Authors: Ann Rosman
–Bueno, sí, pero siempre cabe la posibilidad de que se le olvide a tu cónyuge. – Folke nunca había olvidado la del día de su boda, en cambio su esposa sí-. No, no era eso, sino lo del pastor.
–¿Qué quieres decir?
–Su nombre. Siri se acordaba de su nombre. Yo, por ejemplo, no tengo ni idea de cómo se llamaba el pastor que nos casó, y eso que suelo acordarme de esa clase de cosas.
–Pero no podemos decir que eso sea ningún crimen. A lo mejor colaboraba con la iglesia. O tal vez habló con el pastor cuando Arvid desapareció.
–Seguramente. Desde luego parece la típica persona religiosa consagrada a la Iglesia -observó Folke con sequedad.
Karin sonrió. O sea que también era capaz de hacer bromas de vez en cuando. Siguieron hablando del caso en el coche, de camino a Mólndal. Ella rechazó amablemente la invitación a cenar. Él se des pidió agitando la mano cuando Karin volvió a meter el coche en la carretera. En cierto modo, ha sido un buen día, pensó.
El móvil sonó y Karin no pudo evitar soltar una risita al oír la conocida frase:
–Pues sí, es la vieja bruja pesada quien te llama. Soy la abuela -añadió, como si Karin no la hubiese reconocido.
Se preguntó si podía ser telepatía, porque precisamente estaba de camino a la casa de la abuela. Subió la cuesta de Gárda y aparcó en la calle Danska. La anciana abrió la puerta y le dio un abrazo. Luego miró a su nieta mayor con escepticismo.
–¿Cómo has podido llegar tan rápido? Espero que no hayas pisado demasiado el acelerador.
–He puesto la sirena y las luces de emergencia.
–¡Oh, Dios mío! Supongo que no lo has hecho, dime la verdad.
–¡Por supuesto que sí! Una madre con un cochecito tuvo que echarse a un lado… Pero bueno, abuela, sabes perfectamente que no lo he hecho -añadió rápidamente, pero la anciana ya había iniciado su sermón.
–Como agente de policía, tienes que dar buen ejemplo. Si alguien ve que conduces demasiado rápido y…
–Sí, pero ya te he dicho que estaba bromeando, abuela.
–Porque el otro día leí en el periódico que una agente de policía había…
Karin se arrepintió de haberle tomado el pelo. Decidió cambiar de táctica.
–¡Uyuyuv, qué hambre tengo! – dijo, apostando a carta gana dora.
–¿De veras? Pues he preparado bocadillos de huevo y he descongelado unas tortitas. El café estará listo en un periquete. – La abuela hizo un gesto en dirección a la cafetera, que ya gorgoteaba.
Karin miró a la menuda mujer cuando fue a apagar el fogón. Parece que haya encogido desde la última vez, pensó. Como si cada día se fuera haciendo más y más pequeña. Retiró una silla y se sentó. La mesa de la cocina ya estaba puesta, con un tazón en el lado de Karin y una taza en el de la abuela. Ésta sirvió café y luego se sentó en su silla. Puesto que Siri había decidido dirigirse a los diarios con su historia, ya no podía decirse que fuera información confidencial. Karin se lo contó todo a la abuela.
–Lo recuerdo -dijo la anciana-. Hubo mucho revuelo en los diarios entonces. Un montón de hipótesis contradictorias acerca de lo ocurrido.
–¿Como por ejemplo? – preguntó Karin, y dio un mordisco al bocadillo de huevo.
–Nunca salió en la prensa que Arvid y Siri estuvieran casados hasta que él desapareció, y a todo el mundo le sorprendió, la verdad sea dicha. Arvid era un hombre muy apreciado y respetado, de buena familia, mientras que a Siri se la consideraba… bueno, mantenía relaciones un tanto dudosas con varios hombres casados. Era una promiscua. Siempre se la veía de paseo por ahí y dio a luz un bebé poco después de la desaparición de Arvid. Recuerdo que un reportero que le tenía tirria calculó que el bebé, creo que una niña, había sido concebido antes de que Arvid y ella se casaran. Además, para dar a luz se fue al extranjero, creo que a Noruega o Dinamarca. A muchos, entre ellos el reportero, les pareció bastante sospechoso, mientras que otros pensaron que quería recuperar la figura antes de volver a Goteburgo.
–No parece que la gente la aprecie especialmente.
–Es posible que todavía quede algún periódico en el trastero. Tu abuelo siempre le daba la lata a Helia para que recogiera sus cosas, pero creo que la mayor parte sigue allí. Si quieres, podemos echar un vistazo.
Helia era la tía de Karin que siempre había sido una adelantada a su tiempo. El abuelo de Karin y ella habían andado a la greña continuamente, tal vez porque se parecían mucho.
–Pero ¡si ya no te queda café! – La abuela se apresuró a coger la cafetera.
Había pasado mucho tiempo desde la última reforma del piso, lo que significaba, entre otras cosas, que no había extractor de humos en la cocina. El acogedor aroma a café recién hecho y a las tortitas de la abuela se había extendido por la pequeña estancia. Karin vaciló un instante antes de ir al vestíbulo por el diario vespertino con el reportaje sobre Siri.
–Vaya por Dios. – La abuela negó con la cabeza-. ¿O sea que volvió a casarse? Por cierto, ¿qué has hecho con Göran? Supongo que está en casa, ¿no?
Karin debería haber estado preparada para la pregunta. Lo mejor sería decírselo tal como era. Y así lo hizo.
–No me parece especialmente elegante romper un compromiso después de cinco años -opinó la anciana-. Deberías haberlo pensado antes. ¿Qué dirán sus padres?
–¿Qué crees que tenía que haber hecho? ¿Seguir con él, aunque no me sienta bien a su lado? – bufó Karin.
–Podríais haber hablado -dijo la mujer con aire de sabihonda-. Creo que, hoy en día, la gente se rinde con demasiada facilidad.
Cuando el abuelo y yo nos casamos…
Karin no conocía a nadie capaz de sacarla tanto de quicio como su querida abuelita.
–Pues muy bien -la interrumpió-. Entonces, si te parece, a lo mejor debería llamarlo y proponerle una fecha para la boda. Así resolveremos todos nuestros problemas.
–Pero querida Karin, sólo pretendía decirte que deberíais hablarlo.
–No hemos hecho más que hablar y hablar. No tienes ni idea de cómo hemos estado, ni de lo mucho que hemos hablado. – Las lágrimas empezaban a correr por sus mejillas, pero no se molestó en secarlas.
–Seguro que todo se arreglará. Ven, vamos a ver si encontramos algún periódico. – Abrazó a su nieta y le dio una llave con un llavero de lo más decorativo.
El abuelo se había hecho con dos trasteros en el edificio de la calle Danska, 72 A. Uno de ellos estaba en el sótano, donde guardaban las bicicletas. Hacía calor y olía ligeramente a petróleo. Karin recordó el olor de su infancia, cuando para llegar al piso de los abuelos atajaba
por el aparcamiento de bicicletas. Se sentó en la banqueta de madera y se colocó la caja de herramientas del abuelo sobre las rodillas. Preguntaría a la abuela si podía llevársela al barco. Una a una, fue sacando las herramientas viejas y gastadas pero bien conservadas. Había sido la primera nieta y el abuelo siempre le había dejado participar en todo. El anciano había tenido una paciencia infinita, pero era sobre todo su testarudez lo que Karin había heredado de él.
Casi había olvidado que lo que estaba buscando eran semanarios cuando apareció la abuela con la otra llave para recordárselo. Los periódicos estaban apilados a lo largo de la pared derecha del trastero. La abuela cogió el segundo de una pila, pues no estaría tan polvoriento como el primero. Resultó un número de la Hemmets Journal, de 1965. Karin empezó a hojearla y leyó en voz alta de la página de consejos para el ama de casa. La abuela rió con ganas. Tardarían mucho en repasar todo aquello.
–¿Con qué periodicidad salían estas revistas? – preguntó Karin.
–Creo que una vez a la semana.
–Cincuenta y dos números al año… Estaría bien si pudiéramos encontrar todas las de 1963. Ése fue el año en que se casaron Siri y Arvid.
Les tomó una hora reunirías, y ya eran más de las diez cuando volvieron al piso. La abuela preparó más bocadillos mientras Karin se duchaba para quitarse el polvo del trastero.
–Si quieres, puedes quedarte a dormir. Así podríamos empezar a revisar las revistas ahora mismo.
Era una de las cosas que le encantaban de su abuela. A pesar de sus ochenta y siete años, conservaba el espíritu aventurero.
A medida que las repasaban una por una, iban dejándolas en un montón.
–¡He encontrado algo! – La anciana se ajustó las gafas y leyó con su voz clara-. “Arvid Stiernkvist y acompañante amenizaron la velada con su presencia. “ Karin se sorprendió al ver a la mujer que aparecía en la foto. No era Siri, sino una bella rubia que recordaba a Grace Kelly. Repasó el texto con la esperanza de encontrar su nombre, en vano. No obstan te, dejó la revista aparte, ya que era lo único que habían encontrado hasta entonces. Una hora más tarde, cuando ya habían repasado gran parte de la pila, la abuela volvió a encontrar algo.
–¡Karin! ¡Escucha! “"El sector del transporte va viento en popa y la empresa prospera", explicó el señor Arvid Stiernkvist, que estaba invitado a…”
La fotografía era mala, pero Karin la reconoció. Era la misma foto que acababa de ver en el diario vespertino con Folke. Aunque no del todo. Algo era distinto. Karin sacó el diario de la noche y lo abrió por las páginas centrales, donde predominaban las imágenes de Siri. No tuvo que esforzarse demasiado para ver lo que la hacía diferente. En el diario vespertino, Siri y Arvid aparecían juntos, pero en la misma foto, la de la revista de 1963, era otra mujer la que estaba junto a Arvid. Una vez más, aquella rubia. Alguien había manipulado la foto. Todo lo demás era igual, la ropa que llevaba la acompañante era la misma, pero alguien se había molestado en sustituir el rostro de la rubia por el de Siri. Arvid la miró a través del tiempo, como si Karin se hallara al otro lado de la cámara. No parecía encantado con la presencia del fotógrafo. Al fondo se veía el mar. ¿Quién podía ser aquella mujer rubia?
Karin había cogido la nota cuando ya salía de la comisaría, pero no se había molestado en leerla, puesto que Marita le había dicho lo que ponía. Tenía que llamar a la esposa de Arvid Stiernkvist, pues al parecer ya recordaba el nombre del dentista de su marido. No obstante, ahora que ya habían identificado el cadáver de Arvid, no necesitaban el historial clínico ni las radiografías del dentista.
Karin se metió la nota en un bolsillo y buscó el número en el móvil. Solía guardar en la memoria todos los teléfonos de interés cuando trabajaba en un caso. Le ahorraba tiempo, sobre todo si iba conduciendo y necesitaba llamar a alguien. Más tarde se preguntaría si algo habría cambiado de haberse molestado en leer la nota. Siri parecía jadeante cuando contestó. Quizá estaba en el jardín, o tal vez haciendo cosas en la intimidad con Waldemar. Intentó borrar con un parpadeo la imagen de Siri diciéndole a su marido que tuviese cuidado y no la despeinara. Karin la oyó disculparse en inglés con alguien que seguramente estaba de visita.
–Pues yo no he llamado -dijo luego. Era evidente que intentaba ocultar su irritación.
–Pero es que tengo una nota que dice que la viuda de Arvid Stiernkvist ha llamado preguntando por mí y…
Se hizo un extraño silencio en el auricular, hasta que se volvió a oír la voz nasal de Siri.
–Sí, claro. Pero no era nada importante. Tendrás que disculpar me, pero estoy en medio de una entrevista. Con una revista extranjera.
Karin tuvo ganas de mencionarle la fotografía manipulada; sin duda, eso la habría hecho tomarse su tiempo para hablar con ella.
Era obvio que Siri había aprovechado la ocasión para relegar a una antigua rival al olvido. A Karin la maravillaba ver lo que la gente estaba dispuesta a hacer por aparecer en los medios.
Era viernes por la tarde, así que Karin intentó desconectar de todo cuando se puso la chaqueta y les deseó un buen fin de semana a los compañeros que aún quedaban en la comisaría.
Cuando, tras pasar por el supermercado, llegó al piso de Gamla Varvsgatan e introdujo la llave, tuvo la sensación de estar entrando en la casa de otra persona. Había temido sentirse sola al llegar, y por eso entró sin preocuparse por quitarse los zapatos y la chaqueta, encendió todas las lámparas y metió un CD en el equipo de música. De esta manera, el piso vacío le parecería menos solitario.
Acababa de empezar a guardar la comida en la nevera cuando sonó el timbre de la puerta. Sorprendida, miró por la mirilla, pero alguien la estaba tapando con la mano. Alguien había burlado la cerradura del portal y estaba delante de su puerta. Karin miró el reloj. La siete de una tarde de viernes. No pensaba abrir sin saber quién era. El timbre volvió a sonar. Podría ser Göran. Entonces decidió marcar el número de Robban y lo tuvo en la línea mientras abría la puerta.
–¡Tachán! – dijo alguien desde el rellano, alegremente.
Karin dio un respingo y, patidifusa, sólo atinó a echarle los brazos al cuello a su amiga de siempre, Kia.
–Oye, Robban, todo está bien -logró decir al móvil cuando se repuso-. ¡Que tengas un buen fin de semana!
–Discúlpame, Karin, ha sido una insensatez por mi parte.
¿Creíste que era uno de tus delincuentes? – preguntó Kia, y soltó una risita.
–Pasa, pasa -la urgió Karin-. La señora Svedberg se enfadará sin nos quedamos aquí hablando. ¡Ay de aquel que se divierta!
El comentario hizo reír a su amiga.
–¿Qué más da, si de todos modos piensas irte? – contestó en voz alta, antes de que Karin la cogiera del brazo para meterla en el recibidor.
Cerró la puerta y la miró. Kia se había presentado un día antes de lo acordado. La maravillosa Kia, siempre al pie del cañón cuando la necesitabas, para lo bueno y para lo malo, había cogido el coche, dejando a dos niños y un marido en Uddevalla, para acudir en su rescate sin hacer demasiadas preguntas. Karin rompió a llorar desconsoladamente. Había estado muy ocupada desde la ruptura con Göran, apartando todo pensamiento acerca de la separación. Sin embargo, a lo largo de los últimos cinco años ya le había dado, de alguna manera, muchas vueltas a su relación durante los solitarios períodos de seis semanas y, a esas alturas, ya debería haber dejado atrás los llantos. Kia le dio un abrazo.
–Dios mío, ¿qué música deprimente es ésa?
–Enya.
–Sí, ya lo oigo, pero no es precisamente reconfortante.
Kia se acercó al equipo de música y sacó el CD para sustituirlo por uno de los primeros de Gyllene Tider. Karin apagó el fluorescente poco romántico del techo de la cocina y, en su lugar, encendió velas. Kia descorchó la botella de vino que había traído y lo sirvió en dos copas.