—Se ha intentado antes —dijo Ivan—. Piensa otra cosa.
—¿Podemos hacerles creer que no somos capaces de construir los Campos? —preguntó Charlie.
—¿Con qué fin? Pronto se enterarían. No. No entrarán de nuevo en nuestro sistema mientras no tengan la flota preparada; y entonces se apoderarán de todo. Una docena de naves de combate. Si esta flota entra en nuestro sistema, los Guerreros lucharán y morirá la especie. No deben enviarla. ¡No DEBEN!
Jack utilizó un idioma medio olvidado, que los Amos no sabían.
—Está casi loco.
—Y nosotros igual —Charlie se estremeció en amarga y silenciosa risa pajeña—. El Amo da pena. Sus miedos son los nuestros, más el miedo a que nosotros nos volvamos locos. Sin nosotros se quedaría mudo, viendo reunirse la flota, incapaz de decir una palabra de protesta.
—¡Piensa!
—
ordenó Ivan
—.
Envían a Kutuzov. Él destruyó un planeta
humano... ¿Qué piedad mostrará con alienígenas? ¡Piensa! ¡Piensa o la raza está condenada!
Al entrar en la oficina de Rod, Sally le oyó hablar por teléfono. Él no la había visto. Tuvo un instante de vacilación, luego se quedó inmóvil, escuchando.
—De acuerdo, Lavrenti. En la primera etapa debemos centrarnos en la civilización asteroidal. Además, puede que tengan allí su base naval más importante.
—No me gusta dividir la flota —dijo por teléfono una voz de fuerte acento—. Me ha encomendado dos misiones, Lord Blaine. No son compatibles. Caer sobre los pajeños y derrotarles por sorpresa... Sí, eso es posible. Provocar su ataque y contraatacar luego... eso costará vidas y naves que no podemos despreciar.
—Debe planearlo usted así, de todos modos.
—De acuerdo, señor. Mis oficiales me traerán planes preliminares por la mañana. Le enviaré también un cálculo de pérdidas y bajas. ¿Qué oficial me sugiere para poner al mando de la nave que utilizaremos como reclamo, señor? ¿Algún compañero de curso de usted? ¿Un extraño? Espero sus sugerencias.
—¡Maldita sea!
—Perdone mi impertinencia, señor. Sus órdenes serán cumplidas.
La pantalla quedó oscura. Rod siguió con la mirada fija en su superficie hasta que entró Sally y se sentó frente a él. Las estatuillas de Guerreros estaban clavadas en su pensamiento.
—¿Oíste?
—Parte... ¿La situación es realmente tan grave?
Rod se encogió de hombros.
—Depende de lo que nos aguarde allí. Una cosa es entrar allí disparando y abrirnos paso a cañonazos y saturar el planeta y los asteroides de fuego. Pero enviar una flota, advirtiendo a los pajeños de lo que nos proponemos, y esperar a que ellos nos ataquen... ¡El primer movimiento hostil podría llegar del cañón láser que lanzó la onda!
Ella le miró con tristeza.
—¿Y por qué tenemos que hacerlo, en realidad? ¿Por qué no podemos simplemente dejarles?
—¿Para que cualquier día aparezcan por aquí y liquiden a nuestros nietos?
—¿Por qué tenemos que ser nosotros?
—Nos toca a nosotros. Dime, Sally, ¿crees que podemos dudarlo? ¿Crees que podemos dudar cómo son realmente los pajeños?
—¡No son monstruos!
—No. Sólo son nuestros enemigos.
Sally movió la cabeza, triste.
—¿Qué sucederá entonces?
—La flota irá allí. Les pediremos que se rindan al Imperio. Puede que acepten, puede que no. Si lo hacen, descenderán brigadas suicidas para supervisar el desarme. Si luchan contra ellos, la flota atacará.
—¿Quién... quién aterrizará en Paja Uno? ¿Quién se hará cargo de la...?
¡No!
Rod, ¡no puedo permitirte que lo hagas!
—¿Quién podría ser si no? Yo, Cargill, Sandy Sinclair... Aterrizará allí la antigua tripulación de la
MacArthur.
Quizás se rindan realmente. Alguien tiene que darles esa oportunidad.
—Rod, yo...
—¿Podemos casarnos en seguida? Ninguna de nuestras dos familias tiene herederos.
—
Inútil —dijo Charlie—. ¡Qué ironía! Hemos estado embotellados millones de años.
Y
la forma de la botella en que estábamos encerrados ha moldeado nuestra especie para nuestra desgracia. Ahora hemos encontrado la salida y resulta que a través de ella penetra la Marina para arrasar nuestros mundos.
—¡Qué vividas y poéticas son tus imágenes! —dijo Jock.
—¡Qué suerte poder disfrutar de tu constructivo consejo! Tu... —Charlie se calló de pronto.
El paso de Jock se había hecho... raro. Pensaba con las manos incómodamente unidas detrás, la cabeza doblada hacia adelante, los pies juntos para ajustar su paso al de los humanos.
Charlie reconoció a Kutuzov. Hizo un gesto perentorio para contener los comentarios de Ivan.
—Necesito una palabra humana
—
dijo Jock—. Nunca la hemos oído, pero tienen que tenerla.
Llama a un criado —
ordenó con la voz de Kutuzov, y Charlie se apresuró a obedecer.
El senador Fowler estaba sentado a un pequeño escritorio de la oficina contigua a la sala de conferencias de la Comisión. En la mesa de roble no había más que una botella de whisky. Se abrió la puerta y entró el doctor Horvath. Le miró expectante.
—¿Bebe? —preguntó Fowler.
—No, gracias.
—Quiere que entremos en materia, ¿verdad? De acuerdo. Su solicitud pidiendo tomar parte en esta Comisión se rechaza. Horvath se quedó rígido.
—Comprendo.
—Lo dudo. Siéntese. —Fowler sacó un vaso del cajón de la mesa y sirvió whisky—. Tome. Coja esto de todos modos. Finja que bebe conmigo. Tony, estoy haciéndole un favor.
—No lo veo de ese modo.
—¿No? Mire. La Comisión va a exterminar a los pajeños. ¿Qué podría significar eso para usted? ¿Quiere usted asumir una parte de la responsabilidad de esa decisión?
—¿Exterminar? Pero yo creí que las órdenes decían que se les incluiría en el Imperio.
—Claro. No podemos hacer otra cosa. La presión política es demasiado grande para que podamos simplemente acabar con ellos. Así que tengo que dejar que los pajeños sean los primeros en derramar sangre. Incluyendo al padre de la única heredera que voy a tener. —Fowler apretó los labios—. Lucharán, doctor. Sólo espero que no finjan rendirse al principio, para que Rod tenga una oportunidad. ¿Quiere usted realmente participar en eso?
—Ya veo... creo que entiendo. Gracias.
—De nada. —Fowler buscó en su túnica y sacó una cajita; la abrió un segundo para mirar dentro, la cerró y se la entregó a Horvath—. Tome. Es suyo.
El doctor Horvath abrió la caja y vio un anillo con una gran piedra verde.
—Puede usted grabar una corona de barón ahí el próximo aniversario —dijo Fowler—. ¿Contento?
—Sí. Mucho. Gracias, senador.
—No es necesario que dé las gracias. Es usted un buen hombre, Tony. Bien, entremos y veamos qué quieren los pajeños.
La sala de conferencias estaba casi llena. Los comisionados, los científicos de Horvath, Hardy, Renner... y el almirante Kutuzov.
El senador Fowler tomó asiento.
—Señores comisionados, representantes de Su Majestad Imperial, queda abierta la sesión. Anoten sus nombres y organizaciones. —Hizo una breve pausa y escribieron todos en sus computadoras—. Los pajeños han solicitado esta reunión. No dijeron por qué. ¿Alguien tiene algo que decir antes de que vengan ellos? ¿No? Está bien, Kelley, hágales pasar.
Los pajeños ocuparon silenciosamente sus puestos al final de la mesa. Parecían muy distantes; sus gestos imitando a los humanos habían desaparecido. Aún persistían las sonrisas permanentes y llevaban el pelo muy peinado, suave y brillante.
—Hablen ustedes —dijo el senador—. He de advertirles que es poco probable que creamos lo que nos digan.
—No habrá más mentiras —dijo Charlie.
Incluso la voz era distinta; el Mediador parecía remoto y extraño, y su voz no era una mezcla de todas las voces que los pajeños habían oído, sino que tenía un tono distinto... Rod no podía localizarlo. No era un acento. Era casi la perfección, casi un ánglico ideal.
—Se acabó el tiempo de las mentiras. Mi Amo era partidario de que fuésemos sinceros desde el principio, pero la jurisdicción sobre las negociaciones con los humanos correspondió al Amo de Jock. Lo mismo que su Emperador les dio esta jurisdicción a ustedes.
—Lucha de facciones, ¿eh? —dijo Fowler—. Lástima que no conociéramos a su jefe. Ya es un poco tarde, ¿verdad?
—Puede. Pero ahora le representaré a él. Pueden llamarle si quieren Rey Pedro; los guardiamarinas le llamaban así.
—¿Qué? —Rod se levantó y la silla cayó hacia atrás y resonó en el suelo—. ¿Cómo?
—Poco antes de que los mataran los Guerreros —contestó Charlie—. Atacarme a mí no les proporcionará ninguna información, señores; y no fueron los Guerreros de mi Amo los que les mataron. Los que lo hicieron tenían órdenes de cogerles vivos, pero los guardiamarinas no quisieron rendirse.
Rod levantó lentamente su silla y volvió a sentarse.
—No. Horst no lo haría nunca —murmuró.
—Ni tampoco Whitbread. Ni Potter. Puede estar usted todo lo orgulloso que quiera de ellos, Lord Blaine. Su comportamiento final se ajustó a las mejores tradiciones del servicio Imperial. —No había rastro de ironía en la voz alienígena.
—¿Y por qué mataron ustedes a esos muchachos? —preguntó Sally—. Rod, lo siento, yo... Lo siento, eso es todo.
—No fue culpa tuya. La señora le hizo una pregunta, Charlie.
—Habían descubierto nuestro secreto. Sus botes de aterrizaje les dejaron cerca de un museo. No era ninguno de los lugares de diversión que les permitimos visitar a ustedes. Éste tiene un objetivo más serio.
Charlie siguió hablando, reposadamente. Describió el museo y el combate, la huida a través de Paja Uno, el inicio de la guerra entre facciones pajeñas y el aterrizaje en la calle junto al Castillo. Contó la lucha final.
—Mis propios Guerreros perdieron —concluyó—. Si hubiesen ganado, el Rey Pedro habría enviado otra vez con ustedes a las guardiamarinas. Pero una vez muertos... pareció más aconsejable intentar engañarles.
—¡Dios mío! —murmuró Rod—. Así que ése es su secreto. Y nosotros teníamos todas las claves, pero...
Alguien murmuraba al otro lado de la habitación. El capellán Hardy.
—
Réquiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua...
—
¿Cómo demonios pensaron que iba a ayudarles contar esto? —preguntó el senador Fowler.
Charlie se encogió de hombros y dijo:
—Si van ustedes a exterminarnos, es mejor que sepan por qué. Intento explicarles que los Amos no se rendirán. El Rey Pedro tal vez lo haría, pero no controla Paja Uno, y mucho menos la civilización asteroidal. Alguien luchará.
—Como yo predije, señores —dijo Kutuzov—. Y los hombres y las naves enviados para aceptar la rendición perecerán. Y puede que también la flota. Si entramos en el sistema pajeño, debe ser para atacar desde el principio.
—Vaya —murmuró el senador Fowler—. Ya entiendo. Usted cree que no podemos ordenar un ataque sin provocación, y que quizás no enviaremos una misión suicida primero. Pues bien, nos ha interpretado mal, Charlie. Quizás me cueste la cabeza, pero me ha convencido usted únicamente de que tengo que dejar al almirante que siga su plan. Lo siento, padre, pero veo las cosas así.
La voz del senador retumbó en la sala.
—Almirante Kutuzov. Tendrá su flota dispuesta y no aceptará ningún comunicado de ninguna fuente sin previa aprobación mía. Y quede claro que digo
cualquier
fuente. ¿Entendido?
—Perfectamente, senador. —Kutuzov se llevó a los labios un comunicador—. Mijailov,
Da. —
Habló en sílabas fluidas—. Hecho, senador.
—No he acabado —dijo Charlie—. Tienen ustedes otra alternativa.
—¿Y cuál es? —preguntó Fowler.
—El bloqueo.
Llevaban largo rato en el balcón de la suite de Rod. Llegaban flotando hasta ellos ruidos apagados de una ciudad después del oscurecer. El Hombre Encapuchado se elevaba en lo alto del cielo, mirándoles con indiferencia con su ojo rojizo: dos amantes humanos, que enviarían escuadrones de naves al propio Ojo y las mantendrían allí, hasta que murieran también...
—No parece muy grande —murmuró Sally. Apoyó la cabeza en el hombro de Rod y sintió que los brazos de éste la rodeaban—. Sólo una mancha amarilla en el Ojo de Murcheson. ¿Resultará, Rod?
—¿El bloqueo? Seguro. Estudiamos el plan en el cuartel de operaciones de la flota. Lo proyectó Jack Cargill: un escuadrón dentro del Ojo mismo para aprovechar el momento de desconcierto después del salto. Los pajeños no saben de eso, y en el mejor de los casos sus naves tardarán minutos en volver a estar bajo control. Si intentasen enviarlas con control automático, sería peor incluso.
Sally se estremeció de nuevo.
—Eso no era realmente lo que yo quería decir. ¿Crees que resultará... todo el plan?
—¿Qué alternativa tenemos?
—Ninguna. Me alegro de que estemos de acuerdo. No podría vivir contigo si... no podría, eso es todo.
—Sí. Y esto me hace agradecer a los pajeños que nos hayan sugerido este plan, porque no podemos dejarles salir de allí. Sería una plaga galáctica...
Y sólo hay dos remedios para este tipo de plagas. Cuarentena y exterminio. Al menos tenemos una elección.
—Ellos... —se detuvo y le miró—. Me da miedo hablar contigo de ello. Rod, no podría vivir
conmigo misma
si tuviéramos que... si el bloqueo no funcionase.
Él no dijo nada. De los terrenos de Palacio brotó una risa. Parecía la risa de un niño.
—Ellos podrán vencer a ese escuadrón de la estrella —dijo Sally. Su voz parecía rígidamente controlada.
—Seguro. Y pasar las minas que ha proyectado Sandy Sinclair también. Pero ¿adonde pueden ir, Sally? Sólo hay una salida del sistema del Ojo, no saben dónde está, y habrá allí un grupo de combate esperando si lo encuentran. Entre tanto, estarán dentro de una estrella. No podrán descargar energía. Probablemente sufran daños en la nave. Lo hemos pensado todo detenidamente. El bloqueo es seguro. Si no, no lo aprobaría.
Ella se tranquilizó de nuevo reclinando la cabeza sobre el pecho de él. Él la rodeó con sus brazos. Contemplaron al Hombre Encapuchado y su ojo imperfecto.
—No saldrán —dijo Rod.
—Y aún seguirán atrapados. Después de un millón de años... ¿Cómo seremos nosotros dentro de un millón de años? —se preguntó—. ¿Como ellos? Hay algo esencial que no entendemos en los pajeños. Una idea fatalista que ni siquiera puedo comprender. Después de unos cuantos fracasos pueden incluso simplemente... ceder.