La reina sin nombre (59 page)

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Authors: María Gudín

Tags: #Fantástico, Histórico, Romántico

BOOK: La reina sin nombre
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—Lesso. ¿Cómo estás aquí?

—Te creíamos muerta… y vives.

—Sí. Ya ves, el tiempo ha pasado por los dos.

—Sigues siendo como la Jana de los bosques.

Entonces las preguntas se agolparon en mi boca:

—Lesso, cuéntame del norte, dime cómo están Aster y Nicer. ¿Cómo llegaste aquí?

—Esa es… una larga historia. Ahora no puedo, no tengo fuerzas.

Lesso estaba agotado y enfermo, casi no podía hablar. Su aspecto era lastimoso, había adelgazado mucho y los huesos se adivinaban bajo la piel.

Llamé al monje y lo incorporamos. Braulio no tardó en llegar y en el carruaje le transportamos al palacio junto al río Anas. En el camino casi no habló pero me miraba como si viese una aparición. Yo estaba profundamente turbada, el pasado, aquel pasado que se me desdibujaba en la memoria, se hizo de nuevo presente, y mirando al amigo, la cara de Aster se hizo nítida y clara ante mí.

XXXVI.
La historia de Lesso

Alojamos a Lesso en una pequeña habitación en los aposentos de la servidumbre, le examiné detenidamente, estaba desfallecido, no había comido desde hacía varios días, en la espalda tenía cicatrices del látigo y en los brazos y las piernas heridas por arma blanca. Poco a poco fue recuperándose hasta que finalmente, cuando hubo mejorado, pudimos salir al jardín junto al peristilo. Más allá, se divisan los campos dorados de trigo y el río cruzado por barcos de distinto calado. Entonces, sentado junto a mí, Lesso contó la historia que le había traído hasta allí.

—Nos dejaste en una noche extraña. Después del encuentro con Enol, todos sabíamos que te irías, todos excepto Aster. Recuerdo aquella mañana: el sonido del cuerno de Aster resonando en las montañas parecía llorar la despedida. Pasó mucho tiempo hasta que Aster volvió junto a nosotros, solo y en silencio. Reemprendimos la marcha hacia Ongar, Aster no hablaba. En las noches, se separaba del grupo y no dormía. No le importaba nada, ni siquiera Nicer. Solamente Mailoc era capaz de hablar con él. Una noche les seguí, oí llorar a Aster y la sangre se me enfrió en las venas. Él quería volver atrás, y buscarte. Mailoc le recordaba sus deberes.

»—Te debes a tu gente… —decía Mailoc

»—¿Me debo a ellos…? —gritaba Aster—. ¿Qué les debo…? ¿No ha sido bastante mi padre… mis hermanos… mi madre…? Y ahora, ella. ¿Qué harán con ella? ¡Oh, Mailoc! Mi deber es ir hacia el sur y rescatarla.

»—No, hijo mío, tú sólo no podrías; esta gente que te ha seguido confía en ti y lo ha perdido todo.

»—¿Perdido…? ¿Más que yo? No. No creo que nadie haya perdido más que yo.

»En aquel momento, entendí la inmensidad de la pérdida de Aster y el arrepentimiento me llenó el corazón. Le había culpado de la muerte de Tassio y, desde la caída de Albión, me había separado de él. Percibí su agonía interior y lo grande de su dolor. Entonces volví a profesar la devoción que desde antaño me había ligado a Aster.

»Recuerdo la entrada en Ongar, tú no conoces Ongar, Jana. Ongar es un lugar recóndito de donde la neblina emerge por las mañanas del fondo de la cañada del río y lo cubre todo. De nuevo me parece volver allí. Las mujeres lloraban emocionadas al ver aquel lugar donde se sentían seguras. Una vez pasada la revuelta del camino, éste se ensancho; la cascada del Deva se hundió detrás y debajo de nosotros. Al fondo ascendían las fumaradas de las casas de Ongar. Recuerdo que, en ese momento, Aster se giró, un brillo azabache cruzó por su mirada oscura y cogió a su hijo. Le levantó sobre su cabeza y exclamó:

»—Nicer, hijo de Aster, hijo de Nicer, mira a Ongar, mira a tu pueblo.

»Los hombres gritaron conmovidos, Mailoc bajo su espesa barba sonrió y en sus ojos brilló la alegría.

»En Ongar, las gentes salieron a recibirnos, no había gritos de júbilo, como cuando regresábamos victoriosos de las campañas contra los godos o contra Lubbo. En los rostros y en las expresiones de los ojos había dolor por la pérdida de Albión. Aster iba detrás, pero cuando entró en el poblado se escucharon clamores de alborozo:

»—Aster ha regresado. ¡Está vivo!

»—¡Aster! —sonó un clamor popular.

»—Con él estaremos seguros.

»De entre toda la multitud, un hombre fuerte de cabellos oscuros, aunque cruzados por canas, salió a recibirnos. Era Mehiar. Ambos hombres se abrazaron.

»—Supimos de la caída de Albión cuando nos dirigíamos a ayudaros. Pensé que habías muerto. Aquí todos te llorábamos.

»Al ver a Mehiar me estremecí, y recordé a mi hermano Tassio; él me distinguió entre la multitud y se acercó hacia mí.

»—Gracias a Tassio conseguimos salvarnos. Nos cubrió la huida.

»Mehiar quería agradecerme lo que mi hermano había hecho, pero yo hablé bruscamente.

»—Él fue ejecutado.

»—Lo sé. Nunca le olvidaremos.

»Bajé la cabeza entristecido, él extendió su recio brazo hacia mí, tocándome la cabeza con la mano.

»Aster hablaba con un hombre mayor, su tío Rondal. Aquel que había acudido años atrás a la elección del bosque.

—¿Recuerdas? —me dijo.

—Sí.

Pensé en cuánto tiempo había pasado desde la elección del bosque, más de veinte años. En aquel entonces, Lesso y yo éramos niños. Todo lo de los adultos nos parecía un juego. La reunión del bosque había sido la primera vez que yo había oído nombrar a Aster y le había percibido en las sombras.

—A pesar de todo, el día del regreso de los huidos de Albión fue de una dicha esperanzada. Muchos de los hombres que se salvaron del castro junto al Eo procedían de Ongar. Por otro lado, Aster era uno de los suyos, lo habían visto crecer allí y lo consideraban su señor natural, se sentían seguros con su presencia en las montañas.

»Repentinamente, sonó una música, de las casas comenzó a salir la sidra y el hidromiel; nos dieron de comer. Los huidos contaban la batalla, y algunos rimaron versos que acompañaron de músicas. Aquel día nació la balada de la caída del castro junto al Eo. Por la tarde los escapados de Albión se fueron asentando en las casas y chamizos. Aster llevó a Ulge, a Uma y a su hijo a la fortaleza de Ongar, donde vivía Rondal y era el lugar que le pertenecía por destino. Allí se heredaba por línea materna, y era el tío materno el que guardaba la herencia, Rondal era hermano de Baddo, la madre de Aster.

»Poco a poco las gentes se fueron situando y oscureció en el valle. Aster nos buscó a mí y a Fusco.

»—Quiero que viváis conmigo en la fortaleza, seréis de la guardia de los príncipes de Ongar.

»—Señor, soy vuestro siervo —dije yo emocionado.

»—No —respondió Aster—, eres mi amigo. Tu hermano dio su vida por mí.

Interrumpí la narración de Lesso:

—Yo también recuerdo a Tassio, el hombre fiel.

—A veces he pensado que hubiese sido mejor que hubiese muerto cuando fue herido por la flecha y tú le curaste.

—Gracias a él yo volví a Albión y fui esposa de Aster. Pienso que cada hombre tiene su destino.

—Lo sé.

Lesso calló recordando a su hermano; entonces, impaciente, le pedí que continuase.

—Por favor, prosigue tu historia.

—No éramos muchos los hombres de Ongar, pero con los llegados de Albión, el número se había incrementado. Aster convocó un consejo en el que los de Ongar refirieron noticias desconocidas para los huidos.

»—Los godos han conquistado todas las tierras que rodean al antiguo castro de Albión y han establecido puestos de guardia, también tienen un puerto abierto por donde les llega el comercio con el norte, con los reinos aquitanos. No parece que vayan a irse tras la caída de Albión.

»—Buscan dominar a los suevos, quieren el oro de los suevos.

»Aster los escuchaba, en su rostro se veía que estaba de acuerdo en lo que iban diciendo. Rondal habló con ímpetu.

»—¡Hay que fortificar los castros!

»Todos asintieron. Entonces, la expresión del rostro de Aster cambió. Con serenidad y con fuerza, se opuso, exclamando:

»—Los castros no aguantarán los embates de las catapultas godas, son lugares débiles que al final se convierten en ratoneras para los que viven allí.

»Al hablar así, se traslucía su experiencia en Albión.

»—Estoy de acuerdo con Aster —habló Mehiar—. Yo escapé de Albión.

»—Sin castros, ¿dónde nos refugiaremos?

»—No se trata de destruirlos… pero las defensas no pueden ser las endebles murallas de adobe y piedras que construimos alrededor de nuestras casas. Esos muros sirven para ahuyentar a los animales carroñeros y a los lobos, pero no alejan la guerra ni detienen las armas godas.

»—Entonces, ¿qué propones?

»—Los godos volverán. De hecho ya han vuelto. Los que lucharon contra nosotros en el paso del Deva eran godos muy distintos de los que combatieron en Albión. El oeste de las tierras de Vindión ha sido destruido. Pienso que debemos fortificar los pasos en las montañas para proteger los castros de los valles.

»—Con eso proteges a los castros del oriente pero no los del occidente, que no tienen montañas altas, seguramente serán arrasados.

»—Lo sé, las tierras del oeste las doy por perdidas. Tenemos que salvaguardar lo que queda, acoger a los que huyan, aquí y en los valles de las altas montañas de Vindión.

»—Eso es condenar a muerte o a esclavitud a muchos.

»—No si nos escuchan y abandonan los castros desprotegidos.

»—Me cuesta renunciar a ellos —dijo Tilego, que procedía del oeste.

»—A mí también… —suspiró Aster—, también me ocurre lo mismo. Recuerda que Albión estaba allí, en el occidente, ahora sé que nunca será reconstruido, pero presiento que nuestro lugar ahora está en los valles perdidos de Vindión, bajo el monte Cándamo y el Naranco.

»Aster se inclinó hacia el suelo, en él trazó hendiendo el suelo con una rama un mapa de los castros, de las montañas, de los valles y de los pasos entre montañas.

»—Aquí… —señalaba— se situará una fortaleza, con guardia siempre permanente. Aquí otra… más allá otra… se comunicarán mediante hogueras y fumarolas para avisarnos de la llegada del enemigo.

»—De acuerdo, pero si cerramos las montañas no es suficiente con que las cerremos sólo por el oeste, hay que fortificar la parte más oriental de Mons Vindión. ¿Sabes a lo que me refiero?

»Aster entendió las palabras de Mehiar cuando señalaba aquel lugar, el más oriental de Mons Vindión.

»—Sí. Habrá que llegar a un acuerdo con los orgenomescos y los luggones.

»Exclamaciones de desacuerdo y de miedo cruzaron el ambiente.

»—No… —se opuso alguno—, son carniceros y primitivos. No me fío de ellos. Dan culto a Lug, como hacía Lubbo, y a Taranis. Son traidores.

»—No lo son —dijo Aster, y después rectificó sonriendo—. Bueno, no lo son enteramente. Son pueblos célticos como nosotros y precisarán nuestra ayuda tanto como nosotros la suya. Debemos convocar la asamblea de los pueblos y las tribus.

»—Hace siglos que no se convoca. Hasta ahora los astures y las tribus cántabras del occidente no se habían comunicado con los pueblos cántabros del oriente.

»Entonces dijo Aster:

»—El mundo ha cambiado y nos enfrentamos a grandes peligros. Debemos unirnos frente al enemigo común. Ahora se aproxima el invierno y los pasos de las montañas se cerrarán. En primavera, para la fiesta de Beltene, será la reunión, en el valle de Onís. Pero ya este otoño empezaremos a construir las fortalezas de las montañas que rodean a Ongar Hay mucho que hacer, los godos no deben darse cuenta de nuestras intenciones. Cada fortaleza tendrá su propio capitán.

»Los hombres asintieron, aceptando sus planes; después comenzó a distribuir guerreros y trabajos. Las fortalezas que Aster había diseñado protegían una gran extensión de terreno, pero quedaba aún el este por cubrir, la tierra de los orgenomescos y los luggones; si estos fuesen vencidos por los godos, su tierra sería un lugar de relativo fácil acceso hasta las tierras protegidas de Ongar. Aster dispuso que iría al este a pactar con ellos sobre la construcción de las fortalezas en Ongar.

»Al acabar la reunión, Fusco y yo nos dirigimos hacia la fortaleza de Aster, en el camino Fusco me zahería con pullas, intentando que olvidase los sucesos luctuosos de los últimos tiempos.

»La fortaleza de Ongar era un lugar formado por varias estancias que antes habían sido casas y almacenes que se comunicaban entre sí. Formaban una especie de laberinto fortificado dentro del castro. Allí vivíamos con la servidumbre entre la que se encontraba Uma y Ulge. Uma seguía con la mente pérdida, acunaba a Nicer en sus rodillas y le cantaba una canción de cuna. A Fusco y a mí nos gustaba bromear con Uma, haciéndole rabiar y quitándole al niño. Uma nunca entendió nuestras bromas, en su demencia nos miraba asombrada queriendo recuperar a su niño. Jugábamos con Nicer y lo subíamos sobre los hombros, el niño disfrutaba montando sobre nuestras espaldas como si fuésemos caballitos. Tu hijo, Jana, tiene tus mismos rasgos y tus ojos claros.

Entonces me emocioné y recordé a mi hijo mayor, a quien había perdido cuando aún no andaba.

—Nicer, ¿está bien… ?

Lesso, comprensivo, adivinó mi sufrimiento.

—Será un gran guerrero, y es el orgullo de su padre…

Mis ojos se llenaron de agua; Lesso, que no gustaba de lágrimas, prosiguió.

—Unos días después de nuestra llegada a Ongar, me desperté al alba, Aster estaba ya en pie. Su sueño era liviano y desaparecía de la casa sin que supiésemos exactamente adonde iba. Un día le seguí, y vi que acudía junto a la fuente del Deva, donde permanecía largo tiempo abstraído, mirando al sur. Después entraba en la cueva, y escuchaba desde las sombras los cantos de los monjes; cuando ellos habían acabado, solía hablar con Mailoc. Algunos comenzamos a imitarle, tal era su fuerza. Poco a poco los cantos y las palabras de los monjes fueron transformando nuestros pensamientos.

»Se aproximaba el invierno, los hombres de las fortalezas regresaron a Ongar con las nuevas de que el ejército godo había sido dispersado cuando intentaba cruzar las montañas para atacar Ongar. El plan de Aster de proteger las montañas con baluartes se había mostrado válido. Aquello alegró a nuestras gentes, que se sintieron seguras. Después llegaron las nieves y se cerraron los pasos de las montañas. Entonces cazábamos ciervos y osos en los bosques. Fusco disfrutaba con ello.

»Por aquella época Fusco comenzó a cambiar y a mostrarse diferente conmigo, de pronto le veía abstraído en algo que no sabía qué era y, raro en él, a veces estaba callado. Descubrí que una de las mujeres jóvenes del poblado, Brigetia, le miraba con buenos ojos. Me dijo que en Beltene celebrarían sus bodas. Yo me reí de él, y me sentí un poco desdeñado. Me pareció que había perdido a mi antiguo camarada.

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