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Authors: José Luis Sampedro

Tags: #Relato

La sonrisa etrusca (33 page)

BOOK: La sonrisa etrusca
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El viejo sonríe como si le ofrecieran un buen regalo.

—Ya cargaré con postas la lupara, ya. Hasta con sal, por si alguno de mala leche se propasa. La cencerrada la admito: es lo suyo cuando se casa un viudo y, encima, fuera del pueblo. Pero cencerrada como es debido. Bromas pesadas con mi mujer, ¡ni una!

—No hará falta disparar, Bruno —asegura Ambrosio—. Nadie te quiere mal en el pueblo ahora.

—O nadie se atreve a decirlo —presume el viejo.

—Eso es, o no se atreve.

El viejo se encoge de hombros, desdeñoso. Luego se dirige a Zambrini con expresión solemne.

—Tú pensarás que estoy loco, Mauro, porque voy a durar muy poco. Ya te lo habrá dicho el Dallanotte. Por cierto, un buen hombre.

—Sí, me lo ha explicado. Y también me ha dicho que te envidia, porque él no tiene ya ilusiones… No estás loco, Bruno, sino muy cuerdo. Yo te comprendo.

—¡Y tanto que hace bien! —salta Ambrosio—. Lo digo yo, que conozco ya a la Hortensia. ¡Si la vieras, Mauro…! La mujer que necesita un hombre… ¡Si no te casaras tú me declaraba yo! —concluye el solterón de Ambrosio dedicando al viejo su divertida mueca de aquellos tiempos.

—No te encampanes: me quiere a mí —se ufana el viejo, que continúa dirigiéndose a Zambrini—. Así, ¿sabes?, este verano en mi casa, con Hortensia y Brunettino, voy a vivir cada hora mucho más que los milaneses en un año… ¡Brunettino! El día que me llame nonno daré la gran fiesta, ¡tengo unas ganas de oírle!… Y está a punto, a punto; aún me dará tiempo antes de la castañada.

Calla un instante y continúa, grave:

—Sí, tendré tiempo; en el pueblo se soltará… además, después… Después, ya me entiendes, Mauro…

Baja la voz, acerca la cabeza hacia sus compañeros y sonríe astutamente, orgulloso de su estrategia vital:

—Después Brunettino, mi angelote, mi tesoro, tendrá la mejor abuela del mundo, la mujer para hacerle hombre.

El viejo se repliega en el silencio a fin de imaginar mejor a Hortensia, su relevo junto al niño. Sí, instalada en su cuarto sobre el sofá-cama, recibiendo allí la visita nocturna del angelito blanco y cogiéndole en brazos para hablarle de su abuelo Bruno. Para contarle cómo era y cuánto, cuánto, cuánto les adoraba a los dos.

59

El blanquísimo ángel aparece en la oscura puerta y eleva sus brazos al cielo.

Sorprendido al no sentirse volar hacia el pecho del viejo, como cada noche, pronuncia unas sílabas en su misterioso lenguaje y da unos pasitos hasta tocar la cama.

El viejo abre los ojos y percibe la clara presencia. Se incorpora —¿por qué, hoy, tanto cansancio? —y levanta al ángel hasta la cama, sentándole a su lado.

—Estoy alerta, niño mío, te esperaba… Ven, sube al coche, ya salimos. Está cascado, pero aún tira. El Lancia requisado al marqués, ¡quién se lo hubiera dicho cuando presumía de auto!… Traes el parte, ¿verdad?; no necesitas dármelo. Ya lo sé, a la montaña suben pronto las noticias, sobre todo las buenas. Se derrumban: ¡triunfamos, ángel mío!…

Le han dado la patada al Mussolini; se sienten perdidos. Huyen como ratas. Los de Cosenza están echando al mar a los tedescos, que no pueden resistir. David les voló el tren y les dejó sin municiones… ¡Feliz David, curándose la herida en Rímini! Con su Dunka, ¡bien se lo han ganado!… ¡Qué grande es ahora el mundo! Ya ves, hasta avanzamos en coche, como los generales. Se acabó el andar por las breñas, de matojo en matojo. Se acabó el estar cercados, como tú y yo en la posición, ¿recuerdas? ¡Nunca más!… ¡Adelante, sobre ruedas, montaña abajo! Claro que muy alerta; puede haber tiradores, fascistas desesperados… Pero ya, ¡da lo mismo, están perdidos!

El niño acerca su cuerpecito al torso del viejo buscando los brazos acogedores de cada noche. —¡Ángel mío, topas como mi Lambrino!… Y ¡qué valiente eres! Tan pequeñín y trayéndome el parte… Pero tendrás frío; hay que guardarse del relente… No te apures, te abrigaré bien.

El viejo coge la manta extendida a sus pies y envuelve en ella al niño, que gruñe y agita enérgico sus manecitas rechazándola:

—Na, na —protesta.

El viejo ríe y le estrecha en sus brazos:

—Tienes razón; mejor así, junto a mí. Acunadito, para eso tienes abuelo… ¡Cómo no voy a abrazarte! Estoy fuerte, no me canso, y menos en el coche. ¡Si esto es guerra, vengan balas!… Pero no te distraigas, va a amanecer. Hora de los ataques por sorpresa. Este sitio se presta; estamos cruzando el castañar. Fíjate, ¿lo reconoces, verdad? ¡Te hablé de él tantas veces! ¡Qué hermosura!… Peligrosa, puede ocultarse alguno. O trampas: un cable de un árbol a otro, reteniendo una bomba de mano, y si lo tocas ni te enteras… Por fin aclara, vamos saliendo del bosque. Veremos el pueblo en cuanto doblemos el cerrillo… Ahora, ¿lo ves? ¿Lo ves? ¡La torre de la iglesia; a la izquierda de mi casa! ¿Ves la solana?… Roccasera, ¡mi Roccasera!… ¡Viva!… Ah, ¡la señal!

En el patio se ha encendido una ventana. Fatigosamente, pero arrebatado por su excitación, el viejo se pone en pie sobre la cama con el niño en brazos

—¡La señal! ¡Adelante!… Y la trompeta, ¿la oyes? ¡Canta, cantemos todos! ¡La canción de los partisanos!

La voz cascada lanza contra el silencio su himno guerrero.

Desde otra ventana invisible salta al aire una saeta de luz. El viejo deja de cantar y estalla en júbilo:

—¡Un cohete!… ¡Es Ambrosio, le vuelven loco los cohetes!… ¡Es Ambrosio, Roccasera es nuestro!

Éxtasis en silencio.

De súbito, su dulce carga le pesa infinitamente y el viejo ya no puede sostenerla.

«Como a san Cristóforo», piensa, mientras le hiere un dolor en el pecho, un calambre feroz arrancándole el brazo. Cae de rodillas sobre la cama, soltando al niño.

—Me han dado, hijo; un fascista emboscado… Pero no tengas miedo; estás con Bruno… ¡Con Bruno! Y siempre tengo suerte con las balas… Pronto llegaremos y Hortensia nos espera. Te cuidará mientras me curo… Ya la quieres y ahora es tu abuela, ¿sabes? ¡La mejor del mundo!… No te apures, tesoro; te llevaré a sus brazos…

Para arrancarse el dolor se da tal zarpazo en el pecho que la bolsita de amuletos, roto el cordón, cae sobre la cama.

—¡Cabrón de tirador! —ruge. Pero el rugido acaba en sofocada queja.

Se sienta, apoyando la espalda contra la cabeza. Murmura:

—Veo mal… El sol… Me ciega, al salir de la umbría…

Calla para ahorrar fuerzas, pero su mente prosigue, mientras el dolor va cerrando implacable tenaza en torno a su pecho.

«Nada, no es nada… ¡Qué alegría los cohetes! ¡Cuántas chispas en el cielo! ¡Y las trompetas, la música! ¿Oyes?… Vuelvo como quería: victorioso y contigo. ¡Contigo, mi angelote!»

El niño, inquieto ante esta noche tan diferente, gatea por la cama hacia el viejo. Se agarra temeroso al brazo ya paralizado y se pone en pie, su carita junto a la del abuelo, esperando, esperando… De golpe, su instinto le revela el desplome del mundo, la tiniebla vacía. El aletazo de la soledad le arranca la palabra tantas veces oída:

—Non-no —pronuncia nítidamente, frente a ese rostro cuyos ojos le buscan ya sin verle, pero cuyos oídos aún le oyen, anegados de júbilo. Y repite el conjuro, su llamada de cachorro perdido—. Nonno, nonno.

¡Nonno! ¡Por fin ese cántico celeste!

Colores de ultramundo, lumbres de mil estrellas incendian el viejo corazón y le arrebatan a esta gloria, esta grandeza, esta palabra insondable: ¡NONNO!

A ella se entrega para siempre el viejo, invocando el nombre infantil que sus labios ya no logran pronunciar.

El niño, en su desamparo, inicia un gemido. Pero se calma al olfatear en la vieja manta el rastro de los brazos que le acunaban. Se envuelve confiado en sus pliegues, en ese olor que reconstruye el mundo al devolverle la presencia de su abuelo, y clama, orgulloso de su proeza, una y otra vez:

—¡Nonno, nonno, nonno, nonno…!

Sus manitas, mientras tanto, juguetean con los amuletos.

En la carnal arcilla del viejo rostro ha florecido una sonrisa que se petrifica poco a poco, sobre un trasfondo sanguíneo de antigua terracota.

Renato, atraído por la canción guerrera y por los gritos del niño, la reconoce en el acto.

JOSÉ LUIS SAMPEDRO SÁEZ, (Barcelona, 1 de febrero de 1917) escritor, humanista y economista español que aboga por una economía «más humana, más solidaria, capaz de contribuir a desarrollar la dignidad de los pueblos». En 2010 el Consejo de Ministros le otorgó la
Orden de las Artes y las Letras de España
por «su sobresaliente trayectoria literaria y por su pensamiento comprometido con los problemas de su tiempo». En 2011 recibió el
Premio Nacional de las Letras Españolas
.

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