Varmous regresó al carruaje. La caravana siguió adelante. Al cabo de casi dos kilómetros un camino secundario giraba hacia el paso de Tuner, y Varmous, reluctante, abandonó el camino junto al río.
La ruta secundaria serpenteaba colina arriba hacia el paso de Tuner, luego desembocaba en una plana llanura.
Ya casi anochecía. Varmous decidió detenerse para pasar la noche allá donde un arroyo brotaba de entre un bosquecillo de negros deodars. Dispuso con cuidado los carromatos y carruajes, y montó una barrera protectora de barras de metal que, activadas, lanzarían descargas de rayos púrpura contra cualquier intruso hostil, protegiendo así a la caravana contra vagabundos nocturnos, hoons, erbs y grues.
De nuevo fue encendido un gran fuego, con madera tomada de los deodars. Los pasajeros de «primera» compartieron los tres platos preliminares servidos por Porraig a bordo del Avventura, luego se unieron a los «ordinarios» para comer pan, guiso y verduras agridulces en torno al fuego.
Varmous sirvió vino, pero de una forma menos liberal que la noche anterior.
Después de cenar, Varmous se dirigió al grupo:
—Como todo el mundo sabe, estamos dando un rodeo, el cual no va a causarnos problemas ni, espero, retraso. De todos modos, viajamos ahora por las tierras desoladas de Ildish, un territorio que me resulta desconocido. Me siento impulsado a tomar precauciones especiales. Habréis observado la cerca, prevista para desanimar a los intrusos.
Ivanello, tendido perezosamente, no pudo evitar una jocosa observación:
—¿Y si los intrusos saltan la cerca?
Varmous no le prestó atención.
—¡La cerca es peligrosa! No os acerquéis a ella. Doctor Lalanke, debéis dar instrucciones a vuestras sirvientas acerca de este peligro.
—Lo haré.
—Las tierras desoladas de Ildish son un territorio salvaje. Podemos encontrar nómadas del Karst o incluso del propio Gran Erm. Esa gente, ya sean hombres o semihombres, son impredecibles. En consecuencia, voy a establecer un sistema de vigilancia. Cugel, que conduce el Avventura y ha instalado su cuartel general en la proa, será nuestro jefe de vigilancia. Es activo, desconfiado, y tiene buenos ojos; además, no tiene nada mejor que hacer. Yo vigilaré desde mi lugar en el carruaje de delante, y Siavoy, que conduce el último carromato, se ocupará de la retaguardia. Pero es en Cugel, con su punto de mira ventajoso sobre todos los alrededores, en quien debemos confiar para nuestra protección. Esto es todo lo que tengo que decir. Sigamos con la fiesta.
Clissum carraspeó y avanzó un paso, pero antes de que pudiera recitar una sola sílaba Ivanello sacó su laúd y, haciendo sonar las cuerdas, cantó una balada más bien vulgar. Clissum se detuvo con una apenada sonrisa congelada en su rostro, luego se retiró de nuevo a su asiento.
Soplaba viento del norte, que hacía que las llamas se agitaran y el humo formara volutas. Ivanello lanzó una alegre imprecación. Dejó a un lado su laúd y se puso a jugar con las mimos, que, como antes, habían quedado hipnotizadas con su música. Esta noche sus caricias fueron más atrevidas, y no halló ninguna protesta mientras repartiera equitativamente sus atenciones.
Cugel observó con desaprobación. Murmuró al doctor Lalanke:
—Ivanello está persuadiendo a vuestras sirvientas a la negligencia.
—Puede que ésa sea su intención —admitió el doctor Lalanke.
—¿Y no os sentís preocupado?
—En absoluto.
Clissum avanzó de nuevo y, sujetando muy alto un rollo manuscrito, miró sonriente al grupo.
Ivanello, reclinado en brazos de Sush, con Rlys apretada contra él a un lado y Skasja al otro, inclinó la cabeza sobre su laúd y desgranó una serie de sonoros acordes.
Clissum parecía a punto de quejarse cuando el viento arrojó una nube de humo a su rostro y se retiró, tosiendo. Ivanello, con la cabeza inclinada de modo que sus rizos castaños resplandecían a la luz del fuego, sonrió y tocó algunos glissandos en su laúd.
Ermaulde rodeó indignada el fuego hasta detenerse frente a Ivanello, mirándole con ojos furiosos. Dijo con voz quebradiza:
—Clissum está a punto de cantar una de sus odas. Sugiero que dejéis a un lado vuestro laúd y escuchéis.
—Lo haré encantado —dijo Ivanello.
Ermaulde se dio la vuelta y regresó por el mismo camino por el que había venido. Las tres mimos saltaron en píe y corretearon tras ella, las mejillas hinchadas, los codos hacia afuera, el vientre hacia delante y alzando mucho las rodillas. Ermaulde, dándose cuenta de la actividad, se volvió, y las mimos se alejaron, danzando durante cinco segundos con furiosa energía, como ménadas, antes de dejarse caer de nuevo junto a Ivanello.
Ermaulde, sonriendo con una sonrisa helada, fue a conversar con Clissum, y ambos lanzaron miradas irónicas a Ivanello que, dejando a un lado el laúd, se dedicaba ahora a dar rienda suelta a sus atenciones hacia las mimos. Lejos de rehuir su contacto, éstas se apretaban aún más contra él. Ivanello inclinó la cabeza y besó a Rlys en plena boca; instantáneamente Sush y Skasja adelantaron sus rostros reclamando el mismo tratamiento.
Cugel lanzó un gruñido de disgusto.
—¡Ese hombre es insufrible!
El doctor Lalanke agitó la cabeza.
—Sinceramente, me soprende la complacencia de ellas. Nunca me han permitido que las tocara. Oh, bien, veo que Varmous se muestra inquieto; la velada toca a su fin.
Varmous, que se había puesto en pie, escuchaba los sonidos de la noche. Fue a inspeccionar la guardia de la verja, luego se dirigió a los viajeros:
—¡No olvidéis mis advertencias! ¡No caminéis durante vuestro sueño! ¡No concertéis ninguna cita en el bosque! Yo me voy ahora mismo a la cama, y sugiero que todos hagáis lo mismo, puesto que mañana el viaje será largo y cruzando las tierras desoladas de Ildish.
Clissum no podía permitir aquello. Apelando a toda su dignidad, avanzó unos pasos.
—He recibido algunas peticiones para que recite otra de mis piezas, a las que voy a complacer ahora.
Ermaulde aplaudió, pero la mayoría de los demás se habían ido ya a sus camas.
Clissum frunció la boca, irritado.
—Voy a recitar mi Oda Decimotercera, subtitulada: "Lúgubres son las torres de mi mente". —Adoptó una postura conveniente, pero el viento sopló en aquel momento con gran fuerza, haciendo que el fuego creciera y llameara. Nubes de humo invadieron todo el lugar, y los que aún estaban por allí se apresuraron a retirarse. Clissum alzó desesperado las manos al cielo y se retiró de la escena.
Cugel pasó una noche inquieta. Varias veces oyó un grito lejano que parecía expresar decepción, y casi inmediatamente oyó un intercambio de risas y charloteos procedentes del bosque.
Varmous alzó la caravana a primera hora, cuando el cielo de antes del amanecer resplandecía todavía con un color púrpura oscuro. Porraig el camarero sirvió un desayuno de té, panecillos y una sabrosa mezcla picada de almejas, cebada, kangol y ombligo de venus. Como siempre, Nissifer no se presentó, y aquella mañana Ivanello también estuvo ausente.
Porraig llamó a Varmous, sugiriéndole que enviara a Ivanello a bordo para el desayuno, pero una revisión del campamento no lo halló por parte alguna. Las posesiones de Ivanello ocupaban su lugar habitual; nada parecía faltar excepto el propio Ivanello.
Varmous, sentado ante una mesa, efectuó una enérgica investigación, pero nadie pudo proporcionar el menor dato al respecto. Varmous examinó el terreno en las inmediaciones de la cerca, pero no descubrió nada anormal. Finalmente hizo un anuncio:
—Para todos los efectos, Ivanello se ha desvanecido en el aire. No se ha descubierto nada sospechoso; de todos modos, no puedo creer que haya desaparecido voluntariamente. La única explicación parece residir en la magia. A decir verdad, no puedo hallar nada mejor. Si alguien tiene alguna teoría, o incluso una sospecha, ruego que me la comunique. Mientras tanto, no sirve de nada seguir aquí. Debemos mantener nuestros horarios, y la caravana tiene que proseguir. ¡Conductores, a vuestros puestos! ¡Cugel, a tu lugar en la proa de tu barco! La caravana penetró en las tierras desoladas de Ildish, y el destino de Ivanello siguió siendo un misterio.
El camino, ahora apenas algo más que un sendero, los llevó hasta una bifurcación al norte, donde la caravana giró hacia el este y avanzó al lado de una serie de colinas que se extendían hasta tan lejos como el ojo podía alcanzar. El paisaje era lúgubre y desolado, salpicado solamente por unos pocos y retorcidos árboles gong, algún cactus ocasional, un dendrón aislado, blanco, púrpura o rojo.
A media mañana Varmous llamó al barco:
—¡Cugel! ¿Mantienes una atenta vigilancia?
Cugel miró por encima de la borda.
—Podría vigilar mejor si supiera qué es lo que debo vigilar.
—Estás buscando nómadas hostiles, especialmente preparando una emboscada.
Cugel examinó el paisaje a su alrededor.
—No veo nada que responda a esta descripción: sólo colinas y aridez, aunque muy lejos allá al frente observo la línea oscura de un bosque, o quizá solamente sea un río flanqueado por árboles.
—Muy bien, Cugel. Mantén tu vigilancia.
Transcurrió el día, y la línea de oscuros árboles pareció retroceder ante ellos, y al anochecer se estableció el campamento en una zona arenosa a cielo abierto.
Como de costumbre, fue encendido un fuego, pero la desaparición de Ivanello pesaba fuertemente sobre todos ellos, y aunque Varmous sirvió vino con generosidad, nadie bebió con entusiasmo, y la conversación se mantuvo en tonos bajos.
Como la noche anterior, Varmous dispuso la cerca defensiva. Se dirigió de nuevo a la compañía.
—¡El misterio sigue siendo profundo! Puesto que carecemos de todo indicio, recomiendo que extrememos todos nuestras precauciones. ¡Que nadie se acerque a la cerca defensiva!
La noche transcurrió sin incidente. Por la mañana, la caravana reanudó su marcha a primera hora, con Cugel de nuevo como vigía.
A medida que avanzaba el día, el paisaje se iba volviendo un poco menos árido. Ahora podía verse que la línea de árboles señalaba el curso de un río que ondulaba descendiendo de las colinas y cruzaba la desolación.
Al llegar a la orilla, el camino giró bruscamente al sur y siguió el río hasta un puente de piedra de cinco arcos, donde Varmous ordenó un alto para permitir que los farlocks bebieran. Cugel ordenó a la cuerda que se acortara, y así posó el Avventura en el camino. Los pasajeros de «primera» descendieron y fueron de aquí para allá para estirar las piernas.
A la entrada del puente de alzaba un monumento de tres metros de alto, con una placa de bronce a la atención de aquellos que pasaran por su lado. Los caracteres eran ilegibles para Cugel. Gaulph Rabi acercó su larga nariz, luego se encogió de hombros y se dio la vuelta. El doctor Lalanke, sin embargo, declaró que las palabras escritas allí pertenecían a una variante del sarsouniano, un influyente dialecto del decimonono eón, de uso común durante más de cuatro mil años.
—El texto es puramente ceremonial —explicó el doctor Lalanke—. Dice:
¡VIAJEROS! SI ATRAVESÁIS A PIE SECO
EL TUMULTUOSO RÍO SYK,
SABED QUE OS HA AYUDADO A HACERLO
LA BENEFICENCIA DE
KHAIVE, SEÑOR GOBERNADOR DE KHARAD
Y GUARDIÁN DEL UNIVERSO
»Como podemos ver, el río Syk ya no es en absoluto tumultuoso, pero de todos modos podemos seguir reconociendo la generosidad del rey Khaive; de hecho, es prudente hacerlo. —Y el doctor Lalanke realizó una educada genuflexión ante el monumento.
—¡Superstición! —se burló Gaulph Rabi—. En el Colegium sólo nos inclinamos reverentemente ante la Innombrable Sincresis en el corazón del Eje.
—Quizá —dijo indiferente el doctor Lalanke, y se alejó. Cugel miró de Gaulph Rabi al doctor Lalanke, luego efectuó una rápida genuflexión ante el monumento.
—¿Qué? —exclamó el flaco eclesiarca—. ¿Vos también, Cugel? ¡Os tenía por un hombre de juicio!
—Por eso precisamente hago honor al monumento. Juzgo que el rito no puede causar ningún daño y cuesta muy poco.
Varmous se frotó dubitativo la nariz, luego hizo un enérgico saludo, con patente disgusto de Gaulph Rabi.
Los farlocks fueron uncidos de nuevo; Cugel hizo que el Avventura se alzara muy arriba en el aire, y la caravana cruzó el puente.
A media tarde, Cugel sintió sueño y echó una cabezada apoyando la cabeza en los brazos… Pasó el tiempo, y Cugel empezó a sentirse incómodo. Parpadeó y bostezó, observó el paisaje a su alrededor, y su atención fue atraída por furtivos movimientos tras unos arbustos de bayas de humo que flanqueaban el camino. Cugel se inclinó hacia delante y percibió varias docenas de hombres bajos y morenos vestidos con pantalones sueltos, sucias chaquetillas de diversos colores y pañuelos negros atados en torno a sus cabezas. Llevaban lanzas y garfios de batalla, y parecían tener claras intenciones de atacar la caravana.
—¡Alto! —gritó Cugel a Varmous—. ¡Prepara las armas! ¡Bandidos emboscados en los próximos arbustos!
Varmous hizo detener la caravana y lanzó una señal con su cuerno. Los caravaneros tomaron las armas, y algunos pasajeros hicieron lo mismo, preparados para responder al asalto. Cugel hizo descender el barco para que los pasajeros de «primera» pudieran unirse también a la lucha.
Varmous saltó al barco.
—¿Dónde es exactamente la emboscada? ¿Cuántos son?
Cugel señaló hacia los arbustos.
—Están ocultos detrás de esos arbustos de bayas de humo, y su número es de unos veintitrés. Llevan lanzas y garfios de hierro.
—¡Bien hecho, Cugel! ¡Has salvado la caravana!
—Varmous estudió el terreno, luego, tomando a diez hombres armados con espadas, pistolas de dardos y cerbatanas que lanzaban proyectiles empozoñados, salió de reconocimiento.
Transcurrió media hora. Varmous, acalorado, polvoriento e irritado, regresó con su pelotón. Se dirigió a Cugel.
—De nuevo: ¿dónde creíste observar la emboscada?
—Como te dije: tras el bosquecillo que hay más allá.
—Hemos registrado la zona y no hemos encontrado ni bandidos ni el menor signo de su presencia.
Cugel miró con el ceño fruncido hacia el bosquecillo.
—Se alejaron cuando vieron que su presencia había sido detectada.
—¿Sin dejar huellas? ¿Estás seguro de lo que viste? ¿O sufriste alucinaciones?