Las ardillas de Central Park están tristes los lunes (58 page)

BOOK: Las ardillas de Central Park están tristes los lunes
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—Sí, cariño...

—¿Estás bien? Tu voz suena rara...

Joséphine se aclaró la garganta y respondió que sí, sí, estoy bien, todo va muy bien por aquí...

—¿A qué hora llegas mañana? ¿Nos encontramos en Harrods?

—Esto...

—¡Oh, mamá! ¡Ya verás, es magnífico! ¡Todo ha sucedido exactamente como quería! He seguido mi idea al pie de la letra, no la he soltado, he trabajado día y noche. Te vas a quedar con la boca abierta.

—Esto...

—¿Y Zoé? ¿Has mandado una nota al colegio? ¿Qué has dicho? ¿Que tenía paperas? ¿Que se ha muerto la abuela?

—No he dicho nada...

—Entonces ¿cuándo llegáis? Os alojaréis en casa de Shirley, supongo...

—Hortense, cariño, sabes cuánto te quiero, lo importante que eres para mí...

—¡Ay, mamá! ¡Déjate de zalamerías! Son más de las doce, me caigo de sueño... ¡Pues claro que sé que me quieres y todo eso!

—¿Estás segura?

—¡Más que segura! ¡Me empapuzas con tu amor!

Joséphine registró esas palabras, que no le parecieron muy amables y que borraron sus últimos escrúpulos.

—No voy a ir... Ni Zoé tampoco...

—Ah...

Hubo un prolongado silencio.

—¿Estáis enfermas?

—No...

—¿No estás enferma y no vienes? ¿Te has roto una pierna o las dos?

—No... Hortense, cariño...


Cut the crap
! ¡Suéltalo, coño!

Estupefacta por la violencia de la réplica, Joséphine alejó el auricular, tragó y consiguió decir:

—No iré porque por fin he encontrado una idea para una novela, y está desarrollándose, todavía no he empezado a escribirla, pero no tardaré y si me voy, me arriesgo a perderla para siempre...

—¡Pero eso es formidable! ¡Estoy contentísima por ti! ¿Por qué no me lo has dicho enseguida?

—Tenía miedo de tu reacción...

—¿Estás loca o qué? Como si no te entendiese... Si supieras lo que he trabajado... Tengo los dedos ensangrentados, las rodillas destrozadas, un ojo al rojo vivo, ya no duermo, ya no me tengo en pie ¡pero es magnífico!

—Estoy segura, cariño —dijo Joséphine, aliviada.

—¡Y si se te hubiese ocurrido la idea de venir a verme mientras trabajaba, te hubiese mandado al infierno como no te puedes hacer una idea!

Joséphine soltó una carcajada de alivio.

—Mi niña querida, tan fuerte, tan brillante...

—¡Okay mamá, stop! Nicholas se está impacientando, estoy llamando con su teléfono ¡y se está poniendo verde! Mañana por la noche, piensa en mí...

—¿Cuánto tiempo van a estar expuestos tus escaparates?

—Un mes...

—Intentaré ir a verlos...

—No te preocupes, continúa escribiendo, está genial, ¡debes de sentirte superfeliz! ¡Ciao!

Y colgó.

Joséphine, atónita, oyó el tono de la línea que sonaba en el vacío, dejó el teléfono y tuvo ganas de bailar por todo el piso.

Hortense no estaba enfadada, Hortense no estaba enfadada... Iba a escribir, escribir, escribir, mañana y pasado y todos los días siguientes...

Ya no podía dormir. Estaba demasiado excitada.

Abrió la libreta negra del Jovencito y empezó a leer por donde lo había dejado.

«28 de diciembre de 1962.

»Ahora lo sé... Esto no es una emoción pasajera. Es un amor que va a consumirme. Supongo que tenía que pasar. No huyo asustado. Acepto ese amor que me quema la garganta. Cada noche, espero a que él me lleve a tomar esa copa a su hotel y cada noche, hay alguien que le invita y yo vuelvo a casa solo, con ganas de encerrarme en mi cuarto y llorar. Ya no trabajo, ya no duermo, ya no como, sólo vivo para los instantes que paso cerca de él... A veces, me salto clases para volver al rodaje. ¡Y en menos de seis meses tengo que presentarme al examen de la Politécnica! Por suerte, mis padres no lo saben. No quiero perderme ni un minuto de su presencia. Aunque no me hable, al menos le veo, respiro el mismo aire que él.

»Me da igual amar a un hombre, porque se trata de "ese" hombre. Me gusta cuando sonríe, cuando ríe, cuando me cuenta cosas de su vida. Haría lo que fuera por él... Ya no tengo ningún miedo. Lo he pensado a fondo durante las fiestas de Navidad. Fui a la misa del gallo con mis padres y recé, recé para que ese amor no terminase nunca, aunque este amor no sea "normal". Cuando veo a mi padre y a mi madre viviendo un amor "normal" ¡no tengo ganas de parecerme a ellos! Nunca se ríen, nunca escuchan música, tienen una expresión cada vez más amargada... Por Navidad ¡me han regalado libros de matemáticas y física! Él me ha dado un precioso par de gemelos en una caja muy bonita; son de un sastre inglés, parece ser que muy conocido. Me lo dijo su ayudante de vestuario.

»La asistente me observaba de reojo. Se había dado cuenta de todo. Trabaja con él desde hace mucho tiempo y me previno.
To see him is to love him, to love him is never to know him
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, ten cuidado, mantén las distancias. Soy incapaz de guardar las distancias. Se lo dije y ella movió la cabeza diciéndome que iba a sufrir.

»—Él te muestra sólo lo que quiere mostrarte, ¿sabes? Lo que muestra a todo el mundo. Se ha inventado el personaje de Cary Grant, ese hombre encantador, irresistible, tan elegante, tan divertido, pero detrás de todo eso, hijo, existe otra persona y a ésa nadie la conoce... Ésa puede ser aterradora. Lo peor es que él ni siquiera tiene la culpa de ser esa otra persona. Es la violencia de la vida la que le ha hecho así.

»Y me miró como si corriese un gran peligro.

»Me da igual el peligro.

»Cuando él me mira, existo y me lleno de valor.

»Y no puedo creer que sea un monstruo...

»Es demasiado... Tendría que inventarme una palabra exclusiva para él.

La primera cosa que hizo, tras haber abandonado su verdadero nombre y haberse convertido en Cary Grant, fue comprarse un perro al que llamó Archie Leach. Irresistible, ¿no? ¡Un hombre así no puede ser un monstruo! Se lo conté a Geneviève y me dijo qué raro, un hombre que le pone su nombre a un perro. Pues a ese perro le lleva atado con una correa... y puso cara de desdén.

»Si oigo que hablan mal de él, enseguida me entran ganas de defenderle. La gente es tan envidiosa... El otro día, había un fotógrafo de plató que le decía a un técnico de iluminación ¿sabías que había sido
escort boy
cuando llegó a Nueva York? Eso es parecido a gigoló, ¿no? No tienes más que verle, le gusta todo el mundo. Para mí que ese tío no le hace ascos a nada... Sentí ganas de escupirle en la cara. Me vengué... El que hablaba era un tipo odioso. Me trata como a un perro. Berrea ¡café! ¡Azúcar! ¡Zumo de naranja! Y ni siquiera me llama por mi nombre, se limita a decir ¡eh, tú! Así que, al final de la jornada, cuando berreó para pedir un café, yo escupí dentro y se lo di con una gran sonrisa...».

* * *

Al llegar a su casa, Gary encontró la invitación de Hortense entre el montón de correo. Se quedó mirándola un rato y decidió asistir.

Quería ver esos dos escaparates que le habían suplantado en el corazón de Hortense. ¡Y le conviene que sean realmente buenos porque si no le monto una escena!, se dijo jugueteando con la invitación, agitándola en el aire.

Se sorprendió sonriendo de su propia ocurrencia y se dijo que su viaje a Escocia no había sido inútil. Había salido de esa niebla blanca que le asfixiaba. Se había acercado a un abismo, pero no había caído en él. Tenía la impresión de haber conseguido una victoria. No sabía muy bien sobre quién, pero había ganado. Se sentía más calmado, más indiferente, más ligero. Se había librado de un trozo de sí mismo que le ataba a su infancia... Eso es, se dijo, satisfecho, mirándose en el espejo de la entrada, acercándose mucho y frotándose el mentón, he mandado al cuerno a mi pasado.

Al final no había sido ni cobarde ni despreocupado. O quizás lo había sido... Pero le daba igual. Yo he ido, yo me he desplazado, ha sido él quien me ha rechazado, no tengo nada que reprocharme. ¡Puedo volver a ser cobarde y despreocupado si me da la gana!

¡Y ahora rumbo a la bella Hortense!

Pero, cuando se acercó a Brompton Road, en Knightsbridge, la muchedumbre se agolpaba delante de los escaparates de Harrods y dudó de entrar.

Tuvo el tiempo justo para batirse en retirada y esconderse detrás de un grupo de turistas: había visto a Marcel, Josiane y Junior en la acera. Junior caminaba delante, las manos hundidas en los bolsillos de un blazer azul marino con escudo rojo y verde a juego con su corbata. Parecía furioso, el ceño fruncido, sus cabellos rojos alborotados y avanzaba con resolución. Sus padres le gritaban que esperase, que iban a perderle.

—¡Pues me pierdo! ¡Me voy derecho al Támesis! Tengo unas ganas terribles de ahogarme...

—¡Pero si no tiene importancia, Junior! No tiene importancia —decía Marcel, intentando sujetar por la manga a su hijo que se soltó con un gesto brusco.

—No tiene importancia para ti... ¡Pero yo he quedado en ridículo! No volverá a mirarme nunca más. Tengo diez puntos de penalización... ¡De vuelta a mi estatus de Enano!

—¡Que no! ¡Que no! —aseguraba Josiane, sin aliento a fuerza de correr detrás de su pequeño.

—Sí. Ridiculizado. Ésa es la palabra exacta...

—¡No vas a hacer una montaña de un grano de arena!

—Haré lo que me dé la gana, pero el hecho está ahí: yo hablaba y nadie me entendía. Decían
what
?, decían
pardon
? Y ya podía seguir desgranando mis mejores frases en inglés, ellos no se enteraban de nada...

—Ahora estás hablando de forma comprensible —dijo Marcel, atrapando a su hijo por la cintura con sus poderosos brazos.

Junior se dejó arrastrar hacia su padre y estalló en sollozos.

—¿De qué sirve haberse tragado dos métodos de «cómo hablar inglés corriente», uno con el ojo izquierdo y otro con el derecho? ¿Eh? ¿De qué sirve? ¡He hecho el papel del patito feo y completamente negro, en un estanque lleno de cisnes blancos! He hecho el ridículo, el ridículo.

—¡Que no! No tienes buen acento, eso es todo. Es normal. La gente de los libros no parlotea como la gente de la calle... Ya verás, dos días aquí, y hablarás como un gentleman y te preguntarán incluso si perteneces a la familia real...

Pasaron delante de Gary sin verle.

Gary sonrió y pensó que volvería más tarde.

Miró la hora, las ocho, y llamó a su amigo Charly que vivía en Bazil Street, justo detrás de los grandes almacenes.

Charly estaba a punto de romper con su novia, Sheera, y estaba haciéndose un porro para infundirse valor. Gary le vio hacer, divertido. Él había dejado de fumar porros. Le volvían terriblemente sentimental; era capaz de cantar viejas canciones mientras se secaba las lágrimas con la manga, evocar su primer osito de peluche y su funda de almohada rota o contarle su vida al primero que pasara por allí.

Sonó el móvil. Miró quién le llamaba. ¡Mrs. Howell! Era la tercera vez que llamaba. No respondió. No tenía ganas de explicarse. De acuerdo, no había estado bien haberse marchado sin avisarla, pero no quería volver a oír hablar una sola palabra más de su padre, ni de Escocia, ni de los escoceses. No necesito a ningún padre, necesito un piano, a Oliver... y, muy pronto, ¡la Juilliard School de Nueva York! Antes de ir a Escocia, había enviado su solicitud de ingreso y esperaba saber si estaba admitido o no. A partir de ahora, miraría hacia delante. Cambiaba de rumbo. Había crecido sin padre, no era el único. Continuaría sin necesitarle. Conservaba la imagen de su abuelo y, si necesitaba hablar entre hombres, se dirigiría a Oliver.

Oliver, qué ganas tenía de verle. Había telefoneado a su agente, quien le había dicho que él había vuelto de una serie de conciertos y que podía ir a verle a su casa. Le llamaría por teléfono, pero antes quería finiquitar el capítulo escocés contándole su periplo a su madre. No debió de gustarle que se fuese a Edimburgo sin avisarla. ¡Ajá! Gary Ward, te estás haciendo mayor y has de reparar lo que has roto. Ella lo entendería. Siempre lo entiende.

Charly le tendió el porro ennegrecido y Gary lo cogió.

—Lo intento por última vez —dijo sonriendo— pero si después me pongo a llorar sobre tu hombro, me metes en un taxi y me prohíbes ir a Harrods...

—¿Y qué se te ha perdido en Harrods?

—Pues la bella Hortense... La contrataron para decorar dos escaparates y es la noche de su vida. Va a estar toda la prensa...

—¡Je, je! ¡Te arriesgas a encontrarte también a Charlotte!

—¡Ay! Es cierto... ¡Me había olvidado por completo de ella!

Charly se había enamorado completamente de Charlotte cuando Gary se la había presentado. Hacía desmesurados esfuerzos para seducirla y había avisado caballerosamente a Gary. Gary no se había opuesto, sabiendo que el chico tenía pocas posibilidades. Charlotte detestaba a los rubios mofletudos, sólo le gustaban los morenos altos y flacos.

Dio varias caladas al porro y sintió que le invadía la euforia.

—¡Oye, sí que sienta bien esto! Hacía tiempo...

—A mí me da valor... Cuando fumo desdramatizo... ¡y lo necesito, si quiero hablar con Sheera!

—Debería valorar el hecho de que rompas con ella en persona. Que no te libras de ella a través de un email o un SMS... Sólo por eso, debería ser digna y amigable.

—¿Acaso conoces alguna ruptura en la que la chica que has largado sea digna y amigable? Yo no.

Gary se echó a reír, no podía parar.

—Oye, no sólo no lloro, sino que empiezo a balancearme... ¿De dónde sacas esta hierba?

—De un tío anarquista que la cultiva en invernadero... La vende. Pero a mí me la da por la cara... Soy su sobrino preferido.

Gary cerró los ojos y saboreó.

Charly puso música. Una vieja canción de Billie Holiday que hablaba de amores difuntos y melancolía, que prometía amor eterno al hombre que se iba.

—¡Apágalo —dijo Gary— o nunca tendrás el valor de romper con ella!

—Al contrario, eso me mete en ambiente... Escucho la voz de esa mujer que sufre y permanezco inflexible.

Gary soltó otra risotada y constató de nuevo que fumar le ponía ahora feliz y contento.

Se levantó y se despidió de Charly gritando: «¡Harrods, allá voy!».

Cuando llegó, la fiesta había terminado. Los camareros contratados recogían las mesas, guardaban las sillas y tiraban los ramos de flores. Los invitados se habían ido. Sólo quedaba Hortense que, rendida, con la cabeza entre las piernas, estaba sentada en el suelo. Gary vio primero un par de Repetto negras, unas piernas largas, y después un vestido tubo negro Azzedine Alaïa y una amplia bufanda de seda negra y blanca.

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