La saga de Cugel (47 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La saga de Cugel
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—A Pergolo —dijo Iucounu—. Insisto en ofrecerte toda mi hospitalidad.

—Tu invitación es difícil de resistir —dijo Cugel. El carruaje penetró entre una hilera de colinas y descendió a un valle que Cugel reconoció inmediatamente. Allá delante divisó la corriente del río Twish, con un destello momentáneo de rojiza luz solar sobre el agua, luego la morada de Iucounu en Pergolo apareció en la ladera de una colina, y un momento más tarde el carruaje se detuvo ante su porche.

—Hemos llegado —dijo Iucounu—. ¡Cugel, te doy la bienvenida de nuevo a Pergolo! ¿Quieres bajar?

—Encantado —dijo Cugel.

Iucounu condujo a Cugel al salón principal.

—Antes que nada, Cugel, tomemos un vaso de vino para refrescar nuestras gargantas tras el polvo del camino. Luego ataremos los cabos sueltos de nuestros asuntos, que se extienden más hacia atrás en el pasado de lo que tal vez tú quieras recordar.

Aquí Iucounu se refería a un período en el que Cugel lo tuvo a él en sus manos.

—Esos días se han perdido en las brumas del tiempo —dijo Cugel—. Ahora todo está olvidado.

Iucounu sonrió con los labios fruncidos.

—¡Ya lo recordaremos un poco más tarde, para nuestro regocijo mutuo! Por ahora, ¿por qué no te quitas el sombrero, la capa y los guantes?

—Estoy completamente cómodo así —dijo Cugel, evaluando la distancia que lo separaba de Iucounu. Un paso largo, un giro del brazo, y ya estaría todo hecho.

Iucounu pareció adivinar los pensamientos de Cugel y retrocedió un paso.

—¡Primero, nuestro vino! Pasemos al pequeño refectorio.

Iucounu abrió camino hasta un salón panelado con fina caoba oscura, donde fue recibido efusivamente por un animalillo pequeño de pelo largo, piernas cortas y ojos negros como botones. La criatura saltó arriba y abajo y voceó una serie de estridentes ladridos. Iucounu le dio unas palmadas.

—Hola, Ettis, ¿cómo va tu mundo? ¿Has comido suficiente sebo? ¡Bien! Me alegra oírlo, puesto que, aparte Cugel, tú eres mi único amigo. ¡Bien, ahora al trabajo! Tengo que conferenciar con Cugel.

Iucounu señaló a Cugel una silla junto a la mesa, y se sentó en el lado opuesto. El animal corrió de un lado para otro, ladrando, deteniéndose tan sólo para mordisquear los tobillos de Cugel.

Un par de jóvenes silfos entraron flotando en la habitación con bandejas de plata, que depositaron delante de Cugel e Iucounu, para desaparecer luego derivando por donde habían venido.

Iucounu se frotó las manos.

—Como sabes, Cugel, sólo sirvo lo mejor. El vino es Angelius de Quantique, y las pastas son elaboradas a partir del polen de flores de trébol rojo.

—Tus gustos han sido siempre exquisitos —dijo Cugel.

—Sólo me siento satisfecho con lo sutil y lo refinado —dijo Iucounu. Probó el vino—. ¡Perfecto! —Bebió de nuevo—. Fuerte, un poco afrutado, con un asomo de arrogancia. —Miró a Cugel, al otro lado de la mesa—. ¿Qué opinas?

Cugel agitó la cabeza en triste abnegación.

—Un sorbo de este elixir, y nunca podré volver a tolerar ninguna bebida normal. —Mojó una pasta en el vino y se la tendió a Ettis, que había hecho una nueva pausa para mordisquear su pierna—. Ettis, por supuesto, posee una discriminación más amplia que la mía.

Iucounu saltó en pie con una protesta, pero Ettis había engullido ya el bocado, y de pronto se puso a realizar una serie de curiosas contorsiones y cayó al suelo de espaldas, con las patas rígidamente alzadas al aire.

Cugel miró interrogador a Iucounu.

—Oh, has entrenado a Ettis con el conocido truco del «perro muerto». Es un animal muy listo.

Iucounu se dejó caer lentamente en su silla. Entraron dos silfos y se llevaron a Ettis en una bandeja de plata.

—Vamos al asunto que nos interesa —dijo Iucounu entre dientes apretados—. Mientras vabagundeabas por la costa de Shanglestone, ¿conociste a un tal Twango?

—Lo conocí, sí —dijo Cugel—. ¡Un individuo extraordinario! Se perturbó cuando no quise venderle mi pequeña chuchería.

Iucounu clavó los ojos en Cugel con el más severo de los escrutinios.

—¿Te explicó por qué?

—Habló del demiurgo Sadlark, pero de una forma tan incoherente que perdí todo interés.

Iucounu se puso en pie.

—Te mostraré a Sadlark. ¡Ven! A la sala de trabajo, que supongo recordarás muy bien.

—¿La sala de trabajo? Esos episodios se han perdido en el pasado.

—Yo los recuerdo muy claramente —dijo Iucounu con voz suave—. Todos.

Mientras caminaban hacia la sala de trabajo, Cugel intentó acercarse a Iucounu, pero sin éxito; el mago parecía siempre un metro o más fuera del alcance de la enguantada mano donde tenía preparada la «Estallido».

Entraron en la sala de trabajo.

—Ahora verás mi colección —dijo Iucounu—. Ya no seguirás preguntándote respecto a mi interés por tu talismán. —Alzó bruscamente la mano; una cortina rojo oscuro se descorrió, revelando las escamas de Sadlark, dispuestas sobre una armadura de hilo de plata fina. A juzgar por la restauración, Sadlark debía haber sido una criatura de mediano tamaño, erguida sobre dos recios ambuladores, con dos pares de brazos articulados acabados cada uno en diez dedos prensiles. La cabeza, si el término podía considerarse apropiado, no era más que una torreta que remataba el prominente torso. Las escamas ventrales eran de un color blanco verdoso, con una quilla de color verde más oscuro teñido de bermellón que ascendía hasta terminar, en la torreta frontal, en un vacío que llamaba inmediatamente la atención.

Iucounu hizo un amplio gesto.

—Aquí tienes a Sadlark, el noble ser del sobremundo, cuyos contornos sugieren fuerza y velocidad. Su aspecto prende la imaginación. ¿No lo crees así, Cugel?

—En absoluto —dijo Cugel—. De todos modos, en su conjunto, has recreado un espécimen espléndido, y te felicito —caminó en torno a la estructura como si la admirara, sin dejar de pensar en ningún momento en la forma de acercarse a Iucounu al alcance de su brazo, pero a medida que él se movía el otro lo hacia también, y Cugel vio fracasar su intento.

—Sadlark es más que un simple espécimen —dijo Iucounu con voz casi devota—. Observa las escamas, cada una fijada en su lugar correspondiente, excepto en la parte frontal, donde un vacío hiere inmediatamente la atención del ojo. Sólo falta una escama, la más importante de todas: el centro protonástico, o, como es más comúnmente llamada, la «Estallido Pectoral de Luz». Durante muchos años pensé que estaba perdida, ante mi inexpresable angustia. Cugel, ¿puedes imaginar mi repentina exultación, las canciones que entonó todo mi ser, las crepitaciones de pura alegría a lo largo de mis venas, cuando te vi, y descubrí aquí, en tu sombrero, la única escama que falta? ¡Me regocijé como si el sol nos hubiera concedido otro centenar de años de vida! Hubiera podido saltar por los aires de puro gozo. Cugel, ¿puedes comprender mi emoción?

—Hasta el punto en que la has descrito…, si. En cuanto a la fuente de esta emoción, me siento desconcertado. —y Cugel se acercó al armazón, con la esperanza de que Iucounu, en su entusiasmo, se situara al alcance de su brazo.

Iucounu, moviéndose en el otro sentido, tocó el armazón, haciendo tintinear las escamas.

—Cugel, en algunos aspectos eres torpe y denso; tu cerebro es como unas gachas recalentadas, y digo esto sin la menor animosidad. Sólo comprendes lo que ves, y esto es la parte más pequeña. —Iucounu emitió una risita que casi pareció un relincho, y Cugel le lanzó una mirada interrogadora—. ¡Observa a Sadlark! —exclamó Iucounu—. ¿Qué es lo que ves?

—Un armazón de alambre y un cierto número de escamas, con la supuesta forma de Sadlark.

—¿Y qué ocurriría si fuera retirado el alambre?

—Las escamas caerían en un confuso montón.

—Exacto. Tienes razón. El centro protonástico es el nódulo que une las demás escamas con líneas de fuerza. Este nódulo es el alma y la fuerza de Sadlark. Con el nódulo en su sitio, Sadlark vivirá de nuevo; porque Sadlark nunca ha estado muerto realmente, sólo disociado.

—¿Y qué hay de sus, digamos, órganos internos?

—En el sobremundo, estas partes son consideradas innecesarias e incluso en cierto modo vulgares. En pocas palabras, no existen partes internas. ¿Tienes alguna otra pregunta u observación?

—Me aventuraría a señalar educadamente que el día está tocando a su fin, y que deseo llegar a Taun Tassel antes de que se haga oscuro.

—¡Y así será! —dijo Iucounu de buen grado—. Primero, ten la amabilidad de colocar encima de la mesa la «Estallido Pectoral de Luz», tras desprenderla de todo rastro de diambroid. No te queda ninguna otra opción.

—Sólo una —dijo Cugel—. Prefiero conservar la escama. Me da suerte y emana una especie de magia acre, como habrás observado ya.

Luces amarillas llamearon tras los ojos de Iucounu.

—Cugel, tu obstinación es embarazosa. La escama, efectivamente, mantiene una barrera entre tú y cualquier magia enemiga de tipo casual. Es indiferente a la magia del sobremundo, algo de la cual está en mis manos. Mientras tanto, desiste de este intento constante de acercarte para situarme al alcance de tu espada. Empiezo a sentirme cansado de retroceder cada vez que tú te insinúas en mi dirección.

—Nunca ha pasado por mi imaginación un acto tan poco considerado —dijo Cugel altaneramente. Extrajo su espada y la depositó en el banco de trabajo—. ¿Ves? ¡Comprueba por ti mismo la forma en que me has juzgado mal!

Iucounu miró la espada y parpadeó.

—¡De todos modos, manténte a distancia! No soy hombre al que le gusten las intimidades.

—Cuenta con toda mi cooperación —dijo Cugel con dignidad.

—¡Seré franco! Hace mucho tiempo que tus actos exigen un castigo, y como hombre de conciencia me veo obligado a administrártelo. De todos modos, no necesitas agravar mi tarea.

—¡Esas son duras palabras! —dijo Cugel—. Me ofreciste un viaje a Taun Tassel. No esperaba una traición.

Iucounu no le prestó la menor atención.

—Te lo pido por última vez: ¡entrégame inmediatamente la escama!

—No puedo complacerte —dijo Cugel—. Y como ésta fue tu última petición, ahora puedo irme a Taun Tassel.

—¡La escama, por favor!

—Tómala de mi sombrero, si te atreves. Yo no voy a ayudarte.

—¿Y el diambroid?

—Sadlark me protegerá. Tú deberás correr el riesgo.

Iucounu lanzó una risotada.

—¡Sadlark también me protege, como vas a ver! —Se quitó las ropas y, con un rápido movimiento, se insertó en el centro de la matriz, de modo que sus piernas encajaron en los ambuladores de Sadlark y su rostro se asomó tras el agujero en la torreta. Los alambres y escamas se contrajeron en torno a su gordezuelo cuerpo; las escamas se le pegaron como si fueran su propia piel.

La voz de Iucounu resonó como un coro de instrumentos de metal:

—Bien, Cugel, ¿qué dices ahora?

Cugel, con la boca abierta por la sorpresa, fue incapaz de moverse. Al fin dijo:

—Las escamas de Sadlark te sientan admirablemente bien.

—¡No es por accidente, de esto estoy seguro!

—¿Y por qué no?

—Soy el avatar de Sadlark; ¡comparto su esencia personal! ¡Este es mi destino, pero antes de que pueda gozar de todas mis fuerzas, debo estar completo! Sin hacer ninguna tontería, puedes encajar la «Estallido» en su lugar. Recuerda: Sadlark ya no te protege contra mi magia, puesto que ésta es su magia también.

Una hormigueante sensación en el guante de Cugel indicó que el centro protonástico de Sadlark confirmaba la observación.

—Bien, que así sea —dijo Cugel. Desprendió cuidadosamente el adorno de su sombrero y retiró el diambroid. Lo sostuvo en su mano un momento, luego lo apretó contra su fuente.

—¿Qué estás haciendo? —gritó Iucounu.

—Estoy renovando mi vitalidad por última vez. Esta escama me ha ayudado a menudo en mis momentos de prueba.

—¡Deja de hacer esto inmediatamente! ¡Necesitaré cada átomo de su fuerza para mí! ¡Dámela ahora mismo!

Cugel dejó que la auténtica escama se deslizara a su enguantada palma y ocultó el falso adorno. Dijo con voz melancólica:

—Te entrego con dolor mi tesoro. ¿Puedo llevármela por última vez a mi frente?

—¡Ni lo sueñes! —declaró Iucounu—. Tengo intención de colocarla en mi propia frente. ¡Deja la escama sobre el banco de trabajo, luego retrocede!

—Como quieras —suspiró Cugel. Colocó la «Estallido» en el banco, y luego, tomando su espada, salió melancólicamente de la habitación.

Con un gruñido de satisfacción, Iucounu aplicó la escama a su frente.

Cugel se detuvo junto a la fuente de la entrada, con un pie apoyado en el borde de la pileta. En esta posición escuchó gravemente los horribles sonidos que brotaban de la garganta de Iucounu.

El silencio volvió a adueñarse de la sala de trabajo.

Transcurrió un rato.

Un sonido de resonantes pasos llegó a oídos de Cugel.

Sadlark apareció en la entrada avanzando con torpes saltos, usando sus ambuladores a modo de pies sin demasiado éxito, de modo que caía pesadamente de tanto en tanto, rodando y volviendo a levantarse con gran resonar de escamas.

La luz de última hora de la tarde penetraba oblicua por la puerta; Cugel no hizo ningún movimiento, con la esperanza de que Sadlark saliera fuera y regresara al sobremundo.

Sadlark se detuvo y dijo con voz jadeante:

—¡Cugel! ¿Dónde está Cugel? ¡Todas las fuerzas que he consumido hasta ahora, incluidas la anguila y la comadreja, necesitan unirse con Cugel! ¿Dónde estás? ¡Cugel, haz notar tu presencia! No puedo ver en esta peculiar luz de la Tierra, lo cual explica por qué me hundí en el cenagal.

Cugel guardó silencio, sin apenas atreverse a respirar. Sadlark giró lentamente la roja nariz de su «Estallido» hacia uno y otro lado del vestíbulo.

—¡Ah, Cugel, ahí estás! ¡No te muevas!

Sadlark avanzó pesadamente. Desobedeciendo la orden, Cugel corrió hacia el extremo más alejado de la fuente. Furioso ante la insubordinación, Sadlark dio un gran salto en el aire. Cugel agarró una palangana, la llenó de agua en la fuente y la arrojó contra Sadlark, que a causa de ello calculó mal la distancia y cayó de bruces en la pileta.

El agua silbó y burbujeó mientras la fuerza de Sadlark se agotaba. Las escamas se separaron y se agitaron lentamente en el fondo de la fuente.

Cugel rebuscó entre las escamas hasta encontrar la «Destello Pectoral de Luz». Envolvió la escama en varios gruesos de tela mojada y se dirigió a la sala de trabajo, donde la metió en una jarra de agua, que selló herméticamente y guardó a un lado.

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