La paja en el ojo de Dios (46 page)

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Authors: Jerry Pournelle & Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La paja en el ojo de Dios
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Esperó hasta que una masa de forma humana salió del bote de la
Lenin
con propulsores dorsales para remolcarlo. El contacto le hizo estremecerse. Quizás el hombre se preguntase por qué Bury miraba con tanta ansiedad su placa facial. Quizás no.

31 • Derrota

La
MacArthur
se balanceó bruscamente. Rod accionó el intercomunicador y gritó:

—¡Teniente Sinclair! ¿Qué demonios está haciendo?

La respuesta era casi inaudible.

—Eso no lo estoy haciendo yo, capitán. No tengo el menor control de los propulsores de situación y apenas del resto.

—Oh, Dios mío —exclamó Blaine.

La imagen de Sinclair se desvaneció de las pantallas. Se apagaron también otras pantallas. De pronto el puente quedó a oscuras. Rod probó los circuitos alternos. Nada.

—Computadora desactivada —informó Crawford—. No recibo nada.

—Intente por la línea directa. Póngame con Cargill —dijo Rod.

—Está en línea, capitán.

—Jack, ¿cuál es la situación ahí atrás?

—Mala, capitán. Estoy cercado aquí dentro, y no tengo comunicaciones más que por líneas directas... y no todas.

La
MacArthur
se balanceó de nuevo al suceder algo en la parte posterior.

—¡Capitán! —informó nervioso Cargill—. ¡Según informa el teniente Piper los Marrones están luchando entre sí en la cocina principal! ¡Una verdadera batalla campal!

—Demonios, ¿cuántos monstruos de ésos tenemos a bordo?

—¡No lo sé, capitán! Puede que centenares. Deben de haber vaciado todos los cañones de la nave, y además se han propagado por todas partes. Están... —la voz de Cargill se cortó.

—¡Jack! —gritó Rod—. Operador, ¿tenemos una línea alternativa con el primer teniente?

Antes de que pudieran contestarle, volvió a aparecer Cargill.

—Están muy cerca, capitán. Han salido dos miniaturas armadas de la computadora auxiliar de control de fuego. Los matamos.

Blaine pensaba con vertiginosa rapidez. Estaba perdiendo todos sus circuitos de mando, y no sabía cuántos hombres le quedaban. La computadora estaba embrujada. Aunque recuperasen el control de la
MacArthur,
era muy posible que no pudiese utilizarse en el espacio.

—¿Aún sigue usted ahí, Número Uno?

—Aquí sigo, señor.

—Voy a bajar a la cámara neumática a hablar con el almirante. Si no le llamo en el plazo de quince minutos, abandone la nave. Quince minutos, Jack. No lo olvide.

—No lo olvidaré, señor.

—Y puede usted empezar a reunir a la tripulación. Sólo las escotillas de estribor, Jack... es decir, si la nave sigue orientada en la misma posición. Los oficiales de las cámaras tienen órdenes de cerrar los agujeros del Campo si la posición cambia.

Rod
avanzó hacia su
tripulación del puente y comenzó a abrirse camino hacia las cámaras neumáticas. Reinaba gran confusión en los pasillos. Algunos estaban llenos de nubes amarillas... cifógeno. Había tenido la esperanza de acabar con los pajeños utilizando gases, pero no había resultado y no sabía por qué.

Los infantes de marina habían arrancado una serie de mamparos y habían construido barricadas con ellos. Parapetados tras ellas, esperaban atentos, con las armas listas.

—¿Han salido ya los civiles? —preguntó Rod al oficial que estaba al cargo de la cámara.

—Sí, señor. Eso creo. Capitán, mandé a los hombres que hiciesen una pasada por esa zona, pero no me gustaría arriesgarme a enviar más. Los Marrones se han concentrado en el sector de los civiles... como si estuviesen viviendo allí o algo parecido.

—Puede que así fuese, Piper —dijo Blaine.

Avanzó hasta la cámara neumática y orientó su traje hacia la
Lenin.
El láser de comunicación parpadeó y Rod colgó en el espacio, sujetándose firmemente para mantener abierto el circuito de seguridad.

—¿Cuál es su posición? —preguntó Kutuzov. A regañadientes, sabiendo lo que significaría, Rod se lo explicó.

—¿Qué acción me recomienda? —preguntó el almirante.

—La
MacArthur
quizás no pueda volver nunca a navegar, señor. Creo que tendré que abandonarla en cuanto haga una incursión para rescatar a los tripulantes que hayan podido quedar atrapados.

—¿Dónde estará usted?

—Al mando del grupo de rescate, señor.

—No —la voz era tranquila—. Acepto su recomendación, capitán, pero le ordeno que abandone su nave. Reseñe esta orden, comandante Borman —añadió dirigiéndose a alguien de su puente—. Debe usted dar la orden de abandonar la nave, ceder el mando a su primer teniente e informar a bordo del transborbador Número 2 de la
Lenin.
Inmediatamente.

—Señor... Señor, solicito permiso para permanecer en mi nave hasta que mi tripulación esté segura.

—Solicitud denegada, capitán —respondió implacable el almirante—. Aprecio su valor, capitán. ¿Tiene usted el suficiente para vivir cuando pierda su mando?

—Señor... —¡Oh, maldita sea! Rod se volvió hacia la
MacArthur,
rompiendo el circuito de seguridad. Había lucha en la cámara neumática. Varias miniaturas habían disuelto el mamparo que había frente a la barricada de los infantes de marina y éstos disparaban por el hueco. Blaine rechinó los dientes y apartó la vista del combate—. ¡Almirante, no puede usted ordenarme que abandone a mi tripulación y huya!

—¿Que no puedo? ¿Le cuesta trabajo admitirlo, capitán? ¿Cree que murmurarán de usted durante el resto de su vida, tiene miedo a eso? ¿Y me dice usted eso
a mí?
Cumpla las órdenes, capitán Blaine.

—No las cumpliré, señor.

—¿Desobedece usted una orden directa, capitán?

—No puedo aceptar esa orden, señor. La
MacArthur
es aún mi nave.

Hubo una larga pausa.

—Su respeto a la tradición de la Marina es admirable, capitán, pero estúpido. Es posible que sea usted el único oficial del Imperio que pueda idear una defensa contra esta amenaza. Sabe usted más sobre los alienígenas que ningún otro oficial de la flota. Ese conocimiento vale más que su nave. Vale más que todos los hombres que hay a bordo de su nave, ahora que han sido evacuados ya los civiles. No puedo permitirle morir, capitán. Tendrá usted que abandonar esa nave aunque para ello tenga que enviar un nuevo oficial para hacerse cargo del mando.

—Nunca me encontraría, almirante. Excúseme, señor, tengo que hacer.

—¡Un momento! —hubo otra pausa—. Está bien, capitán. Haré un trato con usted. Si se mantiene en comunicación conmigo, le permitiré que se quede a bordo de la
MacArthur
hasta que decida usted abandonarla y destruirla. En el instante en que pierda usted la comunicación conmigo dejará de estar al mando de la
MacArthur.
¿Será necesario que envíe ahí al teniente Borman?

Lo malo, pensó Rod, es que tiene razón. La
MacArthur
está condenada. Cargill puede sacar a la tripulación igual que yo. Puede que yo
sepa
algo importante. Pero
¡es mi nave!


Aceptaré su proposición, señor. De todos modos, puedo dirigir las operaciones mucho mejor desde aquí. No hay comunicaciones en el puente.

—Está bien. Entonces tengo su palabra, —El circuito se apagó. Rod se volvió a la cámara neumática. Los infantes de marina habían triunfado en su escaramuza, y Piper le hacía señas. Rod subió a bordo.

—Aquí el teniente Cargill —dijo el intercomunicador—. ¿Capitán?

—Sí, Jack...

—Estamos abriéndonos paso hasta el lado de estribor, capitán. Sinclair tiene a sus hombres preparados para salir. Dice que no puede defender las salas de motores sin refuerzos. Y un mensajero me dice que hay civiles atrapados en la sala de suboficiales de estribor. Hay con ellos un escuadrón de infantes de marina, pero la lucha es muy dura.

—Hemos recibido órdenes de abandonar la nave y destruirla, Número Uno.

—Está bien, señor.

—Tenemos que rescatar a esos civiles. ¿Puede usted mantener una ruta desde el mamparo 160 hacia adelante? Quizás yo pueda ayudar a que los científicos lleguen hasta allí.

—Creo que podremos, señor. Pero, capitán, ¡no puedo llegar a la sala del generador del Campo! ¿Cómo destruiremos la nave?

—Me cuidaré también de eso. Haga lo que le digo, Número Uno, deprisa.

—De acuerdo, capitán.

Destruir la nave. Le parecía irreal. Inspiró vigorosamente. El aire del traje tenía un agudo sabor metálico. O quizás no fuese el aire.

Transcurrió casi una hora hasta que uno de los botes de la
Lenin
se situó junto al transbordador. Le oyeron aproximarse en silencio.

—Retransmisión desde la
MacArthur
a través de la
Lenin,
señor —dijo el piloto. La pantalla se iluminó.

La cara de la pantalla tenía los rasgos de Rod Blaine, pero no era su cara. Sally no le reconoció. Parecía más viejo y tenía los ojos... muertos. Les miró fijamente y ellos le miraron también. Por último, Sally dijo:

—Pero ¿qué pasa, Rod?

Blaine la miró a los ojos y luego desvió la vista. Su expresión no había cambiado. A Sally le recordó algo encerrado en una botella en el Museo Imperial.

—Señor Renner —dijo la imagen—, envíe a todo el personal a través del cable al bote de la
Lenin.
Deben abandonar el transbordador. Recibirán órdenes del piloto del bote. Obedezcan al pie de la letra. No tendrán una segunda oportunidad, así que no discutan. Hagan lo que les diga.

—Un momento —gritó Horvath—. Yo... Pero Rod le cortó.

—Doctor, por razones que ya entenderá usted más tarde, no le explicaremos nada. Debe hacer simplemente lo que le dicen.

Volvió a mirar a Sally. Sus ojos cambiaron, sólo un poco. Quizás hubiese en ellos preocupación. Algo, una pequeña chispa de vida, brilló un instante en ellos. Ella intentó sonreír, pero fracasó.

—Por favor, Sally —dijo él—. Siga
exactamente
las instrucciones del piloto de la
Lenin.
Nada más. Salgan. Inmediatamente.

Todos permanecieron inmóviles. Sally se volvió con un suspiro hacia la cámara neumática.

—Vamos —dijo. Intentó sonreír de nuevo, pero sólo consiguió parecer más nerviosa.

La cámara neumática de estribor había sido conectada de nuevo a la nave embajadora. Salieron por la escotilla de babor. La tripulación del bote de la
Lenin
había tendido ya cables hasta el transbordador. El bote era casi un hermano gemelo del transbordador de la
MacArthur,
un vehículo de techo liso con un escudo delantero como una pala cargadora colgando por debajo del morro.

Sally se deslizó grácilmente por el cable hasta el transbordador de la
Lenin y
luego cruzó cautelosamente la escotilla. Cuando entró en la cámara neumática, se detuvo. El mecanismo cicló, y ella sintió de nuevo la presión. Su traje era de un tejido que se ajustaba como una piel suplementaria. Lo cubría una prenda amplia y protectora. El único espacio que había dentro del traje que no llenaba ella era el casco que se unía al tejido en el cuello.

—Será necesario hacer una inspección, señor —dijo un oficial de voz gutural. Miró a su alrededor: en la cabina neumática, junto a ella, había dos infantes de marina armados. No la apuntaban con sus armas... al menos claramente. Permanecían alerta, y tenían miedo.

—¿Qué
es
esto? —preguntó.

—Todo a su tiempo, señora —dijo el oficial.

La ayudó a soltarse el estuche de las botellas de aire de su traje. Era un recipiente de plástico transparente. El oficial miró el interior del casco de ella después de quitárselo y lo colocó con las demás cosas.

—Gracias —murmuró—. Ahora continúe, por favor. Los otros vendrán después.

Renner y el resto del personal militar fueron tratados de otro modo.

—Desnúdense —dijo el oficial—. Del todo, por favor.

Los infantes de marina ni siquiera tuvieron el detalle de desviar sus armas. Sólo les permitieron seguir adelante cuando se desnudaron del todo; Renner tuvo incluso que poner su anillo en el recipiente de plástico. Otro oficial le indicó la armadura de combate, y dos soldados le ayudaron a ponérsela. Ahora no había ya armas a la vista.

—Es el
striptease
más idiota que he visto —dijo Renner al piloto; éste asintió—. ¿Le importaría decirme qué es lo que pasa?

—Ya se lo explicará su capitán, señor —dijo el piloto.

—¡Más Marrones! —exclamó Renner.

—¿Es eso, señor Renner? —le preguntó Whitbread, que estaba detrás de él. El guardiamarina se ponía la armadura de combate de acuerdo con las instrucciones. No se atrevía a preguntar a ningún otro, pero con Renner le resultaba más fácil hablar.

Renner se encogió de hombros. La situación tenía un aire irreal. El transbordador estaba lleno de infantes de marina y de armaduras... muchos eran infantes de marina de la
MacArthur,
El artillero Kelley miraba impasible junto a la cámara neumática, apuntando con su arma a la puerta.

—Ya están todos —proclamó una voz.

—¿Dónde está el capellán Hardy? —preguntó Renner.

—Con los civiles, señor —contestó el piloto—. Un momento, por favor. —Accionó el tablero de comunicaciones. La pantalla se iluminó con la cara de Blaine.

—Circuito seguro, señor —comunicó el piloto.

—Gracias, Staley.

—¿Sí, capitán? —contestó el guardiamarina.

—Señor Staley, este transbordador pronto volverá a la
Lenin.
Los civiles y la tripulación del transbordador, salvo el piloto Lafferty, pasarán al crucero de combate, donde serán inspeccionados por seguridad personal. Después de que ellos se hayan ido, se hará usted cargo del mando del transbordador Número 1 de la
Lenin y
se dirigirá hacia la
MacArthur.
Debe usted abordar la
MacArthur
por el lado de estribor, inmediatamente después de la sala de suboficiales de estribor. Su misión será crear un conflicto que distraiga al enemigo y que le haga concentrar todas las fuerzas que tenga en esa zona, con el fin de ayudar a un grupo de civiles y de infantes de marina atrapados en la sala de suboficiales para que puedan escapar. Enviará usted a Kelley y a sus hombres a la sala de oficiales con traje de presión y armaduras de combate para veinticinco hombres. El equipo está ya a bordo. Envíe, pues, a ese grupo. El teniente Cargill ha asegurado el camino a partir del mamparo 160.

—Entendido, señor —Staley parecía no creerlo. Se quedó casi rígido, muy atento, pese a la ausencia de gravedad del transbordador.

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