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Authors: Julio Verne

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Las Aventuras del Capitán Hatteras (3 page)

BOOK: Las Aventuras del Capitán Hatteras
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—Además —repuso Wall— si el pánico se apodera de nuestros marinos, desertarán todos.

—Pero ¿qué hacer? —exclamó Shandon.

—Lo que has dicho —replicó el doctor—; esperar, pero sólo hasta mañana, antes de desesperarse. Las promesas del capitán se han cumplido hasta ahora con una regularidad que es de fiar.

—Comandante —dijo el contramaestre Johnson—, tengo un consejo que darle, y es que haga todos los preparativos de marcha. Importa que la tripulación sienta confianza. Mañana, llegue o no carta, apareje. Nada será más fácil que salir teniendo brisa a lo largo. Que el piloto esté junto al timón. A la hora de la marea alta salgamos del muelle y vamos a fondear más allá de la punta de Birkenhead. Así nuestros marineros quedarán incomunicados con la tierra, y si llega por fin la carta, lo mismo nos encontrará allí que en otra parte cualquiera.

—¡Muy bien dicho, Johnson! —dijo el doctor tendiendo la mano al viejo marino.

—Así lo haremos —respondió Shandon.

Volvió entonces cada cual a su camarote, y todos esperaron sin poder conciliar el sueño, la salida del sol.

Al día siguiente se entregaron en la ciudad las cartas recién llegadas, y ninguna había con el sobre dirigido al comandante Shandon.

Este, sin embargo, hizo sus preparativos de marcha, lo que se supo inmediatamente en Liverpool y gran cantidad de espectadores se precipitó hacia los andenes de New Princes Docks.

Muchos subieron a bordo del bergantín, para abrazar por última vez a un camarada, o para intentar disuadir a un amigo o para contemplar de cerca aquel extraño buque.

Desde lo alto de la popa, Shandon miraba con inquietud a la muchedumbre.

El contramaestre Johnson concluyó los preparativos para ir aparejando. El tiempo estaba cubierto, y el oleaje era muy fuerte.

El doctor Clawbonny se paseaba gesticulando,
impaciente de mar
, como decía él.

Johnson se le acercó a Shandon y le dijo:

—Comandante, si quiere aprovechar la marea, no pierda tiempo.

Shandon consultó su reloj. Eran más de las doce.

—¡Manos a la obra! —dijo al contramaestre.

—¡Allá vamos! —gritó éste, y dio orden a los curiosos de abandonar la cubierta del
Forward
.

Hubo entonces gran movimiento en la multitud que se atropellaba para volver a tierra, en tanto que los marineros soltaban las últimas amarras.

El aullido del perro aumentó la confusión de los curiosos. Este se lanzó de pronto desde el castillo al alcázar por entre la gente que había ido a visitar el buque. Ladraba sordamente.

Todos le abrieron paso. El perro saltó a la popa, llevando en la boca una carta.

—¡Una carta! —exclamó Shandon—. Es decir, que él está a bordo.

—Estaba, pero ya no está —respondió Johnson, mostrándole la cubierta libre ya de curiosos.

—¡
Capitán! ¡Capitán
! ¡Ven acá! —gritaba el doctor, y trataba de coger la carta que el perro se negaba a soltar dando violentos saltos. No quería entregarla más que al mismo Shandon.

—¡Aquí,
Capitán
! —dijo el comandante.

El perro se acercó a él; Shandon cogió el mensaje sin dificultad, y
Capitán
prorrumpió entonces en tres aullidos muy claros en medio del silencio profundo que reinaba a bordo y en los muelles.

Shandon se quedó con la carta en la mano, sin abrirla.

—¿En qué piensa? —gritó el doctor—. ¡Léala!

Shandon miró el sobre sin fecha ni indicación de lugar. Decía solamente:

Al comandante Ricardo Shandon, a bordo del bergantín
Forwad
.

Shandon abrió la carta y leyó:

Se dirigirá al cabo Farewell, donde llegará el 20 de abril. Si el capitán no se presenta a bordo, franqueará el estrecho de Davis, y ganará el mar de Baffin hasta la bahía de Melville.

El capitán del
Forward
, K.Z.

Shandon dobló la breve carta, se la metió en el bolsillo y dio la orden de partir. Su voz, que era la única que se oía en medio de los silbidos del viento del Este, tenía algo de solemne.

Muy pronto estuvo el bergantín fuera de las dársenas, y dirigido por el práctico de Liverpool, cuyo bote lo seguía a alguna distancia, tomó la corriente del Mersey. La multitud se precipitó hacia el malecón exterior, para ver por última vez aquel extraño buque. Las gavias, el trinquete y la cangreja se desplegaron, y con este velamen, él
Forward, d
igno de su nombre, después de haber doblado la punta de Birkenhead, entró en el mar de Irlanda.

Mar Adentro

El viento favorable ayudó al
Forward
a avanzar rápidamente. Su hélice inmóvil no oponía obstáculo alguno a su marcha.

A las cinco, el práctico de Liverpool entregó a Shandon el mando del buque y volvió a su bote, el que viró y no tardó en desaparecer.

Durante la noche el mar estuvo picado. Pero el
Forward
se condujo admirablemente. Johnson tenía razón. En el océano el instinto marinero de la gente del oficio recobra su imperio. Los tripulantes, viendo la bondad del buque, olvidaron lo que la situación tenía de anormal y la vida a bordo se estableció regularmente.

El doctor se paseaba entre las ráfagas de viento y sorteaba los balanceos del buque con habilidad extraña en un sabio.

—¡Qué cosa tan hermosa es el mar! —dijo a Johnson, al subir a la cubierta después de almuerzo—. Algo tarde he contraído amistad con él, pero me pondré al día.

—Tiene razón, doctor. Por un pedazo de océano yo daría todos los continentes del mundo.

—No hay placer comparable al de tener bajo los pies un buen buque, y al
Forward
no hay más que pedirle.

—Dice bien, doctor —replicó Shandon, que se unió a los otros dos—; es un buen buque, y de seguro que no ha habido ninguno destinado a navegar entre hielos que haya estado mejor tripulado y provisto.

—Es de esperar que tengamos suerte —repuso Johnson—. Si con un buque como el
Forward
no se va donde se quiere, se puede renunciar a la empresa.

—Además —añadió el doctor—, si el capitán viene a bordo, sabrá mejor que nosotros lo que conviene hacer, cosa que nosotros ignoramos completamente.

Por lo menos —respondió Shandon—, conocemos el camino que hay que seguir, y por espacio de un mes, podemos, prescindir de la intervención de las instrucciones del desconocido. Por otra parte, ustedes saben lo que yo opino de él.

—Yo creía —dijo el doctor— que el tal capitán le dejaría a usted el mando del buque y no vendría nunca a bordo; pero…

—¿Pero qué? —replicó Shandon, contrariado.

—Desde que leí su segunda carta he cambiado mis ideas.

—¿Y por qué doctor?

—Porque si bien la última carta le indica el derrotero que debe seguir, nada dice respecto del destino del
Forward
, y es preciso saber adónde vamos. Yo pregunto: ¿hay medio de que estando en alta mar nos llegue una tercera carta? En las tierras de Groenlandia el servicio de correos debe ser muy precario. Creo que el capitán desconocido nos está esperando en algún establecimiento danés, en Hosteinborg o Upperanwik, donde habrá ido a comprar trineos, perros, y a reunir todos los arreos y pertrechos que requiere un viaje por los mares árticos. No me sorprenderá verlo una mañana salir de su camarote y mandar la maniobra de la manera más natural del mundo.

—Es posible —respondió Shandon. Y se separó del doctor para dar órdenes a los marineros.

El sábado, a la caída de la tarde, el
Forward
dobló el promontorio de Galloway, cuyo faro se levantaba al Nordeste; durante la noche se dejó al Este el cabo Fair, en la costa de Irlanda. A eso de las tres de la mañana, el bergantín, desembocó en el océano por el canal del Norte.

Llegó el domingo 8 de abril. Los ingleses, sobre todo los marineros, santifican el domingo, por lo que la lectura de la Biblia, de que el doctor se encargó con mucho gusto, ocupó parte de la mañana.

Entretanto el viento se iba huracanando, y empujaba el bergantín hacia la costa de Irlanda. El oleaje era fuerte y si el doctor no se mareó, fue porque no quiso. Al mediodía, el cabo Malinhead desapareció en el Sur, siendo esa la última tierra de Europa que aquellos atrevidos marinos debían ver.

El huracán cesó cerca de la nueve de la noche. El
Forward
, mantuvo su rumbo al Noroeste y durante aquella jornada puso a prueba sus cualidades marinas. No en vano los conocedores de Liverpool decían de él que era, antes que todo, un buque de vela.

En los días que siguieron el bergantín navegó a todo trapo.

Durante el último huracán, Shandon había medido las cualidades de su tripulación; había analizado a sus hombres uno tras otro, como debe hacerlo todo comandante que quiera estar preparado contra futuras contingencias. Sabía lo que cada uno podía dar de sí y con quiénes debía contar.

James Wall, oficial enteramente adicto a Shandon, comprendía y ejecutaba bien las órdenes pero parecía carecer de iniciativa, de manera que en el tercer puesto estaba perfectamente colocado.

Johnson diestro en la lucha con el mar, y antiguo piloto del océano Artico, no tenía nada que envidiar a nadie en sangre fría y audacia.

Simpson, el arponero, y Bell, el carpintero, eran hombres seguros, esclavos del deber y de la disciplina. El
icemaster
Foker, marino de experiencia, educado en la escuela de Johnson, también era absolutamente confiable.

De entre los marineros, Garry y Bolton parecían los mejores. Bolton era una especia de payaso, alegre y dicharachero; Garry era un hombre de unos treinta y cinco años, de fisonomía enérgica, pero algo melancólico.

Los tres marineros, Clifton, Gripper y Pen, parecían menos ardientes y menos resueltos y murmuraban por cualquier cosa. Gripper hasta quiso romper su compromiso a la salida del
Forward
, y se quedó a bordo sólo por un sentimiento de vergüenza. Si las cosas marchaban bien, si no había demasiados peligros que correr, ni demasiados maniobras que ejecutar, se podría contar con esos tres hombres; pero necesitaban una alimentación sustancial, porque se podía decir de ellos que tenían el corazón en el vientre. Además a la hora de comer echaban de menos el brandy y el gin; pero se desquitaban en lo posible con el café y el té, distribuidos a bordo con cierta prodigalidad.

En cuanto a los dos maquinistas, Brunton y Plever, y el fogonero Warren, habían estado hasta entonces cruzados de brazos.

El 14 de abril el
Forward
cortó la gran corriente del GulfStream situado a unos 320 kilómetros de la punta de Groenlandia.

La temperatura bajó bruscamente. El termómetro marcaba 0 grados centígrados, es decir estaba en el punto de congelación del agua.

El doctor no había sacado aún el traje de los inviernos árticos, pero llevaba sus vestidos de a bordo igual que los marineros y los oficiales, y daba gusto verlo con sus botas altas, con un sombrero de hule y un pantalón y una chaqueta del mismo material. Los de a bordo decían que el doctor, envuelto en la lluvia y en las olas que invadían la cubierta, parecía un animal marino, lo que a él le causaba cierto orgullo.

Durante dos días el mar estuvo bravo. El viento del Noroeste sopló con fuerza y retardó la marcha del
Forward
. Desde el 14 al 16 de abril, el oleaje siguió siendo fuerte; pero luego sobrevino un violento chubasco que calmó el mar casi inmediatamente.

Ese día el
icemaster
, que hacía su guardia de vigía, anunció la aparición de una mole flotante por el lado de estribor.

—¡Una montaña de hielo en estos sitios! —exclamó el doctor.

Shandon apuntó su anteojo en la dirección indicada y confirmó el anuncio del piloto.

—¡Es curioso! —dijo el doctor.

—¿De tan poco se asombra? —preguntó el comandante, riendo.

—Me asombro y no me asombro —respondió el doctor, sonriendo—; pues no ignoro que en 1813 el bergantín
Ann de Poole
, de Greenspond, fue asaltado por verdaderos ejércitos de hielo a los 40 grados de latitud Norte, y que Dayemen, su capitán, los contó a centenares.

—¡Muy bien! —dijo Shandon—. ¿También acerca de eso tiene algo que enseñarnos?

—Poca cosa —respondió modestamente el amable Clawbonny—; pues no creo que le enseñe nada al decir que se han encontrado hielos en latitudes aun más bajas.

—¡Johnson! —llamó Shandon—, me parece que la brisa refresca.

—Sí, comandante —respondió el contramaestre—; avanzamos poco, y las corrientes del estrecho de Davis muy pronto van a hacerse sentir.

—Tiene razón, Johnson, y si queremos hallarnos el 20 de abril a la vista del cabo Parewell, es necesario navegar a vapor o exponernos a ser arrojados a las costas del Labrador. ¡Wall, dé órden de calentar la caldera!

Las órdenes de Shandon fueron ejecutadas. Una hora después el vapor había adquirido la presión suficiente; se cargaron las velas, y la hélice se puso a funcionar lanzando al
Forward
hacia adelante a pesar del viento del Noroeste.

¿Existe el Capitán?

Las bandadas de aves cada vez más numerosas, petreles, pufinos, fragatas, indicaron la cercanía de Groenlandia. El
Forward
avanzaba rápidamente hacia el Norte, dejando atrás una larga cola de humo negro.

El martes 17 de abril, a las once de la mañana, el
icemaster
anunció la aparición del
brillo
de los hielos deslumbrante, que daba una viva claridad a toda la parte de la atmósfera próxima al horizonte. Los marinos experimentados no podían equivocarse sobre aquel fenómeno y reconocieron por su blancura que el
brillo
debía proceder de un vasto campo de hielo situado a unos cuarenta y ocho kilómetros más allá del alcance de la vista.

Por la noche el viento se hizo favorable y Shandon, por economía, apagó los hornos y volvió a desplegar el velamen. De esa forma, el
Forward
siguió avanzando hacia el cabo
Farewell
.

El día 18 apareció un banco de hielo como una línea blanca poco densa, de color resplandeciente, que cortaba bruscamente la línea divisora del mar y el cielo. Más tarde el
Forward
pasó por entre pedazos aislados del banco, y se observó que en la parte más compacta los témpanos, aunque soldados entre sí, obedecían al impulso del oleaje.

Al día siguiente, al alba, el vigía señaló un buque. Era el
Valkyrien
, corbeta danesa, que viajaba en sentido contrario al del
Forward
y se dirigía hacia el banco de Terranova. La corriente del estrecho era fuerte, y Shandon, para vencerla, tuvo necesidad de dar toda la vela.

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