—La última semana teníamos que servir un pedido de doscientos DBD-50. Bien, pues de ciento setenta y dos piezas diferentes, nos faltaron diecisiete. Y sólo una de ellas estaba etiquetada en rojo. El resto eran verdes. La pieza en rojo salió del tratamiento térmico el jueves y estaba lista para el viernes. Las otras aún no están listas.
Me echo hacia atrás, mientras me pellizco el puente de la nariz.
—Maldita sea, ¿qué es lo que ocurre ahora? Se suponía que las piezas que pasasen por los cuellos de botella serían siempre las últimas en alcanzar la cadena de montaje. ¿Has comprobado si se ha producido una falta de suministro o algún problema con los proveedores?
—Me temo que no. No ha habido problemas con las compras. Y ninguna de las piezas tiene que ser procesada en el exterior. Definitivamente, el problema es interno. Eso es lo que me lleva a pensar que tenemos nuevos cuellos de botella.
Me levanto de la mesa y me pongo a pasear por el despacho.
—Puede que con el aumento de facturación hayamos cargado la planta hasta tal punto que han surgido más cuellos de botella — sugiere, tímidamente, Stacey.
Sí, es posible que así sea. Después de haber hecho a los cuellos de botella más productivos, nuestra facturación ha subido al mismo tiempo que bajan los pendientes de suministro. Pero ello implica aumentar la demanda sobre las demás unidades de producción. Si tal demanda ha llegado, en algún lugar, a superar el 100 por 100, hemos creado un
nuevo
cuello de botella.
—¿Vamos a tener, entonces, que recorrer de nuevo todo el proceso en busca de nuevos cuellos de botella? ¡Justo ahora que creía estar saliendo de todo este maldito follón! —exclamo desesperado.
Stacey recoge los impresos de ordenador en silencio. Antes de que se vaya, le digo:
—En fin, quiero que investigues todo lo que puedas al respecto: qué productos se han visto afectados, el proceso que siguen, la frecuencia con que escasean, etc. Por mi parte intentaré ponerme en contacto con Jonah, a ver qué le parece este imprevisto.
De pie, al lado de la ventana, y mientras Fran intenta la comunicación con Jonah, mastico mi nueva frustración con la mirada fija en el verde intenso del césped. Dicen que el verde es relajante, pero a mí me gana la inquietud. Ese descenso de inventario por el que habíamos brindado tan alegremente tiene, al parecer, una doble lectura. Hace apenas un mes, teníamos que
vadear
las piezas amontonadas a la espera de que les diesen salida en nuestros famosos cuellos de botella. Eran montones que no dejaban de crecer y, por eso, cuando su inventario fue reduciéndose, hace unas semanas, me sentí tan aligerado profesionalmente como aliviado físicamente, al poder caminar sin esas montañas de obstáculos que esquivar a izquierda y derecha. Y ahora, pasa esto.
Cuando, por fin, tengo a Jonah ai teléfono, le digo que han surgido nuevos problemas. Después de enumerarle los síntomas, reflexiona un momento y me dice que le ponga al corriente de las medidas que tomamos tras su visita. Así que le cuento la historia completa: los controles de calidad ante los cuellos de botella, el personal asignado exclusivamente a ellos, las nuevas normas de descansos, la puesta en funcionamiento de las tres viejas máquinas para ampliar la capacidad de la NCX-10, el aumento de lotes en los hornos, el nuevo sistema de prioridades…, y aquí me interrumpe:
—¿Un nuevo sistema de prioridades?
—Eso es, Jonah. —Y le explico lo de las etiquetas rojas y verdes…
—Bueno, espera, será mejor que me acerque a echar un vistazo.
Esa noche, en casa, suena el teléfono.
—Hola —es la voz de Julie.
—Hola.
—Te debo una disculpa. Siento lo que pasó la noche del viernes. Stacey me contó lo que había sucedido. Estoy avergonzada. Creo que malinterpreté la situación.
—Desde luego. Me parece que hay demasiados malentendidos entre nosotros.
—Al, sólo te puedo decir que lo siento. Fui allá pensando que te alegrarías de verme.
—Y lo habría hecho si te hubieses quedado un rato más. Incluso no habría ido a esa maldita fiesta si hubiera sabido que venías.
—Ya sé que tendría que haberte avisado. Pero es que me encontraba en uno de mis momentos malos.
—A lo mejor no deberías haberme esperado.
—Sólo pensaba en que llegarías de un momento a otro. Y, mientras tanto, tu madre mirándome de reojo… Hasta que ella y los niños se fueron a la cama. Yo intenté quedarme despierta, pero al final me dormí, hasta que tú me despertaste.
—Oye…, ¿amigos de nuevo? Oigo un suspiro de alivio.
—Amigos. ¿Cuándo te podré ver otra vez?
Le sugiero que el próximo viernes, pero me dice que no puede esperar tanto y quedamos para el miércoles.
A la mañana siguiente me encuentro de nuevo saludando a Jonah, mientras sale por la puerta de embarque número dos del aeropuerto local.
A las diez estamos en la sala de conferencias. Asisten Stacey, Bob, Lou y Ralph. Jonah se pasea delante del grupo.
—Empecemos con algunas preguntas elementales. Primera: ¿Se ha llegado a determinar con precisión las piezas que les están causando problemas?
Contesta Stacey, parapetada detrás de una auténtica muralla de papel y dispuesta a responder al fuego más graneado. De entre el papeleo, extrae una lista.
—Efectivamente, hemos identificado ese material. Durante toda esta noche he localizado las piezas y las he comprobado con las existencias de la planta. El problema se extiende a treinta piezas.
—¿Están seguros de haber suministrado el material para las piezas?
—No hay dudas al respecto. Ha sido suministrado dentro del plazo, pero las piezas no han llegado al montaje final, sino que han quedado retenidas en el nuevo cuello de botella.
—Alto ahí. ¿Cómo sabe que es un nuevo cuello de botella?
—Bueno, supongo que si se retienen las piezas…
—Antes de llegar a conclusiones, mejor será invertir media hora en investigar
in situ
qué está ocurriendo.
Poco después, nos encontramos en la planta frente a una de las fresadoras. A su lado hay una gran pila de piezas, etiquetadas todas ellas con una tarjeta verde. Stacey señala las piezas que se están echando en falta en la sección del ensamblaje final. La mayoría de esas piezas se encuentran aquí y todas son verdes. Bob llama al encargado, un fornido sujeto que responde al nombre de Jake. Le Presenta a Jonah.
—Así es. La mayoría de estas piezas llevan ahí dos, tres o, incluso más semanas —dice Jake.
—Pero son las que necesitamos ahora. ¿Cómo es que no han sido procesadas? —le pregunto.
Jake se encoge de hombros.
—Usted sabrá qué piezas necesita. Ahora mismo se las procesamos. Pero eso va contra las reglas de ese sistema suyo de prioridades.
Señala algunas cestas de material muy próximas.
—¿Ve ésas de ahí? Todas son rojas. Nosotros siempre hacemos ésas primero, antes de tocar cualquier otra. Como nos han mandado.
El panorama parece irse aclarando.
—¿Quiere decir —apunta Stacey— que han dedicado todo el tiempo a las etiquetadas en rojo, mientras el material verde se ha ido acumulando?
—La mayor parte, sí. Sólo tenemos veinticuatro horas al día, ¿sabe?
Jonah pregunta qué tanto por ciento del trabajo se dedica a las piezas para los cuellos de botella.
—Entre un setenta y cinco y un ochenta por ciento. Todo lo que va a la NCX-10 o a los hornos pasa primero por aquí. Mientras sigan llegando piezas rojas, y no lo han dejado de hacer ni un segundo desde lo del nuevo sistema de prioridades, no nos queda tiempo para las verdes.
Nos quedamos un momento en silencio. Miro las piezas y miro a Jake, y seguidamente, a las máquinas. Y, como un eco de mis propios pensamientos, Donovan estalla.
—¿Y ahora qué hacemos? ¿Cambiamos el etiquetado, las verdes por las rojas?
Me siento frustrado.
Me temo que la única solución sea la vía de urgencias.
—No, es justo lo que no se puede hacer. Si usted comienza a establecer urgencias ahora, tendrá que hacerlo de continuo y la situación no hará sino empeorar —dice Jonah.
—¿Y qué otra cosa se puede hacer? —pregunta Stacey.
—Primero me gustaría pasarme por los cuellos de botella, porque hay que tener en cuenta otro aspecto del problema.
La acumulación de inventario ante la NCX-10 casi impide ver la máquina. Ha ido creciendo tanto, que apenas se llega a ellos con carretilla elevadora. No es que parezcan una montaña, sino que son una montaña con varias cumbres. Las pilas de piezas no han sido nunca tan altas, incluso antes de que hubiéramos identificado la máquina como un cuello de botella. Y, en todas partes, sobresale la etiqueta roja. En algún lugar de aquí, tras toda esta muralla que oculta la propia enormidad de la máquina, está la NCX-10.
—¿Cómo vamos a conseguir acercarnos desde aquí? —pregunta Ralph. Bob es el guía de esta insólita expedición.
—Dejadme guiaros.
Y, efectivamente, Bob nos indica el camino entre la enorme masa de material que parece enterrar la máquina.
Mirando todo este material por hacer, Jonah comenta:
—Yo diría que aquí tienen por lo menos un mes de trabajo atrasado. Y estoy dispuesto a apostar que en el tratamiento térmico sucede otro tanto. ¿Saben por qué les ha ocurrido esto?
—Porque todas las fases que preceden a esta máquina dan preferencia a las piezas etiquetadas en rojo —sugiero.
—Es una de las razones, sí. Pero, ¿por qué está produciendo la fábrica tanto inventario, que luego queda atascado aquí?
Nadie sabe la respuesta.
—Bien, ya veo que les tengo que explicar algunas de las relaciones elementales que se dan entre cuellos de botella y no cuellos de botella.
Jonah se dirige ahora directamente a mí.
—A propósito, ¿recuerdas que te dije que una fábrica trabajando sin interrupción resulta muy
in
eficiente? Bien, ahora puedes ver, personalmente, a qué me refería.
Jonah se acerca hasta uno de los controles de calidad próximos y coge de allí un trozo de tiza como las que se usan para marcar las piezas que presentan algún defecto. Se acerca de nuevo a la NCX-10 y se arrodilla en el suelo de cemento.
—Este es su cuello de botella, la .. .no sé qué X, la llamaremos simplemente «X», máquina «X».
Escribe una gran «X» sobre el suelo y señala hacia otras de las máquinas de la gran nave.
—Alimentando la X, hay otras máquinas y operarios que no son cuellos de botella. A esos les vamos a llamar Y. Ahora, para simplificar el problema, vamos a considerar una máquina no cuelo de botella alimentando a otro cuello de botella…
Escribe sobre el cemento.
Y——>X
Jonah explica que las piezas producidas son el eslabón que relaciona a una y otra. La flecha indica, obviamente, la dirección del flujo.
—Por definición —continúa—, hemos de considerar que la Y tiene siempre exceso de capacidad. Y, por eso mismo, sabemos que Y será más rápida que X para satisfacer la demanda. Supongamos que, tanto X como Y, cuentan con seiscientas horas al mes de producción. Dado que X es un cuello de botella se necesitarán cada una de esas seiscientas horas para satisfacer la demanda. Pero digamos que sólo se requerirán cuatrocientas cincuenta horas de la Y, esto es, un setenta y cinco por ciento, para mantener el flujo estabilizado con la demanda. ¿Qué se hace cuando la Y ha trabajado ya esas cuatrocientas cincuenta horas al mes? ¿La para?
Bob responde:
—De ninguna manera, se busca otra tarea para que siga funcionando.
—Pero la Y ya ha satisfecho la demanda exigida por el mercado.
—En ese caso, adelantaremos el trabajo del mes próximo.
—¿Aunque no haya nada con lo que pueda seguir trabajando?
—Pues se le suministra más material.
—Ese es el problema. Porque, ¿qué ocurre con esas horas extras de producción Y. Pues que el inventario producido tiene que ir a algún lugar. Como Y es más rápida que X, al mantener la producción de Y, el flujo de piezas hacia X será siempre mayor que el flujo de piezas que sale de X. Y lo que pasa es esto…
Jonah hace un gesto abarcando la montaña de piezas acumulada.
—Al final se termina con todo esto enfrente de la máquina X. Y cuando se está metiendo en el sistema más material que el que se puede convertir en ingresos, ¿qué sucede?
Stacey responde a esa pregunta:
—Exceso de inventario.
—Eso mismo. Y ahora otra combinación. ¿Qué ocurre cuando X es quien alimenta de piezas a Y?
Se agacha y escribe nuevamente en el cemento.
X——
>Y
—¿Cuántas horas puede funcionar Y de forma productiva?
—De nuevo sólo cuatrocientas cincuenta —contesta Stacey.
—Correcto. Si Y depende de X para que le lleguen las piezas con las que trabajar, el número máximo de horas que puede trabajar será igual a la producción de X. Ya hemos visto que seiscientas horas de X equivalen a cuatrocientas cincuenta de Y. Después de esas horas Y se quedará sin material con el que trabajar. Lo que, por otro lado, es algo aceptable.
—Un momento —interrumpo—. Nosotros tenemos ese tipo de relación. De hecho, todas las piezas que salen de la NCX-10 serán luego procesadas por otras máquinas no cuellos de botella. Y sé que no permitimos que un no cuello de botella situado después de la NCX-10 se pare en cuanto termina de procesar las piezas rojas.
—Así es —confirma Bob—, les pasamos trabajo desde otras áreas no estranguladas por los cuellos de botella.
—De otros no cuellos de botella, quiere decir. ¿Y ustedes saben qué sucede si se mantiene funcionando Y en esas condiciones? Observen el esquema.
Dibuja otro diagrama en el suelo: