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Authors: Laura Gallego García

La Maldición del Maestro (21 page)

BOOK: La Maldición del Maestro
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El dragón exhaló una nueva bocanada de fuego hacia ellos, pero la barrera resistió.

Salamandra frunció el ceño y se concentró aún más. Se dio cuenta de que comenzaba a acumular energía entre las manos, pero hizo lo posible por no asustarse.

—¡Salamandra! —gritó Jonás.

Ella no lo escuchaba. Entre sus manos se iba formando lentamente una bola de miles de pequeños rayos que se movían a una velocidad de vértigo. Cuando aquello era ya tan deslumbrante que no se podía mirar directamente, Salamandra abrió las manos y liberó su proyectil mágico, una bola de fuego... que dio de lleno al dragón.

El reptil rugió de dolor y se debatió, furioso y herido. Salamandra, agotada pero animada por el éxito de su intento, avanzó un poco más y volvió a iniciar el hechizo.

Sin embargo, de improviso, el dragón hizo acopio de fuerzas y destrozó su prisión de piedra.

—¡Cuidado! —gritó Jonás.

El dragón golpeó a Salamandra, pero ella logró apartarse a tiempo; se tambaleó, perdió el equilibrio y cayó al suelo.

—Espera —lo detuvo Kai. —Sabe lo que hace.

El dragón lanzó hacia ella una bocanada de fuego. Salamandra temblaba de miedo, pero no se movió.

Cuando las llamas se disiparon, ella no estaba allí. El dragón, sorprendido de no ver por ninguna parte sus restos calcinados, miró a su alrededor.

La descubrió de pronto entre el humo, completamente ilesa, mirándolo con gesto serio. Sus ojos parecían echar tantas llamaradas como la boca del dragón azul.

—¡No! —rugió el animal. —¡No puedes hacer eso! ¡Eres una...!

—... Una aprendiza de primer grado —murmuró ella con una sonrisa.

El dragón exhaló una nueva bocanada de fuego. Salamandra se quedó donde estaba. De nuevo, las llamas no lograron dañarla. El dragón rugió de furia y se lanzó sobre ella, pero la muchacha desapareció de allí casi enseguida. Se materializó unos metros más allá, y se quedó mirando al dragón con expresión burlona.

Dana cruzó una mirada con Fenris.

—Tenemos que hacer algo, Fenris.

—Haquin-sail —dijo entonces Nawin, en élfico.

Fenris se irguió, muy atento.

—Haquin-sail —repitió. —Eso es, Nawin. ¿Podrás hacerlo?

—Sola, no —reconoció ella, y miró a sus compañeros. —Voy a necesitar vuestra ayuda.

—Haquin-sail —dijo Fenris —¡Invoca a su contrario! Es uno de los proverbios más conocidos de los magos elfos. Dana y yo mantendremos la barrera, Nawin; vosotros deberéis hacer el resto. Salamandra no va a lograr distraer al Maestro durante mucho más tiempo.

Nawin se volvió hacia Jonás y Conrado.

—Seguidme. Es nuestra única oportunidad.

Comenzó a pronunciar las palabras de un conjuro, y los chicos le ayudaron aportando energía mágica.

El dragón se dio cuenta de que sucedía algo raro y se volvió para mirarlos. Al ver lo que estaban haciendo, rugió y se abalanzó sobre ellos. La barrera tembló, pero se mantuvo.

Salamandra gritó, consciente de que tenía que hacer algo. Sabía que se jugaba la vida, porque, aunque era capaz de sobrevivir al fuego del dragón, no era invulnerable a sus garras ni a sus dientes. No conocía hechizos que pudiesen ayudarla en aquel trance. Solo podía recurrir a la fuerza ígnea que latía en su interior, y que podía sacar en momentos de crisis. Pero ninguna de sus bolas de fuego lograría matar al dragón, cuyas escamas protegían su cuerpo prácticamente de cualquier ataque.

Salamandra recordó una vez más las palabras de Fenris, y miró a sus compañeros desde el lugar donde se hallaba semioculta. Vio a Dana y al hechicero elfo luchando por mantener activa la barrera mágica que los protegía de los ataques del dragón; vio la angustia en sus rostros, pero también vio un brillo de decisión en sus ojos.

Vio a Jonás, Conrado y Nawin en círculo, formulando las palabras de un conjuro de invocación. Miró a Jonás, con el ceño fruncido en señal de concentración.

Vio al dragón rugiendo con furia, tratando de superar la barrera mágica.

Y supo que lo lograría.

Cayó de rodillas y cerró los ojos. Buscó en su interior, porque sabía que tenía que haber algo en ella que sirviese para ayudar a sus amigos. Buscó en su interior aquella fuerza que tanto la había asustado al principio, y que Fenris consideraba un don de la naturaleza.

Aquella fuerza que podía salvar a sus amigos.

La fuerza del fuego que ardía en su alma.

Mientras, el círculo formado por los aprendices empezó a dar sus frutos. En el centro comenzó a formarse una pequeña espiral...

El dragón volvió a golpear. La barrera se resquebrajó.

—¡No! —gritó Dana.

Nawin pronunciaba las últimas palabras del conjuro. Jonás y Conrado sintieron enseguida cómo su magia era absorbida por la espiral formada en el centro del círculo.

—¡Aguantad! —dijo Nawin—. ¡La puerta se está abriendo!

Kai seguía observando las brumas cambiantes del Laberinto de las Sombras. El dragón golpeo de nuevo. La barrera se resquebrajó, y el animal lanzó un rugido de victoria.

—¡Demasiado tarde!

Nawin gritó, y el círculo estuvo a punto de romperse en el último momento. Dana pronunció rápidamente las palabras de un hechizo de ataque, pero supo que no lograría ejecutarlo a tiempo...

—¡Resistid! —gritó Jonás, justo antes de que el dragón se lanzara sobre ellos.

Pero, de pronto, un grito salvaje resonó en el Laberinto de las Sombras, y algo enorme y ardiente iluminó sus brumas fantasmales. El dragón se volvió solo un momento para ver lo que estaba pasando, y los aprendices también alzaron la cabeza, sorprendidos.

Lo que vieron los dejó sin habla.

La figura de Salamandra, envuelta en violentas llamaradas, como si alimentase el corazón de un sol.

Aquella imagen duró apenas un instante. Inmediatamente, toda aquella energía en forma de fuego confluyó con una espiral de llamas que brotó de los brazos de Salamandra con una violencia inusitada. La muchacha gritó, asustada, pero se esforzó por mantener el control, y dirigió su rayo contra el dragón.

Todo sucedió en centésimas de segundo. El dragón que albergaba el espíritu del Maestro fue alcanzado de lleno por el fuego de Salamandra, justo cuando estaba a punto de lanzarse sobre Dana, Fenris y sus aprendices. La criatura bramó de dolor, se retorció y cayó pesadamente al suelo

—¡Termina el conjuro, Nawin! —gritó Dana.

La princesa se había olvidado por un momento de la invocación y se apresuró a pronunciar la última palabra mágica.

El dragón se levantó, jadeante, y se volvió hacia Salamandra. La muchacha, agotada tras aquel esfuerzo, yacía semiinconsciente sobre el suelo, sin percatarse del peligro que corría.

—¡Salamandra, no! —gritó Jonás.

De pronto, Kai alzó la cabeza y escrutó las sombras.

—¿Qué es eso?

Dana inició rápidamente un hechizo de ataque. El dragón estaba malherido, pero continuaba vivo, y seguía siendo un adversario terrible. Con un rugido de rabia, se lanzó sobre la chica tendida en el suelo.

Pero otro rugido le contestó de pronto desde la niebla.

—¡Eso! —gritó Kai—. ¿Lo habéis traído vosotros?

Otra enorme cabeza de reptil emergió de la semioscuridad, seguida de un gran cuerpo escamoso y unas alas membranosas. Otro dragón se lanzó sobre el Maestro, dientes y garras por delante.

Pero no era un dragón azul; su cuerpo relucía con un brillo dorado, y sus movimientos eran ágiles, seguros y elegantes.

—Un dragón dorado... —murmuró Dana.

—Haquin-sail —susurró Fenris. —Bien hecho, Nawin.

El dragón azul respondió a la provocación con un rugido, y pronto la lucha entre los dos se volvió encarnizada. El azul ya no prestaba atención a los magos y sus aprendices, y estos corrieron a ocultarse tras una pared, para recuperar fuerzas.

—Si no vence el dragón dorado, estaremos perdidos —dijo Dana. —El Maestro nos encontrará donde quiera que vayamos dentro de este laberinto.

Jonás solo tenía ojos para la figura que yacía en el suelo, a unos metros de los dragones. Dana se dio cuenta de ello y dirigió a Fenris una mirada de circunstancias. El mago elfo asintió, y se alejó de ellos, silencioso como una sombra. Al cabo de unos minutos había regresado y traía a Salamandra en brazos. Jonás corrió junto a ella para asegurarse de que estaba bien.

—Está agotada —dijo Fenris, —pero se recuperará.

—¡No! —exclamó Nawin que, oculta tras la pared, estudiaba atentamente las evoluciones de los dos dragones. —¡El dragón dorado está herido! ¡Pierde fuerzas!

Kai se apresuró a asomarse con ella para comprobarlo.

El dragón dorado luchaba con valentía, pero, aunque era más grande, no podía con la fuerza del monstruo azul, a quien la sed de venganza daba energías casi ilimitadas, a pesar de estar malherido. El dragón dorado ya parecía agotado, y combatía con un ala desgarrada y el pecho sangrante.

El dragón azul rugió y lanzó un poderoso zarpazo a su oponente. El dorado trató de esquivarlo, pero le dio de lleno en la cabeza. La criatura exhaló su último aliento y cayó al suelo pesadamente.

—¡No! —chilló Nawin, aterrada.

Kai contempló un momento al dragón, pensativo. Después, se volvió hacia Dana y la miró largamente. Ella sorprendió su mirada y le devolvió una interrogante. Él sonrió.

—Volveré, Dana —murmuró.

—Kai...

Él dio media vuelta y avanzó hacia los dos dragones.

—¡Kai, no!

Dana corrió tras él, pero Fenris la retuvo. Kai se perdió entre las brumas, y Dana se debatió en brazos de Fenris

—¡No, Kai! ¡Vuelve! ¡No puedo perderte otra vez

Mientras, el dragón azul abandonaba el cuerpo de su oponente en el suelo y alzaba la cabeza para olisquear el aire y buscar a los magos.

Su enorme cabeza descendió hasta ellos. Pero entonces, de pronto, como surgido de la nada, el dragón dorado se abalanzó sobre el Maestro con un rugido, con renovadas fuerzas. La criatura, sorprendida, gimió y trató de defenderse. Pero el dragón dorado, con una furia inaudita, mordió, desgarró, envolvió al otro en su fuego sobrenatural. Seguía herido, pero no parecía importarle, y peleaba como si acabase de incorporarse a la lucha.

El reptil azul no resistió aquella avalancha de rabia y fuerza dorada. Pronto, su cuerpo yació a los pies de su oponente, completamente destrozado.

Totalmente cogidos por sorpresa, los magos y sus aprendices no supieron cómo reaccionar. Por encima del cuerpo del dragón caído se formó una pequeña nube de bruma que adoptó por un momento la forma de un rostro viejo y amargado...

Con un alarido, el espíritu del Maestro fue a fundirse con las sombras del laberinto. El cuerpo del dragón azul se desvaneció en el aire.

Reinó el silencio.

Lentamente, el dragón dorado se volvió hacia ellos. Los chicos retrocedieron. La criatura bajó la cabeza y fijó sus ojos, verdes como esmeraldas, en los ojos de Dana. Ella lo miró, sin poder creérselo, con las lágrimas corriéndole por las mejillas.

—Oh, Kai —suspiró. —¿Por qué lo has hecho?

El dragón ladeó la cabeza y sonrió.

—¿Y por qué no? —dijo.

Los aprendices no salían de su asombro.

—¿Kai? —preguntó Jonás, titubeante.

—¿Cómo es posible? —murmuró Nawin.

El dragón desplegó sus alas y estiró el cuello.

—¡Sí! —exclamó. —¡Soy yo, Kai, y por fin estoy vivo! ¡Vivo de nuevo!

Se volvió otra vez hacia Dana, que lo miraba muda de emoción.

—Ahora podré vivir la vida contigo, Dana —dijo. —No del modo en que me gustaría, pero... por lo menos...

Dana no respondió. Alzó lentamente la mano para acariciar el cuello escamoso del dragón, que se estremeció de felicidad bajo su caricia.

—Puedo... tocarte —dijo ella mientras levantaba la cabeza para mirarlo a los ojos.

—Soy yo, Dana —dijo él suavemente—. Y ya nunca volveré a separarme de ti.

Ella no respondió. Se abrazó al cuello del dragón con todas sus fuerzas, llorando de felicidad.

Él iba a decir algo cuando de pronto se oyó un ruido atronador, y el suelo tembló.

Kai —el dragón dorado que ahora era Kai, — se colocó frente a ellos, para protegerlos.

—¡Mirad! —exclamó Jonás, señalando a lo alto.

Un enorme remolino brillante se formó sobre el Laberinto de las Sombras, ahuyentando la niebla de almas perdidas.

—¡Es la salida! —dijo Dana—. ¡El Laberinto nos deja salir!

—¡Montad sobre mi lomo! —dijo Kai—. ¡Lo alcanzaremos!

Ellos titubearon, pero finalmente, uno por uno, treparon por su garra hasta acomodarse entre sus alas membranosas, bien aferrados a su cresta dorada.

Fenris se quedó el último. Mientras sus compañeros subían al lomo de Kai, el elfo se inclinó junto al cuerpo inerte de Shi—Mae. La Archimaga elfa había muerto.

Fenris acarició su mejilla con ternura. Vio que de su cuello pendía una fina cadena de oro, y la alzó para verla.

De ella colgaba un pequeño colgante en forma de corazón, con las iniciales: AK y SM.

Fenris sonrió con tristeza. Hacía mucho tiempo que nadie lo llamaba por su verdadero nombre, su nombre élfico, al cual correspondían aquellas iniciales; porque él, o el joven elfo que fue una vez, había sido quien le había regalado aquella joya a Shi-Mae, casi medio siglo atrás.

—Lo siento —murmuró. —No fue culpa tuya, pero tampoco mía. Quizá fue eso lo que no fuiste capaz de comprender. Pero quiero que sepas que yo...

—¡Fenris, date prisa! —Era la voz de Conrado.

Fenris no llegó a terminar aquella frase. Con un suspiro, se incorporó y se alejó de nuevo hacia donde lo esperaban sus compañeros. Trepó al lomo del dragón dorado.

Kai movió las alas un poco y se elevó unos palmos, probando su nuevo cuerpo. Entonces tomó impulso y, con una poderosa batida, se alzó en el aire, hacia el remolino que era su última esperanza de salvación.

—¡Atención, voy a entrar! —anunció.

Los chicos no pudieron evitar cerrar los ojos. Sintieron que un fuerte viento los sacudía y se agarraron con todas sus fuerzas al lomo de Kai.

De pronto los lobos dejaron de aullar y de arañar el muro de hielo, y reinó un súbito silencio sobre la Torre.

—¡Se marchan! —exclamó Tina, sorprendida; se volvió para ver qué tenía que decir Morderek al respecto, y descubrió que él ya no estaba allí.

El muchacho se había dado cuenta de que el conflicto había finalizado. Los lobos se retiraban poco antes del amanecer, y eso solo significaba una cosa, o la maldición se había cumplido, o Dana y sus amigos habían logrado derrotar al espectro vengativo.

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