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Authors: Jonathan Littell

Tags: #Histórico

Las benévolas (9 page)

BOOK: Las benévolas
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Thomas, que vino de permiso, me confirmó el diagnóstico: «Ya te dije que habías hecho una gilipollez. Todos los que cuentan están en Polonia». Por el momento -añadió-, no podía hacer gran cosa por mí. Schellenberg era la estrella del día, el protegido de Heydrich, y yo no le gustaba a Schellenberg, me encontraba muy parado. En cuanto a Ohlendorf, mi otro valedor, bastante trabajo le daba ya su propia posición para que pudiera ocuparse de mí. A lo mejor debería ir a ver a los ex directores de mi padre. Pero todo el mundo andaba un tanto ocupado.

A fin de cuentas, fue Thomas quien consiguió que mis asuntos se volvieran a poner en marcha. Después de Polonia, se había ido a Yugoslavia y a Grecia, de donde regresó siendo Hauptsturmführer y con varias condecoraciones. Sólo vestía ya de uniforme, de un corte tan elegante como sus trajes de antes. En mayo de 1941 me invitó a cenar en Horcher, un restaurante famoso en la Lutherstrasse. «Todo corre de mi cuenta», dijo con una sonrisa de oreja a oreja. Pidió champaña y brindamos por la victoria: «¡Sieg Heil!». Victorias pasadas y por venir, añadió. ¿Estaba yo enterado de lo de Rusia? «He oído rumores -admití-; pero nada más». Sonrió: «Atacamos. El mes que viene». Hizo una pausa para que la noticia causara todo el efecto deseado. «Dios mío», exclamé yo por fin.. —«Dios no existe. Sólo existe Adolf Hitler, nuestro Führer, y el poder invencible del Reich alemán. Estamos reuniendo el mayor ejército de la historia de la humanidad. Los aplastaremos en pocas semanas». Bebimos. «Oye -dijo al fin-,
der Chef
está formando varios Einsatzgruppen para que acompañen a las tropas de asalto de la Wehrmacht. Unas unidades especiales, como en Polonia. Tengo motivos para creer que recibirían de forma positiva a cualquier oficial joven y con talento de las SS que se presentara voluntario para esa Einsatz».. —«Ya intenté presentarme voluntario. Para Francia. Y no me aceptaron».. —«Esta vez te aceptarán».. —«¿Y tú vas?» Hizo oscilar levemente el champaña en la copa. «Pues claro. Me han destinado a uno de los Gruppenstábe. Cada grupo dirigirá varios Kommandos. Estoy seguro de que podrán meterte en uno de los Kommandostábe».. —«¿Y para qué servirán esos grupos exactamente?» Sonrió: «Ya te lo he dicho. Acciones especiales. Tareas de la SP y el SD, la seguridad de las tropas en la retaguardia de las líneas, información, cosas de ésas. Y también no perder de vista a los militares. Han estado un poco latosos en Polonia, un poco anticuados, y no querríamos que volviera a pasar. ¿Quieres pensarlo?» ¿Podrá asombrarse alguien de que no titubeara ni un segundo? Lo que me proponía Thomas no podía parecerme sino sensato, e incluso emocionante. Poneos en mi lugar. ¿Qué hombre sano de espíritu habría podido imaginarse nunca que iban a seleccionar a juristas para asesinar a personas sin juicio previo? Me notaba las ideas claras y francas y apenas si reflexioné antes de contestar: «No hace falta. Me aburro mortalmente en Berlín. Si puedes conseguir que me cojan, allá voy». Thomas sonreía otra vez: «Siempre pensé que eras un tipo como es debido y que se podía contar contigo. Ya verás lo que nos vamos a divertir». Me reí de gusto y tomamos más champaña. Así es como el Diablo amplía sus dominios, y no de otra forma.

Pero en Lemberg no podía saberlo todavía. Caía la noche cuando vino Thomas a sacarme de mi ensoñación. Aún se oían muchos tiros aislados por la parte del bulevar, pero todo estaba mucho más tranquilo. «¿Vienes? ¿O te quedas ahí pensando en las musarañas?». —«¿Qué es la
Aktion Petlioura?»,
le pregunté.. —«Lo que has visto por la calle. ¿Dónde has oído hablar de eso?» No hice caso de la pregunta: «¿Sois de verdad vosotros los que habéis puesto en marcha este pogromo?» —«Digamos que no hemos intentado impedirlo. Hemos hecho unos cuantos avisos. Pero no creo que los ucranianos nos necesitasen para empezar. ¿No has visto los carteles de la OUN?
Recibisteis con flores a Stalin; nosotros le regalaremos vuestras cabezas a Hitler para darle la bienvenida
. Y eso se les ocurrió a ellos solos».. —«Ya veo. ¿Vamos a pie?» —«Estamos al lado». El restaurante se hallaba en una callejuela, detrás del bulevar ancho. La puerta estaba cerrada; cuando llamó Thomas, la entornaron y se abrió luego de par en par para darnos paso a un recinto interior oscuro, sin más luz que la de las velas. «Sólo para alemanes», sonrió Thomas. «Ah, profesor, buenas noches». Los oficiales del Abwehr ya habían llegado; no había nadie más. Reconocí enseguida al que más abultaba de los dos, al que había saludado Thomas, un hombre distinguido y joven aún cuyos ojillos negros chispeaban en un rostro ancho, ovalado, despejado, lunar. Llevaba el pelo claro demasiado largo quizá y levantado por un lado en un tupé muy atildado y muy poco militar. Le estreché la mano a mi vez: «Profesor Oberlánder, es un placer volver a verlo». Me miró atentamente: «¿Nos conocemos?». —«Nos presentaron hace unos años, después de una de las conferencias que dio en la Universidad de Berlín. Nos presentó mi profesor, el doctor Reinhard Hóhn».. —«Ah, ¿era usted un estudiante de Hóhn? Maravilloso».. —«Mi amigo el doctor Aue es una de las estrellas en alza del SD», dejó caer Thomas con tono malicioso.. —«Si es alumno de Hóhn no me extraña. A veces entran ganas de decir que todo el SD ha pasado por sus manos». Se volvió hacia su colega: «Pero aún no le he presentado a mi ayudante, el Hauptmann Weber». Noté que ambos lucían aquella placa con la estampación de un ruiseñor que me había llamado la atención por la tarde en el brazo de algunos soldados. «Disculpe mi ignorancia -pregunté mientras nos acomodábamos-, pero ¿qué es esa insignia?». —«Es el distintivo del "Nachtigall", respondió Weber, un batallón especial del Abwehr reclutado entre los nacionalistas ucranianos del occidente de Galitzia».. —«El profesor Oberlánder está al mando del "Nachtigall". Así que nos hacemos la competencia», intervino Thomas».. —«Está usted exagerando, Hauptsturmführer».. —«No tanto. Ustedes se han traído a Bandera en el equipaje, y nosotros a Melnyk y al comité de Berlín». La charla no tardó en hacerse vehemente. Nos sirvieron vino. «Bandera puede sernos útil», afirmaba Oberlánder.. —«¿En qué? -replicó Thomas-. Su gente está fuera de quicio, sueltan proclamas por todas partes sin consultar a nadie». Alzó los brazos: «
La indepenciencia
. ¡Estamos frescos!».. —«¿Cree que Melnyk lo haría mejor?» —«Melnyk es un hombre sensato. Anda buscando una ayuda europea, no el terror. Es un político y está dispuesto a trabajar con nosotros a largo plazo, lo cual nos deja más opciones».. —«Quizá, pero la calle no lo escucha».. —«¡Unos fanáticos! Si no se calman, ya les sentaremos las costuras». Bebíamos. El vino era bueno. Un poco áspero, pero muy opulento. «¿De dónde viene?», preguntó Weber golpeando el vaso con la uña.. —«De Transcarpatia, supongo», contestó Thomas.. —«Ya sabe -siguió diciendo Oberlánder sin soltar prenda-, que la OUN lleva dos años de resistencia con éxito contra los soviéticos. No sería tan fácil eliminarla. Vale más intentar hacerse con ellos y canalizar su energía. A Bandera, al menos, lo escucharán. Hoy se entrevistó con Stetsko y todo fue muy bien».. —«¿Quién es Stetsko?», pregunté. Thomas contestó con tono irónico: «Jaroslav Stetsko es el nuevo primer ministro de una supuesta Ucrania independiente a la que no hemos dado el visto bueno».. —«Si jugamos correctamente nuestras bazas -proseguía Oberlánder-, no tardarán en rebajar sus pretensiones». Thomas reaccionó con vehemencia: «¿Quién? ¿Bandera? Es un terrorista y un terrorista seguirá siendo. Tiene alma de terrorista. Y por eso lo adoran todos esos exaltados, por cierto». Se volvió hacia mí: «¿Sabes de dónde sacó el Abwehr a Bandera? ¡De la cárcel!».. —«En Varsovia -especificó Oberlánder sonriente-. Pues sí, estaba cumpliendo condena por haber asesinado a un ministro polaco en 1934. Pero no me parece que sea algo que esté mal». Thomas se volvió hacia él: «Yo sólo digo que no se le puede controlar. Ya lo verán. Es un fanático, sueña con una Gran Ucrania que vaya de los Cárpatos al Don. Se toma por la reencarnación de Dimitri Donskoí. Melnyk por lo menos es realista. Y también cuenta con muchos apoyos. Es el punto de referencia de todos los militantes históricos».. —«Sí, pero no de los jóvenes, precisamente. Y, además, admita que en la cuestión judía no está muy motivado». Thomas se encogió de hombros: «De eso podemos ocuparnos sin él. En cualquier caso, la OUN nunca fue antisemita históricamente. Sólo ha evolucionado un poco en ese sentido gracias a Stalin».. —«Puede que sea cierto -admitió apaciblemente WeberPero, pese a todo, algo hay en el nexo íntimo entre los judíos y los terratenientes polacos». Llegaban los platos: pato asado relleno de manzanas, con puré y remolachas estofadas. Thomas nos sirvió. «Está riquísimo», comentó Weber.. —«Sí, excelente», aprobó Oberlánder.. —«¿Es una especialidad de la comarca?». —«Sí-explicó Thomas entre dos bocados-. Preparan el pato con mejorana y ajo. Normalmente, sirven delante una sopa de sangre de pato, pero hoy no han podido».. —«Disculpen -intervine-. ¿Por quién toman partido sus "Nachtigall" en este asunto?» Oberlánder acabó de masticar y se limpió los labios antes de contestarme: «Pues su caso es harina de otro costal. Es el espíritu ruteno, por decirlo así. Ideológicamente -e incluso personalmente en el caso de los más viejosdescienden de una formación nacional del antiguo ejército imperial, que se llamaba los "Ukrainski Sichovi Striltsi", podríamos traducirlo como los Fusileros Ucranianos del Sich, una referencia cosaca. Después de la guerra, se quedaron aquí y muchos de ellos combatieron a las órdenes de Petlioura contra los rojos y también un poco contra nosotros en 1918. A la OUN no le gustan mucho. Hasta cierto punto son más unos autonomistas que unos independentistas».. —«Como los bulbovitsi por lo demás», añadió Weber. Me miró. «¿Todavía no han asomado las narices por Lutsk?». —«No que yo sepa. ¿Son también ucranianos?» —«Volinios -especificó Oberlánder-. Un grupo de autodefensa que se estrenó con los polacos. Desde 1939, luchan contra los soviéticos y podría interesarnos llegar a un entendimiento con ellos. Pero creo que andan más por la zona de Rovno y más arriba, en los pantanos del Pripet». Todo el mundo había reanudado la comida. «Lo que no entiendo -dijo por fin Oberlánder apuntándonos con el tenedor-, es por qué los bolcheviques reprimieron a los polacos y no a los judíos. Como decía Weber, siempre han estado del mismo lado».. —«Creo que la respuesta es evidente -dijo Thomas-. Fuere como fuere, los judíos tienen dominado al poder estalinista. Cuando los bolcheviques ocuparon la zona, ocuparon el lugar de los
pan
polacos, pero mantuvieron la misma estructura, es decir, siguieron apoyándose en los judíos para explotar a los campesinos ucranianos. De ahí esa
legítima cólera del pueblo
que hemos podido comprobar hoy». Weber hipó en el vaso; Oberlánder soltó una risita seca: «La legítima cólera del pueblo. Qué cosas dice usted, Hauptsturmführer». Se había arrellanado en la silla y golpeaba el filo de la mesa con el cuchillo. «Eso está bien para los papanatas. Para nuestros aliados, y para los americanos quizá. Pero sabe usted tan bien como yo cómo se organiza esa cólera tan justa». Thomas sonreía amablemente: «Al menos, profesor, tiene el mérito de implicar psicológicamente a la población. Después, no podrán sino aplaudir la llegada de las medidas que tomemos».— «Eso es cierto, hay que admitirlo». La camarera estaba retirando los platos. «¿Café?», preguntó Thomas.. —«Con mucho gusto. Pero deprisa que todavía tenemos trabajo esta noche». Thomas ofreció cigarrillos mientras traían el café. «En cualquier caso -comentó Oberlánder inclinándose hacia el mechero que le tendía Thomas-, tengo mucha curiosidad por cruzar el Zbruch».. —«¿Y eso?», preguntó Thomas dándole fuego a Weber.. —«¿Ha leído mi libro? Acerca del exceso de población rural en Polonia».. —«Desgraciadamente, no. Lo siento mucho».—Oberlánder se volvió hacia mí: «Pero usted supongo que sí lo leería con Hóhn».. —«Desde luego».. —«Bueno, pues si mis teorías son correctas, creo que cuando lleguemos a la Ucrania propiamente dicha daremos con un campesinado rico».. —«¿Y cómo puede ser?», preguntó Thomas.. —«Gracias a la política de Stalin precisamente. En alrededor de doce años, veinticinco millones de granjas familiares se han convertido en doscientas cincuenta mil explotaciones agrícolas a gran escala. Opino que la desaparición de los kulaks y, sobre todo, la hambruna planificada de 1932, fueron intentos de hallar el punto de equilibrio entre el espacio disponible para sacar recursos y la población consumidora. Tengo razones para pensar que fueron todo un éxito».. —«¿Y si fueron un fracaso?». —«Entonces nos tocará a nosotros convertirlo en un éxito». Weber le hizo una seña y apuró el café. «Meine Herrén -dijo levantándose y dando un taconazo-, gracias por la velada. ¿Qué se debe?» —«Dejen -dijo Thomas, poniéndose en pie a su vez-. Será un placer».— «Pues le debemos la próxima, entonces».. —«Con mucho gusto. ¿En Kiev o en Moscú?» Todo el mundo se rió y hubo apretones de mano. «Saluden de mi parte al doctor Rasch -dijo OberlánderNos veíamos con frecuencia en Kónigsberg. Espero que tenga tiempo de unirse a nosotros una de estas noches». Los dos hombres salieron y Thomas se volvió a sentar. «¿Tomas un coñac? Paga el grupo».. —«Encantado». Thomas lo pidió. «Qué bien hablas ucraniano», le comenté.. —«Ah, en Polonia aprendí un poco de polaco y se parecen mucho». Trajeron los coñacs y brindamos. «Oye, ¿qué estaba insinuando acerca del pogromo?» Thomas tardó un momento en contestarme. Por fin, se decidió: «Pero que no salga de ti -aclaró-. Ya sabes que en Polonia tuvimos bastantes problemas con los militares. Sobre todo en lo relacionado con nuestros sistemas especiales. Esos caballeros tenían pegas de orden ético. Se imaginaban que uno puede hacer una tortilla sin cascar huevos. Así que esta vez tomamos medidas para evitar malas interpretaciones;
der Chef
y Schellenberg negociaron acuerdos muy concretos con la Wehrmacht; ya os lo explicaron en Pretzsch». Asentí con el ademán y Thomas siguió: «Pero, pese a todo, querríamos evitar que cambiasen de opinión. Y en eso los pogromos tienen una gran ventaja: le demuestran a la Wehrmacht que si las SS y la
Sicberheitspolizei
tienen las manos atadas, su zona de retaguardia será un caos. Y si hay algo que horrorice más a un militar que el
deshonor
, como dicen ellos, es el desorden. Tres días más así y vendrán a suplicarnos que hagamos el trabajo que nos corresponde: limpio, discreto, eficaz, sin meter ruido».. —«¿Y Oberlánder se lo malicia?». —«Huy, a él le da lo mismo. Sencillamente quiere tener la seguridad de que lo dejarán seguir adelante con sus intriguillas políticas. Pero -añadió sonriendo-, también a él lo controlaremos cuando llegue el momento».

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