—¿Qué te propones hacer con este carro?
—Si quieres ganarte tu sueldo, pronto lo descubrirás por ti mismo.
Cugel condujo el carro y el grupo de trabajadores fuera de la ciudad, siguiendo el camino hasta el misterioso agujero, donde lo encontró todo como lo habían dejado. Ordenó que fuera cavada una profunda trinchera a lo largo de la ladera, rodeando el agujero; luego instaló una grúa, que transportó el bloque de tierra, con el agujero, el tocón y el tentáculo, hasta el carro.
Durante el proceso, la actitud de Iolo cambió. Empezó a dar órdenes a los trabajadores y a dirigirse a Cugel con cordialidad.
—¡Una espléndida idea, Cugel! ¡Sacaremos un buen provecho de ella!
Cugel alzó las cejas.
—Por supuesto, espero ganar el gran premio. Lo que tú recibas, en cambio, va a ser una cantidad más bien modesta, incluso me atrevería a decir que magra, a menos que trabajes más activamente.
—¿Qué? —bramó Iolo—. ¡Espero que admitas que la mitad de este agujero es de mi propiedad!
—No admito nada. No sigas hablando del asunto, si no quieres ser despedido en el acto.
Gruñendo y echando humo, Iolo volvió al trabajo. A su debido tiempo Cugel trasladó el bloque de tierra, con el agujero, el tocón y el tentáculo, a Cuirnif. Por el camino compró una vieja lona embreada con la que cubrió el bloque de tierra con el agujero, a fin de aumentar en lo posible el efecto final de su exhibición.
En el emplazamiento de la Gran Exposición, Cugel bajó la carga del carro y la metió al abrigo de un pabellón, tras lo cual pagó a sus hombres, ante las protestas de aquellos que habían albergado extravagantes esperanzas.
Cugel se negó a oír las quejas.
—¡La paga es suficiente! Aunque os diera más, hasta el último terce terminaría en la barra de El Perro Aullador.
—¡Un momento! —exclamó Iolo—. ¡Tú y yo tenemos que llegar a un acuerdo!
Cugel se limitó a subir al carro y conducirlo de vuelta a las caballerizas. Algunos de los hombres le siguieron algunos pasos; otros le arrojaron piedras, sin ningún resultado tampoco.
Al día siguiente, las trompetas y los gongs anunciaron la apertura formal de la exposición. El duque Orbal llegó a la plaza vestido con un espléndido traje de peluche magenta ribeteada con plumas blancas y un sombrero de terciopelo azul pálido de casi un metro de diámetro, con borlas de plata colgando alrededor de toda el ala y una escarapela de filigrana de plata.
El duque Orbal subió a una tribuna y se dirigió a la multitud:
—Como todos sabéis, se me considera un excéntrico por mi entusiasmo hacia las maravillas y los prodigios, pero después de todo, cuando analizamos mi afición, ¿cabe considerarla tan absurda? Retroceded los eones hasta la época de los vapuriales, del Colegio Verde y Púrpura, de los poderosos magos entre cuyo número hay que incluir a Amberlin, el segundo chidule de Porfirincos, Morreion, Calanetus el Calmo, y por supuesto el gran Phandaal. Esos fueron grandes días, y no es probable que vuelvan, excepto en los recuerdos de la nostalgia. Y en esta mi Gran Exposición de Maravillas, que no es más que una pálida evocación de la forma en que fueron las cosas en su tiempo.
»De todos modos, examinándola en su conjunto, veo que tenemos un programa estimulante, y sin duda voy a hallar difícil conceder el gran premio.
El duque Orbal miró un papel.
—Inspeccionaremos los «Escuadrones Ágiles» de Zaraflam, los «Músicos Incomparables» de Bazzard, Xallops y su «Compendio del Conocimiento Universal». Iolo nos ofrecerá su «Saco de Sueños», y finalmente Cugel presentará para sorprendernos lo que él llama sorprendentemente «Ninguna Parte». ¡Un programa de lo más provocativo! Y ahora, sin más preámbulos, procederemos a evaluar los «Escuadrones Agiles» de Zaraflam.
La multitud se arracimó en torno al primer pabellón, y Zaraflam exhibió sus «Escuadrones Ágiles»: un desfile de cucarachas elegantemente vestidas con uniformes rojos, blancos y negros. Los sargentos blandían sables; los soldados de a pie llevaban mosquetones; los escuadrones desfilaron de un lado para otro realizando intrincadas evoluciones.
—¡Alto! —gritó Zaraflam.
Las cucharachas se detuvieron en seco.
—¡Presenten armas!
Las cucarachas obedecieron.
—¡Una salva en honor a nuestro duque Orbal!
Los sargentos alzaron sus sables; los soldados de a pie elevaron sus mosquetones. Los sables bajaron; los mosquetones dispararon, emitiendo pequeñas nubecillas de blanco humo.
—¡Excelente! —declaró el duque Orbal—. ¡Zaraflam te felicito por esta maravillosa precisión!
—¡Un millar de gracias, Vuestra Gracia! ¿He ganado el gran premio?
—Es demasiado pronto para predecir nada. ¡Ahora, pasemos a Bazzard y sus «Músicos Incomparables»!
Los espectadores se trasladaron al segundo pabellón, donde apareció Bazzard, con el rostro desolado.
—Vuestra Gracia y nobles ciudadanos de Cuirnif. Mis «Músicos Incomparables» son peces del mar Cántico, y estaba seguro de ganar el gran premio cuando los traje a Cuirnif. Sin embargo, durante la noche, alguien vació descuidadamente el tanque. ¡Los peces han muerto, y su música se ha perdido para siempre! De todos modos, deseo seguir concurriendo al premio, ya que puedo reproducir las canciones de mi desaparecida orquesta. Por favor, aceptad la música sobre estas bases.
El duque Orbal hizo un gesto austero.
—Imposible. La exhibición de Bazzard es declarada inválida. Pasemos pues a Xallops y su notable «Compendio»
Xallops emergió de su pabellón.
—Vuestra Gracia, damas y caballeros de Cuirnif. Mi participación en esta exposición es realmente notable; sin embargo, al contrario que Zaraflam y Bazzard, no puedo adjudicarme personalmente el mérito de su existencia. Por mi oficio soy explorador de tumbas antiguas, donde los riesgos son grandes y las recompensas pocas. Gracias a un extraordinario golpe de suerte, conseguí descubrir la cripta donde, hace muchos eones, fue depositado el mago Zinqzin para su eterno descanso. De esa cripta rescaté el volumen que ahora voy a presentar a vuestros asombrados ojos.
Xallops retiró una cortina para revelar un gran libro encuadernado en piel negra.
—A mi orden, este volumen revelará información de todo tipo; conoce cualquier cosa, hasta la más trivial, desde la época en que encendieron sus fuegos las estrellas hasta el día de hoy. Preguntad: ¡seréis respondidos!
—¡Extraordinario! —declaró el duque Orbal—. ¡Muéstranos la Oda Perdida de Psyrme!
—De inmediato —dijo el libro con voz rasposa. Se abrió para revelar una página cubierta de extraños caracteres entremezclados.
El duque Orbal miró, e hizo una perpleja pregunta:
—Esto se halla más allá de mi comprensión; ¿puedes proporcionarnos su traducción?
—Petición denegada —dijo el libro—. Esta poesía es demasiado dulce para los oídos vulgares.
El duque Orbal miró a Xallops, que se dirigió con voz suave al libro:
—Muéstranos escenas de pasados eones.
—Como quieras. Retrocederé al Decimonono Eón del Quincuagésimo segundo Ciclo, y mostraré una vista del valle Linxfade, que incluye la Torre de la Sangre Coagulada de Kolghut.
—¡El detalle es a la vez notable y exacto! —declaró el duque Orbal, tras contemplar la imagen—. Siento curiosidad por ver el aspecto que tenía el propio Kolghut.
—Nada más fácil. Aquí está la terraza del templo en Tanutra. Kolghut está de pie junto al arbusto de las lamentaciones en flor. En la silla se sienta la emperatriz Noxon, ahora en su ciento cuarenta aniversario. No ha probado el agua en toda su vida, y sólo come hierba amarga y, ocasionalmente, un poco de anguila hervida.
—¡Bah! —dijo el duque Orbal—. ¡Es una vieja horrible! ¿Quiénes son esos caballeros que hay detrás de ella?
—Forman su cortejo de amantes. Cada mes, uno de ellos es ejecutado, y es reclutado un nuevo valiente para ocupar su lugar. La competencia para lograr la afectuosa mirada de la emperatriz es grande.
—¡Bah! —murmuró el duque Orbal—. Mejor muéstranos una hermosa dama de la corte de la Era Amarilla.
El libro pronunció una irritada sílaba en una lengua desconocida. La página giró para mostrar un paseo de travertino junto a un perezoso río.
—Esta vista revela con gran precisión el arte de la poda en esa época. ¡Observad aquí, y aquí! —Mediante una flecha luminosa, el libro señaló una hilera de enormes árboles podados en forma globular—. Esos son irix, cuya savia puede ser utilizada como un efectivo vermífugo. La especie está extinta en la actualidad. Observaréis a lo largo del paseo una multitud de personas. Las que van vestidas con medias negras y lucen largas barbas blancas son esclavos alulianos, cuyos antepasados llegaron de la lejana Canopus. También se han extinguido. A medía distancia observaréis una hermosa mujer llamada Jiao Jaro. Está señalada con un punto rojo sobre su cabeza, aunque su rostro está vuelto hacia el río.
—Esto no es muy satisfactorio —gruñó el duque Orbal—. Xallops, ¿no puedes controlar la perversidad de tu exhibición?
—Me temo que no, Vuestra Gracia.
El duque Orbal resopló disgustado.
—¡Una última pregunta! ¿Quién entre la gente que reside actualmente en Cuirnif representa la mayor amenaza a la seguridad de mi gobierno?
—Soy un repositorio de información, no un oráculo —afirmó el libro—. De todos modos, señalaré que entre los presentes aquí hay un vagabundo con rostro de zorro y expresión alerta, cuyas costumbres harían enrojecer incluso las mejillas de la emperatriz Noxon. Su nombre…
Cugel se adelantó de un salto y señaló hacia el otro lado de la plaza.
—¡El ladrón! ¡Ahí va ahora! ¡Avisad a la policía! ¡Haced sonar el gong!
Mientras todo el mundo se volvía para mirar, Cugel cerró de golpe el libro y clavó sus nudillos en la tapa. El libro gruñó irritado.
El duque Orbal se volvió de nuevo con el ceño perplejamente fruncido.
—No he visto a ningún ladrón.
—En ese caso, seguro que cometí un error. ¡Pero ahí aguarda Iolo, con su famoso «Saco de Sueños»!
El duque se trasladó al pabellón de Iolo, seguido por la multitud de curiosos.
—Iolo, el Recolector de Sueños —dijo el duque Orbal—. Tu fama te ha precedido desde Dai-Passant. ¡Permíteme que te dé oficialmente la bienvenida!
—Vuestra Gracia —respondió angustiado Iolo—, tengo malas noticias que contaros. Durante todo un año he estado preparándome para este día, esperando ganar el gran premio. El soplo de los vientos de medianoche, la irritación de los ocupantes de las casas, las aterradoras atenciones de los fantasmas, los espectros y los aparecidos: ¡todo lo he soportado! He merodeado de madrugada en persecución de mis sueños. Me he agazapado al lado de los durmientes, me he arrastrado por los áticos, he espiado sobre los jergones; he sufrido heridas y arañazos y contusiones; pero nunca he tenido en cuenta el coste con tal de que mi empresa diera frutos y fuera capaz de capturar algún espécimen de sueño especialmente escogido.
»He examinado cuidadosamente cada sueño atrapado en mi red; por cada uno que he apreciado y conservado he desechado una docena, y finalmente, de mi almacén de superlativos, he moldeado mis maravillosos cristales, que he traído todo el largo camino que nos separa de Dai-Passant. Pero, esta noche pasada, y bajo las más misteriosas circunstancias, mis preciosas posesiones han sido robadas por un ladrón que sólo Cugel afirma haber visto.
»Quiero señalar aquí que los sueños, estén cerca o lejos, representan maravillas de calidad realmente superlativa, y creo que una exacta descripción de los mismos…
El duque Orbal alzó su mano.
—Debo reiterar el juicio emitido con respecto a Bazzard. Una regla estricta estípula que ni las maravillas imaginarias ni las supuestas pueden calificarse para la competición. Quizá tengamos oportunidad de adjudicar el premio a tus sueños en otra ocasión. Ahora debemos pasar al pabellón de Cugel e investigar su provocativo «Ninguna Parte».
Cugel subió al estrado delante de su pabellón.
—Vuestra Gracia, presento para vuestra inspección una auténtica maravilla: no un ejército de insectos, ni un pedante almanaque, sino un auténtico milagro. —Cugel apartó la cortina—. ¡Mirad!
El duque lanzó una exclamación de desconcierto.
—¿Un pedazo de tierra? ¿Un tocón? ¿Qué es ese extraño miembro que brota del agujero?
—Vuestra Gracia, os presento aquí una abertura a un espacio desconocido, de la que brota el brazo de uno de sus habitantes. ¡Inspeccionad ese tentáculo! ¡Pulsa con la vida de otro cosmos! Observad el brillo dorado de la superficie dorsal, el verde y lavanda de esas incrustaciones. ¡En la parte inferior descubriréis tres colores de un tipo jamás visto antes!
Con expresión perpleja, el duque Orbal se tironeó la barbilla.
—Todo esto está muy bien, pero, ¿dónde se halla el resto de la criatura? ¡No presentas una maravilla, sino una fracción de una maravilla! No puedo emitir un juicio sobre la base de una cola, unas ancas o una probóscide, pertenezca a lo que pertenezca ese miembro. Además, afirmas que el agujero penetra en un cosmos lejano; pero yo sólo veo un agujero, que se parece mucho a la madriguera de un wysen.
Iolo avanzó unos pasos.
—¿Puedo aventurar una opinión? ¡Tal como han sucedido las cosas, he llegado al convencimiento de que fue Cugel quien robó mis sueños!
—Tus observaciones no interesan a nadie —dijo Cugel—. Por favor, contén tu lengua mientras yo sigo con mi demostración.
Iolo no se dejaba avasallar tan fácilmente. Se volvió hacia el duque Orbal y gritó con voz aguda:
—¡Oidme, si queréis! ¡Estoy convencido de que el «ladrón» no es más que un invento de la imaginación de Cugel! Me robó mis sueños y los escondió, ¿y en qué otro lugar pudo hacerlo excepto en el propio agujero? Como prueba señalo ese trozo de cuerda que cuelga dentro de él.
El duque Orbal inspeccionó a Cugel con el ceño fruncido.
—¿Son ciertas esas acusaciones? Responde verazmente, porque todo puede ser verificado.
Cugel eligió con cuidado sus palabras.
—Sólo puedo afirmar lo que yo mismo sé. Es concebible que el ladrón ocultara los sueños de Iolo en el agujero mientras yo estaba ocupado con otras cosas. ¿Con qué finalidad? ¿Quién puede decirlo?
—¿Ha pensado alguien en buscar dentro del agujero ese elusivo «saco de sueños»? —preguntó el duque Orbal con voz suave.