Sentados junto a él había doce marines de las fuerzas de reconocimiento fuertemente armados.
—¿Han encontrado terroristas en la fábrica? —gritó Libro II, estupefacto, por su micro. Estaba hablando con la persona al frente del departamento de Defensa que había inspeccionado la fábrica de Axon, un hombre llamado Dodds.
—Sí. Todos de Global Jihad, incluido, espere a oír esto, Shoab Riis. Todo apunta a que aquí se libró una terrible batalla.
—Global Jihad —dijo Libro—. Pero eso no tiene sentido… —Hizo una pausa.
De repente lo entendió todo.
El M-12 necesitaba a alguien a quien culpar. ¿Y quién mejor que una organización terrorista?
Porque, claro, ¿qué podía hacer Axon Corp si los terroristas de Global Jihad habían robado sus misiles y barcos? Pero ¿de dónde había sacado el M-12 a un grupo de auténticos terroristas de Global Jihad?
—Francia —dijo Libro II en voz alta—. Siempre los putos franceses.
Dodds dijo:
—Libro, ¿qué demonios está pasando? Todo el mundo aquí está acojonado. Podría tratarse del mayor ataque terrorista de la historia y van a usar nuestros propios misiles contra nosotros.
—Esto no es un ataque terrorista, Dodds —reveló Libro—. Es un asunto de negocios. Confíe en mí, los terroristas ya estaban muertos cuando llegaron a esa fábrica. Estoy comenzando a pensar que el servicio secreto francés ha prestado al M-12 una discreta ayuda en la sombra. Debo colgar. Libro, corto.
Libro volvió a fijar su mirada en los superpetroleros y buques portacontenedores anclados cerca de Staten Island: un grupo de leviatanes que esperaban permiso para acceder a los ríos Hudson y East.
Gracias al proyecto Kormoran, cada uno de ellos era un buque lanzamisiles en potencia.
—Entonces, ¿cuál es este? —preguntó el piloto.
—Diríjase a las coordenadas GPS 28743.05 —4104.55 —ordenó Libro—. Ahí estará.
El piloto ajustó los cuadrantes y maniobró con ayuda de su localizador GPS.
Libro echó un vistazo a la lista de lanzamientos de su ordenador portátil por centésima vez. Después de haber hablado con Schofield, Scott Moseley y él habían calculado las localizaciones de los dos últimos petroleros-lanzamisiles Kormoran:
Moseley y él habían señalado posteriormente todos los barcos en un mapa:
¿La suma de todo aquello?
Además de los tres petroleros que iban a lanzar sus misiles con cabezas nucleares en Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania, había dos barcos Kormoran más: uno en el mar Arábigo, listo para disparar a la India y Pakistán, y otro en el estrecho de Taiwán, cuyos misiles Taep’o-Dong apuntaban a Pekín y Hong Kong.
—Joder… —murmuró Libro.
Pulsó su micrófono por satélite.
—¿Fairfax? ¿Está ahí? ¿Cómo va todo por el oeste?
Océano Pacífico
A tres kilómetros de la bahía de San Francisco
08.25 horas (hora local).
11.25 horas (Tiempo del Este, Nueva York, EE. UU).
Dave Fairfax se encontraba en el interior de un Super Stallion, flanqueado por su propio equipo de soldados de la fuerza de reconocimiento. El pie derecho le temblaba todo el rato, un gesto nervioso que revelaba su más bien extremo miedo.
Llevaba un casco que le quedaba demasiado grande y un chaleco antibalas que le quedaba más grande todavía, y tenía en su regazo una unidad de enlace ascendente por satélite a tiempo real. Se sentía muy pequeño en comparación a los marines que lo rodeaban.
En ese momento, su Super Stallion estaba volando bajo, casi pegado a las olas del Pacífico…
Un superpetrolero permanecía silenciosamente anclado cerca de la costa de San Francisco.
—Hola, Libro —gritó por su recién adquirido micro de cuello—. Tenemos nuestro petrolero, y es muy grande. Sí. Se encuentra en la posición exacta, su localización concuerda con las coordenadas que me proporcionó. El petrolero ha sido identificado como el Jewel, matrícula de Norfolk, Virginia, construido por Atlantic Shipping Company, una filial de Axon Corporation.
El pie de Fairfax seguía moviéndose. Deseó que parara de una vez.
—Oh, y tengo ese número primo de Mersenne —continuó el informático—. Puf, los Mersenne suponen unas operaciones matemáticas increíbles. Solo existen treinta y nueve, que sepamos, pero algunos tienen como dos millones de dígitos. Son unos tipos de números primos muy extraños. Se consiguen aplicando una fórmula muy rigurosa: número primo de Mersenne = 2
p
—1, donde «p» es un número primo, pero la respuesta también es prima. El tres es el primer número primo de Mersenne porque 2²—1 = 3 y tanto el dos como el tres son primos. Al principio son pequeños, pero terminan siendo muy grandes. El sexto número primo de Mersenne es 131071. Se basa en el número primo diecisiete. Esto es, 2
17
—1 = 131071, que también es primo…
—Entonces, la respuesta es 131071 —quiso confirmar Libro.
—Así es —respondió Fairfax.
—Le diré el número a Espantapájaros —dijo Libro—. Gracias, David. Corto.
La señal se cortó.
Fairfax miró su pie delator con el ceño fruncido.
—Va con la responsabilidad del trabajo, señor Fairfax —le dijo Trent, el líder del equipo de soldados, mientras señalaba su pie—. Pero si Espantapájaros ha confiado en usted, eso significa que es apto para este desafío.
—Me alegra que piense que soy apto para ello —murmuró Fairfax.
El Super Stallion siguió avanzando hacia el petrolero.
Canal de la Mancha. Norte de Cherburgo (Francia).
26 de octubre, 17.25 horas (hora local).
11.25 horas (Tiempo del Este, Nueva York, EE. UU).
El Cuervo Negro atravesó cual bólido el cielo encapotado con sus luces de búsqueda encendidas en dirección a una constelación de destellos provenientes de los superpetroleros situados en el canal de la Mancha.
Mientras Rufus, Madre y Knight inspeccionaban el mar en busca de su objetivo, Schofield estaba hablando por radio con Libro II.
—De acuerdo, se lo envío —dijo la voz de Libro.
La Palm Pilot de Schofield sonó: en esos momentos contenía los mapas y documentos de los barcos Kormoran que Libro le había enviado. Los ojos de Schofield se abrieron de par en par al ver los nombres de las ubicaciones: el mar Arábigo, el estrecho de Taiwán…
—Y Fairfax ha averiguado el sexto número primo de Mersenne —añadió Libro—. Es el 131071.
—El 131071… —Schofield se lo escribió en la mano—. Gracias, Libro. Dígale a David que en breve me pondré en contacto con él. Espantapájaros, corto.
Cambió de frecuencia y contactó con la embajada de Estados Unidos en Londres.
—Señor Moseley, ¿qué sabemos de los submarinos?
—Tengo una noticia buena y una mala —dijo la voz de Scott Moseley.
—Deme la buena primero.
—La buena noticia es que tenemos submarinos de ataque clase Los Ángeles en el mar Arábigo y en el estrecho de Taiwán, y están lo suficientemente cerca como para encargarse de los buques de lanzamiento situados en esos emplazamientos.
—Y ahora la mala.
—La mala es relativa a los otros tres barcos: los de Nueva York, San Francisco y el canal de la Mancha. Van a disparar sus misiles en breve. No disponemos de ningún 688 lo suficientemente cerca como para llegar a tiempo. Libro y Fairfax van a tener que acceder a los barcos y desactivarlos in situ, a bordo.
—De acuerdo —dijo Schofield.
—¡Lo encontré! —Rufus señaló hacia un superpetrolero cuya cubierta estaba iluminada por poderosos focos reflectores; uno más de los gigantescos superpetroleros fondeados, expectantes, cerca de la costa francesa—. La señal transpondedora lo identifica como el Talbot y su ubicación coincide con las coordenadas GPS.
—Buen trabajo, Rufus —dijo Schofield—. Señor Moseley, gracias por su ayuda. Ahora tengo que ponerme manos a la obra.
Schofield se volvió hacia Knight y Madre.
—Abordaremos los petroleros en el orden en que dispararán los misiles. Este primero. Y nos largamos de aquí y desactivamos los demás a distancia, desde una ubicación segura. ¿Les parece?
—Sí —aceptaron Knight y Madre al mismo tiempo.
—Prepárense —los emplazó Schofield con gesto serio—. Vamos a entrar.
Canal de la Mancha
17.30 horas (hora local).
(11.30 horas en Nueva York).
El Cuervo Negro sobrevoló la cubierta principal del superpetrolero, atravesando los haces de luz de los focos del barco.
Llovía con fuerza.
Los relámpagos iluminaban el cielo.
El compartimento para las bombas del Cuervo se abrió y tres figuras descendieron en rápel: Schofield, Knight y Madre.
Iban fuertemente armados (MP-7, Glock, escopetas Remington) gracias al arsenal de su caza. Schofield y Madre llevaban también sendos chalecos que Knight guardaba a bordo del Cuervo para emergencias.
Los tres aterrizaron en la cubierta de proa del Talbot, delante de su torre de control, mientras, sobre ellos, el Cuervo Negro se alejaba.
Justo a tiempo.
Puesto que, tan pronto como Schofield y los demás estuvieron en la cubierta, fueron atacados por una lluvia de disparos procedentes de un par de francotiradores apostados en la torre de control.
Bahía de Nueva York
Costa Este (EE. UU).
En ese preciso instante, al otro lado del Atlántico, Libro II y su equipo de marines entraban en el superpetrolero Ambrose, en la bahía de Nueva York.