—¡Completamente de acuerdo! De otro modo, estamos invitando al caos.
—¡En esto, al menos, concordamos! Entra en la cabina: yo cubriré resueltamente tu retaguardia.
Varmous dio un tirón a su blusa, ajustó su sombrero sobre sus dorados rizos, abrió la puerta de par en par y entró en la cabina, con Cugel a sus talones… Varmous lanzó un grito estrangulado y se tambaleó contra Cugel, pero no antes de que Cugel captara un hedor acre tan horrible e incisivo que sus dientes se estremecieron en sus encías.
Varmous se dirigió tambaleante a la borda, se inclinó sobre la barandilla, apoyado sobre los codos, y miró hacia el suelo con lagrimeantes ojos. Luego, con aspecto de enorme cansancio, pasó por encima de la borda y descendió hasta tierra. Dijo algunas palabras a Porraig el camarero, que subió al barco. Varmous soltó la cuerda, y el Avventura flotó de nuevo hacia arriba.
Cugel, tras unos instantes de reflexión, se acercó al doctor Lalanke.
—Me siento impresionado por vuestra gentileza, y en recompensa seré generoso. Os asigno a vos y a vuestras sirvientas la cabina del capitán.
El doctor Lalanke adoptó una expresión más taciturna que nunca.
—Mis sirvientas se sentirían confusas ante algo así. Pese a su aparente frivolidad, son profundamente sensibles y se conturban fácilmente. El acomodo de la tripulación parece bastante confortable.
—Como queráis. —Cugel se dirigió a proa, para descubrir que la cabina adjudicada originalmente a Nissifer había sido tomada por el eclesiarca Gaulph Rabí, mientras que Porraig el camarero se había aposentado en la carpintería.
Cugel lanzó un sonido silbante entre los dientes. Encontró un viejo almohadón y una andrajosa manta impermeable, y construyó como pudo una tienda en la cubierta de proa, donde estableció su cuartel general.
El río Chaing serpenteaba por un amplio valle delimitado en campos por antiguos muros de piedra, con grupos de granjas de piedra ubicadas bajo negros árboles de plumas y robles índigo. A los lados, las colinas erosionadas por el tiempo, bañadas por la rojiza luz del sol, atrapaban lunas de negras sombras en sus oquedades.
Durante todo el día la caravana siguió el curso del río, pasando junto a los poblados de Goulyard, Trunash y Sklieve. Al atardecer se estableció el campamento en una pradera junto al agua.
Cuando el sol se ocultó tras las colinas, fue encendido un gran fuego, y los viajeros se reunieron en un círculo en torno a él para calentarse contra el frío nocturno.
Los pasajeros de «primera» cenaron juntos una comida tosca pero abundante que incluso Clissum encontró aceptable…, todos excepto Nissifer, que se mantuvo en su cabina, y las mimos, que permanecieron sentadas con las piernas cruzadas al lado del casco del Avventura, mirando fascinadas las llamas. Ivanello apareció con un atuendo de excelente calidad: amplios pantalones de pana en oro, ámbar y negro, botas negras a juego, una camisa marfil suelta bordada con flores doradas. De su oreja derecha, al extremo de una cadena de ocho centímetros, colgaba un ópalo esférico lechoso de más de dos centímetros de diámetro: una gema que fascinó a las tres mimos hasta el extremo de sumirlas en trance.
Varmous sirvió generosamente vino, y la compañía se animó. Uno de los pasajeros ordinarios, un tal Ansk-Daveska, dijo:
—¡Aquí estamos, unos desconocidos obligados a aceptar, nos guste o no, la compañía de los demás! Sugiero que cada uno de nosotros se presente y cuente su historia, de dónde viene y algunos de sus logros.
Varmous dio una palmada.
—¿Por qué no? Empezaré yo. Madiick, sirve más vino… Mi historia es esencialmente simple. Mi padre tenía un negocio de cría de aves en Waterwan, al otro lado del estuario, y proporcionaba excelentes gallináceas para las mesas de la localidad. Yo pensaba seguir sus pasos, hasta que tomó una nueva esposa que no podía soportar el olor de las plumas quemadas. Para complacer a aquella mujer, mi padre dejó el negocio de las aves y se dedicó a criar lirks en estanques poco profundos, que yo excavaba en el suelo. Pero los búhos empezaron a anidar en los árboles circundantes, y eso irritó tanto a su esposa que terminó marchándose con un comerciante de inciensos raros. Luego nos hicimos cargo de un servicio de transbordadores de Waterwan a Port Perdusz, hasta un día en que mi padre tomó demasiado vino y, perdiendo pie, cayó del transbordador al mar. Entonces me metí en el negocio de las caravanas, y ya conocéis el resto.
Gaulph Rabí dijo:
—Espero que mi vida, en contraste con la de Varmous, resulte inspiradora, especialmente a los más jóvenes, o incluso a personalidades tan marginales como Cugel e Ivanello.
Ivanello se había ido a sentar con las mimos. Exclamó:
—¡Oh, vamos! ¡Insultadme todo lo que queráis, pero no me comparéis con Cugel!
Cugel se negó a dignificar el comentario prestándole atención.
Gaulph Ravi se limitó a sonreír ligeramente.
—He vivido una vida de rígida disciplina, y los beneficios de mi régimen aparecen claros a todo el mundo. Cuando era aún catequista en la Normalidad de Obtrank, me distinguí por la pureza de mi lógica. Como Primer Miembro del Colegium, compuse un tratado demostrando que la glotonería enferma el espíritu del mismo modo que la podredumbre marchita la madera. Incluso ahora, cuando bebo vino, lo mezclo con tres gotas de aspergantium, que le proporciona un sabor amargo. Ahora ocupo un puesto en el Consejo, y soy Pantólogo de la Revelación Final.
—¡Un logro envidiable! —admitió Varmous—. Bebo a la salud de vuestro continuado éxito, y aquí tenéis un vaso de vino sin aspergantium, para que podáis uniros a nosotros en el brindis sin la distracción de horribles sabores.
—Gracias —dijo Gaulp Rabi—. Es una legítima ocasión
Cugel se dirigió al grupo.
—Yo soy grande de Almery, donde era el heredero de una antigua propiedad. Mientras luchaba contra la injusticia, caí en la trampa de un malvado mago que me envió al norte para que muriera. Poco se daba cuenta de que el sometimiento es algo extraño a mi naturaleza… —Cugel miró a su alrededor. Ivanello hacía cosquillas a las mimos con una varilla larga. Clissum y Gaulph Rabi discutían la Doctrina de la Isoptogénesis de Vodel en voz baja. El doctor Lalanke y Perruquil hablaban de las hostelerías de Torqual. Regresó a su asiento con aire mohíno. Varmous, que había estado marcando la ruta con Ansk-Daveska, se dio finalmente cuenta y exclamó:
—¡Bien hecho, Cugel! ¡De lo más interesante, de veras! Madiick, creo que se imponen dos jarras más de vino de baja graduación. ¡No celebramos a menudo tales festivales durante el camino! Lalanke, ¿pensáis mostrarnos uno de sus cuadros?
El doctor Lalanke hizo algunos signos; las doncellas, ocupadas con las tonterías de Ivanello, se dieron finalmente cuenta de las gesticulaciones. Saltaron en pie y durante unos breves momentos realizaron una serie de mareantes saltos.
Ivanello se acercó al doctor Lalanke y le hizo una pregunta al oído.
El doctor Lalanke frunció el ceño.
—La cuestión es indelicada, o al menos demasiado explícita, pero la respuesta es «si».
Ivanello hizo otra discreta pregunta, a la que el doctor Lalanke respondió de forma definitivamente gélida.
—Dudo que tales ideas hayan penetrado alguna vez en sus cabezas —observó. Se apartó a un lado y reanudó su conversación con Perruquil.
Ansk-Daveska trajo su concertina y tocó una alegre melodía. Ermaulde, pese a las horrorizadas protestas de Varmous, saltó en pie y se puso a bailar agitadamente.
Cuando terminó de bailar, llevó a Varmous a un lado:
—Mis síntomas sólo eran gases; hubiera debido tranquilizaros, pero el asunto se me fue de la mente.
—Me siento mucho más aliviado —dijo Varmous—. Cugel también se sentirá complacido, puesto que, como capitán del Avventura, hubiera tenido que actuar como tocólogo.
Transcurrió la velada. Cada uno del grupo tenía una historia que contar o una moraleja que impartir, y todos siguieron sentados mientras el fuego se reducía lentamente a cenizas.
Clissum, o así dijo, había compuesto varias odas y, a petición de Ermaulde, recitó seis estancias de una extensa obra titulada:
Oh tiempo, ¿eres un lastimoso cobarde?
Lo hizo de una forma espectacular, con cadencias vocales entre cada estrofa.
Cugel sacó su baraja y ofreció enseñar a Varmous y Ansk-Daveska el skax, que definió como un juego de puro azar. Ambos hombres prefirieron escuchar mientras Gaulph Rabi respondía a las indolentes preguntas de Ivanello:
—¡…ninguna confusión en absoluto! El Colegium es conocido a menudo como «La Convergencia», o incluso como «El Eje», en un sentido familiar, por supuesto. Pero la esencia es idéntica.
—Me temo que me habéis ganado —dijo Ivanello—. Estoy perdido en una jungla de terminología.
—¡Ajá! ¡Aquí habla la voz del profano! ¡Simplificaré!
—Sí, por favor; hacedlo.
—Pensad en un juego de imaginarios radios de rueda, que representen entre veinte y treinta infinitos…, el número exacto sigue siendo incierto. Convergen en un foco de pura sensibilidad; se entremezclan, luego divergen en opuestas direcciones. La localización de este «Eje» se halla perfectamente definida; se halla dentro del recinto del Colegium.
—¿A qué se parece? —preguntó Varmous.
Gaulph Rabi contempló durante un largo momento el muriente fuego.
—Creo que no voy a responder a esa pregunta —dijo por fin—. Crearía tantas falsas imágenes como oídos que me escuchan.
—La mitad —señaló delicadamente Clissum.
Ivanello sonrió indolentemente mientras alzaba la vista al cielo nocturno, donde Alphard el Solitario estaba en su ascendente.
—Parece que un sólo infinito bastaría para vuestros estudios. ¿No es presuntuoso querer englobar tantos?
Gaulph Rabi avanzó su delgado y prominente rostro.
—¿Por qué no estudiáis durante uno o dos trimestres en el Colegio y lo descubrís por vos mismo?
—Pensaré en el asunto.
El segundo día fue muy parecido al primero. Los farlocks avanzaban a buen ritmo por el camino, y una brisa del este empujaba al Avventura ligeramente por delante del carruaje de cabeza.
Porraig el camarero preparó un abundante desayuno de ostras escalfadas, kumquats al caramelo y panecillos untados con la pasta escarlata de los cangrejos de tierra
Nissifer permaneció encerrada en su cabina. Porraigb trajo una bandeja hasta la puerta y llamó.
—Fuera —llegó un ronco susurro desde el interior—. No quiero desayunar.
Porraig se encogió de hombros y se marchó con la bandeja tan rápido como le fue posible, puesto que el hedor de la «infección» de Nissifer aún no había abandonado el lugar.
A la hora de la comida las cosas ocurrieron del mismo modo, y Cugel dio instrucciones a Porraig de no servir a Nissifer más comida hasta que ésta apareciera en el comedor.
Durante la tarde Ivanello trajo un laúd de largo mástil atado con una cinta de color azul pálido, y cantó baladas sentimentales a los suaves acordes del instrumento. Las mimos acudieron a mirar maravilladas, y se convirtió en un tema de discusión general el si oían o no la música, o si captaban siquiera el significado de las actividades de Ivanello. En cualquier caso, permanecieron tendidas en el suelo boca abajo, con las barbillas apoyadas en sus dedos entrelazados, observando a Ivanello con graves ojos grises y, o al menos así parecía, amodorrada adoración. Ivanello se sintió envalentonado y acarició el corto pelo negro de Skasja. Instantáneamente Sush y Riys acudieron a él, e Ivanello tuvo que acariciarlas también.
Sonriendo y complacido con el éxito, Ivanello tocó y cantó otra balada, mientras Cugel contemplaba hoscamente desde la cubierta de proa.
Durante aquel día la caravana sólo cruzó un pueblo, Port Titus, y el paisaje parecía perceptiblemente más salvaje. Frente a ellos se alzaba una enorme escarpadura pétrea a través de la cual el río había excavado una estrecha garganta, que el camino atravesaba siguiendo muy de cerca el curso del agua.
A media tarde la caravana pasó junto a un grupo de leñadores, que estaban cargando su madera a bordo de una barcaza. Varmous detuvo la caravana. Saltó al suelo y fue a hacerles unas preguntas, y recibió noticias inquietantes: una sección de la montaña se había desprendido sobre una garganta, haciendo que la carretera junto al río fuera impracticable.
Los leñadores fueron a la carretera y señalaron al norte, hacia las colinas.
—A poco menos de dos kilómetros llegarás a un camino secundario. Conduce hacia arriba a través del paso de Tuner y cruzando las tierras desoladas de Ildish. Al cabo de tres kilómetros el camino se bifurca, y deberás girar a la derecha, rodeando la garganta y siguiendo el camino descendente hasta el lago Zaol y Kaspara Vitatus.
Varmous se volvió para mirar hacia el paso.
—Y el camino, ¿es seguro o peligroso?
—No lo sabemos con exactitud, puesto que nadie ha pasado recientemente por el paso de Tuner —dijo el más viejo de los leñadores—. Puede que éste sea en si mismo un signo negativo.
—En la posada de Barquero he oído rumores de una banda nómada procedente del Karst —indicó otro leñador—. Se dice que son furtivos y salvajes, pero como sea que temen la oscuridad no atacan de noche. Sois un grupo fuerte y deberíais estar seguros a menos que os sorprendan en una emboscada. Deberéis mantener una guardia de alerta.
—¿Qué hay de los trasgos de las rocas? —dijo el más joven de los leñadores—. ¿Acaso no son una amenaza seria?
—¡Bah! —dijo el viejo—. Esas cosas son tonterías, como los demonios palo al viento, con las que asustar a los niños traviesos.
—¡Pero existen! —declaró el leñador joven—. Eso al menos es lo que he oído.
—¡Bah! —dijo el viejo una segunda vez—. En la posada del Barquero beben la cerveza a litros, y en su camino de vuelta a casa ven trasgos y demonios detrás de cada matorral.
El segundo leñador dijo pensativo:
—Revelaré mi filosofía: es mejor estar en guardia contra los trasgos de las rocas y los demonios palo al viento y no verlos nunca, que no darles importancia y dejar que salten sobre ti mientras estás desprevenido.
El viejo leñador hizo un gesto perentorio.
—¡Volved al trabajo! ¡Vuestra charla está retrasando esta importante caravana! —Y a Varmous—: Sigue por el paso de Tuner. En una semana y un día tienes que llegar a Kaspara Vitatus.