—Nunca me encontraría aquí la Policía.
—¿Por qué?
Por toda respuesta, Wang Foo se acercó a la pared y apretó un oculto resorte. Una parte de la pared giró sobre sí misma, mostrando una abertura rectangular.
—Esto conduce a la parte alta de la casa, Antes de que alguien pudiera llegar aquí, yo ya estaría lejos.
—No está mal. Es usted muy listo Wang Foo. Me recuerda a un hombre que conocí hace muchos años, un hombre que también traficaba en piedras preciosas. Quizá usted le conociese. Un tal Diamond Bert Farwell.
El chino miró fijamente a Johnny y, por fin, replicó con voz pausada:
—Le conocí, pero Diamond Bert Farwell ha muerto hace tiempo.
—No, quien murió fue su hermano —replicó el «Inglés»—. Le mataron por error. Pero el verdadero Bert Farwell vive, y yo sé dónde está.
—¿Dónde?
—Aquí, delante mío.
Y con un rápido movimiento, Johnny arrancó las gafas que cabalgaban sobre la nariz del chino. Antes de que éste tuviera tiempo de lanzar una exclamación, se vio despojado de la peluca que le cubría la cabeza, y el chino Wang Foo se convirtió en un occidental de cutis teñido y cabeza calva.
En el mismo instante sonaron unos pasos precipitados en la escalera, la cortina que cubría la puerta de entrada fue apartada a un lado y un hombre penetró en la habitación.
Era el español José Cardona, y en la mano derecha empuñaba un brillante revólver con el que encañonó a los dos hombres, al mismo tiempo que gritaba:
—¡Manos arriba!
Wang Foo fue a precipitarse hacia la puerta secreta, pero una rápida zancadilla de Johnny le hizo caer cuan largo era. Cuando logró ponerse en pie era ya demasiado tarde para maniobrar en la puerta secreta, y el revólver del español estaba sólo a un metro de su corazón.
Tres detectives más entraron y rodearon a los dos hombres, amenazándoles con sus amas.
—¡Diamond Bert! —exclamó Cardona, mirando al falso chino—. ¡Diamond Bert vestido de oriental! ¡De manera que el viejo Wang Foo es Bert Farwell! ¡Y esas son las joyas de Laidlow!
Seguidamente, miró al hombre que estaba junto al falso chino.
—¡Johnny el «Inglés»! ¡El rey de los restaurantes! ¿También tú andas mezclado en esto? Tú traías la mercancía y Bert te la compraba. Bien, hombre, bien. Esta será la mejor noticia que habrá recibido en su vida el inspector Malone.
Unas esposas apresaron las muñecas de los dos malhechores. Cardona registró a Bert y a Johnny y, de un bolsillo interior de la americana del último sacó un largo revólver.
—Conque llevando armas sin licencia, también. Peor para ti, Johnny.
De pronto, antes de que los detectives tuviesen tiempo de apuntarle con sus armas y disparar, Johnny el «Inglés» se lanzó hacia una de las paredes de la habitación, apretó un resorte y la puerta secreta se abrió para dejarle paso, cerrándose inmediatamente tras él.
Cardona fue el primero en disparar y vació el cilindro de su revólver en dirección al sitio por donde acababa de desaparecer el prisionero.
Pero era inútil; Johnny había escapado, dejando en el suelo, abiertas, las esposas que segundos antes aprisionaban sus muñecas.
Cesaron los disparos, al terminarse las cargas de los revólveres y, del otro lado de la pared, llegó hasta los asombrados detectives una siniestra y larga carcajada. Una carcajada que era, a la vez real y fantástica.
¡La risa de La Sombra!
Las primeras planas de los periódicos neoyorquinos hicieron sonreír a Harry Vincent cómodamente sentado en el último vagón del expreso que le conducía hacia el Oeste.
Iba a pasar unos días de vacaciones con su familia, en un pueblecito de Michigan.
Según los periódicos, el éxito de la captura de Diamond Bert Farwell correspondía por entero al detective español, naturalizado súbdito norteamericano, José Cardona, que había llegado a la tienda del falso Wang Foo en un momento oportuno, cuando el célebre ladrón, creyéndose en lugar seguro, se había despojado del disfraz.
Pero Cardona aseguraba que el éxito de la empresa correspondía por entero al Inspector Malone, que desde el primer momento sospechó que las joyas de Laidlow estaban en poder de algún comerciante chino.
Otra noticia que traían los periódicos era la del suicidio de Burgess en Florida, quedando de esa manera resuelto el problema del asesinato del millonario Laidlow. En la nota que dejaba explicando los motivos del suicidio no mencionaba el nombre de Bingham.
El abogado se vio libre de toda persecución, pero las emociones sufridas en los últimos tiempos le tenían postrado en cama y los médicos desesperaban de poder restablecer su minada salud.
Harry echó a un lado los periódicos. Le dolía la cabeza de resultas del golpe recibido la noche de su aventura en la casa de Bingham.
Al día siguiente despertó en su habitación del hotel Metrolite, preguntándose, asombrado, cómo había podido librarse de las manos de Johnny el «Inglés»; pues lo último que recordaba era la visión del odioso rostro del bandido.
Aquella misma mañana recibió el billete para Michigan y una nota en la que se le decía que podía tomarse unas vacaciones antes de emprender un nuevo trabajo a las órdenes de La Sombra, Siguió estas instrucciones y en aquel momento se dirigía en busca del bien ganado descanso.
De nuevo cogió el periódico y buscó algo que no aparecía en ningún lugar.
Era extraño, pensó Harry, que no se hiciera mención de la parte que en todo aquello había tomado La Sombra.
Y es que los periódicos de los Estados Unidos nunca se enteraron de que el hombre que desenmascaró a Diamond Bert no pudo ser Johnny el «Inglés», que en aquellos momentos andaba ocultándose de la Policía estadounidense, porque Johnny el «Inglés», en el instante en que fue detenido Farwell, se hallaba, a varias millas de distancia de Nueva York, volviendo en sí del golpe que le dio La Sombra.
MAXELL GRANT, seudónimo de Walter Brown Gibson. Nació en Filadelfia, Pensilvania. Estudió en el Instituto Peddie y la Universidad Colegate, en Nueva York. Gibson fue un escritor prolífico. Escribió libros sobre juegos de cartas, hipnotismo, judo y ju-jitsu. Como autor independiente trató de vender algunas historias a Frank Blackwell, director de
Detective Story
. Esta revista contó con «La Sombra», héroe justiciero. Blackwell pidió a Gibson que escribiera la primera novela de «La Sombra». En aquel momento, Gibson editaba una revista de magia llamada
The Seven Circles
, y editaba también y contribuía con material para
True Strange Stories
. Aceptó la propuesta de Blackwell y así fue como nació la revista
Shadow
en 1930. Gibson fue contratado para escribir 24 novelas de «La Sombra» por año. Después de la guerra, combinó «La Sombra» con
Mystery Magazine
. Gibson decidió dedicarse a otros proyectos. Durante los años siguientes, escribió libros de magia, novelas infantiles y cuentos de misterio. En 1948,
Shadow
volvió a su formato anterior y Gibson comenzó a escribir de nuevo historias de «La Sombra». Después de dieciocho años y 325 números, la revista
Shadow
dejó de publicarse en 1949. En 1963, la editorial neoyorquina Belmont Books decidió recuperar al personaje y Gibson escribió otra novela de «La Sombra». Dennis Lynds (autor de novelas policiacas) escribió ocho novelas más de «La Sombra» bajo el seudónimo de Maxwell Grant.