Authors: Ildefonso Falcones
La historia de un joven atrapado entre dos religiones y dos amores, en busca de su libertad y la de su pueblo, en la Andalucía del siglo XVI.
1568. En el agreste paisaje de las Alpujarras granadinas, los moriscos sobreviven gracias a su duro esfuerzo a pesar de los continuos obstáculos que les imponen los cristianos viejos. Obligados a venerar unos símbolos religiosos en los que no creen, su descontento crece hasta estallar en una revuelta cruel y sanguinaria. Entre los sublevados se halla Hernando, un joven de catorce años que ha sufrido el rechazo de su gente debido a su origen: su madre, Aisha, fue violada por un sacerdote y él, apodado el nazareno, es el fruto de dicho ultraje. Forzado por su padrastro, Brahim, a trabajar como arriero desde muy niño, la guerra se convierte para Hernando en la oportunidad de demostrar su valía ante un pueblo que le desprecia. Su valor y su habilidad con los animales le hacen ganarse la confianza de Ibn Umeyya, el rey de al-Andalus, y la gratitud de Fátima, la joven madre de un pequeño a la que salva de una muerte cierta. No será la única a quien salvará en esta contienda. Debatiéndose entre la fe que le inculcó Hamid, el viejo alfaquí que se convirtió en el padre que nunca había tenido, y los desmanes que contempla cometidos en nombre de Alá, su buen corazón le impele a ayudar a Isabel, una niña cristiana cautiva, y a un noble castellano, don Alfonso, que le jura su eterno agradecimiento. Pero su honestidad le granjea también envidias y enemigos: sobre todo Ubécar, el arriero ladrón, y Brahim, su cruel padrastro, que no soporta los favores que el rey, y sobre todo la bella Fátima, prodigan a su hijo bastardo, del cual se venga maltratando impunemente a Aisha, su madre. Aprovechando la muerte del rey a manos de sus propios hombres, Brahim consigue condenar a Hernando a la esclavitud y contraer matrimonio con Fátimala muchacha. Su puesto como lugarteniente del nuevo monarca parece hacerle invulnerable…
Ildefonso Falcones
La mano de Fátima
ePUB v1.0
Conde198823.04.11
A mis hijos:
Ildefonso, Alejandro, José María y Guillermo
Si un musulmán está combatiendo o se encuentra en zona pagana, no tiene obligación de mostrar una apariencia distinta de la de quienes le rodean. En estas circunstancias, el musulmán puede preferir o ser obligado a parecerse a ellos, a condición de que su actitud suponga un bien religioso, como predicarlos, enterarse de secretos y transmitirlos a musulmanes, evitar un daño o algún otro fin de provecho.
Ahmad ibn Taymiya (1263-1328),
famoso jurista árabe
La historia de la comunidad morisca, desde la toma de Granada por los Reyes Católicos hasta su expulsión definitiva, de la que se cumple el cuarto centenario en el año 2009, es la de uno de los numerosos episodios de xenofobia que ha producido la historia de España. Valgan también como ejemplo los ataques de Almanzor contra hebreos y cristianos y la conocida expulsión de los judíos españoles por los Reyes Católicos. Las capitulaciones para la rendición de Granada establecían unas condiciones muy generosas para los musulmanes, que podrían conservar su lengua, religión, costumbres, propiedades y autoridades; pero ocho años después, el cardenal Cisneros impuso la cristianización forzosa de los moriscos, así como la eliminación de su cultura, el establecimiento de nuevos y gravosos impuestos y la supresión de su autonomía administrativa. Los llamados cristianos nuevos se convirtieron en personas explotadas y al tiempo odiadas, y sus antiguos derechos fueron drásticamente restringidos.
La sublevación morisca de las Alpujarras, tierra de orografía quebrada y gran belleza, fue consecuencia del irreversible deterioro de la situación de este pueblo, y es conocida a través de los detallados relatos de los cronistas Luis de Mármol Carvajal
(Historia del rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada)
y Diego Hurtado de Mendoza
(Guerra de Granada hecha por el Rey de España Don Felipe II contra los moriscos de aquel reino, sus rebeldes: historia escrita en cuatro libros)
. Se trató de una guerra que ambos bandos llevaron a cabo con suma crueldad, aunque los desafueros de los moriscos se conocen mejor debido a la parcialidad de los cronistas cristianos. A pesar de ello, una de las pocas voces que se alzó para explicar, que no excusar, los excesos fue la del embajador español en París el cual, en la carta al rey que se cita en la página 20, expuso que todo un pueblo se quejaba de que sus mujeres eran violadas por el cura y de que los niños nacían con el estigma de los ojos azules del sacerdote, como es el caso del protagonista de esta novela. Pero atrocidades también se cometieron en el bando cristiano. Las matanzas, con el pueblo de Galera como exponente máximo, la esclavización de los vencidos y la rapiña fueron moneda común. Por eso cabría dar crédito a aquellos sucesos que, como la muerte de más de mil mujeres y niños en la plaza de Juviles y la venta de otros tantos seres de ambos grupos en almoneda pública en Granada, aparecen relatados en estas crónicas.
Estas carnicerías fueron perpetradas por unas tropas compuestas por soldados y mandos que no formaban parte de cuerpos regulares y cuyo único objetivo parecía ser el enriquecimiento personal. En las crónicas aparecen constantes episodios en los que el botín y su reparto, la ambición como única estrategia o la deserción de hombres ya satisfechos con lo que habían logrado ocupan un lugar prominente.
Junto a ello, también he tratado de proporcionar en mi novela una imagen de los conflictos y condiciones de vida del campo insurrecto hasta que los moriscos, abandonados a su suerte por argelinos y turcos —como lo habían sido y lo seguirían siendo—, fueron vencidos por los tercios españoles. El consumo de hachís para enardecer el espíritu guerrero, el uso del acónito como veneno en las flechas, la caída en desgracia de Aben Humeya a causa de su afición por las mujeres, la actitud soberbia del cuerpo de jenízaros que se envió desde Argel, los corsarios y la inclinación de algunos de ellos hacia los muchachos… aparecen en los relatos de los cronistas de la época. También en la obra
Mahoma
de Juan Vernet se apunta que, según costumbre árabe, algunas de las espadas del Profeta llegaron hasta al-Andalus, como recoge mi novela.
El levantamiento de las Alpujarras terminó con la deportación de los moriscos granadinos a otros reinos de España. En el caso de los que fueron llevados a Córdoba, como los protagonistas de la novela, este éxodo ocasionó la muerte a lo largo del camino de cerca de una séptima parte de los expulsados, como desvela el trabajo
Los moriscos en tierras de Córdoba
de Juan Aranda Doncel.
La derrota, la dispersión de los moriscos, las leyes discriminatorias, que por otra parte hacían vanos los intentos de asimilación, no pudieron resolver el problema. Son muchos los memoriales y dictámenes de la época que lo ponen de manifiesto, y que proponían «soluciones finales» ciertamente terroríficas. En consecuencia, también fueron muchas las conspiraciones, todas fracasadas. Fue particularmente grave la de Toga, que narra la novela y que se frustró a causa de los documentos que el rey de Inglaterra remitió al de España tras la muerte de Isabel I y el tratado de amistad angloespañol. El historiador Henry Charles Lea, en su obra
Los moriscos españoles; su conversión y expulsión
, afirma que los ciento veinte mil ducados que se comprometió a entregar en aquella ocasión la comunidad morisca para asegurarse el apoyo del rey de Francia a la insurrección efectivamente llegaron a pagarse en Pau; aunque Domínguez Ortiz y Bernard Vincent, en su
Historia de los moriscos; vida y tragedia de una minoría
, sostienen que no llegaron a satisfacerse; pero el pago o el compromiso de realizarlo parece cierto. Por razones de trama, me he inclinado por el pago, estableciendo éste, ficticiamente, a través de los beneficios obtenidos de la falsificación de moneda, una verdadera lacra económica que se produjo sobre todo en el reino de Valencia, cuya tabla municipal quebró en 1613 y hubo que proceder a la retirada de la circulación de centenares de miles de ducados en moneda falsa. De esa falsificación se acusó directamente a los moriscos. Hubo varios berberiscos presentes en Toga, pero la ayuda no debía venir de Argel o de la Sublime Puerta, sino de los propios cristianos.
Los sufrimientos que vivieron los niños, y me refiero ahora a los moriscos, inocentes víctimas de la tragedia de su pueblo, merecerían un estudio a fondo. Para ello, las referencias son abundantes; en primer lugar, consta la esclavitud a la que fueron sometidos los menores de once años pese a las disposiciones reales durante la guerra de las Alpujarras; cuesta, no obstante, desde nuestra visión actual, considerar adultos a todos los mayores de dicha edad. Posteriormente, en segundo lugar, una vez finalizada la guerra, la entrega de los hijos de los moriscos deportados a familias cristianas; existen documentos que dan fe de algunos procedimientos judiciales tramitados a instancias de esos mismos niños, una vez alcanzada la edad necesaria, con el fin de recuperar su libertad. En tercer lugar, se produjo una nueva esclavización de niños tras las rebeliones de las sierras valencianas (Val de Laguar y Muela de Cortes). Por último, hay documentación sobre los menores de seis años que fueron retenidos en España cuando se produjo la expulsión definitiva. Se cuenta que, ya ordenada esa drástica medida, algunas familias lograron pasarlos a Francia (la prohibición era trasladarlos a Berbería) y que algunas otras burlaron la orden real embarcando en naves con destino a países cristianos para después variar el rumbo hacia las costas africanas. En la novela se cita que algunos centenares de niños fueron retenidos en Sevilla. En Valencia, cerca de un millar fueron puestos a cargo de la Iglesia, y la propia esposa del virrey, a través de sus criados, raptó a un número indeterminado de criaturas, de las que cuidó para evitar su caída en manos de Satanás, como hubiera sucedido de ser llevados a «tierras de moros».
Tras la expulsión, los moriscos del pueblo de Hornachos, una comunidad beligerante y cerrada, se asentaron y llegaron a dominar la villa corsaria de Salé, al lado de Rabat. En 1631 negociaban con el rey de España la entrega de esa plaza bajo ciertas condiciones entre las que se incluía la de que les devolvieran aquellos hijos que les habían robado. Reino a reino, pueblo a pueblo, existen numerosos ejemplos de comunidades a las que les fueron arrebatados sus hijos menores.
Por lo que respecta al número de moriscos expulsados de España, las cifras son tan dispares que sería realmente farragoso citar los autores que defienden unas u otras. Quizá, siguiendo a Domínguez y Vincent, la más correcta sea la de aproximadamente trescientas mil personas. Por otra parte, la mayoría de los autores que han estudiado el tema morisco (Janer, Lea, Domínguez y Vincent, Caro Baroja…) reseñan las matanzas que se produjeron a la llegada de los deportados a Berbería. Alguno de ellos afirma que cerca de un tercio de los deportados valencianos fueron asesinados a su llegada a aquellas tierras, siguiendo en eso al cronista de Felipe III, Luis Cabrera de Córdoba, en sus
Relaciones de las cosas sucedidas en la corte de España desde 1599 hasta 1614
: «… y están tan escandalizados [los moriscos] del mal tratamiento y daño que han recibido los de Valencia en Berbería, habiéndose muerto más de las tres partes de los que fueron, que muy pocos se inclinaban a pasar allá». Mientras tanto, el rey Felipe festejaba la operación y regalaba cien mil ducados de bienes moriscos al duque de Lerma con ocasión del matrimonio del valido con la condesa de Valencia.