Las Brigadas Fantasma (28 page)

Read Las Brigadas Fantasma Online

Authors: John Scalzi

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Las Brigadas Fantasma
12.96Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No hay de qué —dijo Jared.

—Ahora, mi advertencia. La teniente Sagan me torturó cuando nos conocimos. Al final yo me derrumbé y le conté casi todo lo que quería saber sobre nuestros planes para atacar a los humanos. Pero le dije una mentira. Le dije que nunca había conocido a Charles Boutin.

—¿Lo conoces? —preguntó Jared.

—Lo conozco. Lo vi una vez, cuando vino a hablar conmigo y con otros científicos raey sobre la arquitectura del CerebroAmigo y sobre cómo podríamos adaptarlo para los raey. Un humano fascinante. Muy intenso. Carismática a su modo, incluso para los raey. Es apasionado, y nosotros como pueblo respondemos a la pasión. Muy apasionado. Con mucha determinación. Y muy furioso.

Cainen se inclinó para acercarse más.

—Soldado, sé que crees que todo se debe a la hija de Boutin, y en cierto modo tal vez sea así. Pero hay algo más que motiva a Boutin. La muerte de su hija pudo ser simplemente la gota que hizo que una idea cristalizara en la mente de Boutin, y es esa idea la que lo impulsa. Eso es lo que lo convirtió en traidor.

—¿Qué es? —preguntó Jared—. ¿Cuál es la idea?

—No lo sé —confesó Cainen—. Suponer que es la venganza es fácil. Pero llegué a conocer a ese hombre. La venganza no lo explica todo. Tú deberías estar en mejor posición para saberlo, soldado. Tienes su mente.

—No tengo ni idea.

—Bueno, puede que salga más adelante —dijo Cainen—. Mi advertencia es que, sea lo que sea lo que lo motiva, recuerdes que se ha entregado a ello por completo. Es demasiado tarde para convencerlo de lo contrario. El peligro para ti, si lo conoces, será que simpatices con él y con su motivación. Estás
diseñado
para comprenderlo, después de todo. Boutin lo utilizará si puede.

—¿Qué debo hacer?

—Recuerda quién eres. Recuerda que no eres él. Y recuerda que siempre tienes la posibilidad de decidir.

—Lo recordaré —dijo Jared.

—Espero que lo hagas —respondió Cainen, y se levantó—. Te deseo suerte, soldado. Ahora puedes marcharte. Cuando salgas, dile a Wilson que ya puede entrar.

Cainen se acercó al archivador, dando intencionadamente la espalda a Jared, quien salió por la puerta.

—Ya puedes entrar —le dijo Jared a Wilson.

—Muy bien. Espero que hayáis tenido una conversación útil.

—Lo ha sido —dijo Jared—. Es un tipo interesante.

—Es una forma de expresarlo —dijo Wilson—. ¿Sabes, Dirac? Tiene un sentimiento paternal hacia ti.

—Eso imagino. Me gusta. Aunque no sea exactamente lo que yo esperaba de un padre.

Wilson se echó a reír.

—La vida está llena de sorpresas, Dirac. ¿Adonde vas ahora?

—Creo que voy a ir a ver a la nieta de Cainen —respondió Jared.

* * *

La
Kestrel
llegó siguiendo su rumbo de salto, seis horas antes de que Jared regresara a la Estación Fénix y fuera trasladado al sistema de una estrella naranja tenue que si alguien hubiera tenido un telescopio adecuado desde la Tierra, se habría visto en la constelación Circinus. La
Kestrel
estaba allí para rebuscar entre los restos del carguero
Handy
de la Unión Colonial: los datos de la caja negra enviados de vuelta a Fénix a través de una cápsula de salto de emergencia sugerían que alguien había saboteado los motores. No se recuperó ninguna caja negra de la
Kestrel;
nada de la
Kestrel
se recuperó nunca.

* * *

El teniente Cloud alzó la cabeza en su cubil de la sala de pilotos, una mesa con un señuelo para atrapar a los desprevenidos (es decir, una baraja de cartas), y vio a Jared delante de él.

—Vaya, pero si es el cuentachistes en persona —dijo Cloud, sonriendo.

—Hola, teniente. Cuánto tiempo sin verle.

—No es culpa mía —dijo Cloud—. He estado aquí todo el tiempo. ¿Dónde has estado tú?

—Por ahí, salvando a la humanidad —respondió Jared—. Ya sabe, lo de costumbre.

—Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo —dijo Cloud—. Y me alegro de que seas tú y no yo.

Cloud extendió una pierna para empujar una silla y recogió las cartas.

—Siéntate, ¿quieres? Tengo que hacer las formalidades previas al lanzamiento de mi ruta de reparto dentro de unos quince minutos; tiempo suficiente para enseñarte a perder unas cuantas manos.

—Eso ya sé cómo hacerlo.

—¿Ves? Ahí tienes otro de tus chistes.

—He venido a verlo por su ruta de reparto —dijo Jared—. Esperaba que me dejara ir de peso muerto con usted.

—Con mucho gusto —dijo Cloud, y empezó a barajar las cartas—. Dame un toque cuando tengas permiso, y podremos continuar esta partida a bordo. El transporte de suministros va en piloto automático la mayor parte del trayecto de todas formas. Yo sólo voy a bordo para que puedan decir que ha muerto alguien si se estrella.

—No tengo permiso para ausentarme —dijo Jared—. Pero necesito bajar a Fénix.

—¿Para qué? —preguntó Cloud.

—Necesito visitar a un pariente muerto. Y voy a embarcar pronto.

Cloud se echó a reír y cortó las cartas.

—Supongo que el pariente muerto seguirá allí cuando vuelvas.

—No es el pariente muerto quien me preocupa —dijo Jared. Extendió la mano y señaló la baraja—. ¿Puedo?

Cloud le entregó la baraja. Jared se sentó y empezó a mezclar las cartas.

—Puedo ver que es usted jugador, teniente —dijo. Terminó de barajar y colocó el mazo delante de Cloud—. Corte —dijo Jared. El teniente cortó la baraja a un tercio por abajo. Jared cogió la porción inferior y la colocó delante—. Escogeremos una carta de nuestros mazos al mismo tiempo. Si saco la carta más alta, me lleva usted a Fénix. Yo iré a ver a quien necesito ver y volveré antes del despegue.

—Y si yo saco la carta más alta, lo haremos a dos de tres —dijo Cloud.

Jared sonrió.

—Eso no sería muy deportivo, ¿no? ¿Está preparado?

Cloud asintió.

—Saque —dijo Jared.

Cloud sacó un ocho de diamantes; Jared sacó un seis de tréboles.

—Maldición —dijo Jared. Le entregó sus cartas a Cloud.

—¿Quién es el pariente muerto? —preguntó Cloud, recogiendo las cartas.

—Es complicado.

—Inténtalo.

—Es el clon del hombre para albergar la conciencia del cual fui creado.

—Vale, tenías toda la razón: es complicado. No entiendo nada de lo que acabas de decir.

—Alguien que es como mi hermano —dijo Jared—. Alguien a quien no conozco.

—Para tener sólo un año de edad, has llevado una vida interesante —dijo Cloud.

—Lo sé —dijo Jared—. Pero no es culpa mía —se levantó—. Le veré más tarde, teniente.

—Oh, venga ya —respondió Cloud—. Dame un minuto para hacer un pis y nos vamos. Sólo estate calladito cuando lleguemos al transporte y deja que hable yo. Y recuerda que si nos metemos en problemas, voy a echarte toda la culpa.

—No lo aceptaría de otro modo —dijo Jared.

Pasar ante el equipo de la bodega de transporte fue ridículamente sencillo. Jared se mantuvo pegado a Cloud, quien hizo sus comprobaciones previas al vuelo y consultó con el equipo con eficiencia profesional. Ellos ignoraron a Jared o asumieron que, puesto que iba con Cloud, tenía todo el derecho a estar allí. Treinta minutos más tarde el transporte se dirigía hacia la Estación Fénix, y Jared mostraba a Cloud que no era muy bueno perdiendo a las cartas. Eso molestó bastante a Cloud.

En el embarcadero de la Estación Fénix, Cloud consultó con la tripulación de tierra y luego volvió junto a Jared.

—Tardarán unas tres horas en cargar la nave —dijo—. ¿Puedes ir y volver en ese tiempo?

—El cementerio está justo en las afueras de Fénix City.

—Entonces no habrá problema —dijo Cloud—. ¿Cómo vas a llegar hasta allí?

—No tengo ni la menor idea.

—¿Qué?

Jared se encogió de hombros.

—No esperaba que fuera a traerme —confesó—. Así que en realidad no tenía ningún plan.

Cloud se echó a reír.

—Dios ama a los necios —dijo, y luego le hizo una señal a Jared—. Entonces, vamos. Llévame a conocer a tu hermano.

* * *

El cementerio católico se encontraba en el centro de Metairie, uno de los barrios más antiguos de Fénix City; ya estaba allí cuando Fénix se llamaba todavía Nueva Virginia y Fénix City era aún Clinton, antes de los ataques que arrasaron la primera colonia y obligaron a los humanos a reagruparse y reconquistar el planeta. Las primeras tumbas del cementerio databan de aquellos días, cuando Metairie era una línea de edificios de plástico y barro, y los orgullosos louisianos se habían asentado allí con la pretensión de que fuera el primer barrio residencial de Clinton.

Las tumbas que visitó Jared estaban al otro lado del cementerio, tras la primera fila de sepulcros. Las tumbas estaban marcadas con una sola lápida donde había grabados tres nombres, cada uno con sus fechas correspondientes: Charles, Cheryl y Zoe Boutin.

—Jesús —dijo Cloud—. Una familia entera.

—No —respondió Jared, arrodillándose ante la lápida—. En realidad no. Cheryl está aquí. Zoe murió muy lejos, y su cuerpo se perdió junto con muchos otros. Y Charles no está muerto. Éste es otra persona. Un clon que creó para que pareciera que se había suicidado —Jared extendió la mano y tocó la lápida—. Aquí no hay ninguna familia.

Cloud contempló a Jared, arrodillado junto a la tumba.

—Creo que echaré un vistazo —dijo, tratando de dar a Jared algo de tiempo.

—No —dijo Jared, y apartó la mirada—. Por favor. Terminaré en un momento y entonces podremos irnos.

Cloud asintió pero se volvió hacia los árboles cercanos. Jared devolvió su atención a la lápida.

Le había mentido a Cloud, porque quien quería ver no estaba allí. Aparte de un poco de pena, Jared no sintió ninguna emoción concreta hacia el pobre clon sin nombre que Boutin mató para falsificar su propia muerte. Nada en el banco de recuerdos aún emergente que Jared compartía con Boutin contenía al clon fuera de los apartados clínicos: para Boutin el clon no era una persona, sino un medio hacia un fin…, un fin del que Jared, naturalmente, no tenía ningún recuerdo ya que la grabación de su conciencia terminó antes de que Boutin apretara el gatillo. Jared trató de sentir un poco de compasión hacia el clon, pero había más gente a la que había ido a visitar. Jared deseó que el clon nunca se hubiera despertado y lo apartó de su mente.

Jared se concentró en el nombre de Cheryl Boutin y sintió emociones mudas y en conflicto regresar a su memoria. Se dio cuenta de que aunque Boutin sentía afecto por su esposa, etiquetar ese afecto como amor habría sido exagerar el tema. Se casaron porque ambos querían tener hijos; se comprendían y les gustaba estar juntos, aunque Jared sentía que incluso esa unión emocional se había deteriorado al final. La mutua alegría por su hija les había impedido separarse; y su relación, aunque fría, era tolerable y preferible al jaleo de un divorcio y el problema que causaría a su hija.

Desde algún hueco en la mente de Jared llegó un recuerdo inesperado sobre la muerte de Cheryl: en su excursión fatal no iba sola, la acompañaba un amigo y Boutin sospechaba que era su amante. No había celos que Jared pudiera detectar. Boutin no sentía inquina porque ella tuviera un amante: él también tenía una. Pero Jared sintió la furia que Boutin había experimentado en el funeral, cuando el supuesto amante permaneció demasiado rato ante la tumba al final de la ceremonia, robándole un tiempo en que le correspondía a él despedirse de su esposa y a Zoe de su madre.

Zoe.

Jared acarició el nombre grabado en la tumba, y lo pronunció en el lugar donde debería haber descansado pero no lo hacía, y sintió de nuevo la pena que brotaba de los recuerdos de Boutin hacia su propio corazón. Jared acarició la lápida una vez más, palpó el nombre grabado en la piedra, y lloró.

Una mano se posó sobre su hombro. Jared alzó la cabeza y vio a Cloud.

—Tranquilo —dijo Cloud—. Todos perdemos a las personas que amamos.

Jared asintió.

—Lo sé —dijo—. Perdí a alguien a quien amaba. Sarah. La sentí morir y luego sentí el agujero que dejó en mi interior. Pero esto es diferente.

—Es diferente porque era una niña.

—Es una niña que nunca conocí —dijo Jared, y volvió a mirar a Cloud—. Murió antes de que yo naciera. No la conocí. No pude conocerla. Pero la conozco —se señaló las sienes—. Todo está aquí dentro. Recuerdo cuando nació. Recuerdo sus primeros pasos y sus primeras palabras. Recuerdo haberla cogido aquí de la mano en el funeral por su madre. Recuerdo la última vez que la vi. Recuerdo haber oído la noticia de su muerte. Todo está
aquí.

—Nadie tiene los recuerdos de otra persona —dijo Cloud. Lo dijo para tranquilizar a Jared—. No funciona de esa forma.

Jared se rió, amargamente.

—Sí que lo hace. Lo hace conmigo. Ya se lo dije. Nací para albergar la mente de otra persona. No creían que fuese a funcionar, pero funcionó. Y ahora sus recuerdos son mis recuerdos. Su vida es mi vida. Su hija…

Jared dejó de hablar, incapaz de continuar. Cloud se arrodilló junto a Jared, le rodeó el hombro con un brazo y lo dejó llorar.

—No es justo —dijo Cloud al cabo de un rato—. No es justo que tengas que llorar por esta niña.

Jared se rió débilmente.

—Estamos en un universo equivocado si esperamos justicia —dijo, simplemente.

—Es verdad —reconoció Cloud.

—Quiero llorar por ella —dijo Jared—. La siento. Puedo sentir el amor que le tuve. Que
el
le tuvo. Quiero recordarla, aunque eso signifique que tengo que llorarla. No es demasiado por su memoria. ¿No?

—No —dijo Cloud—. Supongo que no.

—Gracias. Gracias por venir aquí conmigo. Gracias por ayudarme.

—Para eso están los amigos —dijo Cloud.

—Dirac —dijo Jane Sagan. Estaba de pie tras ellos—. Has sido reactivado.

Jared sintió el súbito chasquido de la reintegración. Notó cómo la conciencia de Jane Sagan lo barría y se sintió levemente asqueado, aunque otras partes de sí mismo se alegraron por gozar de nuevo de aquella sensación de ser superior. Pero una parte del cerebro de Jared notó que estar integrado no era sólo compartir información y tomar parte de una conciencia superior. También tenía que ver con el control, un modo de mantener a los individuos atados al grupo. Había un motivo por el que los soldados de las Fuerzas Especiales casi nunca se retiraban: retirarse significaba perder la integración. Perder la integración significaba estar solo.

Other books

Anita Blake 19 - Bullet by Laurell K. Hamilton
Backwards by Todd Mitchell
Conspiracy in Death by J. D. Robb
Harold by Ian W. Walker
The Masuda Affair by I. J. Parker
I Won't Give Up on You by F. L. Jacob
Next of Kin by David Hosp
The Duke's Night of Sin by Kathryn Caskie