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Authors: Ángel Gutiérrez,David Zurdo

Tags: #Terror

La torre prohibida (16 page)

BOOK: La torre prohibida
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—Yo… no…

—Escúchame. No tengo mucho tiempo. La sangre india que corre por tus venas te otorga este derecho. Debes seguir tu instinto y abrir los oídos a tus sentimientos. No se equivocan. Tu mente es clara. Mañana irás al lugar que has reconocido esta noche. Allí está lo que buscas. Esperándote.

—Pero…

—Adiós… —dijo el espíritu, abandonando su forma humana como una montaña de arena que se derrumba—. Y recuerda, recuerda lo que te he dicho…

Jack dio un bote en el saco y se despertó con los ojos abiertos como platos. Se sintió aprisionado y se removió para liberarse. Bajó la cremallera y se incorporó hasta quedar sentado, cubierto por completo de sudor; helado, de pronto, después de sentir un calor insoportable. Estaba jadeando y su corazón le golpeaba el pecho como un martillo neumático.

Trató de calmarse, se tumbó y volvió a abrigarse dentro del saco. Notó cómo el arrullo de las plumas de ave de su forro le ayudaba a recuperar el control. Recordaba el sueño a la perfección. Si es que había sido un sueño. Lo recordaba como algo vivido, real, demasiado real. Repasó mentalmente las palabras del viejo indio. Sobre todo las que hablaban de que todo aquello no era un mero fruto de su imaginación, de su mente castigada y enferma.

Pero, una vez más, la razón fue venciendo a lo que sentía. Nada de lo que le había dicho la aparición onírica tenía auténtico sentido, por más que le hubiera parecido que sí mientras aún estaba bajo el efecto del brusco despertar y la confusión. Había sido sólo un sueño. Un sueño, nada más. Sólo eso.

Hundió la cabeza en la protección del saco y ahogó unas repentinas ganas de llorar. No por él: por Amy, por Dennis. Tenía que hacer caso al doctor Jurgenson y aceptar la verdad. Necesitaba ayuda y no podía decidir por sí mismo.

Aunque, a pesar de ello, por la mañana iría al lugar marcado en el dibujo. Necesitaba hacerlo y acabar de una vez por todas con las terribles dudas que le corroían el alma.

La luz del amanecer penetró en la tienda de campaña y bañó directamente el rostro de Jack. A medida que se despertaba, hubo un instante en que todo le llegó de pronto: el sonido de la brisa, la voz de Dennis —a quien Amy decía que hablara más bajo—, el recuerdo del paisaje y el dibujo, el extraño sueño. Como durante la noche, Jack se removió en el saco y abrió la cremallera de un tirón. Otra vez estaba sudando, pero ahora por el intenso calor del interior del saco. Afuera la temperatura era agradable.

Se levantó sin ganas. Turbado. Pero la resplandeciente luz ejerció un efecto positivo en su mente. Decían que en los países escandinavos hay más suicidios porque apenas tienen luz solar directa. Un curioso efecto del Astro Rey.

—¡Ya era hora! —exclamó Amy al verle salir de la tienda de campaña.

Jack mostró una amplia sonrisa.

—Tenía mucho sueño… ¿Qué hora es?

—Casi las once, dormilón. No me extraña que te hayas levantado tan tarde. Te has pasado la noche dando vueltas.

—¿Ah, sí? —dijo Jack como si no lo supiera.

Amy no respondió. Se limitó a asentir y a señalarle el lugar donde había colocado la mesa plegable, cubierta por un mantel a cuadros sobre el que estaba el desayuno. Casi tan variado como el del bufé de un hotel.

—Nosotros ya hemos desayunado —dijo Amy.

Antes de sentarse en una de las sillas, Jack besó a su mujer y a Dennis, que ahora estaba enfrascado en un videojuego de su consola portátil.

—No pude evitar que la trajera —dijo Amy con un resignado gesto de desgana.

El niño levantó un momento la mirada con ojos de pillo, consciente de que se había salido con la suya. Era despierto y listo, y ya sabía, a su corta edad, cómo manipular a sus padres.

A la mesa, Jack se sirvió un tazón de cereales, leche, café de un termo, un amargo zumo de pomelo —que Amy se había empeñado en tomar como sustitutivo de las dulces naranjas— y un pedazo de bizcocho de chocolate.

—¿No irás a comer sólo eso? —le dijo ella.

Sin esperar respuesta, se acercó a la mesa, encendió el infiernillo de gas y se puso a preparar unos huevos revueltos con jamón y beicon.

—Cariño —empezó a decir Jack con los ojos fijos en el azulado fuego—. He pensado en ir a explorar el sitio que vimos ayer.

—Me parece una idea excelente. A Dennis le encantará.

—Creo que es mejor que vosotros deis un paseo por aquí y que vaya yo solo.

Amy apagó el fuego y volcó el contenido en un plato. Enarcó las cejas y, antes de contestar, sopesó si debía o no llevarle la contraria.

—Bueno… podríamos ir contigo. ¿Prefieres ir solo?

—Sí. Por si hay alguna culebra o bichos. Si allí hay realmente una cueva, podría ser peligroso para Dennis.

—Es cierto —aceptó Amy sin el menor convencimiento de que ésa fuera la auténtica razón—. Pero te llevarás una inyección de antihistamínico, protección contra las…

—Sí… Me llevaré todo lo que tú quieras —la cortó Jack sonriendo. En sus ojos había algo de tristeza. Y de inquietud, quizá.

Terminó el desayuno sin ganas y metió en su mochila todo lo que Amy le había dicho. Al fin y al cabo, no era más que lo que ella había llevado la noche anterior, cuando estuvieron contemplando las estrellas y él reconoció el paisaje del dibujo.

—¿Adónde vas, papi? —preguntó Dennis al verle a punto de marcharse.

—A buscar un tesoro.

—¡Yo quiero ir contigo!

—Puede haber monstruos…

El niño parpadeó varias veces.

—Pero, si encuentro el tesoro —añadió Jack en tono de confidencia—, vendré por ti y lo desenterraremos juntos. ¿Trato hecho?

—Sí —dijo Dennis, aún atemorizado.

Amy estaba al lado de Jack. Se le acercó para darle un beso y le dijo:

—No le digas esas cosas. Luego tiene pesadillas.

—Es un chico valiente…

Jack le devolvió el beso, levantó el pulgar hacia Dennis y le guiñó un ojo, se dio media vuelta y empezó a caminar hacia el valle. Hacia la verdad prometida por la aparición de su sueño. No confiaba demasiado en encontrar algo. Pero no podía dejar de intentarlo.

Capítulo 22

D
esanimados y quietos como estatuas, Jack y Julia contemplaban la pared como si fuera un cuadro abstracto colgado en un museo. Llevaban así algunos minutos después de haber revisado ambos, varias veces, cada centímetro de la superficie de color beis. Lo hicieron con la ayuda de una linterna que Julia había ido a buscar. Encontraron toda clase de imperfecciones en las sucesivas capas de pintura que la cubrían. También pequeñas fisuras, manchas de manos o pies sucios que se habían apoyado en ella y pequeñas salpicaduras de humedad a las que se aferraban mohos negruzcos. Pero ni el menor rastro que pudiera indicar la existencia de una puerta oculta.

—No hay ninguna puerta, ¿verdad? —le dijo a Julia.

Jack habló en un tono normal. Pero sus palabras retumbaron en los corredores oscuros. Estaban solos allí. Hasta podrían ser los últimos humanos con vida. No se oía ni un murmullo. Julia se secó el sudor de la frente con la inconsciencia de los gestos mil veces repetidos. Jack la imitó, aunque acababa de hacerlo pocos segundos antes. Como ella no le había contestado, volvió a repetir lo mismo. Aunque esta vez lo afirmó en vez de preguntar.

—No hay ninguna puerta.

Se dejó caer en el suelo y apoyó la espalda en la terca pared. Sintió su relativo frescor durante un segundo, antes de que el calor de su cuerpo lo hiciera desaparecer. Julia seguía de pie, en el mismo sitio donde estaba antes. El haz de su linterna alumbraba un punto indeterminado por encima de la cabeza de Jack. Las preguntas y las dudas seguían dando vueltas en su interior. Pero no tenía ánimo para pensar ni hablar más de ello. Ahora no.

Notó que Julia cambiaba el foco de la linterna a la pared opuesta. Lo mantuvo allí un buen rato antes de volver a iluminar la otra. Luego la dirigió hacia abajo, medio cegando a Jack con el resplandor.

—Sal de ahí un momento —le pidió.

Él se movió a un lado. Sin levantarse, sólo arrastrando el trasero por el suelo. Por fin, Julia se agachó frente a él.

—¿Qué? —preguntó Jack, todavía en el suelo.

—Nada. Tienes razón. No hay ninguna puerta.

Jack se resistía a creerlo. No por simple testarudez, sino porque era indiscutible que Engels y Kerber se habían esfumado de repente en ese tramo del corredor. Y cualquier otra explicación para tal hecho le parecía irracional… Quizá hubiera imaginado lo que daba por cierto, como se supone que imaginó todos aquellos cuerpos agonizantes dentro del tornado negro.

—¿Estás segura? ¿No deberíamos volver a mirar?

—Sólo si quieres seguir perdiendo el tiempo.

Había una extraña frialdad en las palabras de Julia. A Jack le sonaron más cautelosas que de costumbre. Pero también eso debían ser imaginaciones suyas. No es que ella fuera, en general, muy efusiva al hablar.

Julia se levantó y él hizo lo mismo, a regañadientes. Estaba de mal humor. Aunque casi lo agradecía. Mejor eso que verse arrastrado por las dudas sobre su propia cordura.

La clínica pareció también despertar, como ellos, del punto muerto en que estaba sumida. Empezaron a oír ruidos a su alrededor. Puertas que se cerraban, pasos acelerados, voces que por alguna razón sonaban agitadas.

Algo estaba ocurriendo.

Ambos lo percibieron incluso antes de que les llegaran del piso inferior unos alaridos desquiciados. Por el pasillo a su izquierda surgió un grupo de pacientes. Se quedaron todos quietos al ver a Jack y a Julia, como conejos asustados ante el ruido de un coche que va a atropellarlos.

—¡Eh! —gritó Jack.

Su intención era sólo preguntarles. Pero los rostros blancos huyeron despavoridos. Desde el cruce de pasillos vieron a otros pacientes, alterados, que venían de la planta baja. Muchos lanzaban continuas miradas a su espalda, con temor de que los persiguiera quién sabe qué.

Ellos dos avanzaron contra la temerosa corriente humana que no paraba de crecer. Se daban codazos y se atropellaban unos a otros. Los insultos se mezclaban con gritos y lamentos. Por mero instinto protector, Jack agarró la mano de Julia, que caminaba por detrás. Pero ella se apresuró a soltarse. Debía sentir inquietud, o al menos curiosidad. Pero en su gesto sólo había una expresión distante.

Jack agarró sin demasiadas contemplaciones el brazo de uno de los bultos que huían.

—¿Qué pasa? —preguntó al aterrorizado hombre.

—¡Maxwell! —fue su única respuesta antes de librarse de la tenaza de Jack y seguir corriendo.

El estruendo de la alarma de incendios irrumpió sin previo aviso. Su ruido ensordecer engulló los gritos y los redujo a mudos gestos desencajados. Fue entonces cuando les llegó el olor a quemado. La masa humana reaccionó como tiburones ante el aroma de la sangre. Pero tratando a toda costa de escapar de ella en vez de arrojarse ciegamente hacia su origen.

Jack recibió un golpe en el pecho que le dejó sin aliento.

Miró atrás. A tres metros de él una mujer había tropezado y estaban pisoteándola.

—¡Julia!

Se abrió paso apartando los cuerpos a empujones, frenético, sin quitar la vista del corrillo que atascaba como un trombo el corredor.
¡Van a matarla!

Apartó con brusquedad al último cuerpo que le impedía llegar hasta Julia. Distinguió por fin a quien estaba encogida en el suelo para intentar no morir pisoteada. Jack se agachó para ayudarla. Podría jurar por lo más sagrado que vio el rostro de Julia. Por un segundo. Hasta que una cara magullada y desconocida exhaló un «gracias» antes de desaparecer.

Él se apartó y se mantuvo con la espalda en la pared para no acabar como aquella mujer que había tomado por Julia. La siguió buscando entre las caras a su alrededor, pero no lograba verla.

Aprovechando la confusión, Julia había regresado al corredor donde habían estado buscando la entrada secreta. Se había alejado adrede de Jack. Mintió al decirle que no había ninguna puerta. Estaba completamente segura de lo contrario. Quizá hubiera hecho mal. Jack parecía una buena persona, alguien en quien se podía confiar. Pero ella no dudaba de que, a menudo, las apariencias engañan. Lo había sufrido en su propia carne de uno de los peores modos posibles. Era mejor ser prudente, se dijo a sí misma. Como lo había sido durante los tres años que llevaba en la clínica.

Jack acertó al pensar que la entrada oculta estaba allí. Fue muy sagaz por su parte asociarla con la madera desgastada del suelo. Julia había pasado un millón de veces por aquel sitio sin ni siquiera notarlo. Aunque él había cometido un error. Supuso que la puerta secreta se abría hacia dentro, con lo que uno debía colocarse sobre aquel parqué desgastado y empujar la pared. No pensó, como ella, que la entrada pudiera abrirse hacia el corredor. Siendo así, no estaría en la pared que ellos habían examinado, sino en la opuesta. El desgaste del suelo se explicaba porque, quien fuera que entrara por allí, debía apartarse antes del camino de la puerta.

Lo que le faltaba saber a Julia era el modo de abrirla, aunque algo le había llamado la atención estando con Jack. Se puso de rodillas para inspeccionar más de cerca el rodapié. Lo que notó en su inspección anterior era que el borde superior estaba también desgastado. Incluso levemente hundido, como si algo lo hubiera golpeado desde arriba… O pisado una infinidad de veces. Ahora se acercó un poco más. Al apoyar la mano en la pared notó frescor en la palma. Lo provocaba una tenue corriente de aire. Pasó los dedos por esa zona y percibió también una ranura finísima que subía en vertical por la pared. Era de ahí de donde provenía la corriente de aire.

La entrada secreta.

Julia se permitió una leve sonrisa antes de presionar hacia abajo el rodapié. Luego se apartó a un lado, expectante. Pero nada ocurrió. Iba a presionarlo de nuevo cuando oyó un primer clic metálico, al que luego siguieron otros en rápida sucesión. Una parte de la pared se separó de ella sin previo aviso. Lo hizo tan de repente que Julia levantó los brazos para protegerse, pensando que se le venía encima. Pero la puerta se mantuvo en el aire, pendiendo de unos goznes de acero.

Su corazón galopaba en el pecho cuando agarró el borde de la puerta camuflada como pared. La abrió por completo y se detuvo frente al hueco ahora expuesto. No porque vacilara ante la completa oscuridad del otro lado, sino porque quería saborear aquel momento. Le había dicho a Jack que los pacientes de la clínica acababan acostumbrándose incluso a las cosas más extrañas. Pero eso no era cierto. No del todo.

BOOK: La torre prohibida
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