Un par de sirvientes aparecieron empujando un carro que portaba un cántaro de vino caliente, perfumado con especias y azúcar, cruzando la antecámara en dirección al salón de baile. Salió una jovencita risueña, perseguida de cerca y entre carcajadas por un joven cortesano; ambos desaparecieron en dirección opuesta, aunque su risa imbricada se demoró en el aire. Sonaron de nuevo notas musicales, que flotaban en la galería igual que flores.
El ceño de Palli se suavizó.
—¿Ha acompañado también lady Betriz de Ferrej a la rósea Iselle desde Valenda?
—¿No la has visto, entre los bailarines?
—No… te vi a ti primero, con lo larguirucho que eres, sosteniendo la pared. Cuando supe que la rósea estaba aquí, vine con la esperanza de encontrarte también a ti, aunque a juzgar por la forma en que hablaste la última vez que conversamos no estaba seguro de que hubieras venido. ¿Tú crees que podría robarle un baile antes de que de Yarrin haya terminado de conferenciar con Orico?
—Si crees que tienes fuerzas suficientes para abrirte paso a empujones entre la multitud que la rodea, quizá —respondió Cazaril, secamente, animándolo con un gesto—. A mí siempre me derrotan.
Palli lo consiguió sin esfuerzo aparente, y no tardó en sostener la mano de una sorprendida y risueña Betriz dentro y fuera de las figuras, con garbo. Dedicó algún tiempo también a la rósea Iselle. Las dos damiselas parecían encantadas de volver a verlo. Cuando se tomó un descanso, le dieron la bienvenida cuatro o cinco señores que aparentemente conocía, hasta que se le acercó un paje y le tocó el codo, y le murmuró un mensaje al oído. Palli se despidió y se fue, presumiblemente para reunirse con su camarada el lord dedicado de Yarrin y escoltarlo de regreso a su mansión.
Cazaril esperaba que el nuevo santo general de la Hija, lord Dondo de Jironal, se alegrara y congratulara de encontrar la casa limpia mañana. Lo esperaba fervientemente.
Cazaril se pasó el día siguiente sonriendo, anticipando la visita de Palli a la corte y el deleite que añadiría a su rutina. Betriz e Iselle también se deshacían en halagos del joven marzo, lo que dio que pensar a Cazaril. Palli luciría como nunca en este espléndido escenario.
¿Y qué tenía eso de malo?
Palli era un hombre con tierras, con dinero, atractivo, con encanto, con responsabilidades respetables. Supongamos que saltaba la chispa entre lady Betriz y él. ¿Era cualquiera de ellos menos de lo que se merecía el otro? No obstante, contra su voluntad, Cazaril se encontró planeando actividades con Palli que de alguna forma no incluían a las damas.
Pero para su decepción, Palli no apareció en la corte esa tarde, ni tampoco el provincar de Yarrin. Cazaril supuso que el agotador día de presentación de pruebas en la casa de la Hija ante el comité de justicia que se hubiera reunido no habría estado exento de complicaciones, y se habría prolongado hasta después de la cena. Si el caso tardaba más tiempo del que había estimado Palli con tanto optimismo, bueno, al menos también se prolongaría su visita a Cardegoss.
No volvió a ver a Palli hasta la mañana siguiente, cuando el marzo apareció abruptamente ante la puerta abierta del despacho de Cazaril, que era una antecámara a la sucesión de estancias que ocupaban la rósea Iselle y sus damas. Cazaril levantó la vista de su escritorio, sorprendido. Palli había prescindido de su atuendo cortesano, y estaba vestido para el camino con botas altas raídas, una gruesa túnica y una capa corta de montar.
—¡Palli! Toma asiento… —Cazaril le indicó un taburete.
Palli lo colocó frente a su amigo y se sentó con un gruñido exhausto.
—Sólo un momento, viejo amigo. No podía marcharme sin despedirme de ti. Se les ha ordenado a de Yarrin y sus tropas que partamos de Cardegoss antes del mediodía de hoy, so pena de expulsión de la santa orden de la Hija.
Su sonrisa era tan tirante como una guindaleza tensada.
—
¿Cómo?
¿Qué ha ocurrido? —Cazaril soltó la pluma, y empujó aparte el libro de cuentas del cada vez más complicado inventario de Iselle.
Palli se pasó una mano por el negro cabello y sacudió la cabeza, con incredulidad.
—No sé si puedo hablar de esto sin explotar. Anoche hube de contenerme para no sacar la espada y ensartar las blandas tripas del muy hijo de puta en el sitio. ¡Caz, han desestimado el caso de de Yarrin! Han confiscado todas las pruebas, han despedido a todos los testigos, ¡sin llamarlos! ¡sin escucharlos!, han sacado del sótano al interventor, esa lombriz mentirosa y ladrona…
—¿Quién?
—Nuestro
santo
general, Dondo de Jironal, y sus, sus, sus
criaturas
del consejo de la Hija, perros acobardados, que me ciegue la diosa si alguna vez me he echado a la cara otra manada igual de chuchos sin agallas, ¡son una vergüenza para sus propios colores! —Palli apretó el puño sobre las rodillas, resoplando—. Todos sabíamos que hacía algún tiempo que la casa de la orden de Cardegoss estaba patas arriba. Supongo que deberíamos haber pedido al roya que despidiera al antiguo general en cuanto enfermó demasiado para mantenerlo todo bajo control, pero nadie tuvo ánimos para expulsarlo… todos pensábamos que un hombre nuevo, joven, vigoroso le daría la vuelta a todo y empezaría de nuevo. Pero esto, esto, esto es
peor
que una mera negligencia. ¡Esto es mendacidad flagrante! Caz, han exculpado al interventor y han expulsado a de Yarrin… apenas si se molestaron en echar un vistazo a sus cartas y libros mayores, diosa, los papeles llenaban dos baúles… ¡Juro que habían tomado la decisión antes de convocar la vista!
Cazaril no había visto a Palli tartamudear de rabia de este modo desde que llegó la noticia de la venta de Gotorget a la famélica y andrajosa guarnición, gracias al tenaz correo del roya que había traspasado las líneas roknari. Se inclinó en su asiento y se atusó la barba.
—Tengo la sospecha… no, la certeza… de que lord Dondo ha recibido dinero a cambio de emitir esta sentencia. Si es que no es el nuevo director del interventor, y ahora hay dos baúles llenos de pruebas alimentando los fuegos del altar de la Dama… Caz, nuestro nuevo santo general piensa que la Orden de la Hija es su vaca lechera particular. Un acólito me dijo ayer, en las escaleras, y el hombre temblaba mientras me susurraba, que ha destacado seis tropas de hombres de la Hija a las órdenes del Heredero de Ibra en Ibra del Sur… en calidad de simples mercenarios. No es ése su mandato, no es ésa la obra de la diosa… ¡es peor que robar dinero, es robar sangre!
Un frufrú, y un aliento contenido, atrajo la mirada de ambos hombres al umbral interior. Lady Betriz estaba allí, con la mano en el quicio, y la rósea Iselle espiaba por encima de su hombro. Las dos jóvenes tenían los ojos abiertos como platos.
Palli abrió y cerró la boca, tragó, antes de ponerse en pie de un salto y dedicarles una reverencia.
—Rósea. Lady Betriz. Me temo que debo despedirme de vos. Regreso a Palliar esta mañana.
—Lamentaremos la pérdida de vuestra compañía, marzo —dijo la rósea, con un hilo de voz.
Palli se volvió hacia Cazaril.
—Caz… —Asintió con expresión compungida—. Siento mucho no haber creído tus palabras sobre los Jironal. No estabas loco. Tenías razón en todo.
Cazaril parpadeó, perplejo.
—Pensaba que me
habías
creído…
—El viejo de Yarrin es tan sagaz como tú. Se olió este problema desde el principio. Le pregunté por qué creía que necesitábamos venir a Cardegoss con una tropa tan cuantiosa, y me murmuró, "No, muchacho… es para
salir
de Cardegoss". No entendí el chiste. Hasta ahora.
Soltó una risa amarga.
—¿Vais… no vais a volver aquí? —preguntó Betriz, casi sin aliento. Se llevó la mano a los labios.
—Juro ante la diosa… —Palli se tocó la frente, el labio, el ombligo y la entrepierna, antes de apoyar la mano abierta sobre el corazón, realizando el quíntuplo gesto sagrado—, que no regresaré a Cardegoss si no es para asistir al funeral de Dondo de Jironal. Señoritas… —Se puso firme y se inclinó ante ellas—. Caz… —Cogió las manos de Cazaril por encima de la mesa y se agachó para besarlas; apresuradamente, Cazaril le devolvió el honor—. Adiós.
Palli dio media vuelta y abandonó la estancia a largas zancadas.
El espacio que había dejado vacío pareció desmoronarse en torno a su ausencia, como si fueran cuatro hombres los que acabaran de marcharse. Betriz e Iselle fueron succionadas por esa nada; Betriz se acercó de puntillas a la puerta exterior y se asomó al pasillo para espiar los últimos taconeos de la retirada de Palli.
Cazaril retomó su pluma y la atusó con nerviosismo.
—¿Cuánto habéis escuchado? —preguntó a las damas.
Betriz miró a Iselle de soslayo, antes de responder:
—Todo, creo. No hablaba en voz baja.
Desanduvo despacio la antecámara, con la turbación reflejada en el rostro.
Cazaril pugnó por encontrar una forma de prevenir a su impremeditada audiencia.
—Concernía a los asuntos de un consejo cerrado de una santa orden militar. Palli no debería haberlo mencionado fuera de la casa de la Hija.
—Pero ¿no es acaso un lord dedicado —preguntó Iselle—, un miembro del consejo? ¿No tiene el mismo derecho —¡el deber!— a hablar como cualquiera de ellos?
—Sí, pero… llevado por su ofuscación, ha pronunciado graves acusaciones contra su propio santo general que no tiene el… poder de demostrar.
Iselle lo miró fijamente.
—¿Le crees?
—Lo que yo crea no es relevante.
—Pero… de ser verdad… es un crimen, peor que un crimen. Es una impiedad insultante, y una violación de la confianza no sólo del roya y de la diosa, sino de todos los que han jurado obediencia en su nombre.
¡Ve las consecuencias en ambas direcciones! ¡Bien!
No, espera, no.
—No hemos visto las pruebas. Quizá el consejo tuviera motivos para desestimar el caso. No podemos saberlo.
—Si no podemos ver las pruebas como las ha visto el marzo de Palliar, ¿podemos juzgar a los hombres y razonar en retrospectiva?
—No —negó Cazaril, con firmeza—. Incluso un mentiroso compulsivo dice la verdad de vez en cuando, igual que un hombre honrado puede sentir la tentación de mentir impulsado por una necesidad extraordinaria.
Betriz, sobresaltada, dijo:
—¿Crees que tu amigo miente?
—Puesto que se trata de mi amigo, no, claro que no, pero… pero podría estar equivocado.
—Esto es demasiado confuso —zanjó Iselle—. Rezaré a la diosa para que me conceda su guía.
Cazaril, acordándose de la última ocasión que había hecho algo parecido, se apresuró a replicar:
—No es necesario que pidas consejo en las alturas, rósea. Has escuchado una confidencia sin querer. Es tu deber no repetirla. Ni de palabra ni de obra.
—Pero si es cierta,
importa
. ¡Importa enormemente, lord Caz!
—Aunque así sea, los gustos personales constituyen una prueba tan sólida como los rumores.
Iselle frunció el ceño, meditabunda.
—Es cierto que no me gusta lord Dondo. Huele raro, y siempre tiene las manos calientes y sudorosas.
Betriz añadió, con una mueca de repugnancia:
—Sí, y siempre te está tocando con ellas. ¡Puaj!
La pluma se quebró en la mano de Cazaril, rociándole la manga de gotas de tinta. Apartó los pedazos.
—¿Oh? —dijo, en lo que esperaba que fuera un tono neutro—. ¿Cuándo fue eso?
—Ah, siempre, bailando, cenando, en los salones. Quiero decir, aquí flirtean muchos hombres, algunos son bastante agradables, pero lord Dondo…
acosa
. En la corte hay damas de sobra que tienen su misma edad, y guapas. No sé por qué no intenta coquetear con ellas.
Cazaril estuvo a punto de preguntar si le parecían igual de caducos treinta y cinco años que cuarenta, pero se mordió la lengua, y dijo en cambio:
—Aspira a gozar de influencia sobre el róseo Teidez, naturalmente. Y, por consiguiente, desea ganarse el favor de la hermana de Teidez, bien directamente o bien por medio de sus asistentes.
Betriz soltó un suspiro de alivio.
—Oh, ¿crees de verdad que se trata de eso? Me ponía enferma pensar que pudiera estar
realmente
enamorado de mí. Pero si sólo coquetea conmigo pensando en su propio provecho, me parece
bien
.
Cazaril seguía esforzándose por encontrar sentido a esa afirmación cuando intervino Iselle.
—¡Poco me conoce si piensa que seducir a mis ayudantes va a granjearle mi amistad! Y no creo que necesite más influencia sobre Teidez, si lo que he visto hasta ahora es un ejemplo de la que ya tiene. Quiero decir… si fuera una buena influencia, ¿no deberíamos ver buenos resultados? Tendríamos que ver a Teidez más atento a sus estudios, más saludable, abierto de miras a un mundo más amplio de
alguna
clase.
Cazaril reprimió también la observación de que Teidez estaba abriéndose
mucho
de miras gracias a lord Dondo, en cierto modo.
Iselle continuó, con creciente pasión:
—¿No tendría que estar aprendiendo Teidez los entresijos de la política de estado? ¿Viendo al menos cómo funciona la cancillería, asistiendo a los consejos, escuchando a los delegados? O, si no las artes políticas, al menos las de la guerra. Cazar está bien, pero ¿no tendría que ir de maniobras militares con los hombres? Su dieta espiritual parece componerse simplemente de chucherías, nada de carne. ¿Qué clase de roya quieren que sea?
Posiblemente, igual que Orico, ebrio y enfermizo, para que no dispute el poder sobre Chalion al canciller de Jironal
. Pero lo que dijo Cazaril en voz alta fue:
—No lo sé, rósea.
—¿Y cómo voy a saberlo yo? ¿Cómo voy a saber nada? —Se paseó de un lado a otro de la cámara, enhiesta la espalda a causa de la frustración, silbando sus faldas—. Mamá y la abuela me pedirían que cuidara de él. Cazaril, ¿no puedes averiguar al menos si es cierta la venta de los hombres de la Hija al Heredero de Ibra? ¡Por lo menos eso no puede ser ningún secreto sutil!
En eso tenía razón. Cazaril tragó saliva.
—Lo intentaré, mi lady. Pero… ¿y luego qué? —Imprimió seriedad a su voz, para enfatizar—. Dondo de Jironal es un poder al que nadie osa dispensar más que estricta cortesía.
Iselle giró en redondo, y lo miró fijamente.
—¿Sin importar lo corrupto que sea ese poder?