La secta de las catacumbas (8 page)

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Authors: Nicola Fantini

Tags: #Intriga

BOOK: La secta de las catacumbas
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¿Minerva? ¿Pero esa no era la prisión de la Inquisición? ¿Qué es lo que Tomaso hacía en aquella cárcel? Heinrich oyó reir a Sebastian.

—¿Qué ocurre? —le preguntó.

—Nada. Sólo que se me ha pasado por la mente algo que me contó una criada de la posada del Tejón. No lo adivinarías nunca, señorito.

—Entonces cuéntamelo tú —se rindió Heinrich.

—¿Recuerdas la poción de Galicia que el Desdentado vendió al caballero? El alemán se vio obligado a probarla inmediatamente, aquella misma noche. Al parecer, el miedo que se había apoderado de él cuando le conté la historia del fantasma le llevó a meterse bajo el jovencito que hacía las veces de secretario. ¿No es gracioso? —y mientras hablaba, Sebastian dio un codazo al joven—. Pero el caballero tuvo que esperar mucho a que la medicina surtiera su efecto milagroso. Toda la taberna oyó chirriar su cama, pero esa cosita flácida que le colgaba bajo el pliegue de la panza no acababa de cumplir sus obligaciones…, Ciertamente, debió pasar una mala noche en aquella posada del Tejón…

Todos se reían a carcajadas. Heinrich sintió que de nuevo lo tomaban del brazo y lo alejaban de la mesa. Entonces preguntó otra vez por la misteriosa Comendadora, pero Sebastian lo invitó, como ya había hecho antes, a controlar la impaciencia:

—Si no ha llegado todavía, será porque Milady tiene otros asuntos urgentes que atender. Acabará viniendo, no te preocupes —le tranquilizó.

XII. ESTABA AMANECIENDO

Camino a Múnich, abril de 1768

E
STABA AMANECIENDO CUANDO EL CABALLERO Winckelmann se asomó a la puerta de la posada del Tejón. No había ni un alma por ninguna parte, pero al afinar el oído le pareció oír un verso del
Miserere
de Allegri que le había cantado aquel extraño mendigo de la noche anterior. Fantasías…

Durante aquella velada, el caballero no había dejado de pensar que la angustia que le oprimía era resultado del frío que hacía en aquellos parajes. De hecho, en cuanto habían cruzado los Alpes, había comenzado el frío como si hubiera vuelto el auténtico invierno: campos todavía nevados, árboles sin hojas, lagos con el brillo de los espejos helados. Johann Joachim llevaba sin volver por su tierra natal casi quince años, y se había ilusionado tanto con el recuerdo de los campos verdes de su infancia que se sintió decepcionado, defraudado por los mismos colores que durante años había conservado en su memoria. O quizás consideraba aquel frío tan blanco como un mal augurio, como si Alemania hubiera asumido ante él una actitud de indisimulada y gélida distancia. Pensamientos irritantes que le borraban esa alegría de volver como un triunfador, que tanto había saboreado.

Además, el pequeño pueblo donde se habían visto obligados a detenerse la tarde anterior, después de que se rompiera el eje de la rueda, lo había decepcionado. En un primer momento, Johann Joachim disfrutó reconociéndolo, porque allí había parado también durante el viaje que quince años antes le había llevado a Italia. Pero, en resumidas cuentas, apenas conservaba nada del alegre y nostálgico lugar de sus lejanos recuerdos… Evidentemente, resultaba natural que un sitio cambiara con el paso de los años, pero que el pueblo hubiera perdido tanto le dejaba algo desconcertado. Las casas parecían más pequeñas, casi decadentes, con el aire malicioso de los lugares aislados, donde las supersticiones prosperan por doquier. Además, el viejo nogal bajo el que recordaba haber descansado no era más que una triste sombra del que había sido, y tampoco el lago parecía tener el mismo brillo que tiempos atrás, y observó que en cualquier caso era más bien pequeño, apenas más grande que una charca.

Parte de aquel malestar también tenía que ver con la miserable posada donde se habían visto, obligados a alojarse tras el accidente: la posada del Tejón tenía habitaciones estrechas con cristales sucios y, por si eso no fuera suficiente, ofrecía una comida pésima —sopa grasienta con patatas y tocino, acompañada de un mendrugo de pan negro rancio, como jamás había comido antes—, servida en ordinarios cuencos de terracota blanca con el borde celeste, que no podían sino hacer que añorara todavía más la elegancia romana. Además, el tabernero, un viejo gordo con el rostro arrugado, no hacía otra cosa que aspirar tabaco y limpiarse la nariz con los dedos. Y la mujer, una campesinota grosera y vulgar. Por no hablar de la cama, incómoda y tambaleante.

¿Y qué decir de la desoladora vista que ofrecía la ventana de la buhardilla? Tanta nieve y esos bosques oscuros que se prolongaban hasta el infinito le habían entristecido. No, su vuelta a Alemania no estaba siendo precisamente como la había imaginado. Durante toda la velada le habían pasado por la cabeza molestos pensamientos de hastío, casi de arrepentimiento. Además, como era de suponer, en la cama que tuvo que compartir con Camillo faltaban las sábanas y las mantas, y en su lugar sólo había un gran edredón de plumas.

Se metió dentro muy cansado, y preocupado además por el mareo que había sentido tras la cena. Llegó a pensar que caería inmediatamente dormido, pero por desgracia la angustiosa inquietud que lo había atormentado durante todo el día lo mantuvo despierto. En cambio, su joven secretario tuvo la fortuna de dormir profundamente. Johann Joachim le había acariciado el costado, descendiendo con la mano hasta la curva del vientre, en un reconocimiento antiguo y a la vez siempre nuevo, como si fuera su propio cuerpo y no el del joven dormido a su lado. La carne de Camillo le había suscitado el recuerdo de sus propios músculos flácidos. «Estás envejeciendo, Johann Joachim.»

Le abrumaban las imágenes del pequeño librito que Moira, el impresor, le había dejado caer en su bolsillo justo antes de subir por las escaleras: un breve opúsculo con un título extraño,
El engaño desenmascarado
, ilustrado con dibujos obscenos de todo tipo de emparejamientos, figuritas desnudas y caricaturizadas en las que se reconocían los rasgos de nobles y prelados que él mismo había frecuentado… «Pero, ¿qué clase de persona es ese tal Moira? ¿No sabe que estas publicaciones están prohibidas? Hace dos o tres años se montó un escándalo con aquel librillo pornográfico titulado
Thérèse philosophe
, escrito por el sedicioso marqués de Argens… Y en este la palabra
escándalo
se queda corta, al tratarse de la corte pontificia, de la nobleza romana, de gente que por mucho menos ordena a un sicario que te corte la garganta o te manda ante al tribunal de Minerva… ¿Quién puede estar tan mal de la cabeza para ser su autor? Lo quemaré: será lo primero que haga después de desayunar. Ni siquiera quiero imaginar lo que podría suceder si alguien lo encontrara entre mi equipaje. Esas imágenes tan bestiales.» Y por la noche, pensando en las ilustraciones que tanto le habían espantado —«qué terrible realismo, pero qué clase de fantasía es esta»—, se le había ocurrido probar la infusión que aquel mendigo desdentado le había vendido, abordándolo cuando estaba solo en un rincón, antes de cenar. Al parecer se trataba de una pócima espectacular e infalible: cuajo de cabrilla, crestas de gallo y cascaras de huevo.

—Para que se te levante hasta veinticinco veces por noche —le había asegurado.

¡Mentiras! Un fracaso total. Lo había intentado una y otra vez, jadeando hasta bañarse en sudor, y por fin un sórdido eructo le persuadió de que la poción había acabado, como siempre, en la vía digestiva sin llegar a la venérea.

Finalmente, tras cerrar los ojos, había caído en un profundo y extraño sueño. Se hallaba en un claro de un bosque florecido, pero la sensación no resultaba agradable en absoluto. Le inquietaba el color encendido de las flores, como la sangre, casi como un incendio, y una extraña figura negra encorvada, con las rodillas entre las manos, como si estuviera contemplando el paisaje…

Quizás por ello, en cuanto despertó, Johann Joachim se puso en pie y salió silenciosamente de la posada. Faltaban al menos tres horas para que llegara el carruaje de reemplazo, y un paseo le sentaría bien, así que tomó un sendero cuesta abajo. No es que le apeteciera dar una larga caminata, porque hacía frío, pero quería saborear la paz del bosque, como había hecho quince años antes. El viejo sendero seguía tal y como lo recordaba, y probablemente se mantenía abierto por el paso de los animales del boque, que iban al lago a beber. Fue tan feliz en aquella época… Y se detuvo de repente en mitad del sendero. «¿Por qué has dicho
feliz
, Johann Joachim? ¿No lo eres ahora? ¿Qué te falta?»

XIII. EXPEDIENTE XCIV

Camino a Múnich, abril de 1768

Expediente XCIV

Suplemento de la investigación.

(Enviarlo urgentemente al Jefe de la Policía

de la ciudad de Ginebra.)

Nota informativa recibida de nuestro confidente

Joseph Rolland, barbero.

H
ABIENDO ENTRADO EN CONTACTO CON LA BANDA de los Concheros, cuyos miembros han adquirido la costumbre de afeitarse en mi negocio de Rue Saint-Séverin, he podido en varias ocasiones sonsacarles, fingiendo conocer los secretos de su jerga, algo que por otro lado es en parte cierto. Por lo tanto, sé de buena fuente que los Concheros se han dispersado por todo el mundo, en un número superior a mil, en diferentes naciones. Lo que les une a todos es la concha de Santiago, que cuelga de sus capas o de sus chaquetas, pero en función de sus diferentes habilidades, asumen diferentes nombres según su especialidad:

Ganchos largos
, los ladrones de bolsos.

Vientecillos
, quienes inducen a la gente a jugar.

Garduñas
, los que venden joyas falsas.

Culos blancos
, que en las posadas y mesones se hacen dar una cama en la misma habitación que un mercader.

Pipetas
o estafadores.

Monigotes
, las enanas que hacen juegos de manos.

Esperoendios
, jóvenes estudiantes que frecuentan malas amistades, lucen tonsura y se entregan al juego y a la lascivia.

Cucos
, que venden reliquias a los sacerdotes.

Búhos
, quienes asegurando conocer los secretos de la magia negra y del exorcismo extorsionan a los inocentones.

Viscosos
, los que a las puertas de las iglesias aseguran haber sido prisioneros y como prueba enseñan las mutilaciones.

Vendimiadores
, que se hacen pasar por peregrinos para implorar la caridad, hasta recibir tres monedas de plata como limosna.

Larvas
, quienes tumbados en las puertas de las iglesias lamentan que se lo han robado todo.

Espiritus puros
, enanos que se meten en las casas a través de pequeños agujeros.

 

El confidente indica también otros nombres
: Moqueros, Pelosos, Rascaculos, Molinillos, Gatos negros, Numerados, Avispones, Clavos calientes, Nubecillas…
pero no acierta a concretar las características de sus especialidades.

XIV. ¡AQUÍ ESTÁ MOIRA!

Roma, enero de 1772

A
QUÍ ESTÁ MOIRA! —GRITÓ SEBASTIAN.

Heinrich agudizó el oído. ¿Dónde había escuchado antes ese nombre? La cabeza le daba vueltas. ¿Era el cansancio o le habían echado algún somnífero en la pasta que había comido? Además, le costaba trabajo seguir un razonamiento, mientras a su alrededor se iba alzando un griterío alborotado de mucha gente. Una verdadera multitud, si el oído no le engañaba.

—Son las diferentes hermandades que se reúnen por la noche, cada una con su Comendador —le susurró al oído Jacobus.

—Pero, ¿qué hace toda esta gente durante el día? —preguntó Heinrich, aunque seguramente ya intuía la respuesta—. ¿Se ganan la vida como mendigos?

—Ah, señorito, hablas como si fuera sencillo ser mendigo, algo al alcance de cualquiera… Y no. Se trata de un todo un arte. Piensa, suizo, que entre nosotros hay gente que todas las mañanas come jabón para que le sangre la nariz, o se extiende por el cuerpo estiércol de caballo diluido en agua para aparentar un ataqué de ictericia, o algunos que se ven obligados a simular convulsiones durante todo el día. No solo resulta muy cansado, señorito, sino que se precisa de talento para fingir. Y además, los hermanos no se dedican solo a la mendicidad. Nuestra gente realiza las profesiones más diversas. Cada hermandad tiene su especialidad, señorito, en el mundo de arriba. Están los Malabaristas, que saben caminar sobre una cuerda tensa o comen fuego. Los que están llegando ahora, por ejemplo, son los Cigalas: cuando hay una fiesta o una procesión, se mezclan con la gente y cortan bolsos, encajes, trozos de sotanas o pieles…

—Y eso, ¿para qué?

—Suizo, nuestro lema es que de todo se puede obtener calderilla. Algunos hacen los Cuelgacapas: se presentan en los banquetes y arramblan con las montañas de capas y abrigos que los señores se quitan antes de sentarse a la mesa.

—¿Y las mujeres, qué es lo que hacen?

—Leen la mano, fabrican ángeles, venden placeres… depende de la edad. Naturalmente hay también hermandades que trabajan sólo de noche. Los Devotos trabajan en las iglesias, con el rosario en la mano y los ojos fervorosos, pero por la noche se esconden en los confesionarios y descerrajan las cajas de las limosnas. O los Gateros, que vacían las casas dejándose caer desde los tejados con escaleras de cuerda. O también los Apóstoles…

—¿También ellos tienen algo que ver con las iglesias?

—Qué va —rio el enano—, los nombres que llevamos solo sirven para confundir a la gente común. Los Apóstoles son los especialistas en ganzúas, que son la llave universal, y como San Pedro, van siempre con ella a cuestas. Son unos portentos evitando hacer ruido en el momento de abrir una cerradura, incluso la más complicada, con el método de las barritas de plomo.

—Y tú, ¿qué es lo que eres?

—Por nacimiento un Monigote, como puedes ver por mi pequeña estatura, pero durante muchos años, he hecho el Avispón…

Y quién sabe cómo habría seguido la conversación con ese loco llamado Jacobus, si no le hubieran llamado de algún lado. «Una poderosa Confraternidad con ramificaciones por toda la ciudad… ¿Quién será esta misteriosa Milady sobre la que susurran con tanto temor? Milady… ¿dónde he escuchado antes este apodo? Y los Avispones, de quienes tanto habla, ¿qué especialidad tienen? Pero, sobre todo, ¿por qué me mantienen prisionero y qué quieren hacerme? Percibo el latido de mi corazón. El miedo a este mundo oscuro que me rodea me mantiene como petrificado. Siento los músculos endurecidos como la madera, las rodillas me tiemblan. ¿Cómo es posible que exista una organización como esta, sobre la que nadie sabe nada en Roma? Pensar que bajo las luces de esta ciudad hay todo un mundo de tinieblas…»

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