La mujer del faro (19 page)

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Authors: Ann Rosman

BOOK: La mujer del faro
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Cuando colgó, Waldemar apareció en la puerta con semblante extrañado -¿De qué iba todo eso?

–Un tatuaje que tenía Arvid.

–¡Vaya! ¿Y te han llamado para decirte eso? Eso indica que la policía no tiene mucho que hacer.

–Me han preguntado si yo sabía lo que significaba, puesto que el tatuaje son números. – Le mostró el bloc-. Falta alguno más, pero el bolígrafo ha dejado de escribir y no he podido acabar de anotarlo.

–¿Qué significa? ¿Te han dicho qué quiere decir?

–No, y yo no tengo ni idea -contestó Siri, y dejó el bloc sobre la mesita y se fue.

Waldemar recogió el bloc y miró los números. 5754. Entonces asintió con la cabeza, arrancó la hoja y subió a la primera planta.

Sara apagó la lámpara de la mesa de la cocina y comprobó la puerta principal. Estaba cerrada con llave. Todo parecía más sencillo por la noche. Tal vez sencillo no fuera la palabra adecuada, pero al menos parecía menos difícil. Por la noche solía hacer planes para el día siguiente, pensaba que tal vez debería hacer una visita a la oficina, o a lo mejor tomar el autobús hasta Goteburgo. Sin embargo, cuando llegaba la mañana con su luz despiadada, se daba cuenta de que el viaje tendría que esperar. Llevar a Linus y Linnéa a la guardería ya era una tarea suficientemente dura.

–¿Cuándo volverás al trabajo, Sara? – le había preguntado una de las pedagogas.

Sí, pensó Sara, ¿cuándo empezaré a trabajar de nuevo? Cuando me encuentre mejor, cuando sea capaz de ir al trabajo y comprar le che sin derrumbarme.

–No lo sé -contestó.

Las arrugas en la frente de la pedagoga se tornaron más profundas.

–Los niños tienen un día muy largo aquí, en la guardería. Tal vez podrían pasar más tiempo en casa, ahora que no trabajas. Andamos cortos de personal y, como sabes, tenemos muchos niños.

Para padres que trabajan, pensó Sara. Que aportan su granito de arena. También los demás la despreciaban, no sólo a ella le costaba tomarse en serio su depresión por agotamiento, considerarla una enfermedad.

–Yo tomo zumo de aloe vera cada mañana, sienta muy bien. Deberías probarlo.

Sara había recibido un sinfín de consejos relacionados con las vitaminas y los zumos, pero ella estaba convencida de que lo que necesitaba era tiempo. Tiempo para aterrizar, para volver a ser ella

misma. Era como si se hubiera convertido en otra persona, como si se hubiera extraviado.

Y ahora ella, siempre tan obsesionada con ahorrar tiempo, de pronto disponía de todo el tiempo del mundo, de un montón aterrador de tiempo que no sabía cómo manejar; no podía hacer otra cosa que matarlo.

La pedagoga la miró, esperando una respuesta a una pregunta que Sara ya no recordaba.

–Disculpa -dijo ésta, y notó que las lágrimas volvían a empañarle los ojos.

–¡Hola, mamá! ;Nos vamos a casa? – preguntó Linnéa, que apareció por la puerta con la manta en la mano.

–No, cariño. Mamá sólo está hablando un poco con tu señorita.

–Preferimos que nos llaméis maestras de preescolar. ¿Qué me dices? ¿Crees que podrás recogerlos hacia las dos en lugar de a las tres? – La señorita había cogido con un gesto ostensivo el calenda rio donde aparecía la hora de entrega y recogida de los niños. Empezó a borrar las casillas en las que había anotado la hora de recogida tanto de Linnéa como de Linus para cambiarla de las 15 a las 14 y así quitarse de encima a dos niños un poco antes.

No, pensó Sara. No puede ser. No lo soportaré. Necesito esas horas para recuperarme, para sobrevivir a las noches. Para ser una madre que no llora, al menos no constantemente.

–Lo intentaré -dijo, y se quitó los protectores azules de los zapatos y los dejó en el cubo de plástico de la entrada.

Apenas había cerrado la puerta de la guardería cuando las lágrimas brotaron de sus ojos.

Tengo que aprender a decir que no, tengo que saber negarme, pensó.

10

El mar adoptaba otro aspecto de noche, potenciaba las sensaciones fuertes. El viento y las olas rompientes parecían cargados de malos augurios en medio de la oscuridad. Sin embargo, aquella noche el agua estaba en calma y negra. La luna y las estrellas se reflejaban en la superficie del mar e iluminaban el cielo.

–Sí, aquí hay una oscilación. – El hombre señaló la pantalla izquierda, que correspondía a la ecosonda y dejaba una marca que permitía volver a encontrar el lugar.

La débil luz amarilla de una de las pantallas de cristal líquido mostraba el fondo marino debajo del casco. Una línea negra e irregular se dibujaba sobre ella a medida que el barco avanzaba. Señales

de peces pequeños y grandes y luego una oscilación algo mayor. La otra pantalla estaba conectada a un sonar de escaneo, una especie de ecosonda lateral. Ambos instrumentos requerían un ojo experimentado para determinar lo que se veía.

–Aquí también hay algo -dijo Otto. El aparato hizo una anotación más.

Otto Johansson, presidente de la asociación de la casa-museo, era quien había puesto a Markus en contacto con el resto del grupo. El compromiso de la asociación confería peso y legitimidad a la búsqueda. Otto le había hablado a Markus de los barcos naufragados en aquella zona. El cúter
Whiteflower
, hundido en 1946 al sur de Marstrand, frente a Salo; en 1947 habían rescatado su carga de hilo de cobre. Otto apreciaba el interés genuino del alemán. El vapor
Ardemia
y el cúter noruego
Shamrock
, que transportaban pasta de papel, ambos hundidos en el estrecho de Sillesund en 1959. Había ciertos rasgos en el joven que le resultaban familiares, como si lo conociera de antes. Pero no sabría decir de dónde.

El grupo era reducido y estaba muy unido, y solían bucear de noche para evitar que un montón de buscavidas se lanzaran a la caza del tesoro. Ya habría tiempo para aclarar lo que andaban buscando.

–Pues sí, aquí hay algo. – El ambiente a bordo era tenso y las expectativas eran altas en aquella fría noche.

–¿Bajamos a echar un vistazo?
Lefs go down and check it out
.

–Se habían acostumbrado a hablar en inglés por Markus. Era un valioso recurso para contar con un submarinista experimentado.

Otto asintió con la cabeza en dirección al hombre del traje de buceo, que se dejó caer de espaldas en las negras aguas y desapareció.

Otto ya no buceaba y miró con envidia cómo aquellos afortunados se ponían el equipo y se preparaban para una hora bajo el agua, dependiendo de lo que encontraran. Otto había buceado mucho en su día, y entre sus momentos culminantes estaba un viaje a Nordkrákan, donde había encontrado los restos de una goleta finlandesa de Viborg. Investigando en los viejos registros, había conseguido información que establecía que el barco había transportado hulla a Hull, en Inglaterra, antes de hundirse frente a Marstrand en 1899.

Para Markus no era tan importante lo que estaban buscando como poder estar en compañía de su padre. Éste estaba de pie a su lado, con un cigarrillo en la comisura de los labios, ignorando que el que se estaba preparando para sumergirse era su hijo biológico.

Markus había conseguido cuatro colillas para la prueba de ADN, el último paso en su búsqueda. Había examinado minuciosamente

las fotos encontradas en el archivo de la casamuseo. Habían sido tomadas cerca del canal de Albrektsund en los años sesenta. El fotógrafo encargado de sacar una foto de cada uno de los invitados en casa del doctor Lindner había captado el velero como fondo pintoresco en ocho de las veinticuatro fotos tomadas. En tres de ellas se veía a las cuatro personas a bordo con toda nitidez, en el resto siempre aparecía al menos una de ellas mirando hacia otro lado. El presidente de la asociación de la casa-museo, Otto Johansson, reconoció de inmediato a aquellas personas cuando Markus le ofreció la lupa. Otto se rascó la cabeza y pareció meditativo, casi preocupado, cuando le contó quiénes eran. Cuando Markus preguntó si los cuatro habían sido buenos amigos, Otto movió lentamente la cabeza, negándolo.

–Eso es lo que más me desconcierta. Ni siquiera sabía que se conocían.

Puesto que Markus se había ganado la confianza de Otto, pronto surgieron las viejas anécdotas que él intentó encajar en su puzle.

–Supongo que, a estas alturas, ya no tiene ninguna importancia, al fin y al cabo, de todo esto hace mucho tiempo -le había dicho Otto en una ocasión, cuando Markus lo ayudó a escanear viejas fotografías. Otto había sacado una foto del montón y había señalado al hombre que aparecía en la imagen. Estaba hablando con dos policías uniformados-. Hubo muchas habladurías en su día; bueno, supongo que es lo que siempre pasa en lugares pequeños como éste, pero, en todo caso, la cosa fue así…

Markus había escuchado atentamente y luego había cambiado de sitio algunas fichas del puzle.

Habían llegado al segundo y penúltimo barco naufragado de la noche. Sintió que sus pensamientos flotaban libremente, como el agua del mar, cuando se sumergió en ella, liberado e ingrávido. Dio unas brazadas ayudándose con las aletas y volvió a la superficie. Le vantó el pulgar y se retiró las gafas de bucear.

-
An old fishingboat
-dijo Markus. Un viejo pesquero.

–¿Hay algo en la bodega?

–Es difícil determinarlo, está bastante deteriorado. Corremos el riesgo de quedarnos atrapados en el interior del barco.

–Bajad los dos -dijo el hombre que estaba junto a los mandos-.
Be careful
.

Markus asintió con la cabeza. Se oyó otro plof cuando el hombre que se llamaba Mollstedt lo siguió. La fuerte luz del proyector barrió el barco hundido. Puede estar aquí, pensó Markus. De hecho, podría estar allí. Aparecieron cangrejos y peces, pero no era eso lo que buscaban. Markus se adentró en el barco con mucha cautela,

procurando que el tubo del oxígeno no se enganchase. Quitó dos tablones de madera que cerraban el paso a la bodega e introdujo el proyector a través del agujero. Unos antiguos utensilios de pesca cubrían un costado de la bodega, el resto estaba vacío. El techo estaba mal y parecía a punto de derrumbarse. Mollstedt le lanzó una mirada antes de meterse en la bodega y luego empezó a retirar los utensilios de pesca. A pesar de que el agua hacía que todos los movimientos fuesen sosegados y suaves, el hombre daba la sensación de ser bastante negligente. Corría demasiados riesgos. A Markus no le caía bien, pero como recién llegado al grupo todavía no estaba en posición de criticar a Mollstedt. Los submarinistas volvieron a la superficie. Ambos negaron con la cabeza.

-
Sorry, boss
-dijo Markus.

Mollstedt lo miró airadamente, pero sin decir nada.

–De acuerdo, subid. Vamos a echarle un vistazo a la siguiente marca. Luego amanecerá y tendremos que dejarlo por hoy-dijo el hombre que gobernaba la embarcación.

Alzó la vista hacia el este y reflexionó. Todo había empezado con la historia de un barco naufragado que tenían que encontrar. Una historia en cierto modo inverosímil, pero que provenía de fuentes extraordinariamente fiables. Lo más probable era que se hallara cerca de Pater Noster, aunque también podría estar más adentro, en el fiordo de Marstrand. No lo creía. Se rascó la cabeza y miró el reloj. Casi las cuatro. Lo único que esperaba era encontrarlo antes que nadie.

Marstrand, octubre de 1962 El barco avanzaba rumbo al oeste con el zumbido sordo de un fiable motor de ignición. Atracaron en Arholmen. Con mano diestra, Elin hizo un nudo bolina alrededor de una anilla fijada en la piedra. Arvid la miró con admiración. Entonces ella saltó a tierra de un brinco grácil, pese a que llevaba una cesta en la mano. Se volvió hacia él.

–¿Vienes?

–Sí, claro -contestó Arvid, y al levantarse tuvo que aferrarse a la borda.

–¿Qué pasa? ¿No te encuentras bien? Estás pálido.

–No, no, estoy bien, sólo que me he incorporado demasiado rápido.

Rebuscó en el bolsillo antes de saltar a tierra. Elin se movía con paso seguro por las irregulares rocas y luego por la playa. Caminar

por una de las playas pedregosas de Bohus era todo un arte. Los líquenes negros, inofensivos cuando estaban secos, eran traicioneramente resbaladizos si estaban mojados. Elin era capaz de determinar de un simple vistazo cuáles pisar y saltaba con facilidad entre las piedras. Parecía formar parte de la naturaleza, era como si las rocas estuvieran hechas para que pudiera encontrar apoyo en ellas sin obstáculo alguno.

Elin extendió la manta para disponer el contenido de la cesta de picnic.

–Amada Elin… -empezó Arvid, al tiempo que se arrodillaba. Había pensado cantarle
Pierina
, pero de pronto se puso muy nervioso y le entró mucha prisa para la pregunta. Así que cogió la mano izquierda de Elin entre las suyas y se lanzó-: ¿Quieres casarte conmigo? – Los ojos castaños de Arvid se clavaron en los suyos, esperando una respuesta.

Ella sonrió con la boca, los ojos y el resto de la cara.

–Sí, quiero.

Arvid sacó las alianzas de oro del bolsillo y le colocó una en el dedo anular. Le encantaban sus manos, estrechas y ágiles pero fuertes. Llevaba las uñas sin pintar y no especialmente largas. El anillo le entraba a la perfección. Por su parte, Elin cogió el otro anillo y se lo puso a él. Luego lo besó dulcemente y sonrió.

–Con mucho gusto. – Se preguntó si su madre, recientemente fallecida, estaría sentada en una nube, contemplándolos. Ojalá.

Arvid la acercó a su pecho y la abrazó tiernamente. Intentó atrapar el instante, el aroma de su pelo, y pensó que era entonces, precisamente entonces, cuando estaba ocurriendo, y que siempre lo recordaría. Eran ella y él y no había nada más que realmente tuviera importancia.

Karin estaba subiendo a bordo cuando vio que había alguien sentado sobre la cabina. Era Göran con su anorak verde.

–Hola.

–Hola. ¿Cómo estás? – respondió Karin.

–Me preguntaba si puedo invitarte a comer. – Hizo un gesto en dirección a la cesta que había a su lado.

Karin estaba cansada y hubiera preferido decirle que no, gracias, pero su mala conciencia se lo impidió.

–Sí, claro. Espera, ahora mismo abro.

–Puedo hacerlo yo. – Göran sacó una llave con una boya atada al otro extremo.

¡Mierda!, pensó Karin. Me había olvidado. Todavía tiene la llave. O intento que me la devuelva o, mejor incluso, cambio la cerradura. Al fin y al cabo, puede haber hecho una copia.

–Mamá te manda recuerdos. Bueno, papá también, pero sobre todo mamá. Te echan de menos.

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