—El caso —dijo el médico, interrumpiendo sus cavilaciones— es que al principio a Jen se le pidió que captara sensaciones, imágenes fugaces de acontecimientos pasados que pudieran ayudar a localizar la tumba. Pero entonces Tina Romero y Fenwick March lograron situarla con cierta aproximación, y la razón que justificaba la presencia de Jen perdió fuerza. Además, en ese momento… —Rush vaciló—. En ese momento todo había cambiado.
—Quieres decir que tu mujer había establecido contacto con un ente del pasado, ¿no?
Rush tardó unos instantes en responder, y cuando lo hizo fue con un leve asentimiento.
Logan sintió un escalofrío de emoción. Le resultaba a la vez increíblemente excitante y difícil de creer, «¡Dios mío! ¿Y si resulta que es verdad?», se dijo.
—¿Stone lo sabe? —preguntó.
Rush asintió de nuevo.
—Por supuesto.
—¿Y qué opina?
—Es como te he dicho: Stone hará cualquier cosa, intentará lo que sea para conseguir lo que busca. Y Jen ha demostrado sus poderes psíquicos de tantas maneras, que sé que Stone desea creer. —Rush miró a Logan fijamente—. ¿Y tú? ¿Qué opinas tú?
Logan respiró hondo.
—Yo creo…, no, yo sé, porque lo he percibido por mí mismo, que determinadas personalidades especialmente fuertes, llámalas fuerzas vitales si quieres, pueden perdurar en un lugar determinado aun después de que su cuerpo haya desaparecido. Cuanto más fuerte y cuanto más violenta sean la personalidad y su voluntad, mas tiempo perdurará…, solo se necesitará una mente extraordinariamente dotada para percibirla.
Rush se pasó despacio una mano por el cabello. Miró a Logan, apartó la vista y luego volvió a mirarlo. «Todo esto lo tiene muy inquieto —pensó Logan—. No es lo que esperaba que ocurriera, no lo es en absoluto».
—¿Quién más está al corriente de esto? —preguntó.
—March y Romero, desde luego. Es posible que alguien más, pero también puede que no. Ya conoces a Stone. Además, no nos movemos precisamente en un terreno trillado.
—¿Y qué opina tu mujer?
—No le gusta. Le parece extraño y desconocido, y creo que le da miedo.
—Entonces ¿por qué seguir con ello? Si vino aquí para ayudar a localizar la tumba y resulta que están a punto de encontrarla, ¿qué motivo tiene para quedarse?
—La petición expresa de Stone —repuso Rush en voz baja—. Creo que es por dos razones. La primera es que todavía no hemos dado con la tumba y que, con su mentalidad de tenerlo todo controlado, no quiere desprenderse de Jen, no fuera caso que todavía pudiera serle útil.
Rush no dijo más.
—¿Y la segunda razón? —lo instó Logan.
Tuvo la impresión de que Rush tardaba una eternidad en contestar.
—La misión de Jen aquí cambió cuando recibió… cierta información —dijo por fin.
—¿Información?
Rush no respondió, pero tampoco era necesario que lo hiciera.
—Te refieres a la maldición —dijo Logan casi en un susurro—. ¿Qué es exactamente lo que Narmer, o quien sea, os ha dicho a través de Jen?
Rush negó con la cabeza.
—No me lo preguntes, por favor. Preferiría no tener que hablar de ello.
Logan reflexionó unos instantes. La emoción y la sensación de que se hallaba ante algo de otro mundo seguían con él. «Así pues, la maldición también preocupa a Stone —se dijo. Pensó que eso era lo único que podía explicar la nueva misión de Jennifer—. Stone no sabe qué va a encontrar cuando dé con la tumba. Quiere estar lo más preparado posible para cualquier eventualidad… y aceptará cualquier ayuda que pueda conseguir…, aunque provenga del más allá».
—¿Podrías hablar con ella, por favor? —le preguntó Rush inesperadamente.
Por un momento, Logan no comprendió a qué se refería.
—¿Cómo has dicho?
—¿Podrías hablar con Jen de todo esto, de… sus tránsitos «al otro lado» y de lo que siente?
—¿Por qué yo? —quiso saber Logan—. Solo la he visto una vez, y fue un encuentro breve.
—Lo sé. Me lo contó. —Rush vaciló—. Te parecerá raro, pero creo que confiaría en ti, incluso es posible que se sincerase contigo. No sé si por el tipo de trabajo al que te dedicas o por tu forma de hacer, pero el caso es que le has causado buena impresión. —Volvió a vacilar—. ¿Quieres saber algo, Jeremy? Jen nunca habla de su experiencia cercana a la muerte. Los que han pasado por una hablan constantemente de ello. Sin embargo, Jen nunca lo ha hecho, ni siquiera en las sesiones de recogida de datos en el Centro. Hablamos de la sensibilidad que la vivencia le ha proporcionado, medimos y cuantificamos sus habilidades, pero ella nunca habla de la experiencia en sí misma. Me preguntaba si…, bueno, si habría manera de que lo compartiera contigo.
—No estoy seguro —repuso Logan—. Puedo intentarlo.
—Te lo agradecería. Yo, por mi parte, no quiero insistir más. Intento hacerme el valiente, pero la verdad es que estoy preocupado por ella. Mentiría si dijera que desde el accidente las cosas entre nosotros no están un poco tensas, pero he intentado dejarle mucho espacio. Lo que sí puedo decirte es que en el pasado tuvimos la relación más estrecha que puede tener una pareja. —Hizo una breve pausa—. Todavía nos queremos, desde luego, pero a ella le está costando mucho volver a relacionarse con el mundo como hacía antes. Además, desde que hemos llegado a este lugar…, bueno, a veces se despierta en plena noche temblando y bañada en sudor. Cuando le pregunto qué le pasa, me dice que simplemente ha tenido un mal sueño. —Rush apartó la mirada.
—Estaré encantado de hacer lo que pueda para ayudar —dijo Logan.
Rush permaneció un momento con la vista perdida. Luego, tras un profundo suspiro, miró a Logan a los ojos, le dio un breve apretón en la mano y le brindó una muda sonrisa de gratitud.
C
UANDO Logan entró en la cafería para tomar su desayuno habitual —un huevo pasado por agua y medio muffin— vio a Tina Romero sentada sola en un rincón y con toda la atención puesta en su iPad.
—¿Puedo? —le preguntó.
Tina masculló algo que tanto podría haber sido un sí como un no. Logan se sentó y echó una mirada al iPad. Tina estaba resolviendo el crucigrama del
New York Times
.
—¿Cuál puede ser una palabra de siete letras para una caja que contiene tijeras? —preguntó con los ojos clavados en la pantalla.
—«Estuche».
Tina escribió la palabra y luego lo miró.
—¿Cómo demonios lo has sabido?
—El crucigrama del
Times
es uno de mis pasatiempos secretos. Utilizan muy a menudo esa palabra.
—Lo recordaré. —Dejó a un lado el iPad—. Bueno, he oído que ayer estuviste haciendo de Hamlet.
—¿Cómo? Ah, te refieres al cráneo.
Tina asintió.
—Oí que March se quejaba a uno de sus esclavos. ¿Conseguiste sacar alguna mala vibración de él?
—No conseguí vibraciones de ningún tipo. —Logan cascó el huevo—. Pero me sorprendió el buen estado general del cráneo. Solo algunas marcas en la parte superior y unos cortes en una de las cuencas oculares.
—¿En una de las cuencas oculares?
—Sí.
—¿En cuál?
Logan reflexionó un momento.
—En la izquierda. ¿Por qué?
Tina se encogió de hombros.
Logan se acordó de la petición que Rush le había hecho la noche anterior.
—Bueno, ¿qué te pareció la actuación de Jennifer Rush en el salón de descanso?
—He estado pensando en ello. ¿Esas cartas se pueden trucar?
—Solo si estás conchabado con el que las maneja.
—Pues entonces debo decir que fue impresionante.
Logan asintió.
—Parece una mujer impresionante.
Romero tomó un sorbo de café.
—A mí me da lástima.
—¿Por qué? —preguntó Logan frunciendo el entrecejo.
—Porque no está bien que la hayan arrastrado hasta aquí después de todo lo que ha tenido que pasar.
—¿Crees que no quería venir?
Romero se encogió de hombros nuevamente.
—Creo que Jennifer es demasiado buena para negarle nada a él.
«¿Él?», se preguntó Logan. ¿Se refería a Stone o… a su marido?
Tina dio otro sorbo a su café.
—Esta clase de trabajo puede sacar lo peor de cada uno. He visto a gente unirse a una excavación por los motivos más mezquinos. —Bajó la voz—. No lo sé, es posible que Ethan Rush esté haciendo el mejor trabajo del mundo, pero a mí me parece que Jennifer es su conejillo de Indias.
Logan se la quedó mirando. ¿Estaba dando a entender que Rush se aprovechaba de su mujer y utilizaba su terrible experiencia en beneficio propio? Lo cierto era que no sabía gran cosa acerca del Centro de Estudios de Transmortalidad. Aun así, parecía que a Rush le importaba mucho su esposa. «Intento hacerme el valiente, pero la verdad es que estoy preocupado por ella», le había dicho. ¿Le preocupaba Jennifer o la importancia que su esposa tenía para el Centro?
Se oyó el pitido de un walkie-talkie. Romero metió la mano en su bolso, lo sacó y apretó el botón de transmitir.
—Aquí Romero —dijo. Escuchó unos instantes, cada vez con los ojos más abiertos—. ¡Joder! ¡Voy para allá!
Metió el walkie-talkie de nuevo en el bolso y se levantó tan bruscamente que estuvo a punto de tirar la silla.
—Era Stone —dijo mientras recogía el bolso y el iPad—. ¡Han encontrado el filón madre!
—¿El osario? —preguntó Logan.
—Sí, ¿y sabes qué significa eso? Pues que nos hallamos prácticamente encima de la entrada de la tumba. Stone ha puesto a trabajar a todos los buzos. Me juego una ronda en el Oasis a que en una hora y media la hemos encontrado.
Dicho lo cual, salió de la cafetería. Logan casi tuvo que echar a correr tras ella para alcanzarla.
T
INA Romero se equivocó por siete minutos. Había transcurrido poco más de hora y media cuando el equipo de buceo informó de que había encontrado lo que parecía ser una fisura natural en el lecho del Sudd, a trece metros de profundidad, que había sido rellenada con grandes piedras.
Stone dejó un solo equipo de buceo en el osario, al mando de March, y ordenó que todos los demás se reunieran en el lugar indicado. Logan presenció el desarrollo de los acontecimientos a través de los monitores del Centro de Operaciones que Cory Landau controlaba sin inmutarse en medio de tanta excitación.
Las imágenes que retransmitían las videocámaras de los buzos eran granulosas y distorsionadas, pero a Logan se le aceleró el pulso solo con verlas. Los estrechos haces de luz de las linternas rasgaban la fangosa negrura del lecho del Sudd e iluminaban la abertura en la roca ígnea: dos metros y medio de largo por un metro veinte de ancho, forma de huso y llena de grandes piedras. Los buzos habían intentado retirarlas, pero sin éxito: su peso, el pegajoso cieno del Sudd y el paso de los siglos las habían soldado hasta formar una masa sólida.
—Aquí Tango Alfa. —La voz incorpórea llegó desde doce metros de profundidad—. No hay manera.
—Entendido, Tango Alfa —dijo la voz de Porter Stone desde algún lugar de la estación—. Déle caña.
La radio chisporroteó de nuevo.
—Aquí Tango Alfa, entendido.
Logan se volvió hacia Romero, que estaba a su lado con la mirada clavada en las pantallas.
—¿Caña? —preguntó.
—Nitroglicerina.
—¿Nitro? —Logan frunció el ceño—. ¿Es prudente?
—¡No salgas de casa sin ella! —rió Romero—. Te sorprendería saber la de veces que Stone la ha utilizado en sus excavaciones. Pero no te preocupes, uno de nuestros buzos es un ex SEAL, un artista en la materia. Será una explosión controlada de alta precisión.
Logan siguió escuchando las conversaciones por radio. Cuando uno de los buzos colocó la boya de marcación, Stone, que al parecer coordinaba la operación con Frank Valentino desde el Centro de Inmersiones, envió al buzo con la nitroglicerina. Logan y Romero contemplaron en la pantalla cómo colocaba las cargas explosivas —cuatro pequeñas bolsas de goma negra unidas por mecha detonante— alrededor de la entrada sellada por las rocas y después se reunía con los otros buzos, que lo esperaban a una distancia de seguridad.
—Cargas colocadas —radió el buzo.
—Muy bien —oyeron que decía Stone—. Háganlas estallar.
Durante un segundo fue como si todo el mundo en la estación contuviera a la vez la respiración. Luego siguió un apagado
buuum
que hizo que todo lo que rodeaba a Logan se estremeciera.
—Aquí Redfern —dijo otra voz por la radio—. Estoy en la cofa. Boya avistada.
—¿Puede darnos una marcación exacta? —preguntó Stone.
—Afirmativo. Un momento. —Hubo una pausa—. Ciento veinte metros hacia el este. Treinta grados relativos.
Romero se volvió hacia Logan.
—Ahora tenemos que esperar a que se pose toda la mierda que hemos levantado —dijo, y señaló los monitores—. Acompáñame. Creo que hay algo que te gustará ver.
—¿Qué es?
—Otro de los milagros de Porter Stone.
Lo condujo fuera del sector Blanco, atravesaron el sector Rojo y cruzaron por las pasarelas de pontones hasta el sector Marrón, donde se detuvieron ante una escotilla desde cuyo ventanuco se divisaba todo el Sudd. Una vez abierta quedó a la vista una escalerilla de caracol que subía hasta una estrecha pasarela de madera que rodeaba por fuera la parte superior de la carpa abovedada que cubría el sector Marrón. Logan siguió a Romero por la escalerilla y una vez arriba se detuvo para contemplar la vista; primero la infernal maraña del Sudd, luego la ciudad en miniatura que cobijaba a la expedición. Un alto y estrecho tubo coronado por una pequeña plataforma y un enjambre de antenas se alzaba por encima del sector Rojo. En la plataforma había un individuo con unos prismáticos en una mano y una radio en la otra. Logan supuso que aquel lugar debía de ser lo que llamaban «cofa». Se volvió hacia Romero.
—Es una vista impresionante, pero ¿qué se supone que debo mirar?
—Espera y verás.
Tina no había terminado la frase cuando Logan oyó el ruido del motor. Lentamente, procedentes del sector Verde, aparecieron dos hidrodeslizadores enormes. Cada uno llevaba montado en proa lo que parecía un híbrido entre un arado y un apartavacas armado con cientos de sierras de cadena y largos garfios que sobresalían hacia delante como un bauprés. Una flotilla de motos acuáticas y embarcaciones menores acompañaba a los dos grandes hidrodeslizadores. Mientras Logan las observaba, las dos embarcaciones maniobraron hasta situarse en posición justo delante de ellos. Las tripulaciones corrieron hacia popa gritando instrucciones y lanzaron gruesos cables que otros operarios ataron a los robustos norays de los sectores Marrón, Verde y Azul. Logan se fijó en que uno de los barcos más pequeños estaba izando con un cabrestante un cable anclado en las profundidades del Sudd que, al subir, arrastraba consigo vegetación y fango.