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Authors: John Scalzi

Tags: #ciencia ficción

Las Brigadas Fantasma (26 page)

BOOK: Las Brigadas Fantasma
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«No —pensó—. Nunca encontraron su cuerpo. Apenas encontraron a ningún colono.»

:::Alto —le dijo Jared a Martin.

:::¿Qué ocurre?

:::Estoy recordando —dijo Jared, y cerró los ojos, aunque los tenía cubiertos por la caperuza. Cuando los abrió, se sintió más concentrado y consciente. También sabía exactamente adonde quería ir.

:::Sígame —dijo.

Jared y Martin habían entrado en la estación por el ala de armas. Cerca del núcleo se encontraban investigación biomédica y navegación; en el centro había un gran laboratorio en cero-g. Jared dirigió a Martin hacia el núcleo y luego en el sentido de las agujas del reloj por los pasillos, deteniéndose de vez en cuando para dejar que Martin abriera alguna puerta de emergencia desactivada con un pistón parecido a una palanca. Las luces del pasillo, alimentadas por paneles solares, brillaban débilmente pero más que suficiente para la visión ampliada de Jared.

:::Aquí —dijo Jared al cabo de un rato—. Aquí es donde hice mi trabajo. Éste es mi laboratorio.

El laboratorio estaba lleno de detritos y agujeros de bala. Quien hubiera entrado allí no estaba interesado en conservar el trabajo técnico del laboratorio: sólo quería matar a todo el mundo. Podía verse sangre seca y ennegrecida en la superficie de las mesas y en el lado de un escritorio. Allí habían matado al menos a una persona, pero no había ningún cadáver.

«Jerome Kos —pensó Jared—. Ése era el nombre de mi ayudante. Era originario de Guatemala, pero emigró a Estados Unidos cuando era niño. Fue el que resolvió el problema con el depósito…»

:::Mierda —dijo Jared. El recuerdo de Jerry Kos flotó en su cabeza, buscando un contexto. Jared escrutó la sala, buscando ordenadores o aparatos de almacenamiento de memoria: no había nada.

»¿Se han llevado ustedes los ordenadores de aquí? —le preguntó a Martin.

:::De esta sala no —respondió Martin—. En algunos de los laboratorios faltaban ya ordenadores y otras piezas de equipo cuando llegamos nosotros. Los obin o quien sea debieron llevárselos.

Jared se impulsó hasta un escritorio que sabía que era de Boutin. Lo que había encima se había marchado flotando hacía mucho. Jared abrió los cajones y encontró suministros de oficinas, colgadores para carpetas y otras cosas no particularmente útiles. Cuando cerraba el cajón, vio unos papeles en uno de los clasificadores. Se detuvo y sacó uno. Era un dibujo, firmado por Zoe Boutin con más entusiasmo que precisión.

«Me hacía un dibujo cada semana, en las clases de arte de los miércoles —recordó Jared—. Yo cogía el nuevo y lo colgaba con una chincheta, y el antiguo lo archivaba. Nunca tiraba ninguno.» Jared miró la pizarra de corcho sobre la mesa: había algunas chinchetas, pero ningún dibujo. El último estaría casi con toda certeza flotando por algún lugar de la sala. Jared tuvo que combatir la urgencia de buscarlo hasta dar con él. En cambio, se apartó del escritorio, se volvió hacia la puerta y salió al pasillo antes de que Martin pudiera preguntarle adonde iba. Martin corrió para alcanzarlo.

Los pasillos de trabajo de la Estación Covell eran clínicos y estériles; los dedicados a las viviendas se esforzaban en ser todo lo contrario. El suelo estaba cubierto de alfombras (aunque de tipo industrial). En las clases de arte habían animado a los niños a pintar las paredes de los pasillos, donde había soles y gatos y montañas con flores, en dibujos que no podían ser considerados arte a menos que fueras padre e, incluso así, quizá no te lo parecieran. Los despojos del pasillo y las ocasionales manchas oscuras desmentían la alegría.

Como investigador jefe con una hija, Boutin tenía un habitáculo más grande que la mayoría, lo que seguía significando de todas formas que era casi insoportablemente pequeño: disponer de sitio es un privilegio en las estaciones espaciales. El apartamento de Boutin se hallaba al fondo del pasillo G (G de gato: las paredes estaban pintadas con gatos de todo tipo anatómicamente divergentes), número 10. La puerta estaba cerrada, pero no con llave. Jared la deslizó para abrirla y entró.

Como en todas partes, había objetos flotando silenciosamente en la habitación. Jared reconoció algunas cosas, pero otras no. Un libro que le había regalado un amigo de la facultad. Una foto enmarcada. Un bolígrafo. Una alfombra que Cheryl y él habían comprado en su luna de miel.

Cheryl.
Su esposa, muerta en una caída mientras practicaba senderismo. Murió justo antes de que él ocupara aquel puesto en la estación. Su funeral se celebró dos días antes de que fuera allí. Recordó haber sujetado la mano de Zoe en el funeral, y cómo ella le preguntó por qué su madre tenía que marcharse y le pidió que le prometiera que él nunca la dejaría. Él lo prometió, naturalmente.

El dormitorio de Boutin era estrecho; el de Zoe, una habitación más allá, habría sido incómodo para cualquiera que no tuviera cinco años. La diminuta cama infantil ocupaba un rincón, tan seguramente sujeta que no se había marchado flotando: incluso el colchón estaba en su sitio. Libros de dibujos, juguetes y animales de peluche flotaban por el cuarto. Uno llamó la atención de Jared, y lo cogió.

Babar el elefante. Fénix había sido colonizado antes de que la Unión dejara de aceptar colonos de países ricos; había una gran población francesa, de la que descendía Boutin. Babar era un personaje infantil popular en Fénix, junto con Astérix, Tintín y Aquiles, recuerdos de infancias en un planeta tan lejano que nadie pensaba mucho en él. Zoe nunca había visto un elefante en la vida real (muy pocos habían llegado al espacio), pero le encantó Babar cuando Cheryl se lo regaló por su cuarto cumpleaños. Después de que Cheryl muriera Zoe convirtió a Babar en un tótem; se negaba a ir a ninguna parte sin él.

Jared recordó a Zoe llorando por el elefante una vez que la dejó en el apartamento de Helene Greene, cuando él se preparaba para estar fuera unas cuantas semanas, trabajando en sus experimentos en Fénix. Ya llegaba tarde a la lanzadera; no le daba tiempo de ir a recogerlo. Finalmente la contentó prometiéndole que le encontraría una Celeste para su Babar. Más tranquila, ella le dio un beso y entró en la habitación de Kay Greene para jugar con su amiga. Él se olvidó de Babar y de Celeste hasta el día en que tenía que regresar a Omagh y Covell. Estaba pensando en alguna excusa razonable para explicarle por qué volvía con las manos vacías, cuando lo llevaron aparte y le dijeron que Omagh y Covell habían sido atacados, y que todos en la base y la colonia habían muerto, y que su amada hija había muerto sola y asustada, y lejos de todos los que la querían.

Jared sostuvo a Babar mientras la barrera entre su conciencia y los recuerdos de Boutin se desmoronaba, sintiendo la pena y la furia de Boutin como si fueran propias.
Eso
fue. Aquél fue el hecho que lo puso en el camino de la traición, la muerte de su hija, su Zoe Jolie, su alegría. Jared, incapaz de protegerse contra aquello, sintió lo que sintió Boutin: el horror enfermizo de imaginar sin querer la muerte de su hija, el dolor hueco y horrible que venía a ocupar aquel lugar de su vida donde había estado su hija, y un loco y ácido deseo de hacer algo más que llorar.

El torrente de recuerdos sacudió a Jared, que jadeaba cada vez que algo nuevo golpeaba su conciencia y se clavaba en ella. Los recuerdos llegaban demasiado rápido para estar completos o para que pudiera comprenderlos del todo, grandes pinceladas que definían la forma del camino de Boutin. Jared no halló ningún recuerdo del primer contacto con los obin; sólo una sensación de liberación, como si tomar la decisión lo librara de una acuciante sensación de dolor y furia. Pero sí se vio a sí mismo haciendo un trato con los obin y obteniendo un refugio seguro, a cambio de sus conocimientos del CerebroAmigo y la investigación sobre la conciencia.

Los detalles del trabajo científico de Boutin se le escapaban; carecía de la formación necesaria para comprender caminos precisos de pensamiento. Lo que sí tenía eran los recuerdos de experiencias sensuales: el placer de simular su muerte y escapar, el dolor de separarse de Zoe, el deseo de abandonar la esfera humana para empezar su trabajo y urdir su venganza.

Aquí y allí, en aquella mezcla de sensaciones y emociones, algunos recuerdos concretos chispeaban como joyas: datos que se repetían a lo largo del campo de la memoria; cosas que eran recordadas por más de un incidente. Incluso entones algunas cosas seguían fluctuando fuera de su alcance: por ejemplo, sabía que Zoe era la clave de la deserción de Boutin pero no sabía exactamente por qué, y la respuesta escapaba de su abrazo cuando intentaba asirla, burlona y tortuosa.

Jared trató de concentrarse en aquellas pepitas de memoria que eran duras, sólidas y fáciles de alcanzar. Su conciencia gravitó en torno a una de ellas, el nombre de un lugar, burdamente traducido de un idioma hablado por criaturas que no se expresaban como los humanos.

Y Jared supo dónde estaba Boutin.

La puerta del apartamento se abrió deslizándose y entró Martin. Localizó a Jared en la habitación de Zoe y se acercó a él.

:::Hora de marcharnos, Dirac —dijo—. Varley me dice que los obin vienen de camino. Deben de haber puesto micrófonos en el lugar. Estúpido de mí.

:::Denme un minuto —dijo Jared.

:::No tenemos un minuto.

:::Muy bien —respondió Jared. Salió de la habitación, llevándose a Babar consigo.

:::No es el mejor momento para souvenirs —dijo Martin.

:::Cállese. Y vámonos.

Salió del apartamento de Boutin sin mirar atrás para ver si Martin lo seguía.

Uptal Chatterjee estaba donde lo habían dejado. La nave de exploración obin que flotaba ante la abertura del casco era nueva.

:::Debe haber otras salidas en este lugar —dijo Jared, mientras sorteaban el cuerpo de Chatterjee. La nave era visible a lo lejos, pero al parecer todavía no los había localizado.

:::Claro que las hay —respondió Martin—. La cuestión es si podríamos llegar hasta ellas antes de que aparezcan más tipos de ésos. Podemos llevarnos a uno por delante si es necesario. Más sería un problema.

:::¿Dónde está su escuadrón? —preguntó Jared.

:::Vienen de camino. Intentamos que nuestros movimientos fuera de los anillos sean mínimos.

:::Una buena idea en cualquier momento menos en éste.

:::No reconozco esa nave —dijo Martin—. Parece un nuevo tipo de exploradora. No sé si tiene armas. Si no las tiene, entre los dos podríamos abatirla con nuestros MP.

Jared reflexionó. Cogió a Chatterjee y lo empujó suavemente en dirección a la brecha del casco. Chatterjee flotó lentamente para cruzarla.

:::Hasta ahora, bien —dijo Martin, cuando el cuerpo de Chatterjee casi había cruzado la brecha.

El cadáver de Chatterjee se estremeció cuando los proyectiles de la nave exploradora alcanzaron su cuerpo congelado. Sus miembros se agitaron violentamente y luego quedaron destrozados cuando otra andanada recorrió la brecha. Jared pudo sentir el impacto de los proyectiles en la pared opuesta del pasillo.

Jared notó una sensación peculiar, como si estuvieran hurgando en su cerebro. La posición de la nave exploradora cambió levemente.

:::Agáchese —trató de decirle a Martin, pero no logró establecer la comunicación. Jared se dio media vuelta, agarró a Martin y tiró de él hacia abajo cuando una nueva andanada atravesaba el pasillo, ampliando la brecha del casco y pasando peligrosamente cerca de ellos.

Un brillo anaranjado restalló en el exterior y desde su posición Jared pudo ver cómo la nave exploradora se ladeaba salvajemente. Por debajo de la nave, un misil se abrió paso e impactó en la zona inferior, rompiendo la nave exploradora en dos. Jared advirtió que los gameranos en efecto disparaban fuego.

:::Sí que ha sido divertido —dijo Martin—. Ahora tendremos que pasarnos una o dos semanas escondidos mientras los obin intentan averiguar quién voló su nave. Ha vuelto usted nuestras vidas muy interesantes, soldado. Ahora tenemos que marcharnos. Los chicos le han lanzado el cable remolcador. Salgamos de aquí antes de que aparezcan más.

Martin se incorporó, se dio la vuelta y se lanzó por la abertura, hacia el cable que flotaba a unos cinco metros más allá. Jared lo siguió y agarró el cable con una mano, mientras sujetaba con fuerza a Babar en la otra.

Pasaron tres días antes de que los obin dejaran de buscarlos.

* * *

—Bienvenido —dijo Wilson mientras se acercaba al trineo, y entonces se detuvo—. ¿Ése es Babar?

—Lo es —respondió Jared, sentado en el trineo con Babar asegurado en su regazo.

—No estoy seguro de querer saber de qué va esto —dio Wilson.

—Sí que quieres. Confía en mí.

—¿Tiene algo que ver con Boutin?

—Lo tiene que ver todo —dijo Jared—. Sé por qué se convirtió en traidor, Harry. Lo sé todo.

10

Un día antes de que Jared regresara a la Estación Fénix abrazado a Babar, el crucero
Águila Pescadora
de las Fuerzas Especiales entró en el sistema Nagano para investigar una llamada de emergencia enviada por un correo de salto desde una operación minera en Kobe. No se volvió a saber nada del
Águila Pescadora.

* * *

Se suponía que Jared debía presentarse ante el coronel Robbins. En cambio, pasó de largo el despacho de Robbins y entró en el del general Mattson antes de que el secretario de Mattson pudiera impedírselo. Mattson se encontraba dentro y alzó la cabeza justo cuando Jared entró.

—Tome —dijo Jared, colocando a Babar en las manos del sorprendido general—. Ahora sé por qué le golpeé, hijo de puta.

Mattson miró el animal de peluche.

—Déjeme adivinar —dijo—. Esto es de Zoe Boutin. Y ahora ya ha recuperado su memoria.

—Lo suficiente —respondió Jared—. Lo suficiente para saber que es usted responsable de su muerte.

—Curioso —dijo Mattson, depositando a Babar sobre su mesa—. Me parece que son los raey o los obin los responsables de su muerte.

—No sea obtuso, general —dijo Jared. Mattson alzó una ceja—. Usted le ordenó a Boutin que estuviera aquí durante un mes. Él le pidió traer a su hija consigo. Usted se negó. Boutin dejó a su hija y ella murió. Le echa la culpa a usted.

—Y al parecer usted también —dijo Mattson.

Jared ignoró el comentario.

—¿Por qué no le dejó traerla? —preguntó.

—No dirijo una guardería, soldado. Necesitaba que Boutin se concentrara en su trabajo. La esposa de Boutin ya había muerto. ¿Quién iba a cuidar de la niña? Tenía gente en Covell que podía hacerlo por él; le dije que la dejara allí. No esperaba que fuéramos a perder la estación y la colonia, ni tampoco que la niña muriera.

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