Read La llamada de los muertos Online

Authors: Laura Gallego García

La llamada de los muertos (13 page)

BOOK: La llamada de los muertos
10.3Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Qué estás tramando? -preguntó Kai, frunciendo el ceño.

—Ssshhh... ¡mira!

El dragón miró, y vio enseguida lo que Fenris le señalaba: del pequeño montículo de polvo mágico salía una larga hilera brillante que iba derecha hacia al bosque y se perdía en la espesura.

—Rastro mágico -anunció el elfo, satisfecho-. Nos llevará hasta Dana por el camino más corto.

Kai no respondió. Bajó un ala para que Fenris trepase por ella hasta su lomo. Momentos después, ambos se elevaban en el aire. A sus pies, en tierra, un largo camino luminoso centelleaba en la semioscuridad.

La nieve caía mansamente sobre el Valle de los Lobos. Anochecía ya cuando una figura cubierta con una capa de suave piel blanca apareció ante la Torre. Aguardó apenas un instante, porque casi inmediatamente la verja de hierro se abrió con un chirrido. Entró sin dudarlo y cruzó el jardín hasta la puerta.

Allí aguardaba Jonás, pálido, ojeroso y visiblemente agitado.

—Te dije que era peligroso venir -dijo él a modo de saludo.

—No he tenido otra alternativa -respondió ella suavemente. Su voz era dulce y melodiosa, y hablaba con un fuerte acento élfico.

—Deberías marcharte.

—Pero no puedo hacerlo. Dime, ¿qué pasa? Parece que hay problemas.

Jonás la miró, dubitativo.

—Está bien, entra -accedió.

Entonces ella se retiró la capucha. La luz que procedía del interior de la Torre iluminó los rasgos de la joven reina Nawin.

En el laboratorio de Conrado reinaba un silencio pesado y lleno de preguntas sin formular.

Fue Salamandra quien habló por fin.

—Entonces, ¿crees que podrías abrir la Puerta?

—Por supuesto que podría -replicó Conrado, algo ofendido-. Y por supuesto que no voy a hacerlo. No pensaba hacerlo, de todas formas, pero gracias por advertirme.

—Eso me tranquiliza -murmuró Salamandra.

—Pero hay otra cosa que me preocupa, y es esa última parte de la profecía.

—«Para que el último de ellos cruce la Puerta y se haga inmortal». No hemos podido averiguar de quién se trata.

Conrado vaciló.

—Yo tengo una idea al respecto.

Salamandra lo miró, sorprendida.

—¿De veras?

—Sí. ¿Te acuerdas de Morderek?

El gesto de Salamandra se torció en una mueca de desagrado.

—¿Ese chico que solo se preocupaba por sí mismo? Sí, lo recuerdo. Nosotros fuimos a rescatar a Dana al Laberinto de las Sombras y él huyó como un cobarde, con el rabo entre las piernas. No lo volvimos a ver.

—Yo ya estaba en la Torre cuando él llegó la primera vez. Dana le preguntó qué esperaba él de la magia. Y Morderek, que aún era casi un niño y vestía todavía la túnica blanca, respondió sin dudar: «Que me haga inmortal».

—Bueno, eso es lo que pensamos todos cuando llegamos -objetó Salamandra-. Creemos que seremos capaces de obrar grandes milagros. Y la verdad es que hacemos prodigios, pero no milagros. No podemos devolver la vida a los muertos ni podemos hacernos inmortales. Eso lo descubrimos a lo largo de nuestro aprendizaje.

—¿Nunca te has preguntado por qué se fue tan de repente?

—Porque le entró miedo, ya te lo he dicho. Los lobos asediaron la Torre aquella noche. Él sabía mejor que nadie que buscaban venganza. Ahora vive retirado igual que tú, lejos del mundo.

—¿Cómo lo sabes?

—Hugo... quiero decir, un amigo... me lo dijo. Se encontró con él alguna vez.

—¿En serio? Quizá sería mejor preguntarle.

—¿Crees de verdad que él está mezclado en todo esto?

Conrado tardó un poco en contestar, pero, cuando lo hizo, su voz sonó firme y segura:

—Sí, lo creo. Y es más: estoy seguro de que no se fue por cobardía. Tú no llegaste a conocerle como yo. Era una persona muy, muy ambiciosa. Si se marchó de la Torre fue porque pensó que encontraría en otra parte el poder que buscaba.

—Pero si no era más que un estudiante de tercer grado...

—Hazme caso, Salamandra. Busca a ese Hugo e id los dos al encuentro de Morderek. Tal vez podáis distraerlo hasta que pase el Momento.

—Pan comido -dijo ella, sacudiendo sus rizos pelirrojos.

Pero Conrado le dirigió una mirada severa:

—No lo subestimes. Estoy convencido de que no se habrá conformado con el tercer grado, Salamandra. Ha tenido tiempo de sobra para encontrar lo que andaba buscando.

»Además... -añadió-, hay otra cosa que me preocupa. Dudo que Morderek esté solo.

—¿Qué quieres decir?

—Quizá reciba ayuda del Otro Lado... y se me ocurre una persona que puede estar muy interesada en que se unan ambas dimensiones, alguien que tiene una cuenta pendiente en el mundo de los vivos y está deseando regresar...

—El Maestro -murmuró Salamandra-. Sí, Fenris y Kai llegaron a la misma conclusión. Muy bien, entonces iré a buscar a Morderek. ¿Y tú qué vas a hacer?

Conrado se puso en pie. Sus ojos brillaban llenos de determinación.

—Yo voy a volver a la Torre.

—¿Qué? -saltó Salamandra-. ¡Estás loco! La profecía...

—La profecía no se cumplirá si alguien destruye esa Puerta, Salamandra. Y creo que yo puedo hacerlo.

Saevin estaba a solas en su habitación. Las voces de Nawin y Jonás le llegaban en un suave murmullo apagado desde el piso de arriba.

Saevin no habría podido salir de su cuarto, aunque lo hubiese querido. Después de lo sucedido con Iris, Jonás se había enfurecido con él y lo había hecho responsable de todo.

—Si estás de nuestra parte, ¿por qué no me dijiste que Iris estaba aquí? ¿Te das cuenta de lo que le ha pasado, en parte por tu culpa?

Saevin no había respondido. Entonces Jonás había pronunciado un hechizo de encarcelamiento sobre su habitación, y ahora el muchacho estaba encerrado allí. Si trataba de salir, una fuerza mágica se lo impedía. Y, pese a que sabía que tenía mucho poder, este solo se manifestaba cuando se hallaba bajo una gran tensión o un gran peligro. Entonces brotaba de él espontáneamente. Sin embargo, ahora se encontraba atrapado en una prisión mágica y no conocía el contrahechizo. Al fin y al cabo, solo era un estudiante de primer grado.

Estaba pasando las hojas del Libro de la Tierra, leyendo algún hechizo por encima sin demasiado interés, cuando oyó su llamada.

«Va a llegar el Momento, Saevin.»

—Lo sé -dijo él a media voz, sin sorprenderse ni asustarse;

«Hace tiempo te pregunté si estarías dispuesto a ser mi nuevo aprendiz. No dudo que recuerdas lo que me contestaste entonces. Bien, ahora te necesito. ¿Acudirás a mí?»

—Estoy encerrado.

La voz rió suavemente.

«Eso no es problema para alguien como yo.»

Saevin vaciló. Sabía que aquello sucedería tarde o temprano. Había tratado de prepararse, pero en el último momento le asaltaron las dudas.

«En el fondo no quiero hacerlo», se dijo.

«Es una lástima», replicó la voz. «Porque yo sí quiero hacerlo. Si vienes conmigo tendrás poder y gloria. De lo contrario...»

Saevin cerró los ojos un momento. Podría decirle que no le temía, lo cual era verdad, hasta cierto punto. «No debo dudar», se dijo.

La voz rió por segunda vez.

«Así me gusta. Prepárate. No tardaré en venir a buscarte.»

La comunicación se cortó, y Saevin se quedó solo de nuevo.

Ya era noche cerrada, pero el rastro mágico brillaba en la oscuridad como una relumbrante cadena de fuego. Las alas de Kai batían poderosamente el aire, impulsando con fuerza al dragón hacia su objetivo: Dana.

Tanto él como Fenris, que montaba sobre su lomo, mantenían la vista fija en el brillante camino que más abajo, en tierra, les indicaba la dirección que debían seguir.

—¡Eh! -exclamó de pronto Kai-. ¿Qué es eso? ¡El rastro se interrumpe!

Pero fueron los agudos ojos de elfo de Fenris, capaces de ver en la más profunda oscuridad, los que apreciaron la figura vestida de blanco que los aguardaba en el lugar donde el rastro se acababa.

—Hemos encontrado a Dana, Kai -murmuró.

Kai descendió hasta posarse en tierra frente a ella. La Archimaga estaba de pie, aparentemente sola, mirándolos en silencio. El dragón inclinó la cabeza para mirar a Dana. Fenris saltó del lomo de Kai y avanzó unos pasos. Ninguno de los dos supo qué decir al principio.

—¿Creíais que no me daría cuenta de que me estabais siguiendo? -preguntó ella suavemente.

Por fin Kai recuperó el habla.

—Dana, no debes seguir adelante. Es peligroso para mucha gente.

—¿Eso crees? -Dana sonrió-. Mira, me has traído a Fenris. Con mi huida he hecho que ambos os alejéis de la Torre. Ya no corréis peligro.

—Pero...

—Kai, no insistas. Voy a hacer esto, necesito hacer esto. Han pasado muchos años desde que nos conocimos. Si dejo pasar esta oportunidad, la única que ha habido desde entonces, no volverá a presentarse.

—Dana... -intervino Fenris con voz ronca.

Ella los miró con cariño.

—Fenris, Kai... mis mejores amigos. No dudaba de que vendríais a buscarme. Siento haberte provocado un sueño mágico, Kai, pero debía hacerlo. Por ti, por nosotros.

—¿Quién está contigo, Dana? -preguntó él súbitamente.

La Archimaga vaciló un breve instante.

—¿Qué quieres decir?

—Sabes lo que quiero decir. ¿A quién has vinculad a ti? ¿Quién te está hablando desde el mundo de los muertos?

—Kai, sé que ahora tienes dudas. Pero estoy segura de que todo saldrá bien. Mira.

Ella murmuró unas palabras mágicas, y Kai sintió que su alma salía de su cuerpo. No era la primera vez que aquello sucedía. Se volvió hacia atrás y vio su cuerpo de dragón dormido. Se miró a sí mismo y vio manos humanas, translúcidas, incorpóreas.

Dana lo había vuelto a hacer, había evocado su imagen humana para verle como había sido antes, cuando era el fantasma de un chico humano fallecido tiempo atrás.

—Dana...

Vio también que Fenris los miraba sin moverse, y se sintió inquieto.

—¿Por qué lo has paralizado?

—Porque quiero enseñarte una cosa.

La Archimaga dio media vuelta y se internó en la espesura. Kai la siguió, intranquilo.

La perdió de vista. Miró hacia todos lados y vio un leve resplandor un poco más allá. Avanzó hasta allí. Se trataba de un pequeño claro en el bosque. En él estaba...

—¡Dana!

Era ella, pero había rejuvenecido y mostraba el aspecto que debía de tener con quince años, cuando apenas era una estudiante de cuarto grado que buscaba desvelar los secretos del unicornio. La túnica violeta, el cabello negro corto, los ojos azules brillando intensamente... Kai la miró, profundamente conmovido, sacudido por los recuerdos. Habían vivido tanto juntos...

Iba a avanzar hacia ella cuando un movimiento en la espesura atrajo su atención. Vio entonces cómo un muchacho rubio acudía hasta la Dana adolescente, y tardó un poco en reconocerse a sí mismo. Parpadeó, confuso. ¿Qué estaba pasando?

Fue testigo del encuentro de los dos jóvenes, Dana y Kai, vio cómo se miraban con un amor infinito reflejado en sus ojos, vio cómo se abrazaban... por fin.

Kai jadeó. Reprimió el impulso de correr hasta ellos, de ocupar el lugar de su doble y abrazar a Dana con todas sus fuerzas, como aquella vez, como aquella única vez...

La voz de ella en su oído lo sobresaltó:

—¿Comprendes ahora?

Era una voz de mujer adulta. Kai se volvió y vio a la verdadera Dana, la Archimaga, una mujer madura que, sin embargo, jamás había conocido un amor de verdad. Kai se sintió pequeño e insignificante junto a ella. Por más que Dana mejorase su técnica mágica, solo lograría evocar la imagen de un chico de dieciséis años, porque Kai no había vivido más tiempo como ser humano, porque había fallecido a esa edad. Sintió que se les agotaba el tiempo a los dos, y deseó ardientemente que todo pudiera cambiar, aunque solo fuera por un momento.

—Solo tenemos una vida para vivir -susurró ella, adivinando sus pensamientos-. Y no habrá más oportunidades, Kai. Puedo resucitar tu cuerpo y puedo rejuvenecer el mío. Puedo hacerlo cuando llegue el Momento. Después, siempre será imposible.

Kai no supo qué decir. La quería, siempre la había querido. ¿Cómo decirle que él no deseaba que estuviesen juntos? No podía, porque no era cierto.

Dana lo miró con ternura.

—Se acaba el tiempo, Kai -le recordó.

Dio media vuelta y se alejó de él. Kai corrió tras ella y tropezó con algo que tiró de él. Sintió que su cuerpo succionaba su espíritu, cerró los ojos... y cuando los abrió se vio de nuevo como dragón dorado, tendido sobre la hierba.

Alzó su largo cuello escamoso y miró a su alrededor. Vio a Fenris, que se movía tratando de desentumecerse, y miraba hacia todos los lados, desconcertado.

—No debéis preocuparos por mí -se oyó de pronto la voz de Dana-. No me sigáis; yo te encontraré, Kai, cuando llegue el Momento y todo esté listo...

—¡Dana...!

La hechicera había desaparecido sin dejar ni rastro.

—Dana... -musitó Kai, desolado.

Fenris cayó de rodillas sobre el suelo y hundió los dedos en lo que había sido el rastro mágico.

Ahora no era más que un montón de vulgar arena.

Jonás, pálido y ojeroso, abrió la puerta tras la que se hallaba Iris. Conrado entró tras él. Acababa de llegar a la Torre, y Jonás no había tenido fuerzas para pedirle que se marchara, por su propia seguridad. Estaba demasiado preocupado por lo que le había sucedido a Iris.

—No he podido lograr que despertara -explicó, mientras Conrado se acercaba para examinar a la niña.

El mago recién llegado tocó la frente de Iris. Estaba fría como el mármol.

—Está viva -dijo Jonás-, pero es como... no sé, como si no estuviese aquí.

—¿Qué le ha pasado?

—No estoy muy seguro -Jonás frunció el ceño-. Ni siquiera sabía que no se había ido con los demás. De repente la he oído gritar y he venido corriendo... La he encontrado en la habitación cerrada de lo alto de la Torre, caída en el suelo...

—¿Frente a un espejo? -cortó Conrado. Jonás vaciló. —Bueno... sí.

—Maldita sea -murmuró Conrado-. La profecía ha empezado a cumplirse.

La ciudad estaba tranquila. Hacía rato que había anochecido y todos habían vuelto a sus casas para descansar hasta el día siguiente.

Sin embargo, y como en todas las ciudades, había lugares que no dormían.

Uno de ellos era la fonda Los Tres Jabalíes, que bullía de agitación. El cantinero servía más y más jarras de cerveza mientras los parroquianos bebían y vociferaban canciones de taberna. Evidentemente, los hombres que debían trabajar al día siguiente no se hallaban allí. Por tanto, la taberna estaba repleta de rufianes, truhanes, gente sin ocupación clara y aventureros de todas las calañas.

BOOK: La llamada de los muertos
10.3Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Compulsively Mr. Darcy by Nina Benneton
Seacrets by Wingate, Adrianna
Mason's Marriage by Tina Leonard
Lifted Up by Angels by Lurlene McDaniel
BornontheBayou by Lynne Connolly