—Sus gusanos parecen en excelente forma.
Drofo agitó despectivo la cabeza.
—Cugel hace lo correcto por razones erróneas. No los sobrealimenta y les pone exceso de cebo por pura holgazanería; así, sus gusanos nunca están torpes. Desprecia tanto el trabajo de luchar con el timpe y las incrustaciones que se los elimina a los primeros síntomas.
—En ese caso, puede decirse que su trabajo es satisfactorio.
—¡Sólo para un lego! ¡Para un gusaneador, el estilo y la armonía de las finalidades lo son todo!
—Tú tienes tus problemas; yo tengo los míos.
—¿Cómo es eso? Parece que todo va perfectamente.
—Hasta cierto punto. Como puede que sepas, la señora Soldinck es una mujer de carácter fuerte y propósitos inmutables.
—Adiviné algo así.
—Hoy, durante la comida, mencioné que nuestra posición nos situaba a dos o tres días de navegación al nordeste de Lausicaa.
—Esa es mi propia estimación, por el aspecto del mar —dijo Dorfo—. Es una isla interesante. Pulk el gusaneador vive en Pompodouros.
—¿Conoces los baños pafnisianos?
—No por experiencia propia. Creo que las mujeres se bañan en esas fuentes con la esperanza de recuperar la belleza y la juventud.
—Exacto. La señora Soldinck, como he dicho, es una mujer estimable.
—En todos sus aspectos. Es firme en sus principios, inflexible en su rectitud, y nunca se someterá a la injusticia.
—Si. Bork la llama dogmática, obstinada y pendenciera, pero no es lo mismo.
—El lenguaje de Bork tiene al menos el mérito de la economía —dijo Drofo.
—En cualquier caso, la señora Soldinck no es ni joven ni hermosa. De hecho, es gorda y deforme. Su rostro es prognato y tiene un ligero bigote negro. Es absolutamente discreta y de carácter fuerte, de modo que Soldinck se deja guiar siempre por sus sugerencias. Así que ahora, puesto que la señora Soldinck desea bañarse en las fuentes pafnisianas, debemos recalar a la fuerza en Lausicaa.
—Esto encaja perfectamente con mis intereses —dijo Drofo—. En Pompodouros contrataré al gusaneador Pulk y echaré a Cugel o a Lankwiler, que tendrán que arreglárselas por sí mismos para volver a tierra firme.
—No es mala idea, si Pulk reside todavía en Pompodouros.
—Así es, y volverá de buena gana al mar.
—En ese caso, la mitad de tus problemas quedan resueltos. ¿A quién vas a poner en la orilla, a Cugel o a Lankwiler?
—Todavía no lo he decidido. Dependerá de los gusanos.
Los dos hombres se alejaron, y Cugel se quedó meditando sobre la conversación. Parecía que, al menos hasta que el Galante zarpara de Lausicaa, iba a tener que trabajar con celo y olvidar sus atenciones a las hijas de Soldinck.
Cugel fue a buscar inmediatamente sus raspadores y eliminó toda huella de incrustaciones de sus gusanos, luego peinó sus branquias hasta que brillaron con un color rosa plateado.
Mientras tanto, Lankwiler había inspeccionado la avanzada infestación de timpe de su gusano de cabeza. Durante la noche pintó las protuberancias de su gusano de azul y luego, mientras Cugel dormía, condujo su gusano al otro lado del barco y lo cambió por el excelente gusano de cabeza de Cugel, que colocó en el arnés de su lado. Pintó sus protuberancias de amarillo, y se felicitó por evitarse un tedioso trabajo.
Por la mañana, Cugel se sintió alucinado al descubrir el deterioro de su gusano de cabeza.
Drofo examinó la situación y llamó a Cugel.
—Esta infestación de timpe es una abominación. Además, a menos que me equivoque mucho, esa hinchazón generalizada revela una severa oclusión que debe ser aliviada inmediatamente.
Cugel, recordando la conversación oída subrepticiamente, se puso a trabajar con ahínco. Luchó bajo el agua con escariador, garfios y manguera, y al cabo de tres horas de duros esfuerzos consiguió desalojar la obstrucción. El gusano perdió de inmediato algo de su color bilioso y se tendió con renovado entusiasmo hacia su cebo.
Cuando regresó por fin a cubierta, Cugel oyó a Drofo decirle a Lankwiler:
—Tu gusano de cabeza ha mejorado notablemente. ¡Has hecho un buen trabajo, sigue así!
Cugel fue a mirar el gusano frontal de Lankwiler… Era extraño que de la noche a la mañana el amarillento animal de Lankwiler, con su insidiosa infestación de timpe, hubiera mejorado de una forma tan notable, mientras que, durante el mismo intervalo, su rosado y saludable gusano hubiera sufrido un desastre tan radical.
Cugel meditó cuidadosamente las circunstancias. Bajó a la pasarela y rascó las protuberancias de su gusano de cabeza, y descubrió, bajo la pintura azul, el resplandor del amarillo.
Cugel rumió más intensamente; luego cambió sus gusanos, trasladando el más saludable a la posición delantera.
Mientras Cugel y Lankwiler cenaban, Cugel habló de sus esfuerzos.
—Es sorprendente la forma en que se desarrolla un caso de timpe, o una obstrucción. Estuve todo el día trabajando con el animal, y esta noche lo he trasladado a la parte posterior, donde pueda cuidarlo más convenientemente.
—Una excelente idea —dijo Lankwiler—. Al menos yo he curado a uno de los míos, y el otro muestra señales de mejoría. ¿Has oído la noticia? Nos encaminamos a Lausicaa, para que la señora Soldinck pueda sumergirse en las aguas pafnisianas y emerger virgen.
—Te diré algo que es un absoluto secreto —dijo Cugel—. El grumete me contó que Drofo planea contratar a un gusaneador veterano, de nombre Pulk, en Pompodouros.
Lankwiler se mordisqueó los labios.
—¿Por qué debería hacer eso? Ya tiene a dos gusaneadores expertos.
—Me cuesta creer que piense deshacerse de ti o de mi —dijo Cugel—. De todos modos, ésa parece ser la única posibilidad.
Lankwiler frunció el ceño y terminó de cenar en silencio.
Cugel aguardó hasta que Lankwiler se fue a dormir, luego fue a la pasarela del gusano de atrás de estribor hizo profundos cortes en las protuberancias del animal enfermo de Lankwiler; después regresó a su propia pasarela, y se puso a trabajar con grandes aspavientos en la eliminación del timpe del gusano de atrás.
Con el rabillo del ojo vio a Drofo acercarse a la barandilla, detenerse un momento, luego proseguir su camino.
A medianoche fueron retirados los cebos para que los gusanos pudieran descansar. El Galante flotaba inmóvil en el tranquilo mar. El piloto calzó el timón; el grumete roncaba bajo la gran linterna de delante, donde se suponía que mantenía una atenta vigilancia. Sobre sus cabezas brillaban las estrellas supervivientes, que incluían Achernar, Algol, Canopus y Cansaspara.
Lankwiler se arrastró fuera de su rincón. Se deslizó por cubierta como una gran rata negra, y descendió a la pasarela de estribor. Soltó al gusano enfermo y le hizo salir de su lugar.
El gusano flotó libre. Lankwiler se colocó sus horcajaderas y tiró de las protuberancias, pero los nervios habían sido cortados y la señal sólo causó dolor. El gusano agitó sus aletas y se lanzó a toda velocidad hacia el noroeste, con Lankwiler sentado a horcajadas en su lomo y tirando frenéticamente de sus protuberancias.
Por la mañana, la desaparición de Lankwiler dominó todas las conversaciones. El Jefe Gusaneador Drofo, el capitán Baunt y Soldinck se reunieron en el gran salón para discutir el asunto, y finalmente Cugel fue llamado ante el grupo.
Soldinck, sentado en una silla de respaldo alto de madera tallada de skeel, carraspeó.
—Cugel, como sabes, Lankwiler ha desaparecido con un valioso gusano. ¿Puedes arrojar alguna luz sobre el asunto?
—Como todos los demás, sólo puedo teorizar.
—Nos gustaría saber cuáles son tus ideas —dijo Soldinck.
Cugel buscó su voz más juiciosa.
—Creo que Lankwiler desesperó de convertirse en un gusaneador competente. Sus gusanos se pusieron enfermos, y Lankwiler se vio incapaz de enfrentarse al desafío de sanarlos de nuevo. Intenté ayudarle; le permití tomar uno de mis gusanos saludables para que así pudiera devolver la salud a su otro animal enfermo, como seguramente habrá observado Drofo, pese a que se mostró reticente al respecto, ante mi sorpresa.
Soldinck se volvió hacia Drofo.
—¿Es eso cierto? De ser así, arroja gran crédito sobre Cugel.
Drofo habló con voz velada.
—Ayer por la mañana aconsejé a Cugel a este respecto.
Soldinck se volvió de nuevo a Cugel.
—Continúa, por favor.
—Sólo puedo suponer que la impotencia animó a Lankwiler a realizar su último acto desesperado.
—¡Esto es irrazonable! —exclamó el capitán Baunt—. Si se sentía tan impotente, ¿por qué no se limitó a arrojarse al mar? ¿Por qué llevarse uno de nuestros valiosos gusanos para su uso personal y privado?
Cugel reflexionó unos instantes.
—Supongo que deseaba convertir la ocasión en una ceremonia.
Soldinck bufó.
—Sea como sea, el acto de Lankwiler nos ha representado un gran trastorno. Drofo, ¿cómo nos las arreglaremos con sólo tres gusanos?
—No tendremos demasiadas dificultades. Cugel puede cuidar fácilmente de ambas plataformas. Para facilitar la tarea al timonel utilizaremos doble cebo a estribor y medio cebo a babor, y así podremos llegar sin dificultad a Lausicaa y allí tomar las medidas necesarias.
El capitán Baunt había alterado ya el rumbo hacia Lausicaa, a fin de que la señora Soldinck pudiera bañarse en las fuentes pafnisianas. Baunt, que había confiado en un trayecto corto, no se sentía feliz con el retraso, y observó de cerca a Cugel, para asegurarse de que los gusanos fueran utilizados al máximo de su eficacia.
—¡Cugel! —advirtió en una ocasión—. ¡Ajusta el arnés de ese gusano delantero; nos está empujando de costado!
—A la orden, señor.
Y más tarde:
—¡Cugel! ¡Tu gusano de estribor apenas se mueve, se limita a palmear el agua! ¡Pónle cebo fresco!
—Lo tengo ya a doble cebo —gruñó Cugel—. Era fresco hace una hora.
—¡Entonces utiliza un octavo de pinta de Señuelo de Heidinger, y rápido! ¡Quiero llegar a Pompodouros antes del atardecer de mañana!
Durante la noche, el gusano de estribor se mostró inquieto y empezó a palmear el agua con sus aletas. Drofo, despertado por el chapoteo, salió de su cabina. Inclinado sobre la barandilla, contempló mientras Cugel corría arriba y abajo por la plataforma intentando pasar una cuerda de control sobre las agitadas aletas del animal.
Al cabo de unos instantes de observación, Drofo diagnosticó el problema. Dijo con voz nasal:
—Alza siempre el cebo antes de arrojar una cuerda de control… Ahora, ¿qué es lo que ocurre?
—El gusano desea nadar para arriba, para abajo y en todas direcciones —dijo lúgubremente Cugel.
—¿Qué le diste de comer?
—Lo de siempre: mitad de Chalcorex y mitad de Illem Primera.
—Deberás usar un poco menos de Chalcorex durante los próximos días. Ese bulto de tejido detrás de la torreta es normalmente un claro síntoma. ¿Cómo lo cebaste?
—Doble cebo, como me ordenaron. El capitán ordenó otro octavo de pinta de Señuelo de Heidinger.
—Ese es tu problema. Lo has cebado excesivamente, lo cual es una estupidez.
—¡El capitán Baunt lo ordenó!
—Esa excusa es peor que ninguna excusa. ¿Quién es el gusaneador, tú o el capitán Baunt? Tú conoces a tus gusanos; debes trabajarlos según el dictado de tu experiencia y buen juicio. Si Baunt interfiere, pídele que baje y te aconseje respecto a una infestación. ¡Así es como actúa un gusaneador! Cambia inmediatamente el cebo y baña el gusano con una loción de Mulcent de Blagin.
—Muy bien, señor —dijo Cugel, con los dientes apretados.
Drofo examinó brevemente el cielo y el horizonte, luego regresó a su cabina, y Cugel se atareó con el baño.
El capitán Baunt había ordenado que fuese desplegada la vela, con la esperanza de captar algún soplo de viento favorable. Dos horas después de medianoche se alzó viento de costado, haciendo que la vela golpeara contra el mástil y creando un deprimente sonido que despertó al capitán Baunt de su sueño. Se arrastró hasta cubierta.
—¿Quién está de guardia? ¡Hey! ¡Gusaneador! ¡Tú! ¿No hay nadie por ahí?
Cugel subió a cubierta desde la plataforma y respondió:
—Sólo el vigía, que está dormido bajo la linterna.
—Bien, ¿y tú? ¿Por qué no has silenciado esa vela? ¿Estás sordo?
—No, señor. Estaba debajo del agua, con el Mulcent de Blagin.
—¡Bien, entonces baja la vela y acaba con ese maldito ruido!
Cugel se apresuró a obedecer, mientras el capitán Baunt iba a la barandilla de estribor. Allí descubrió una nueva causa de insatisfacción.
—¡Gusaneador! ¿Dónde está el cebo? ¡Ordené doble cebo, con aroma de Señuelo!
—Señor, no puede lavarse a un gusano mientras se esfuerza tras el cebo.
—¿Entonces por qué lo bañas? ¡Yo no ordené Mulcent!
Cugel se irguió en toda su estatura.
—Señor, yo baño este gusano de acuerdo con los dictados de mi mejor juicio y experiencia.
El capitán Baunt se lo quedó mirando alucinado, luego echó los brazos al aire y regresó a su cama.
El sol, en su descenso por la bóveda celeste, se ocultó tras una cordillera de nubes bajas, y el ocaso llegó pronto. El aire estaba inmóvil, el océano completamente plano, con una superficie como de satén planchado, reflejando exactamente la imagen del cielo, de modo que el Galante parecía flotar en un vacío de una maravillosa luminosidad lavanda. Sólo las ondulaciones de la estela del barco, que se extendían formando una V negra y lavanda desde el punto mismo donde la proa hendía el agua, definían la superficie del mar.
Una hora antes del anochecer Lausicaa apareció en el horizonte: una sombra casi perdida en la oscuridad color ciruela.
A medida que la oscuridad iba adueñándose del horizonte, una docena de luces empezaron a parpadear en la ciudad de Pompodouros, reflejándose en la abertura del puerto y facilitando la aproximación al capitán Baunt.
El muelle que formaba el frente de la ciudad se mostraba como una masa oscura, más negra que el negror, al otro lado de los reflejos. En aguas poco familiares y en la oscuridad, el capitán Baunt decidió prudentemente echar el ancla antes que intentar amarrar en el muelle de noche.
Desde el castillo de popa, el capitán llamó a proa:
—¡Drofo! ¡Sube los cebos!
—¡Arriba los cebos! —llegó el asentimiento de Drofo; luego, con una voz distinta—: ¡Cugel! ¡Desceba los gusanos!