dedos.
—Creo que en este momento no tenemos alternativa. Beldin se ha ido. Le haré saber lo que sucede y estoy seguro de que se le ocurrirá algún truco para salir de esto.
—De acuerdo, general —dijo en voz alta—. De todos modos, comenzaba a cansarme de remar.
—Informa a los demás —le dijo con gestos a su nieto—. Finjamos obedecerlos, al menos hasta llegar a Darshiva.
El barco de Atesca no era opulento, pero sí cómodo. Se reunieron en la cabina de proa, una habitación llena de mapas y pergaminos de distintos tamaños. Como de costumbre, el general Atesca se mostró firme pero cortés.
—¿Habéis desayunado? —les preguntó.
—No. Teníamos prisa —respondió Belgarath.
—Entonces avisaré al cocinero —dijo Atesca. Se acercó a la puerta y habló con uno de los guardias vestidos de rojo apostados fuera. Luego regresó—. Mientras esperamos, ¿por qué no intercambiamos la información que mencioné? Cuando abandonasteis Mal Zeth, me enteré de que os dirigíais a Ashaba, pero de repente aparecéis en Melcena y ahora cruzáis el río en dirección a Darshiva. No hay duda de que os gusta viajar.
—Ya sabe lo que hacemos —le dijo Seda a Belgarath con el lenguaje de los dedos—. No tiene sentido que intentemos engañarlo.
—Por favor, príncipe Kheldar —dijo Atesca con voz lastimera—, no hagas eso. Es una descortesía, ¿sabes?
—O tú eres muy rápido, o mis dedos se están volviendo torpes por la edad —rió Seda—. En realidad, sólo sugería a Belgarath que no ocultara nuestros motivos para venir a Mallorea. Kal Zakath sabe por qué estamos aquí, así que no hay necesidad de fingir. —Miró a Belgarath con un gesto inquisitivo y el anciano asintió con la cabeza. Entonces la expresión de Seda se volvió seria, incluso sombría—. Fuimos a Ashaba en busca de Zandramas y del hijo del rey Belgarion. Después la seguimos a través de Karanda y Jarot, en el norte de Celanta. Su rastro conducía a Melcena, de modo que nos dirigimos hacia allí. Luego, Zandramas volvió al continente.
—¿Y seguís tras su rastro? —preguntó Atesca con interés.
—Más o menos —mintió Seda con actitud evasiva—. En Ashaba descubrimos que Urvon está totalmente loco. Estoy seguro de que a Zakath le gustará recibir esa información. El caso es que Urvon está controlado por un Señor de los Demonios llamado Nahaz, pero a su vez Zandramas ha convocado a otro llamado Mordja y ambos se han enfrentado en Darshiva. Yo lo pensaría bien antes de invadir esa región, general. No creo que a Nahaz y a Mordja les guste que los interrumpan.
—¿Qué sucedió con Mengha? —preguntó Atesca de pronto—. Creí que era él quien convocaba demonios.
—En realidad, Mengha era un sacerdote chandim llamado Harakan. Fue el ayudante de Urvon durante siglos.
—¿Fue?
—Me temo que ya no está con nosotros. Conoció a una pequeña serpiente llamada Zith y, poco después, perdió todo interés en la vida.
Atesca soltó una carcajada.
—He oído hablar de tu mascota, Excelencia —le dijo a Sadi—. ¿Crees que aceptará una medalla como heroína del imperio, o algo por el estilo?
—No creo que le interese, general Atesca —respondió Seda con frialdad—. Además, si alguien intentara clavarle una medalla, podría malinterpretar sus intenciones.
—En eso tienes razón —comentó Atesca mientras miraba alrededor con nerviosismo—. La tienes bien guardada, ¿verdad?
—Por supuesto, general —respondió Velvet con una sonrisa—. En estos momentos, se ocupa de sus pequeños, que son absolutamente adorables. ¿Por qué no se los enseñas al general, Sadi?
—Eh... —vaciló Atesca—, tal vez en otro momento.
—Muy bien, general Atesca —dijo Belgarath—, ya te hemos comunicado nuestros movimientos. Ahora te toca el turno de compartir información.
—Nosotros tampoco hemos actuado en secreto, venerable Belgarath. Las tropas del emperador salieron de Mal Zeth y usamos Maga Renn como zona de emplazamiento. Me ordenaron que condujera las tropas de avanzada hacia el Magan y ocupara Ferra. La idea era interceptar los refuerzos de Zandramas, para que Urvon pudiera aniquilar a sus tropas en Peldane. Luego pensábamos atacar a Urvon, cruzar el río y acabar con lo que quedara de las fuerzas de Zandramas.
—Buen plan —dijo Seda.
—Por desgracia no funcionó. Nos dirigimos a Darshiva, pero uno de los esbirros de Zandramas contrató un destacamento de soldados montados en elefantes. —Atesca hizo una mueca de disgusto—. Creo que hablaré con Su Majestad al respecto. No tengo nada en contra de los mercenarios, pero los jinetes de elefantes de Gandahar son muy poco selectivos a la hora de aceptar ofertas. El caso es que ayer hubo una batalla en el centro de Peldane y los elefantes hicieron lo que suelen hacer. El ejército de Urvon ha huido, pero en lugar de regresar a Celanta, se dirigen hacia el Magan. Si logran cruzar a Darshiva, contrariarán todos mis planes. Tendré que ocuparme de demonios, grolims, chandims, sabuesos, elefantes, karands y el ejército entero de Darshiva. —Suspiró con tristeza—. Me temo que ésta no será la campaña fácil y rápida que había previsto.
—¿Por qué no dejáis que Urvon y Zandramas se enfrenten entre sí? —sugirió Seda.
—Por razones políticas, Kheldar. El emperador no quiere parecer tímido o indefenso y por supuesto no desea que ningún ejército que no sea el suyo obtenga cualquier tipo de victoria en su territorio. Sentaría un mal precedente y podría despertar ciertas ideas en otra gente. Mallorea no es la sociedad monolítica que parece desde fuera. Lo único que nos mantiene unidos es la fuerza avasalladora del imperio.
—Apruebo tus ideas —asintió Seda—. La estabilidad política es buena para los negocios.
—A propósito —dijo Atesca—, un día de éstos tú y yo debemos tener una larga charla sobre alubias.
—¿Compras o vendes, general? —preguntó Seda con descaro.
—Ocupémonos de nuestros asuntos, caballeros —dijo Polgara—. ¿Qué piensa hacer el emperador con nosotros, general Atesca?
—Eso debe decidirlo él, Polgara —respondió Atesca—. Su Majestad no siempre confía en mí. Sin embargo, estaba bastante afectado por la forma con que pagasteis su hospitalidad en Mal Zeth.
—Sabía que teníamos que irnos —respondió Garion con firmeza—, y también conocía la razón.
—Es probable que ésa sea una de las cuestiones que él quiera discutir contigo. Tal vez logréis llegar a algún tipo de acuerdo.
—Es posible, aunque no muy probable.
—Eso depende de Su Majestad Imperial, ¿verdad?
La niebla se había disipado, pero el cielo de Darshiva estaba cubierto de grandes nubarrones. Garion percibió un aroma familiar desde la proa del barco de Atesca. Era una mezcla de óxido húmedo, agua estancada y hongos. Miró al frente y avistó un bosque con troncos blancos y marchitos. Su corazón dio un vuelco.
Atesca se acercó sin hacer ruido.
—Espero no haberte ofendido, Majestad —dijo—. Os he apresado tantas veces, que ya parece un hábito.
—Sólo cumples órdenes, general —respondió Garion con tono cortante—. Mi disputa no es contigo, sino con el emperador.
—Eres un hombre muy tolerante, Majestad.
—No lo soy, general, pero tampoco quiero perder el tiempo guardando rencor a gente que sólo cumple con su deber.
Atesca miró hacia la costa de Darshiva, a menos de dos kilómetros de distancia.
—Espero que el cielo se despeje antes del mediodía —dijo intentando cambiar de tema.
—Yo no contaría con ello, general —respondió Garion con voz melancólica—. ¿Alguna vez has estado en Cthol Mishrak?
—Los militares no tenemos motivos para visitar ruinas inhabitadas, Majestad.
—Cthol Mishrak no estaba deshabitada, general —aseguró Garion—. Allí había chandims, sabuesos y otros seres que ni siquiera sé cómo se llaman.
—Fanáticos religiosos —repuso Atesca encogiéndose de hombros—. Hacen las cosas por razones misteriosas. Me han dicho que era un sitio deplorable.
—Pues ahora estás mirando a uno similar —afirmó Garion y señaló la costa de Darshiva—. Sé que los melcenes son casi tan escépticos como los tolnedranos, así que tal vez no creas lo que voy a decirte, pero ¿percibes un olor extraño en el aire?
Atesca olfateó y arrugó la nariz.
—No es muy agradable, ¿verdad?
—Cthol Mishrak olía exactamente igual. Adivino que las nubes que cubren Darshiva han estado allí durante los últimos doce años.
—Parece una afirmación difícil de aceptar.
—Mira esos árboles —dijo Garion señalando los troncos marchitos—. ¿Qué crees que se necesita para aniquilar a un bosque?
—Supongo que algún tipo de plaga.
—No, general. En ese caso, habrían brotado nuevas plantas y allí no hay ni siquiera maleza. Los árboles han muerto por falta de sol. Lo único que crece allí son hongos. De vez en cuando llueve, y el agua forma charcos. Como el sol no sale para evaporar el agua, ésta se estanca. Eso es parte de lo que hueles.
—También me ha parecido percibir un aroma a óxido. ¿De dónde viene?
—No lo sé. En Cthol Mishrak procedía de las ruinas de la torre de hierro de Torak. Darshiva está envuelta en una oscuridad perpetua porque es el hogar de la Niña de las Tinieblas.
—He oído esa expresión antes. ¿Quién es la Niña de las Tinieblas?
—Zandramas..., al menos por el momento. ¿Estás seguro de que quieres desembarcar tus tropas allí?
—Cumplo órdenes, rey Belgarion. Sin embargo, mis tropas están muy bien entrenadas y construirán una fortificación en la orilla, con sol o sin él. Luego aguardaremos al emperador. Zakath debe tomar varias decisiones..., entre ellas qué hacer con vosotros.
Esperaron a bordo del barco de Atesca mientras los soldados desembarcaban y comenzaban a construir la fortificación. Las tropas malloreanas eran casi tan eficientes como las legiones tolnedranas y en poco tiempo despejaron varios acres de terreno y erigieron una agradable y ordenada ciudad de tiendas. Del lado opuesto a la costa, el campamento estaba rodeado de parapetos, catapultas y una profunda zanja con afiladas estacas. Una valla de altos palos puntiagudos bordeaba la orilla y varios muelles flotantes se extendían sobre el agua.
A media tarde, Garion y sus amigos desembarcaron y fueron escoltados hasta una gran tienda vigilada en el centro del campamento. El general Atesca les rogó de forma cortés pero firme que no salieran de allí.
—¿Has podido contactar con Beldin? —le preguntó Seda a Belgarath en un susurro.
El anciano asintió con la cabeza.
—Está tramando algo.
—Espero que no tarde demasiado —dijo el hombrecillo—. Cuando Zakath llegue aquí, podría decidir trasladarnos a un sitio más seguro, un sitio con murallas y llaves, por ejemplo. —Hizo una mueca de amargura—. Odio las prisiones.
—¿No crees que exageras, príncipe Kheldar? —inquirió Ce'Nedra—. Zakath siempre se ha comportado como un perfecto caballero.
—Oh..., por supuesto —respondió él con sarcasmo—. Cuéntaselo a los murgos que crucificó en las llanuras de Hagga. Cuando le conviene puede ser muy amable, pero nosotros lo hemos hecho enfurecer y si no nos vamos antes de que llegue aquí, estoy seguro de que nos demostrará la magnitud de su enfado.
—Te equivocas, príncipe Kheldar —dijo Eriond con seriedad—. Todavía no sabe lo que debe hacer, eso es todo.
—¿A qué diablos te refieres?
—Cuando estaba en Cthol Murgos, Cyradis le dijo que se encontraría en una encrucijada y creo que se refería a este momento. Una vez que tome la decisión correcta, podremos volver a ser amigos.
—¿Así de simple?
—Sí, más o menos así.
—Polgara, ¿quieres pedirle que se calle la boca?
La tienda tenía un aire familiar, pues ya se habían alojado en otras similares en varias ocasiones. Era un pabellón destinado a oficiales malloreanos, con las habituales alfombras rojas y muebles fácilmente desmontables. Garion miró alrededor sin demasiado interés y luego se dejó caer en una silla.
—¿Qué te pasa, Garion? —le preguntó Ce'Nedra mientras se sentaba junto a él.
—¿No es obvio? ¿Por qué no pueden dejarnos en paz?
—Creo que te preocupas demasiado —observó ella acariciándole la cara—. Tu amigo no permitirá que nos ocurra nada, así que deja de darle vueltas al asunto. Tenemos que ir a Kell, y Zakath no podrá detenernos aunque traiga todo su ejército desde Cthol Murgos y lo ponga en nuestro camino.
—Te estás tomando las cosas con mucha calma.
—Necesito tener fe, Garion —respondió ella con un pequeño suspiro—, de lo contrario me volvería loca. —Se inclinó hacia adelante y lo besó—. Ahora cambia esa cara de enfado. Comienzas a parecerte a Belgarath.
—Después de todo es mi abuelo.
—Sí, pero el parecido no debería comenzar a notarse hasta dentro de varios miles de años —dijo ella con acritud.
Dos soldados les trajeron una típica cena militar. Seda abrió una de las ollas de latón y examinó su contenido.
—Me lo temía —suspiró.
—¿Qué ocurre, Kheldar? —le preguntó Sadi.
—Alubias —dijo Seda señalando la olla.
—Creí que te gustaban.