Cugel se limitó a encogerse de hombros.
—Iolo puede entrar ahora mismo en él y buscar hasta sentirse satisfecho.
—¡Afirmas que el agujero es tuyo! —exclamó Iolo—. ¡En consecuencia, es responsabilidad tuya proteger los bienes públicos de él!
Durante varios minutos se desarrolló una animada discusión, hasta que el duque Orbal intervino.
—Ambas partes han argumentado razones persuasivas; sin embargo, creo que debo inclinarme en contra de Cugel. En consecuencia, decreto que sea él quien busque en su propiedad los sueños perdidos, y los recupere si es posible.
Cugel discutió la decisión con tanto vigor que el duque Orbal se volvió para contemplar la línea del horizonte, ante lo cual Cugel moderó su postura.
—Por supuesto, el juicio de Vuestra Gracia es el que prevalece, y si es necesario, iré en busca de los sueños perdidos de Iolo, aunque sus teorías son evidentemente absurdas.
—Por favor, hazlo de inmediato.
Cugel consiguió una larga pértiga, a la que ató un garfio. Metió el artilugio en el agujero y empezó a moverlo de un lado para otro, consiguiendo solamente estimular el tentáculo, que empezó a azotar hacia uno y otro lado.
De pronto, Iolo exclamó excitado:
—¡Observo un hecho notable! ¡El bloque de tierra tiene como máximo dos metros de alto, y sin embargo Cugel ha metido en el agujero una pértiga que tiene al menos tres metros! ¿Qué truco está practicando ahora?
—Prometí al duque Orbal una maravilla, y eso es lo que es este agujero —dijo Cugel con voz suave.
El duque Orbal asintió gravemente.
—¡Bien dicho, Cugel! ¡Tu exhibición es provocativa! De todos modos, no nos ofreces más que un excitante atisbo: un agujero sin fondo, un trozo de tentáculo, un extraño color, una luz remota…, hasta el punto que tu exhibición parece más un truco que una realidad. ¡Compárala, por ejemplo, con la precisión de las cucarachas de Zaraflam! —Alzó una mano cuando Cugel fue a protestar—. Nos has mostrado un agujero: de acuerdo, es un agujero singular. ¿Pero en qué difiere de cualquier otro agujero? ¿Puedo en justicia conceder un premio sobre estas bases?
—El asunto puede resolverse de una forma que nos satisfaga a todos —dijo Cugel—. Permitid que Iolo entre en el agujero, para que se convenza de que sus sueños están en otro lugar. Luego, a su regreso, podrá atestiguar acerca de la naturaleza realmente maravillosa de mi exhibición.
—¡Cugel es quien proclama todo esto! —protestó instantáneamente Iolo—. ¡Que sea él quien efectúe la exploración!
El duque Orbal alzó de nuevo su mano pidiendo silencio.
—Decreto que sea Cugel quien entre inmediatamente en su agujero en busca de las propiedades de Iolo, y al mismo tiempo efectúe un cuidadoso estudio del lugar, en beneficio de todos nosotros.
—¡Vuestra Gracia! —protestó Cugel—. ¡Esto no es tan sencillo! ¡El tentáculo llena casi todo el agujero!
—Veo el espacio suficiente para que un hombre ágil pueda deslizarse por un lado.
—Vuestra Gracia, para ser sincero, no tengo intención de entrar en el agujero, y la razón es sólo una: miedo.
El duque Orbal miró de nuevo a los tubos que se alineaban en el horizonte. Se dirigió por encima del hombro a un individuo robusto con un uniforme marrón y negro.
—¿Cuál es el tubo más adecuado para utilizarlo esta vez?
—El segundo contando desde la derecha, Vuestra Gracia, está ocupado solamente en una cuarta parte.
—¡Tengo miedo, pero creo haberlo vencido! —afirmó Cugel con voz temblorosa—. ¡Iré en busca de los sueños perdidos de Iolo!
—Excelente —dijo el duque Orbal con una ligera sonrisa—. Por favor, no te retrases demasiado; estoy empezando a perder la paciencia.
Cugel metió tentativamente una pierna en el agujero, pero el movimiento del tentáculo le hizo retirarla precipitadamente. El duque Orbal murmuró algo a su hombre, que hizo traer un torno. El tentáculo fue arrastrado fuera del agujero unos buenos cinco metros.
El duque Orbal dio instrucciones a Cugel:
—Monta en el tentáculo, agárrate a él con brazos y piernas, y deja que te arrastre al interior del agujero.
Desesperado, Cugel se aferró al tentáculo. La tensión del torno fue aflojada, y Cugel fue arrastrado al interior del agujero.
La luz de la Tierra, como empujada por alguna fuerza misteriosa, no penetraba en el agujero; Cugel se sumergió en una casi completa oscuridad, donde sin embargo, por alguna condición paradójica, era capaz de captar su nuevo entorno con todo detalle.
Se puso en pie en una superficie plana pero irregular, que se alzaba y hundía y se agitaba como un mar agitado por el viento. La negra materia esponjosa sobre la que se apoyaban sus pies mostraba pequeñas cavidades y túneles, en los que Cugel captó el movimiento de casi invisibles puntos de luz. Allá donde la esponja se alzaba, la cresta se curvaba sobre si misma como un ola de resaca estrellándose contra la arena, o se alzaba crestada como los dientes de una sierra; en cualquier caso, los bordes resplandecían con tonalidades rojas, azul pálido y de muchos otros colores que Cugel nunca había visto antes. No se detectaba ningún horizonte, y los conceptos locales de distancia, proporción y tamaño no encajaban con los que Cugel conocía.
Sobre su cabeza colgaba una muerta Nada. El único rasgo digno de notar, un amplio disco del color de la lluvia, flotaba en el cénit, un objeto tan impreciso que parecía casi invisible. A una distancia indeterminada —¿un kilómetro? ¿diez? ¿cien metros?—, un montículo dominaba todo el panorama. Al inspeccionarlo desde más cerca, Cugel comprobó que el montículo era una prodigiosa masa de carne gelatinosa, dentro de la cual flotaba un órgano globular al parecer análogo a un ojo. De la base de aquella criatura se extendían un centenar de tentáculos que se agitaban hacia todas partes en la negra esponjosidad. Uno de aquellos tentáculos pasaba cerca de los pies de Cugel, cruzaba el agujero intracósmico y brotaba en el suelo de la Tierra.
Cugel descubrió el Saco de Sueños de Iolo a menos de un metro de distancia. La esponjosidad negra, dañada por el impacto, había segregado un líquido que había disuelto un agujero en el cuero, haciendo que los sueños, con forma de estrella, se derramaran sobre la esponja. Al tantear con la pértiga, Cugel había dañado una excrecencia de amarronados palpos. La exudación resultante había goteado sobre los sueños, y cuando Cugel tomó la esfera de frágiles copos vio que sus bordes resplandecían con sobrenaturales franjas de color. La combinación de las exudaciones que habían permeado el objeto hizo que sus dedos hormiguearan.
Una veintena de pequeños nódulos luminosos giraban como un enjambre en torno a su cabeza, y una voz suave se dirigió a él por su nombre.
—¡Cugel, qué alegría que hayas venido a visitarnos! ¿Qué opinas de nuestra agradable tierra?
Cugel miró asombrado a su alrededor; ¿cómo podía un habitante de aquel lugar conocer su nombre? Observó, a una distancia de diez metros, un pequeño montículo de plasma no muy distinto de la monstruosa masa con el ojo flotante.
Nódulos luminosos giraron en torno a su cabeza, y la voz sonó de nuevo en sus oídos:
—Te sientes perplejo, pero recuerda que aquí hacemos las cosas de un modo distinto. Transferimos nuestros pensamientos en pequeños nódulos; si miras atentamente los verás acelerándose a través de la fluxión: pequeños animálculos ansiosos de descargar su contenido de iluminación. ¡Aquí! ¡Observa! Directamente delante de tus ojos tienes flotando un excelente ejemplo. Es uno de tus pensamientos, lleno de dudas; por eso vacila y aguarda tu decisión.
—¿Qué te parece si hablo? —preguntó Cugel—. ¿No facilitará eso las cosas?
—¡Al contrario! El sonido es considerado como algo ofensivo, y todos deploramos el más ligero murmullo.
—Todo esto está muy bien —gruñó Cugel—, pero…
—¡Silencio, por favor! ¡Envía solamente animálculos! Cugel lanzó todo un enjambre de significados luminosos.
—Haré lo que pueda. Quizá puedas informarme de hasta dónde se extiende esta tierra.
—No con exactitud. A veces envío animálculos a explorar remotos lugares; informan de extensiones infinitas similares a la que puedes ver aquí.
—El duque Orbal de Ombalique me ha ordenado que reúna información, y se sentirá interesado por tus observaciones. ¿Pueden encontrarse sustancias valiosas aquí?
—Hasta cierto punto. Hay proscedel, y difany, y ocasionales destellos de zamanders.
—Mi principal preocupación, por supuesto, es recoger información para el duque Orbal, y también tengo que rescatar los sueños de Iolo; de todos modos, me encantaría adquirir alguna muestra valiosa, o dos, aunque sólo sea para recordarme a mí mismo esta agradable asociación.
—Es comprensible. Simpatizo con tus objetivos.
—En ese caso, ¿cómo puedo obtener una cierta cantidad de tales sustancias?
—Muy fácil. Simplemente hay que enviar unos cuantos animálculos a recoger lo que desees. —La criatura emitió todo un enjambre de pálidos plasmas que se dispersaron en todas direcciones; al cabo de unos instantes regresaron con varias docenas de pequeñas esferas que irradiaban una helada luz azul—. Aquí tienes zamanders de la primera agua —dijo la criatura—. Acéptalas como un obsequio.
Cugel se metió las gemas en el bolsillo.
—Este es un magnífico sistema de acumular riqueza. También me gustaría obtener una cierta cantidad de difany.
—¡Envía fuera algunos animálculos! ¿Por qué te esfuerzas innecesariamente?
—Pensamos en líneas paralelas. —Cugel despachó varios centenares de animálculos, que no tardaron en regresar con veinte pequeños lingotes del precioso metal.
Cugel examinó su bolsa.
—Todavía me queda sitio para una cierta cantidad de proscedel. Con tu permiso, enviaré los animálculos necesarios.
—Nunca soñaría en interferir —afirmó la criatura.
Los animálculos partieron en todas direcciones, y al cabo de poco regresaron con suficiente proscedel como para llenar la bolsa de Cugel. La criatura dijo pensativa:
—Esto representa al menos la mitad del tesoro de Uthaw; de todos modos, no parece haberse dado cuenta de su ausencia.
—¿Uthaw? —preguntó Cugel—. ¿Te refieres al monstruoso bulto que hay ahí?
—Sí, ése es Uthaw, que a veces se muestra rudo e irascible.
El ojo de Uthaw giró hacia Cugel y pareció querer salirse de la membrana que lo contenía. Una oleada de animálculos llegó pulsando, llenos de significados.
—Observo que Cugel ha robado mi tesoro, lo cual denuncio como un quebrantamiento de nuestra hospitalidad. En retribución, debe extraer veintidós zamanders de debajo de los Trillows Estremecientes. Luego debe cerner ocho libras de proscedel de primera clase del Polvo del Tiempo. Finalmente debe rascar ocho acres de florescencias de difany de la cara del Disco Superior.
Cugel envió animálculos.
—Señor Uthaw, la pena es dura pero justa. ¡Un momento mientras voy a buscar las herramientas necesarias! —Recogió los sueños y saltó hacia la abertura. Agarró el tentáculo y gritó hacia arriba el agujero—: ¡Tirad, accionad el torno! ¡He rescatado los sueños! El tentáculo se agitó y se estremeció, bloqueando con eficacia la abertura. Cugel se volvió, se metió los dedos en la boca y lanzó un penetrante silbido. El ojo de Uthaw giró alocadamente, y el tentáculo se relajó.
El torno tiró del tentáculo, y Cugel fue extraído fuera del agujero. Uthaw, recuperando los sentidos, dio un tirón tan violento de su tentáculo que la cuerda se rompió; el torno salió disparado, y varias personas fueron arrojadas al suelo. Uthaw retiró su tentáculo, y el agujero se cerró instantáneamente.
Cugel arrojó con desprecio el saco de copos de sueños a los pies de Iolo.
—¡Aquí tienes, ingrato! ¡Toma tus miserables alucinaciones y lárgate! ¡Que no oigamos más de ti!
Luego se volvió al duque Orbal.
—Ahora puedo haceros un informe del otro cosmos. El suelo está compuesto por una sustancia negra parecida a la esponja y resplandece con trillones de destellos infinitesimales. Mi investigación no ha descubierto límites a la extensión de esa tierra. Un disco pálido, apenas visible, cubre una cuarta parte del cielo. Sus habitantes son, el primero y más principal, una masa irascible llamada Uthaw, y otras más pequeñas, más o menos similares. No se permite ningún sonido, y la comunicación se efectúa a través de animálculos, que al mismo tiempo procuran las necesidades para la vida. En esencia, ésos son mis descubrimientos; y ahora, con todos mis respetos, reclamo el gran premio de los mil terces.
A sus espaldas Cugel oyó la burlona risa de Iolo. El duque Orbal agitó la cabeza.
—Mi querido Cugel, lo que sugieres es imposible. ¿A qué exhibición te refieres? ¿A ese pedazo de tierra que hay aquí? Carece de toda pretensión de singularidad.
—¡Pero vos visteis el agujero! ¡Tirasteis del tentáculo con vuestro torno! ¡Siguiendo vuestras órdenes, entré en el agujero y exploré la región!
—Cierto, pero tanto agujero como tentáculo han desaparecido. Ni por un momento sugiero engaño, pero tu informe es imposible de verificar. ¡Difícilmente puedo concederle honores a una entidad tan fugitiva como el recuerdo de un agujero inexistente! Me temo que en esta ocasión debo prescindir de ti. El premio corresponde a Zaraflam y sus notables cucarachas.
—¡Un momento, Vuestra Gracia! —exclamó Iolo—. Recordad que yo entro también en la competición! ¡Al fin puedo exhibir mis productos! Aquí tengo algo particularmente escogido, destilado de un centenar de sueños capturados a primera hora de la madrugada de un conjunto de hermosas doncellas dormidas en una cuna de fragantes enredaderas.
—Muy bien —dijo el duque Orbal—. Retrasaré la adjudicación del premio hasta verificar la calidad de tus visiones. ¿Cuál es el procedimiento? ¿Debo dormirme yo también?
—¡En absoluto! La ingestión del sueño durante las horas de vigila produce no una alucinación, sino un estado de ánimo: una nueva sensibilidad, fresca y dulce: una excitación de las facultades, un indescriptible entusiasmo. De todos modos, ¿por qué no os ponéis cómodo mientras probáis mis sueños? ¡Hey, aquí! ¡Traed un diván! Y tú, un almohadón para la noble cabeza de Vuestra Gracia. ¡Tú! Ten la bondad de sujetar el sombrero de Vuestra Gracia.
Cugel no vio ningún provecho en quedarse allí. Se dirigió hacia la parte exterior de la multitud.
Iolo extrajo su esfera de sueños y, por un momento, pareció desconcertado ante el exudado que seguía aún adherido al objeto, luego decidió ignorar el asunto y no le prestó mayor atención, excepto para frotarse los dedos como si hubieran estado en contacto con alguna sustancia viscosa.